martes, 24 de enero de 2012

¿EXISTE RELACIÓN ENTRE UNA HIPOTÉTICA TORMENTA SOLAR A FINALES DE 2012 Y LAS PROFECÍAS MAYAS?

LA VANGUADIA, Barcelona, JOSEP FITA, Redactor, 24Ene12
Algunos agoreros sostienen que ambos fenómenos están vinculados | Los científicos, sin embargo, señalan que ni tan siquiera es posible predecir a 10 meses vista una actividad tan elevada del Sol.


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¿Qué relación pueden guardar una hipotética gran tormenta solar, que podría tener lugar a finales de año, y las profecías mayas que apuntan a un cambio de ciclo para el 21 de diciembre de 2012?
Pues bien, para algunos agoreros, mucho, y es que vinculan una cosa con otra (están convencidos de que los vaticinios de una gran actividad solar corresponden a lo que los mayas pronosticaron antaño). En cambio, la comunidad científica le da poca credibilidad a estas fabulaciones.
Los científicos, incluso, no tienen nada claro ni siquiera que dicha gran tormenta solar pueda llegar a producirse. “No hay razones para creer que la tenga que haber ni que no la tenga que haber. Nuestra capacidad de predicción a día de hoy no es suficiente para poder saber con diez meses de antelación que se va a producir una tormenta solar de la proporción que sea. Por tanto, es muy aventurado decirlo”, explica aLaVanguardia.com el investigador del Instituto Astrofísico de Andalucía del CSIC, José Carlos del Toro.
“Otra cosa es que existen unas teorías que apuntan a que después de un fuerte mínimo va a venir un fuerte máximo de actividad solar, y es en ciclos de este tipo cuando se dan tormentas solares con fenómenos más energéticos de lo habitual. Pero no hay nada de cierto en semejante predicción”, añade.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de una tormenta solar?
Este fenómeno es, básicamente, una eyección de partículas a muy alta velocidad (y, por tanto, con muy alta energía cinética) que salen expelidas del Sol como consecuencia de cambios en la estructura magnética del astro rey. Hay que tener en cuenta que dicha velocidad puede ser a veces del orden de la mitad de la que viaja la luz, lo que quiere decir que estamos ante energías muy considerables.
Estas eyecciones de material coronal a muy alta velocidad salen despedidas al medio interplanetario y eventualmente llegan a la superficie de la Tierra. En el momento en que interactúan con la Tierra, esas partículas disparan toda una serie de fenómenos, denominadas tormentas geomagnéticas (el término tiene su origen en el hecho de que el escudo protector de la Tierra es el campo magnético terrestre). “Si bien éste es muy débil, es capaz de desviar fundamentalmente estas partículas que vienen del Sol, que son iones, partículas cargadas eléctricamente, a los polos. Eso forma las auroras boreales en el polo Norte y australes en el Sur y otra serie de fenómenos”, recuerda Del Toro.
Cuando las tormentas son especialmente energéticas pueden verse no sólo en los polos, sino en latitudes más bajas (porque el escudo no ha sido suficientemente poderoso y algunas partículas han llegado a interactuar con las capas altas de la atmósfera, con la Ionosfera, y alteran su estado químico).
“Esta alteración del estado químico de la Ionosfera también precipita una serie de fenómenos que van desde la alteración en las comunicaciones vía satélite a riesgos eventuales en las órbitas de satélites. Incluso puede comportar efectos nocivos observables en la propia Tierra, como fuertes apagones, porque llegan a afectar a grandes tendidos eléctricos o grandes tendidos metálicos, como pueden ser oleoductos o tuberías de largo recorrido. También podrían correr cierto peligro los astronautas que pudieran estar fuera de su nave en ese momento. Esas interacciones eléctricas son desde molestas hasta peligrosas y por eso hay mucho interés en adquirir capacidad de predicción, cosa que hoy no tenemos suficientemente desarrollada. Las catástrofes, hasta ahora, no han pasado de fuertes apagones o de pérdida de sintonía con algún pequeño satélite, lo cual no quiere decir que algunas futuras puedan ser más importantes”, subraya este investigador del CSIC.

Antecedentes
Algunas tormentas solares han pasado a la historia por su virulencia y por sus efectos sobre la Tierra. Una de las más conocidas recibió el apelativo de Evento Carrington. “Surge de una tormenta solar que fue muy importante. Este mismo siglo hubo una el día de la Bastilla (ocurrió el 14 de julio de 2000). Las llamaradas fueron espectaculares y cubrían casi un cuarto del disco solar. Se han llegado a producir tormentas muy importantes, y otras no tanto. Pero son fenómenos absolutamente normales en la vida de nuestra estrella y no hay, en principio, que alarmar a la sociedad porque son habituales. Es verdad, sin embargo, que los más energéticos pueden causar efectos más nocivos y nos convendría, como planeta, estar prevenidos”, recuerda Del Toro.

¿Qué hay de cierto en las profecías mayas?
Parece ser que los mayas, a pesar de ser muy aficionados a hacer predicciones (el sistema ritual maya trataba de pronosticar mediante la observación astronómica las mejores fechas para la siembra, la cosecha e incluso la guerra), poco hablaron del fin del mundo.
En todo caso hicieron referencia a fines de ciclo. Para ellos, cada ciclo estaba compuesto de 400 años y cada era se componía de 13 ciclos, lo que suma 5.200 años mayas (5.125 según el calendario gregoriano). De acuerdo con esa cuenta, la era actual concluiría a finales de diciembre de 2012 y comenzaría una nueva.
Las ideas judeocristianas del apocalipsis llevaron a una “interpretación fácil” sobre la visión maya de los ciclos cósmicos y derivaron en las presuntas profecías del fin del mundo, denunciaba recientemente el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) a través de un comunicado.
Hace pocas fechas, concretamente el pasado mes de noviembre, unos 60 expertos de la cultura maya se dieron cita en la VII Mesa de Palenque, antigua ciudad maya ubicada en el estado mexicano de Chiapas.
Según concluyeron, la profecía maya de 2012 surgió en la década de los 70, cuando el escritor Frank Waters escribió un texto que contenía una mezcla de creencias. “A partir de ese escrito comenzó una secuencia de obras sobre la ‘nueva Era’ que ha crecido y genera grandes ganancias, debido a que satisface la necesidad de mucha gente de creer, pero no tiene ningún sustento en los métodos de la investigación humanística ni académica", denunciaba Erik Velásquez García, Doctor en Historia del Arte de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Estos expertos precisaron también que sólo en dos textos glíficos mayas, de unos 15.000 conocidos, se menciona el año 2012. La primera de estas citas está en el monumento 6 en la zona arqueológica El Tortuguero, en el municipio de Macuspana, y el segundo en el municipio de Comalcalco, ambos en el estado de Tabasco.
“Evidentemente, nuestro calendario y el de los mayas no son el mismo. Eso se traduce en algo muy sencillo: el supuesto fin del mundo profetizado por los mayas ya se habría producido. Se cumplió el 25 de diciembre de 2005, curiosamente cuando empezó la crisis que, eso sí, no explotó hasta el 2007”, explica a LaVanguardia.com Sebastià d’Arbó, periodista especializado en investigaciones parapsicológicas y presentador del programa de Rac1 Misteris.
D’Arbó todavía introduce un par más de autores que ayudaron, según su punto de vista, a acrecentar estas profecías apocalípticas mayas. “Todo parte del libro del historiador norteamericano José Argüelles. Hablo de ‘El factor Maya’. Él se basa en unas predicciones hechas por los indios Hopi, que se ubicaban en la zona sur de los Estados Unidos, en Nuevo México y Arizona, y que habían tenido relación con los aztecas y los mayas. Ellos son los que realmente elaboraron estas profecías. Argüelles creyó ver similitudes entre las profecías de estos indios y la séptima profecía maya”, apunta. “Luego vino un periodista alemán, Alberto Beuttenmüller, e hizo un libro (2012: La Profecía Maya) que se basaba en el libro de Argüelles”, añade.
Es evidente que se ha escrito mucho sobre los mayas y sus supuestas profecías. Pero también parece evidente que difícilmente (o al menos eso esperamos) el mundo se acabará a finales de 2012. De todas formas, cada cual puede pensar como quiera, solo faltaría. Como alguien dijo alguna vez muy acertadamente, el pensamiento es libre.

jueves, 19 de enero de 2012

UN TEMPLO DEL SABER PAGADO CON JUEGO Y TABACO

El rey Felipe V, llegado al trono tras una guerra, buscaba congraciarse con sus súbditos y accedió a crear en 1711 una Real Biblioteca de carácter público con fondos incautados a sus rivales
Trescientos años de archivo universal
Así será el 300º cumpleaños de la Biblioteca Nacional
FOTOGALERÍA Tesoros de tres siglos de historia
EL PAÍS, TEREIXA CONSTENLA Madrid, 18Ene12 - 19:40 CET



Felipe V era más devoto de las cartas –entiéndase: sota, caballo, rey– que de los libros. También era el duque de Anjou, un francés reinando sobre españoles tras una guerra larguísima que en puridad aún no había concluido (1701-1713). En 1711, por tanto, estaba dispuesto a coger al vuelo todas las propuestas que contribuyesen a afianzar su imagen entre sus nuevos súbditos. Su confesor, el jesuita Pierre Robinet, le sugirió una: crear una Real Biblioteca con los fondos que el rey había traído de Francia (6.000 volúmenes), los acumulados por los Habsburgo (otros 2.000) y los incautados a los perdedores de la Guerra de Sucesión. La gran osadía que Robinet defendió ante el monarca fue el carácter público de la biblioteca. En fin… pública a la manera de 1711: cerrada a mujeres (no accedieron hasta 1837, la primera fue Antonia Gutiérrez Bueno, autora de un Diccionario histórico y biográfico de mujeres célebres) y menesterosos. Pública para estudiosos y eruditos de los círculos cortesanos.
Se abrió en un pasillo cerca de las cocinas del Alcázar Real, con Robinet como primer director y con plagas de ratones cada dos por tres. Y dado que la financiación de las cosas públicas es un quebradero en cualquier época –con la dudosamente honrosa excepción de los años del imperio y su sistemático saqueo de las colonias–, Robinet también se ocupó de dar con la fuente del dinero. Según José Manuel Lucía Megías, catedrático de la Universidad Complutense y comisario de la exposición de la BNE 300 años haciendo historia, para costear su proyecto al confesor del rey se le ocurrió recurrir a los impuestos sobre algo muy querido por el monarca: las cartas. También aquí se salió con la suya: en el Real Decreto fundacional de 1716 se le asigna un presupuesto de 8.000 pesos anuales procedentes de los impuestos sobre tabaco y naipes.
Gracias a esa manía de los vencedores de despojar a los vencidos de gloria y bienes, en 1715 la Real Biblioteca ya contaba con 28.242 libros impresos, 1.282 manuscritos y 20.000 medallas. “Los partidarios de Carlos, archiduque de Austria, vieron cómo sus bibliotecas eran trasladadas a Madrid y casi todos ellos terminaron sus días en el exilio, desposeídos de tierras y títulos, por lo que perder sus libros seguramente fue la menor de sus preocupaciones”, escribe Javier Pavía Fernández, en el blog de la BNE.
Fondos incautados
Entre esos fondos incautados figuraron los del duque de Uceda, el marques de Mondéjar (propietario de 5.903 libros, entre ellos el Beato de Fernando I), el duque de Terranova o el arzobispo de Valencia, Folch de Cardona, cuya biblioteca fue devuelta a un convento que posteriormente la vendió a la Biblioteca Nacional de Viena.
En aquellos años de arranque hubo también otras vías más elegantes que engrosaron el depósito: compras y donaciones. Y a partir del 26 de julio de 1716 entra en vigor algo que sigue vigente y que es el manantial que ha nutrido la vastísima colección que atesora hoy la BNE (30 millones de documentos): el depósito legal. Un real decreto de Felipe V estableció: “De todas las impresiones nuevas que se hicieren en mis dominios, se haya de colocar en ella un ejemplar del tomo o tomos de la Facultad que trataren, encuadernados y en toda forma en la misma que se practica dar a los del Consejo; colocándose también en dicha Biblioteca todos los libros y demás impresiones que se hubieren dado a la estampa desde el año 1711, en que tuvo principio esta Biblioteca”. Una ley que fue modificada el 30 de julio de 2011 para incorporar “los documentos electrónicos en cualquier soporte, que el estado de la técnica permita en cada momento, y que no sean accesible libremente a través de Internet” y “los sitios web fijables o registrables cuyo contenido pueda variar en el tiempo y sea susceptible de ser copiado en un momento dado”. ¿Habrá que modificar el depósito legal dentro de tres siglos? ¿Se atreven a imaginar cuántos documentos almacenará la BNEde 2311?

martes, 17 de enero de 2012

LIBRO: "TIERRAS DE SANGRE: EUROPA ENTRE HITLER Y STALIN" TIMOTHY J. SNYDER

EL MUNDO, Madrid, JUAN AVILÉS | Publicado el 13Ene12
Traducción de Jesús de Cos. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2011. 609 páginas, 25 euros.

Timothy J. Snyder muestra las similitudes y las diferencias entre las políticas de exterminio de Hitler y Stalin, la interacción entre ambas, y la terrible realidad de que, en países como Ucrania o Polonia, unas y otras atrocidades se superpusieron.
A veces la cultura se concibe como un artículo de lujo, un toque de distinción que permite aparentar refinamiento, algo en definitiva superfluo, de lo que se puede prescindir en tiempos de ajuste. Esa debe ser la concepción de quienes han dejado de apoyar a una publicación tan útil como la Revista de Libros, una excelente iniciativa que se ha visto truncada. Pero lo cierto es que la verdadera cultura proporciona los recursos necesarios para comprender el mundo en que vivimos, tanto mediante los ensayos de psicólogos, economistas o historiadores, como a través de las grandes obras de ficción, ya se trate de Ana Karenina o The Wire. Existen además ciertas cuestiones fundamentales que ninguna persona culta puede evitar plantearse y una de ellas es la de la inmensa ola de violencia que se abatió sobre Europa entre 1914 y 1945, es decir en la era de las guerras mundiales y de las espantosas atrocidades nazis y soviéticas.
La bibliografía sobre los crímenes de Hitler y Stalin es por supuesto inmensa y no faltan obras excelentes traducidas al español, pero no son tan comunes los libros que los aborden desde una perspectiva conjunta, como lo hace Tierras de sangre. Su autor, Timothy Snyder, nacido en 1969, profesor en la universidad de Yale y especialista en la historia de Europa central y oriental, ha escogido para ello un enfoque original, el análisis de lo ocurrido desde la llegada de Hitler al poder hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en las tierras situadas entre el mar Báltico y el mar Negro, que bien merecen la denominación de tierras de sangre porque en ellas murieron la mayoría de las víctimas de Stalin y Hitler. En los países bálticos, Rusia occidental, Bielorrusia, Polonia y Ucrania fueron asesinadas catorce millones de personas, incluidos los judíos occidentales que no eran nativos de la zona, pero perecieron en los campos de exterminio nazis situados en ella. Dos tercios de esas víctimas fueron asesinadas por los nazis y un tercio por los soviéticos, con la peculiaridad de que la mayor parte de las víctimas de Stalin perecieron antes de que comenzara la segunda guerra mundial, mientras que muy pocas personas fueron asesinadas por orden de Hitler antes de 1939. Al abordar en su conjunto todas las matanzas que se perpetraron en aquellas tierras durante aquel período, Snyder ha conseguido mostrar las similitudes y también las diferencias entre las políticas de exterminio de Hitler y Stalin, la interacción entre ambas y la terrible realidad de que, en países como Ucrania o Polonia, unas y otras atrocidades se superpusieron en un breve lapso de tiempo.
La edición original inglesa de Tierras de sangre, que ahora aparece en una cuidada versión española, tuvo una acogida muy favorable y una decena de publicaciones, entre ellas The Economist y The Financial Times la incluyeron entre sus recomendaciones del año. No faltó sin embargo una recensión bastante negativa, la que Richard Evans, prestigioso historiador británico especializado en la historia de la Alemania nazi, publicó en la London Review of Books, en la que, además de numerosas críticas sobre puntos concretos, le reprochó que al destacar los paralelismos entre las políticas de asesinato masivo de Hitler y Stalin había difuminado el carácter único del genocidio judío. Pero en realidad, Snyder no afirma que hubiera una equivalencia entre las respectivas políticas de uno y otro tirano y cualquier lector desapasionado de Tierras de sangre concluirá que los nazis no sólo mataron a más personas que los soviéticos, sino que sus crímenes tuvieron un grado de atrocidad adicional. Un Dante de nuestros días tendría que excavar un décimo círculo para albergar a Stalin y sus colaboradores en su infierno y un undécimo para Hitler y los suyos. También queda claro en Tierras de sangre que el holocausto judío fue un crimen de una categoría excepcional, porque ninguna otra matanza de aquellos años tuvo el propósito definido de exterminar por entero a un grupo étnico, hasta el último de sus hombres, mujeres y niños. La aportación de Tierras de sangre, un libro escrito para que pueda ser entendido sin tener conocimientos previos sobre la historia del periodo, es la de situar el holocausto judío en el contexto de las matanzas perpetradas por los nazis contra gentes no judías y de las matanzas soviéticas, lo que facilita la interpretación histórica de los tres fenómenos.
La documentación histórica en que se basa Snyder está a la altura del tema que aborda. Cita archivos de Polonia, Inglaterra, Rusia, Alemania, Ucrania y Estados Unidos, y en su bibliografía aparecen, junto a obras en inglés o alemán, otras muchas en polaco y en ucraniano, algo que no es común entre los historiadores occidentales. Destaca su esfuerzo por precisar minuciosamente el número de víctimas que se produjeron en cada caso, huyendo de las exageraciones a que en ocasiones ha llevado la pugna entre las políticas nacionales de memoria histórica, que tratan de incrementar el número de víctimas propias, pero también proporciona algunas pinceladas, demasiado escasas, acerca de algunas víctimas individuales, para evitar que las personas sean recordadas sólo como números. Pero en mi opinión lo más valioso del volumen es su esfuerzo por clarificar la génesis y la implementación de cada una de las políticas de asesinato en masa que analiza.
Tierras de sangre se inicia con la terrible hambruna que Stalin permitió deliberadamente que se cebara sobre el campesinado ucraniano a comienzos de los años treinta. Examina a continuación el Gran Terror estalinista, que llegó a su ápice a partir de 1936. La doble ocupación de Polonia por alemanes y soviéticos entre 1939 y 1941 muestra un caso en que ambos tiranos colaboraron para destruir una nación, mientras que la invasión de la Unión Soviética supuso la aplicación parcial del sueño nazi de exterminar a suficientes eslavos para librar espacio a la colonización alemana. Tras ello el libro llega a su tema central, el holocausto. Por último, la trágica suerte de Varsovia, la ciudad europea que más sufrió entre las situadas al oeste de la frontera soviética, merece un capítulo aparte, en el que destaca el desesperado heroísmo de la insurrección judía del gueto y la insurrección nacional de toda la ciudad. Fue uno de esos casos en que morir matando parece la única salida para defender la propia dignidad.
En las tierras de sangre la inmensa mayoría de las víctimas no tuvieron ni siquiera esa oportunidad y es nuestro deber moral conocer las circunstancias históricas que les llevaron a su terrible destino.
EL MUNDO, Madrid, JUAN AVILÉS | Publicado el 13Ene12

Voracidad

Doce, trece, catorce millones de muertos. Niños, ancianos, mujeres, muchedumbres inermes que jamás pisaron un campo de batalla. Ciudadanos que perecen a consecuencia de hambrunas intencionadas, en campos de concentración, en gulags, a tiros, gaseados o por cualquiera de los innumerables y eficaces procedimientos debidos a la inventiva humana. Imposible determinar con precisión el número de víctimas. Número que es como una enorme goma de borrar rostros y nombres. La matanza no es gratuita. La desencadena una combinación de frenesí ideológico y pulsiones elementales como la conquista de los recursos, el control de la tierra, el sometimiento del individuo a la comunidad (el pueblo, la raza, la clase dominante) o la aniquilación de toda posible disidencia. Ocurre en el siglo XX. Dos colonias de hormigas, una alemana y otra rusa, dirigidas por sus respectivos faraones, se lanzan a la devastación del espacio que separa ambos hormigueros. Convendría no olvidarlo. FERNANDO ARAMBURU

sábado, 14 de enero de 2012

UN MILLÓN DE SENOS

EL PAÍS, Madrid, BORIS IZAGUIRRE, 14Ene12

Aprovechando unos días de descanso familiar en Caracas, es imposible no hacerse eco de la gran preocupación de miles de venezolanos. Aparte de la ya tradicional conducta histriónica del presidente Chávez, que aprovecha una ofrenda a la patrona nacional, la Virgen de Coromoto, para informar los cambios de su gabinete y el Ejecutivo desde el mismísimo altar del templo; superando el acecho de la inseguridad en las calles del país, lo que preocupa a los venezolanos es el caso PIP, los implantes de silicona fabricados en Francia por la empresa Poly Implant Prothèse.
La empresa, creada en 1991, llegó a ser la tercera en volumen de ventas de prótesis a nivel mundial. Y Venezuela, uno de sus ansiosos clientes. Desde 2010 se detectaron casos de rotura de los implantes y por ello España y Francia prohibieron su uso. Las últimas informaciones sobre las prótesis son que los implantes contendrían un aditivo para carburantes, que también se emplea en la construcción de materiales de navío y en componentes electrónicos. Dejaron de ser unas mamas del siglo XX para devenir en engendros tecnológicos del siglo XXI. A pesar de la prohibición, en Francia se estiman 20 casos de cáncer en mujeres con estos implantes. No se conoce con certeza cuántas mujeres podrían llevar estas prótesis aterradoras en España. Pero en el mundo podrían existir 500.000 mujeres portadoras de los senos PIP. Un millón de aterradores senos de mentira.
En algunos países subdesarrollados, las operaciones de estética son consideradas símbolos de estatus. A lo mejor también ocurrió en los países PIGS (siglas en inglés para Portugal, Italia, Grecia y España), que precisamente durante los años noventa vieron sus índices económicos inflarse sin fin aparente. Así como se inflaba la economía, se instalaban las prótesis inflamadas.
En esos años, en España se oyó la leyenda urbana de que Ana Obregón habría visto cómo uno de sus senos explotaba durante un vuelo comercial. El tipo de silueta Obregón se convirtió en un referente casi obligado para mujeres más o menos celebres, y más o menos telespectadoras.
Operarse senos, labios, gemelos, glúteos, narices y caderas fue prácticamente una religión moderna en nuestro país. Muchos novios felicitaban a los cirujanos en las fiestas, agradeciéndoles los senos de sus esposas. Nadie preguntó si algún día llegaríamos a extrañar el tacto y el tamaño de los senos naturales. El tiempo fue pasando, el euro creciendo en poder adquisitivo, y en programas de televisión aparecían mujeres que rompían récords Guinness de ensanchamiento de senos mientras contertulias se reían y aproximaban para establecer comparaciones y calibrar inquietudes.
Uno de los más importantes picos de audiencia de nuestra televisión fue la aparición de Belén Esteban rehecha por la ciencia. Seis millones de españoles creyeron ver esa noche una escapatoria a los agobios de la crisis económica. Sí, el dinero, o la sensación de tenerlo, siempre ha estado asociado al deseo de renovar el aspecto que el destino nos entrega. No hay que ser hereje ni llevar una conducta sexual desorganizada para decidir cambiar de cara o de cuerpo. Ni tener una ideología determinada. Aquella alcaldesa de Marbella víctima de la corrupción fue detenida exactamente cuando iniciaba el posoperatorio de una liposucción. En Caracas, diputadas chavistas y votantes de la oposición compiten también detectándose cuánto botox y PIP llevan en el cuerpo.
En aquella espiral de consumo y despilfarro que vivimos hasta 2008, nuestros cuerpos adquirían cada vez formas más avanzadas. Mujeres tigre, hombres King Kong, labios medusa, pechos asfixiantes. La cirugía lo podía todo y el PIP se sumaba al PIB. Más todo. Las mujeres, pechos; los hombres, tatuajes. Ahora que la burbuja explotó, muchas mamas también, y deben ser revisadas.
Varias asociaciones de mujeres afectadas en Argentina y Venezuela exigen que el Estado se haga cargo de la retirada y recolocación de implantes PIP por otros buenos en sus cuerpos. Ya hay quienes se atreven a decir que la decisión de alterar los límites de la naturaleza es individual y no del Estado, el clásico debate entre lo público y lo privado.
Otros esgrimen que los países permitieron la importación de las temibles PIP. En Venezuela, un país que vive una evidente liquidez económica, las implantadas quieren también aprovechar la intervención para rediseñar sus senos, alejándose del look vixen para obtener uno más "elegante".
La elegancia, por alguna razón, se asocia a lo natural. "Se nace elegante", es una frase hecha. Mientras que el glamour, como las mamas, como la corrupción o el despilfarro, se adquieren y están hechos de artificio. Ahora, con déficits que crecen como antes crecían los senos, no queda otra cosa que recurrir a la frase del arquitecto Mies van der Rohe: "Menos es más". Esforzarnos en aplicar a nuestra apariencia el mismo sentido común que ahora imponen a los presupuestos autonómicos.
Shakira apareció con un nuevo look en la entrega del Balón de Oro 2011. En muchos foros se criticó, en otros se alabó. Se fantaseó con "una Marilyn Monroe años veinte", pero lo que exponía Shakira era ese larguísimo traje rojo coronado por dos torrecillas que jugaban en el pecho.
Es otro signo de los tiempos. Donde antes había silicona, ahora hay solo tela. Donde había tatuajes, hay miradas enamoradas. Lo bueno del caso del millón de senos es que ahora con la pobreza parece que vuelve la naturaleza.
JASON REED (REUTERS)

domingo, 8 de enero de 2012

SPIELBERG CABALGA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

EL PAÍS, Madrid, JESÚS RUÍZ MANTILLA 08Ene12
Aunque lo es todo en el cine, Steven Spielberg guarda muchos de sus miedos de niño y sus curas de humildad a cargo de Hitchcock. En 'war horse' aborda la i guerra mundial. Nos cuenta Su nueva aventura cinematográfica durante un encuentro en excLusiva en Londres.

Aunque del uso se le haya agotado en sí mismo ese tan cacareado tópico de rey Midas de Hollywood; aunque según la revista Forbes posea una fortuna de 3.000 millones de dólares gracias al cine y siga haciendo dinero a espuertas con productos de éxito como la reciente Tintín o ahora War horse (Caballo de batalla), sentado ahora en un sillón de un lujoso hotel londinense cara a cara frente a un extraño, Steven Spielberg sigue siendo el niño de unos cinco años que un día entró a contemplar El mayor espectáculo del mundo,de Cecil B. DeMille, y pensó: "¡Esto es lo más alucinante que he visto en mi vida!".
Y eso que en un primer momento el pequeño Steven se sintió estafado. Pensó, no sabe por qué ambigüedad no resuelta ni debidamente clarificada, que su padre le invitaba al circo, cuando en realidad le llevaba a ver una película sobre circo. Pero ese doble juego, la magia inagotable entre la realidad y la ficción que él luego supo captar y explotar como nadie, es algo que no parecía entender del todo bien hasta que pasó un buen rato con las luces apagadas...
"Yo pensé que mi padre me había engañado, que me había traicionado. Creí que me llevaba al circo, pero aquello no era el circo. Aquello era una sala a la que entramos después de haber pasado un frío de muerte en la cola durante hora y media de pie, en una calle de Filadelfia. Allí había butacas alineadas y una enorme cortina roja, pero yo sabía que no era el circo, no olía a circo y sí, cuando se abrió, se proyectaron sobre la pantalla unas imágenes con grano en la que había leones y trapecistas y elefantes, pero no era el circo...".
Hasta que un cambio brusco le puso en situación: "Hay un momento en el que se produce un accidente de tren. Las cosas salen volando hechas pedazos y fue entonces cuando yo entendí, como niño, que aquello era la cosa más impresionante que había visto en mi vida". Quizá por eso, pocos años después, su primera película en super 8 se limitara a regodearse en un choque rodado en un restaurante con su maqueta de trenes eléctricos.
Aunque haya firmado ya 50 películas desde Amblin hasta ahora Lincoln con Daniel Day-Lewis como protagonista, producido 130 y lo haya ganado todo, incluyendo dos oscarscomo director por obras maestras como La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan,otro Premio Irving Thalberg a toda una carrera y alguna estatuilla como productor, Spielberg todavía guarda memoria viva y tiene mucho del pringadillo que fue sistemáticamente expulsado de los rodajes de su maestro, Alfred Hitchcock...
"Me recuerdo en mis inicios metiendo las narices en los estudios, fijándome en cómo se hacían las cosas". La primera vez que le largaron fue cuando se coló a husmear en el set de Cortina rasgada. "Me echó un colaborador, me vio en el rodaje y me preguntó: ¿Quién eres? Me dijo que me encontraba en un espacio privado y que no podía estar allí. Nunca lo conocí. Hitchcock no me echó una vez, me echó dos...".
A ver, ¿cómo fue la segunda piedra en la que tropezó frente al mago? "Después deTiburón, cuando ya era un exitoso joven realizador, me fui con un reportero que estaba haciéndome un perfil a ver el rodaje de La trama. Me presenté allí, ya como director deTiburón, muy ufano, creyéndome suficientemente reconocido como para saludar al maestro, como si tuviera el derecho incuestionable de ser recibido. Él estaba de espaldas, no sé ni cómo pudo notar que andaba por allí".
A partir de ahí, lo mismo de la primera vez. "Habló con su asistente, le dijo algo al oído, vino hacia mí con la mirada fija y me explicó: 'El señor Hitchcock quiere que le diga que no permite visitas en los sets'. Y volvió a echarme. No sé si tenía un ojo en el cogote. El caso es que para mí era un papelón saber que aquel periodista contaría cómo el director de Tiburón fue expulsado de un rodaje. Así que ostento el dudoso honor de haber sido echado no una sino dos veces de su lado, sin siquiera llegar a conocerlo. Más cuandoTiburón era todo un homenaje a su cine".
Aunque haya dirigido películas negras o llenas de acción, misterios, violencia, tensión y lágrimas, obras desde las que se exploran las simas del alma humana a las que buscan el entretenimiento por el entretenimiento, Spielberg todavía es ese muchacho asustado a quien su padre, ingeniero electrónico, le fabricó un caleidoscopio para hipnotizarle y que durmiera las extrañas noches en las que creció entre Haddon Heigths (Nueva Jersey) y Scottsdale (Arizona). Fue en el seno de una familia judía, circunstancia que, como niño, producía entre rechazo y perplejidad a quien más tarde dirigió La lista de Schindler. "En mi casa no teníamos todavía televisión y lo único que había visto que se pareciera fue un invento de mi padre que me fabricó: un caleidoscopio, y creó una ola que daba vueltas y me llevaba a dormir cada noche, cuando era un crío".
El miedo explica muy bien el mundo de Spielberg. Hasta el punto de haberlo reflejado como muy pocos en pantalla sin haber hecho propiamente ninguna película pura del género. Reinventándolo, como hizo en Tiburón o aderezando sus obras más realistas con ese sentimiento. Sobre todo en las secuencias iniciales de Salvar al soldado Ryan, donde el retrato del miedo abre la épica. Es una losa, una parálisis que une como nadie al director que lo muestra y a los espectadores que lo sienten, lo padecen o lo huelen en sus secuencias.
"Tenía miedo de la oscuridad, miedo de todo. Cualquier cosa que le diera miedo a un adulto o a otro niño, yo lo adaptaba a mi propio temor y me producía espanto. Mi madre, durante un tiempo, padeció agorafobia, temía los espacios abarrotados. Ya no. Cuando me lo contó, al día siguiente, yo también tenía miedo de los sitios abarrotados. Me sobrepuse pronto, pero en aquellos tiempos yo me sugestionaba por cualquier cosa".
Ha pasado e interiorizado tanto el terror que hoy es el día en que le resulta imposible verE. T. con su nieto de cuatro años y no destripársela para que no sufra. "Ya soy abuelo", asegura este padrazo de siete hijos fruto de sus matrimonios con Amy Irving y Cate Capshaw. "Tengo dos: Eve, de un año, y Luke, de cuatro. Con él he visto E. T. este verano. Le encantó, recita varias frases. 'Teléfono, mi casa...'. Si hay algo que me apasiona a la hora de volver a ver mis películas, es hacerlo de nuevo a través de sus ojos. Pero me angustiaba mucho que sufriera, y cuando la criatura parece que ha muerto, yo le decía a mi nieto: 'No te preocupes, se va a poner bien, no le pasa nada". Hay que imaginarse la escena. El director que hizo llorar a medio mundo con aquel muñeco del espacio exterior consolando a los espectadores de la tercera generación que la disfruta, negándose a sí mismo para que no sufran sus criaturas. Aun así, Spielberg sabe que una vez que su cine pasa a los ojos de otra gente ya no le pertenece: "Cada uno que lo ve se queda con algo de la película, algo propio. Cuando superas el estreno te conviertes en su huérfano y pasa a ser de los millones de personas que la ven".
Spielberg y los niños... Una entente inagotable de E. T. a Indiana Jones y el templo maldito, El imperio del sol o A. I. Inteligencia artificial. O como en su nueva película,War horse, la historia de un muchacho y un caballo que, según escribió Vargas Llosa después de haber visto la obra de teatro en Londres, resume perfectamente lo que fue la I Guerra Mundial.
"Yo la conocí gracias al libro de Michael Morpurgo que luego fue adaptado al teatro. Lo leí y me conmovió tanto que fui a Londres a ver la obra. Lo que me impactó fue la peripecia de un chaval que se entrega a educar un caballo al que su padre cede al ejército británico. Lo que ocurrió con ocho millones de animales que llegaron a servir en la I Guerra Mundial", afirma el director. "El caballo nos conduce a diferentes ángulos del relato, tanto del ejército aliado como del alemán, inspira respeto, es una historia preciosa, casi un poema".
Con War horse, Spielberg ahonda en otra de las obsesiones que le movían ya desde adolescente: el cine bélico. Pero en este caso cambiando el escenario. Él ha revolucionado la concepción cinematográfica del conflicto más desolador de la historia no solo con sus obras maestras en gran pantalla -La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan-, sino también en Band of brothers y The Pacific, las producciones para televisión que produjo aliado con su amigo Tom Hanks, según Spielberg, "el actor que más naturalidad ha dado en pantalla desde Spencer Tracy". Para probarlo ahí quedan los títulos que ha rodado con él de protagonista desde su experiencia en Soldado Ryan: La terminal y Atrápame si puedes.
Ahora entra de lleno en la I Guerra sin olvidar los pocos referentes que la han llevado al cine: "A mí me encantó Senderos de gloria", comenta sobre la película abiertamente pacifista de Stanley Kubrick, uno de sus maestros reconocidos. "Pero creo que fue Lewis Milestone quien rodó la mejor sobre ese conflicto: Sin novedad en el frente".
Con War horse, Spielberg ahonda en la épica. Nos cuenta cómo un animal capaz de arar una tierra yerma puede sobrevivir a cuatro años de guerra: "Fue un conflicto muy interesante, pero no popularizado como la segunda porque aquella fue un trauma global, el fin de la civilización como la entendíamos. La I Guerra supuso, entre otras muchas cosas terribles, el fin del caballo frente a la tecnología como arma. El caballo era un arma. Millones de animales murieron a cargo de otros inventos y herramientas como el tanque, desde entonces fue relegado a convertirse en una bestia de carga a un precio tremendo. Lo pagó caro. El hecho, además de no ser de utilidad, influyó en su conservación después como especie".
Aunque Spielberg revolucionara de la mano de una generación irrepetible la industria del cine, hoy, mirando hacia atrás, no podríamos entender el séptimo arte sin su paso por él. No solo como creador, sino como reinventor del negocio y urdidor de alianzas junto a Lucas, Coppola, Scorsese, sus colegas retratados por Peter Biskind enMoteros tranquilos, toros salvajes, este paradigma ya con 65 años cumplidos. Aun así, vestido con vaqueros, zapatillas deportivas, gorra y cazadora de aviador, sigue siendo aquel meritorio chaval aparentemente nada rebelde y sombra del tímido y retraído empollón con granos que solo quería dejar buena impresión en los despachos para que le volvieran a contratar. Aunque fuera para hacer nuevos episodios de la serie Colombo.
"Nosotros no pensábamos en cambiar Hollywood. Siempre sentí que solo quería salvarme a mí y nunca al sistema. Solo pretendía que cada película me ayudara a hacer otra. No era por el bien de la industria, sino por mí, para seguir adelante".
El chico que asombró a público y crítica desde sus inicios no tenía intenciones iconoclastas, como sostiene John Baxter en una biografía no autorizada. Ni tomaba LSD, ni vertía sus traumas a propósito o aparentemente en su obra, como recuerda su amiga Margot Kidder en el libro de Biskind. Él era un chico aparentemente inofensivo, que se alimentaba de galletas Oreo y dormía con calcetines.
Sin embargo, así, sin querer, dio la vuelta a los pilares. Todo lo puso patas arriba. No solo como un artista que empezó siendo de culto tras El diablo sobre ruedas en los circulillos intelectuales franceses, por ejemplo, algo que levantó la envidia de aquellos colegas que se empeñaban y no lo lograban tanto, sino como emprendedor de iniciativas revolucionarias en el puro entretenimiento. Eso y no otra cosa fue el inicio de la saga Indiana Jones, emprendida junto a George Lucas después de que este acometiera la saga de Star wars.
"El objetivo era crear un héroe diferente a James Bond. Mientras que Bond nunca se despeina, ni sangra, ni se hiere, salvo ahora en la nueva concepción que le ha dado Daniel Craig, en la época de Connery sobrevivía por la ironía y el estilo. Indiana, en cambio cae herido con frecuencia, le revuelcan, comete errores. Las bases de la comedia son fundamentales. Y está envejeciendo sin perder facultades".
El héroe es otro de los grandes temas de Spielberg: héroes claros como Jones, como Schindler, como ahora Tintin, y oscuros, como los agentes secretos del Mossad al servicio de Israel que retrata en Múnich, su obra más política e incomprendida hasta el momento por ambos bandos en permanente conflicto.
"Es cierto, quizá es más bien una película antiheroica. Da miedo, es negra, conflictiva. Me inspiró mucho la controversia, me pareció interesante. Se polarizó, queríamos crear debate; si no lo hubiera conseguido, habríamos fracasado. Esa película debía volver a poner las conversaciones en la mesa. No trataba de equiparar moralmente a ambos bandos. Hablaba de lo que aquellas personas que son instrumentos de guerra sienten en los momentos más dramáticos a los que se enfrentan, cuando no hay nadie que les consuele y cuando afrontan las consecuencias de sus actos: es introspectiva".
Aun así, aquella película compleja y desgarrada cuenta con su plano más político. El último, en el que un travelling lleva directamente a las Torres Gemelas para cerrar la historia: "No quise decir que aquello que estaba contando trajera esta situación. Simplemente que el mundo cambiaría y que las cosas iban a empeorar y no a mejorar".
Lo que no tiene claro es si dentro de Hollywood y con la que está cayendo, los cineastas deben hoy emplearse en hacernos soñar más que nunca debido a la moral arrasada por la crisis de Occidente. "¿Qué puede hacer Hollywood?", se pregunta: "A mi juicio, no es una herramienta política, pero sí de sueños. Y en ese sentido es caprichosa: los sueños pueden convertirse en realidad, pero no todos están dirigidos a cambiar el mundo. Son personales, de cada artista. La situación presente no es como la del final de la II Guerra Mundial en la que Hollywood se volcó a colaborar con películas que recaudaban fondos para apoyar al ejército o con musicales que ayudaran a la gente a olvidar lo vivido. Hoy Hollywood no está volcado en eso, sino que se empeña en hacer reales los sueños eclécticos de la gente. No tiene por delante una misión. Necesita independencia".
Los sueños, como eclécticos, varían. Y él, como nadie, conoce los gustos del público, algo en lo que se aplicó de joven estudiando cada semana las revistas más populares, deTigger Beat a Esquire, Time o Play Boy, según recuerda su colega John Milius. "Creo que soy una persona con muchas inquietudes, y mis inquietudes son eclécticas. Reconozco el hecho de que el cine europeo y el asiático ahora, por ejemplo, han hecho al personaje el centro de la historia. Para los americanos, la historia vale por la historia misma. Yo aprecio ambas concepciones. Los problemas a los que ciertos personajes se enfrentan en conflicto y luego productos como Avatar, un concepto épico. En este mundo de gustos variados, algo así puede unir grandes públicos al tiempo que otras películas como El discurso del rey se dirige a otros segmentos para justificar en sí su existencia".
Aunque avanzados los años setenta y en plena década de los ochenta, esta generación irrepetible de cineastas, liderada entre otros por él, cambiara la historia del cine para siempre, ahora les toca a otros. Ellos lo salvaron de productores decadentes y cegatones, de seres incapaces de ver hacia dónde se dirigía el arte y el negocio. Tomaron el poder y lo ejercieron a fondo; ahora le toca el turno a otra generación, quizá más difusa. Pero para hacerlo, según Spielberg, tendrán que conocer profundamente el pálpito de la gente.
"Cada generación tiene diferentes sensibilidades y nadie debe salvar Hollywood de nadie: ni de mí, ni de Scorsese, de Lucas, de Coppola o de Cameron... La diferencia entre hoy y cuando nosotros empezábamos es el público. Ahora no se conforman con un género: no basta. Existen muchos tipos de público a los que dirigirse, mucha gente adoradora del cine en todos sus abanicos. Hay que ser capaces de hacer películas para varios segmentos".
Un detallado vistazo a su riquísima filmografía podría ofrecer varias pistas: del pasado, del presente y del futuro del cine, ese que todavía va a escribirse con su nombre.