sábado, 29 de septiembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 5
Al terminar la tarea me sentí satisfecho: tenía la certeza de que iba en buen rumbo, y así como yo entraba en un remanso de tranquilidad, mi amigo el duendecillo retornaba a la escena; al principio sólo se atrevió a asomarse tímidamente por breves instantes, hasta que envalentonado por mi pasividad reapareció sentado a la turca sobre la escribanía devorándose las uñas y con sus ojos brillantes de ansiedad saltando desde los folios en la mesa, a mi rostro. Yo que lo conocía desde siempre sabía que la impaciencia lo quemaba; no retornaría a reposar entre los pliegues de mi alma hasta que no hubiera desentrañando hasta el último arcano que yaciera tras mi hallazgo.
Ante la desesperación del trasgo, abandoné la cripta en búsqueda de un sirviente que me bajara algunas viandas, un bracero y buen número de velas, seguro como estaba que no suspendería la búsqueda hasta no terminarla en su totalidad.
Ya de regreso, mientras comía algo y bebía unos tragos de vino, dejé de lado los folios para abocarme al resto de los objetos que los habían acompañado en su sueño en el interior de la pared. La escarcela de terciopelo, de profundo color lacre, no había sufrido menos los embates de sus peripecias que los folios y su cartapacio; originalmente bordada, de los hilos de oro que en días de esplendor la engalanaron, sólo sobrevivían algunas hebras deslucidas de lo que parecía haber sido un escudo de armas, ya irreconocible. Con más delicadeza que la usada para manipular el cordobán, abrí la jareta que la amordazaba, derramando sobre una servilleta extendida sobre la mesa su contenido: un crucifijo, tal vez de ébano con Cristo de marfil, de menos de un jeme de largo, con pequeñas fichas de nácar incrustadas en su reverso que por su cantidad y numeración romana me pareció que eran para rezar la devoción del Via Crucis; dos anillos de oro de varón, ambos de sello y con anagramas, en uno con las iniciales JS, y en el otro MST; un “tupu” (1) de “tumbagua” (2) , que me arrastró a mis días en el Perú; diversas monedas portuguesas; un largo rosario con los quince misterios (que extraño pensé, en vez de la cruz tradicional, de su extremo pende una de la Orden de Montesa); un tubito de plata finamente burilado y con tapa de presión, en cuyo interior habían numerosos dientes de leche, recuerdos seguros del crecimiento de un infante muy querido, y un pañuelo de dama con puntillas de Flandes y las iniciales MC bordadas en una de sus esquinas, cuya seda marfilada mostraba el paso del tiempo. Me intrigaron los anagramas en anillos y pañuelo; el duendecillo, al que ahora me lo imaginaba aferrado a uno de mis antebrazos para no perder detalle de lo que mis manos descubrían (me recordó a un gerifalte de cetrería pero sin capirote), había llegado a tal grado de excitación que se atrevió por primera vez a hacerse escuchar, gritando con aguda voz: “¡A la bolsa de cuero, Vuecencia, a la bolsa de cuero!”
Sé que es grave falta el hacer sufrir, el someter a tormento, aún cuando un trasgo fuera el penado, ¡cómo lo podría ignorar en mi condición! “Pero si esto en realidad no está sucediendo”, pensé; una sonrisa arqueó mis labios regodeándome por la forma en que jugaba mi imaginación, y siguiendo mi chanza solitaria e interior adelanté la mano hacia la bolsa, sintiendo el temblor de satisfacción del geniecillo, para desviarla al fin de su vuelo hacia los documentos. Y si la curiosidad, esencia del duende, lo enloquecía (ahora había dejado escapar un ligero sollozo de desengaño), también guió a mi mano eligiendo como primer folio a leer uno pequeño, más pequeño aún que la palma de mi mano y de papel extremadamente delgado. En realidad el imán que me atraía no era tanto el papel, sino el pequeño tubo de ligerísimo cobre en el que lo había hallado, no más largo que una pulgada, y que apareció cosido a uno de los tantos folios que clasifiqué.
Notas
(1)Tupu: en quechua, el alfiler con que los aborígenes del Perú prendían sobre un hombro el manto con que se cubrían.
(2)Tumbagua: denominación en quechua del oro de baja ley con que generalmente confeccionaban sus joyas los indígenas peruanos
(Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla

CUENTO


OMEGA
Se movían como fantasmas horadando el polvo entre gris y anaranjado que disolvía los objetos en su entorno, el horizonte no existía, el campo visual apenas tenía una veintena de metros.
¿Qué había más allá?... Sólo lo intuían descifrando los mensajes en sus sensores mediante bip... bip... bip en sus auriculares, y los gráficos, símbolos o guarismos que aparecían en las pantallas verdosas de los visores de sus escafandras, parte vital de las ridículas vestimentas, “trajes de oso” les decían, que dificultaban sus movimientos tras el objetivo de protegerlos... ¿Realmente los protegían?, se había preguntado a medida que el tiempo transcurrió; de ese tiempo que devenía inexorablemente en tedio, en angustia, en pérdida del ideal de ser los constructores de un orden más justo para la humanidad. La realidad se había esfumado suplantada por bips, diagramas verdes en las pantalla, ordenes impersonales en los audífonos; había sido substituida por un insulso modelo informático...
Dentro de las escafandras reinaría el silencio, si no fuera esos bips electrónicos y el ¡Toc... Toc...! del corazón apurado por la adrenalina. Parecían no tener prisa; en realidad no deseaban ir a parte alguna, avanzaban con un mínimo de voluntad, tanto como para no parecer remisos ante las indicaciones que los auriculares o pantallas transmitían. ¡Toc!... Ya no sabían si era mejor andar a pie, cargando las livianas Arple (apócope de Arma Múltiple, que tanto permitía dispara munición convencional inteligente, como granadas, descargas eléctricas paralizantes, rayos sónicos o disparos láser), o en los vehículos, “cucarachas” les llamaban, donde, si bien había aire acondicionado y protección contra la radioactividad, eran blanco más fácil para misiles que podían aparecer de cualquier lado tras esa bruma anaranjada. ¡Toc!... ¡Toc!
“¡Valores!”, alguna vez había pensado él,... “¡Valores!, ¿que son los valores?”, se había interrogado confundido, cuando todo se esfumaba tras la niebla de la barbarie que él también habían colaborado a generar. ¡Toc!... Del otro lado del “traje de oso” o fuera de las “cucarachas” siempre esa niebla claustrofóbica ¡Bip!... deformando ruinas arqueológicas de ciudades y pueblos del siglo XXI, alternando con los restos de algunas “cucarachas” incendiadas, despanzurradas, humeantes; ¡Toc!... rostros de mujeres famélicas; hombres de barbas y ojos renegridos chispeantes de odio; niños escuálidos que ya no pedían más una limosna o un bocado de comida... ahora mendigaban un sorbo de agua. ¡Toc! ... Esos entes odiosos ¡Bip!... eran representación de la humanidad a la que le dijeron en la Academia Global de Hacedores de Paz, que había que salvar de la barbarie, de la opresión, de la tiranía; ¡Toc!... que había que ayudar a encaminarlos hacia la justicia, hacia la igualdad, hacia la posibilidad de decidir su propio destino. ¡Toc!... Él había visto más de una vez a esos espectros interponerse sin protección alguna, sin “trajes de oso”; pretendiendo evitar que ellos los condujeran hacia la felicidad; a ese paraíso en el que querían convertir a este mundo, aún cuando fuera necesario meterlos a empujones o tiros en él...¡Toc!
“Será posible, válgame Dios”, se había dicho cuando aún creía en Él, “que se resistan a ser felices; que se opongan obcecadamente a la libertad que nosotros les daremos y por la que hemos dejado atrás trabajo, tranquilidad, placeres, familia, y el privilegio de ser ciudadanos del único Estado indispensable en este maldito mundo”. ¡Toc!... ¡Bip!... Cambiaron los diagramas en la pantalla de la escafandra. “Halcón Azul, preséntese con su fracción a Alfa. Las “cucarachas” lo esperan en Centauro”, la voz sonó tan impersonal como siempre. ¡Toc!... “Recibido “Halcón Dorado”, contestó automáticamente, ¡Bip!... y también automáticamente dio las instrucciones para la nueva misión. ¡Toc!... “Seguramente medirán las cargas de nuestros dosímetros”, pensó, y maldijo la costumbre de que las “lapiceras”, como llamaban a los instrumentos colgados en el pecho, sobre el “traje de oso”, sólo pudieran ser leídas en el comando. Nunca nadie sabía cuantos Gray había acumulado.¡Toc!... “Es lógico”, pensó, “Eso evita el pánico, y el sistema sabe cuando debe retirar a un hombre antes que la dosis sea peligrosa” ¡Toc!... Todo se cumplió como estaba previsto. Llegaron a Alfa, entraron en la serie de contenedores enterrados que formaban un aséptico, luminoso y cómodo puesto de mando. Ya bañados y con una especie de quimonos cubriendo sus cuerpos, se encolumnaron frente a una puerta con un cartel que decía “Lectura de dosímetros”. El sistema dejaba entrar a los hombres uno por vez a una sala pequeña en donde trabajaba personal con “trajes de oso”, pero esta vez blancos. Él entregó la “lapicera”. El “oso polar” (así los llamaban) introdujo el dosímetro en una computadora, lo sacó y se lo devolvió. “Apriete el pulsador”, dijo sin mirarle a la cara. “¡A ver si tenemos suerte!”, pensó el Teniente, sabiendo que aleatoriamente el pulsador hacía sonar un timbre, lo que significaba que su tiempo de servicio había terminado y que había sido sorteado para retornar a la vida civil. Casi se desmaya cuando sonó el timbre y una baliza parpadeó en el pasillo donde esperaban sus hombres. Sus piernas se le aflojaron por la emoción; el “oso polar” se paró y le dio la mano. “Lo felicito. Ya ha cumplido con su deber, Teniente. Pase a la sala de descanso donde esperará no más de una hora para que le entreguen el uniforme de calle y sus pertenencias, y de ahí, al avión que sale dentro de dos horas. Mañana estará en su casa. Es indispensable que beba abundantemente del zumo que encontrará en la sala, para solucionar la deshidratación que tiene. Que no es poca”. “¿Puedo despedirme de mis hombres?”, preguntó con la voz temblorosa por la emoción. “No, de ninguna manera, por la asepsia. Ud. entiende, y ellos ya conocen los procedimientos; son todos veteranos”.
La sala de descanso estaba tan ordenada como el resto del puesto de mando; blanca, con muebles funcionales y pantallas en las paredes que reproducían, unas tras otras, obras de arte, registros digitales que eran en su mayoría lo único que quedaba de lo que fueron museos. El aire acondicionado era muy agradable. Se sentó con un vaso de zumo en la mano en una reposera que lo devoró entre sus mullidos almohadones, a ver el holograma de la TV en la que se proyectaba una película de cine en tres dimensiones. El cansancio y la tranquilidad que había vuelto a su espíritu lo relajaron, haciendo que los párpados comenzaran a pesarle... ¡Toc!... otro sorbo de zumo... ¡Toc!... Volvían los sonidos de los “trajes de oso” en su ensoñación... ¡Bip!... Los tocs se hacían más espaciados y los bips se sucedían con intervalos irregulares... Se vistió con el uniforme nuevo y subió al avión... ¡Toc!... Lo llevaron desde el aeropuerto a su hogar... ¡Toc!... ¡Bip!... La felicidad se hizo completa realidad cuando vio a su mujer y sus dos hijos esperándolo en el parque de su casa... ¡Toc!... Corrió hacia ellos con los brazos abiertos... ¡Bip!... ¡Toc!... ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! El paisaje se disolvió en una intensa luz blanca, tan brillante como tranquilizadora... ¡Toc!...¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip
En el quirófano del puesto de mando los “osos polar”, apagaron los scanner de signos vitales. “Se fue”, dijo uno cubriendo la cabeza del Teniente con la sábana, “¡El sistema funciona!”, contestó otro. “Con la radiación que tenía acumulada le quedaban pocos días. ¡Este invento de la computadora conectada con la alarma de sorteo, y el zumo de frutas "condimentado", hacen las cosas mucho más fáciles”.
Alfonso Sevilla

EL PRODIGIOSO CAMILLE


Por Marcos Aguinis
Para LA NACION
Viernes 29 de junio de 2007 | Publicado en la Edición impresa
Noticias de Opinión
:

La ópera Samson et Dalila , cantada por el argentino José Cura en Buenos Aires, justifica que se rinda homenaje al talento infrecuente de un músico exitoso y, a la vez, retaceado: Camille Saint-Saëns. Sus detractores lo acusan de ser poco profundo y excesivamente virtuoso, algo así como decir que le falta sal y le sobra sal. Lo mismo se chismeaba de Mozart, a quien tanto se parece. Su vida fue golpeada por dos tragedias: la muerte de su padre cuando él apenas cumplía tres meses y, más tarde, el fallecimiento de sus dos hijitos, con seis meses de distancia entre ambos decesos. No obstante, la genialidad creativa le siguió brotando en cataratas. Bombeaba vitalidad desde el fondo de su alma, necesitada de expresión. Su afición por la música se manifestó apenas había cumplido dos años, en 1837. Empezó a jugar con las teclas del piano que había en su casa, una por una, para diferenciarlas. Experimentaba el sonido de las copas y lo comparaba con el de las campanas. Entonces, su madre y su tía decidieron darle lecciones. Aprendió a leer música antes que las letras del abecedario. A los cinco años compuso su primera pieza, cuya partitura está guardada con celo en la Biblioteca Nacional de Francia. A esa edad, como un fenómeno, lo hicieron participar en un concierto, en el que acompañó al piano una sonata para violín de Beethoven. Casi de súbito demostró, para sorpresa de parientes y amigos, que a los siete años dominaba el latín. ¿Era un monstruo? Tenía diez años cuando ofreció un concierto individual en la famosa y muy exigente sala Pleyel, donde se habían consagrado grandes personalidades de la historia de la música. Ejecutó obras de Bach y Haendel y un concierto de Mozart. Los aplausos le exigieron un bis. El niño dejó boquiabierta a la audiencia cuando preguntó cuál de las 32 sonatas de Beethoven prefería, porque estaba en condiciones de tocarlas todas de memoria.
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viernes, 28 de septiembre de 2007

LA PELÍCULA ARGENTINA “XXY” COMPETIRÁ POR EL OSCAR Y POR EL GOYA.

Es la primera vez que una misma película argentina aspirará a ganar dos de los premios de más renombre en el mundo.
Jueves 27 de setiembre de 2007 | 20:28 – adnCULTURA de La Nación.
La película XXY (Haga clic aquí), de la directora Lucía Puenzo, representará a la Argentina en la entrega de premios Oscar, que otorga la Academia de Cine de Hollywood, y competirá en la sección oficial de los Premios Goya, que otorga la Academia Española de Cine. Así lo determinó la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina (AACCA) en una cerrada votación que dejó en segundo lugar a la película La señal (Haga clic aquí), dirigida por Ricardo Darín y Martín Hodara. El film de Lucía Puenzo venció por 51 votos a 31 para la entrega del Oscar y por 25 a 22 en el Goya, informó la Academia Argentina.
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HALLAN DOS OBRAS DE BERNI ROBADAS ANTES DE SALIR A REMATE

Jueves 27 de setiembre de 2007 | 20:46 (hace 23 horas 37 minutos)- adnCULTURA de La Nación
Por Fernando Rodríguez
De la Redacción de LA NACION


El procedimiento fue, podría decirse, propio del Primer Mundo; al menos, prácticamente imposible de imaginar que hubiera acontecido como lo hizo en esta Argentina jaqueada por la inseguridad y por la habitual lentitud de los procedimientos penales. Pero sí, ocurrió en Buenos Aires que policías federales de la oficina local de Interpol recuperaran, para poner bajo resguardo judicial, una curiosa obra de Antonio Berni robada hace 24 años. Fue ayer (miércoles 26), sólo una hora antes de que fuera subastada, con un precio de base de 150.000 dólares. Se trata, en rigor, no de una, sino de dos pinturas que ocupan el anverso y el reverso del mismo lienzo, y en eso radica lo que hace al conjunto tan peculiar: son El desnudo de Nicole, un óleo realizado en París, en 1928, y La dama de la rosa, ejecutada tres décadas después. La obra está montada en una original máquina plataforma que hace girar el conjunto con eje en la diagonal del rectángulo que forma el marco, de forma que una y otra pintura puedan ser vistas sucesivamente al derecho. José Antonio Berni, hijo del artista fallecido en 1981, supo anteayer a la mañana, en su casa de Madrid, que las pinturas que él y su hermana habían denunciado judicialmente como parte del lote de obras sustraídas del estudio de su padre en 1983, habían reaparecido. El hijo del consagrado artista rosarino, fallecido en 1981, se enteró circunstancialmente de la reaparición de las pinturas, apenas unas horas antes de que fueran subastadas en la Galería Arroyo, gracias al llamado que un potencial comprador que, interesado en adquirirlas, deseaba obtener, de primera agua, datos sobre la autenticidad de las obras. Así lo confirmó el propio Berni, en diálogo con La Nacion, desde Madrid: "Me enteré a las nueve de la mañana, hora española; luego de comprobar en mis archivos que se trataba de dos de las pinturas inventariadas durante la sucesión que estaban marcadas como robadas, llamé a la oficina de Interpol en París, pues soy francés, y a las dos de la mañana [las 21, hora argentina], es decir 17 horas después, me llamaron desde Interpol Buenos Aires para avisarme que el conjunto había sido rescatado". Por cuestiones de confidencialidad comercial, por parte de la galería Arroyo, y del secreto del juzgado de instrucción Nº 19, que intervino en el caso y ordenó a la Sección Programa de Protección del Patrimonio Cultural del Departamento Interpol de la Policía Federal que fueran a buscar las pinturas –lo hicieron a las 18 de anteayer, una hora antes del inicio de la subasta– no se conocen públicamente más datos del último dueño del conjunto. Se trata de un hombre domiciliado en San Isidro, que presentó un recibo de compra con certificación notarial para certificar su propiedad sobre la obra desde un tiempo relativamente reciente. Seguramente, confiaron a La Nacion las fuentes consultadas, mucho más cerca en el tiempo y bastante lejos del día del robo en el estudio de Berni. Consultado sobre el caso, Manuel Ramón, uno de los dueños de la galería Arroyo, explicó a La Nación que la casa de subastas, que dirige junto a Augusto Mengelle, había tomado todas las previsiones posibles, y por los medios usualmente disponibles, para constatar el origen legal de la obra: en rigor, El desnudo de Nicole y La Dama de Rosa no figuran entre las casi 2000 piezas robadas que engrosan la base de datos de búsqueda de Interpol

Información pública
"En una casa de subastas la publicidad de los actos es permanente. Durante trece días las pinturas, con fotos, información y precio de base, estuvieron publicadas en el catálogo de la subasta. La foto pudo verse en el aviso a página entera que la galería Arroyo publicó en La Nación; también, en ediciones de otros diarios", dijo el galerista. "La casa hizo las averiguaciones correspondientes. En la base de Interpol no estaba publicada y no había ningún elemento que nos permitiera suponer que esta obra podía tener un problema", explicó a La Nación Ramón, que, no obstante haber cumplido con los requerimientos judiciales, consideró que, de acuerdo con la información de que dispone, no estaría totalmente comprobado que estas pinturas formen parte del lote de obras robadas del estudio del artista santafecino en 1983. Sobre este punto, fuentes de Interpol dijeron a La Nación que las fotos aportadas hace 24 años a la Justicia, en ocasión de aquella sustracción, constan en el nuevo expediente iniciado en el juzgado Nº 19.
Otro caso en la galería
Para la galería Arroyo no fue esta la primera vez que recibieron la visita de los agentes de Interpol. En mayo último fueron recuperadas allí cuatro pinturas que pertenecían al Museo de Bellas Artes de San Rafael, Mendoza, una institución privada. En aquella ocasión, explicó Ramón, fue la galería la que, en virtud de indagaciones propias, advirtió que las obras podían no ser de la persona que las había llevado para su subasta y dio aviso del hecho a los verdaderos dueños, a los que aconsejó hacer la denuncia que, en definitiva, posibilitó el procedimiento policial en el que fueron recuperadas. El robo de obras de arte y su comercio ilegal, lo reconocen tanto la policía como los propios galeristas, es un flagelo de gran magnitud y de alcance mundial. Y, en términos judicial y policiales, es de difícil investigación y castigo. "En el 99 % de los casos las obras sustraídas reaparecen muchos años después de haber sido robadas, y nunca las tienen los mismos sujetos que las robaron. Pocas veces están en manos de «reducidores», como ocurrió en el caso de Mendoza, y otras, en poder de personas que las han comprado de buena fe, después de que las obras pasaran por varias manos. De ahí que sea inhabitual que en estos casos haya detenciones", explicó a La Nación el subcomisario Marcelo El Haibe, responsable del área de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol. José Antonio Berni, que no ocultó su placer por la reaparición de la creación de su padre, y que espera su restitución al patrimonio familiar, concluyó: "Espero que este excelente trabajo de la policía argentina sirva para que haya más seguridad en la tenencia y comercio de este tipo de bienes culturales, tanto para los coleccionistas como para los galeristas".

miércoles, 26 de septiembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)



(Entrega 4)
-¡Bah!- aventé en alta voz mis convencionalismos- Veamos de que se trata, y terminemos de jugar a las escondidas.
Mi inclinación natural hacia los documentos hizo que mi mano dudara poco, revoloteó un instante sobre la mesa posándose sobre la carpeta de cuero. Casi instintivamente mis dedos tiraron de la cinta que lo aprisionaba desatando el moño; las tapas, como ijares de un caballo al que se le afloja la cincha, se hincharon con alivio, esponjándose en su interior las hojas que aprisionaban. Recién en ese momento tomé conciencia de lo débil que había quedado el cordobán tras su viaje a lo largo del tiempo y de los roedores, y de la escasa hospitalidad del agujero donde había dormido; los bordes habían dejado de ser rectos, los ángulos no existían, el repujado había perdido definición, y de lo que alguna vez fuera policromada terminación sólo quedaban vestigios indefinidos. Con una punta de mi abrigo intenté quitarle el polvo, pero debí desistir al ver la forma en que el más leve roce desgranaba al cuero. Puse el mayor cuidado al abrir sus tapas, sin poder evitar que el lomo se rasgara derramando sobre la mesa una treintena de folios manuscritos, amarillentos, roídos hasta el punto que algunos trozos faltaban; pese a todo, a primer golpe de vista, me parecieron legibles. ¿Por dónde comenzar?, me pregunté, y luego de pensar unos instantes resolví que lo mejor sería: si es que hubieran folios con distintas caligrafías, agruparlos por autores, para después, grupo por grupo, reunirlos por documentos y finalmente, de ser posible, por fecha.
-Recién después de darles un orden, podremos sacar algún provecho de su lectura- le dije a mi imaginario compañero, dándole participación con el plural de mis palabras, y columbré que aceptaba mi proposición con un guiño entre cómplice y resignado; y así fue como comencé mi tarea. Ya lanzado al trabajo, que no fue nada fácil, me sorprendí al encontrar que los papeles eran más recientes de lo que pensaba: los más viejos apenas tenían poco más de cien años; quizás el estado de decrepitud en que se encontraban se debían más al maltrato que habían sufrido; los cambios de clima, ya que colegí, habían tenido una vida trashumante; la acción directa del agua que había dejada sus huellas inconfundibles en la forma de goterones delimitados por aureolas de tinta diluida, y, sin duda, el diente de los roedores, y tal vez de otras alimañas, no había sido ajeno a la obra de destrucción; mi formación en las sabias enseñanzas de San Francisco se conmovió, y no pude dejar de sonreír al pensar que un momento antes me había regocijado al pensar que la pluma de ganso de la escribanía pudiera haber servido para saciar el hambre de alguno de esos animalillos de Dios.
En mi tarea di idas y vueltas cambiando los folios de lugar según me parecían que correspondían a diversas caligrafías; a cada fallido intento le seguía un nuevo comienzo, siempre contemplado, casi diría acuciado, por mi compañero, el trasgo de la curiosidad, que de tanto en tanto desaparecía para reaparecer en los lugares más inverosímiles: abrazado a una vela, suspendido de un arco del techo, danzando nervioso sobre la mesa, desaprobando con abucheos mis fracasos, o dándome ánimos con sus grititos de alborozo las veces que acertaba; tanto importunó el geniecillo, que colmó mi paciencia sacándome de tal forma de mis casillas que le arrojé un trozo de calicanto, lo que hizo que por un lapso desapareciera de mi imaginación, tranquilizando mi búsqueda que pudo llegar en paz a su fin. Clasificarlos por fecha dentro de los grupos fue algo más fácil ya que algunos estaban datados, sirviendo de mojones en el camino de mi búsqueda, entre los que intercalé al resto siguiendo mi intuición o los indicios que me daban los sucesos relatados. (Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla

domingo, 23 de septiembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)




(Entrega 3)
-Ya haré que los pongan en lugar más útil- dije en voz alta, poblando el silencio con mi voz multiplicada por el eco, mientras seguía pasando uno tras otro los volúmenes latinos. Decepcionado encaminé mi búsqueda hacia nuevos rumbos, para tropezar con el trozo de calicanto caído del muro e instintivamente busqué en la pared el lugar de donde había salido, encontrando en su sitio la mancha negra de un agujero. Rápida como siempre se despertó en mi la curiosidad, ese vigilante geniecillo oculto entre los pliegues de mi alma; el duende me miró en mi interior con sus irresistibles ojos pícaros, tentadores, irresistibles; casi podría asegurar que tras hacerme un guiño dio un respingo y corrió a introducirse en el boquete. Las “Epístolas morales” pasaron a segundo plano y aproximé el bizarrón al agujero. Empinándome en la punta de mis pies atisbé hacia su interior descubriendo un pequeño recinto que se ampliaba dentro del muro; no estaba vacío, en su interior vislumbré algunos objetos tras los cuales se deslizó mi mano.
Palpé algo que me pareció un envoltorio de terciopelo; retirado de su escondrijo resultó ser una escarcela que no tardó en pender de mis dientes, volviendo la mano a explorar en el agujero. Esta vez acaricié lo que me pareció era una bolsa de cuero rústico que salió también del cubículo sorprendiéndome con su peso, yendo ambas a parar sobre la mesa. Algo excitado por el hallazgo retorné rápidamente a la búsqueda, para engrosar el tesoro con una daga y un cartapacio de cuero conteniendo numerosos folios. De algún lado bajo el polvo reconquisté una silla, la aproximé a la mesa, y me senté al amor del candelabro para investigar mi descubrimiento. Como siempre que me enfrentaba a una situación en que la incertidumbre llevaba la voz cantante, me tomé unos instantes para contemplar el conjunto, sin pretender analizar cada una de sus partes. Efectivamente, la bolsita era una escarcela de terciopelo y la mayor, la pesada, una bolsa de cuero crudo; la daga, antigua, bastante oxidada y de gavilán cincelado; y el cartapacio, de cordobán, ceñido por una cinta carmesí y con folios en su interior, ostentaba numerosas cicatrices de lo que me imaginé podrían ser destrozos causados por roedores. En esas observaciones estaba, cuando una risita, entre nerviosa e intrigante, tintineó en mi interior; imaginariamente me volví para encontrar sobre mi hombro, sentado con los brazos oprimiendo sus rodillas, al geniecillo que con su cuerpo temblando de curiosidad incontenible clavaba en mí las brasas nerviosas de sus ojos. Lo imaginé rogándome que terminara con ese suplicio de Tántalo, que quitara de una vez por todas el velo de intriga que cubría los hallazgos, que explorara el contenido de la escarcela, que averiguara porqué pesaba tanto la bolsa de cuero, que leyera hasta la última de las letras que seguramente campeaban sobre los folios... Me reí en mi fuero íntimo, ¿no sería que mi imaginación me ofrecía una coartada para disimular la infantil ansia que me embargaba, y que me parecía impropia de mi condición? (Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla

viernes, 21 de septiembre de 2007

COSAS DEL TANGO... (II de II)


Durante la Primera Guerra Mundial, en una comida de corresponsales de guerra que se encontraban en el frente oriental, un pianista toco los himnos de los países allí representados y en homenaje al periodista argentino Tito Foppa, arranco con los compases de "El Choclo" creyendo que era nuestra canción patria. EI Káiser por entonces, no se oponía al tango pero ordenó a los oficiales de su ejercito que lo bailaran con ropas de civil, e igual criterio adoptó el emperador austro - húngaro en Viena. Por la década del '20, Buenos Aires ya estaba en plena transformación en todos los órdenes, en una expansi6n de progreso edilicio que traducía una economía favorable. EI tango ya había ganado la ciudad que lo engendró. De la bombacha gaucha pas6 al pantalón bombilla y al frac. Tanto se bailaba en el patio del conventillo como en la mansi6n aristocrática, en el café de suburbio como en el cabaret "bacán". Cuando en 1925, el príncipe Eduardo de Inglaterra visitó nuestro país, dentro del programa de agasajos lo llevaron a una estancia, donde además del consabido asado, le prepararon una demostraci6n de folklore y tango. Entre los cantores estaba nada menos que Carlos Gardel que ofreció varios tangos al futuro rey. Lo anecdótico resultó que cuando el zorzal cantó "La Cumparsita", el regio visitante lo acompañó con un uquelele demostrando su conocimiento y entusiasmo par la música porteña. Acotemos que "La Cumparsita", uno de los tangos símbolo, nació en Montevideo en 1915 como una marchita estudiantil compuesta por un joven músico llamado Gerardo Matos Rodríguez, quien luego la pas6 a ritmo de tango. En este compás fue estrenada par la orquesta de Roberto Firpo en la confitería La Giralda de la capital uruguaya.

Traida a Buenos Aires tuvo buen suceso, Pascual Contursi le puso letra que en la voz de Gardel cobra un auge que le dio pasaje al mundo. Un hito de singular trascendencia se produjo el 7 de diciembre de 1931 ¡El tango entro al Teatro Colon! Ese día el templo de la música c1asica y el ballet deja el escenario a varias orquestas, cantores y bailarines que deleitaron a un publico mas que entusiasta con "El Entrerriano", "Carillón de la Merced", "Clavel del Aire" y "Margaritas" entre otras composiciones en boga. Según los entendidos, el tango tuvo su época de oro y fue la década del '40 (1940) cuando ya había una maduración musical, estilos inconfundibles y una producción de piezas de excepción. Esta etapa se caracterizo por la gran cantidad de orquestas, autores y compositores pero, por sobre todo, influyeron con efecto multiplicador la radio y la discografía con 10 cualla difusión no encontró fronteras. Por esos años, las orquestas y los canto res tenían sus "hinchadas" como en el fútbol que seguían a sus favoritos a través de los programas radiales y en las presentaciones en los distintos locales que se colmaban de fans para escuchar y bailar. Cada emisora tenia su orquesta típica estable y las compañías discográficas compartían con una producción que les redituaba pingües ganancias.
Estas particularidades del tango 10 fueron reafirmando en el conocimiento internacional. Valga como dato que la organizaci6n de la Aviación Civil Internacional lo incluy6 entre los 26 vocablos que se utilizan en su código abecedario, para las transmisiones radiales entre las torres de control de los aeropuertos y los aviones para reafirmar las iniciales. Tango es la palabra que corresponde a la T, porque según estimó esta organizaci6n de todas las palabras comenzadas con esta letra, tango era la mas conocida universalmente. Si bien se dice que es la música de Buenos Aires porque esta ciudad fue su cuna y matriz, por estos pormenores que anotamos, que son apenas una ínfima partícula de su historia, podemos afirmar que es música universal. Tiene su mitología, su lenguaje propio, sus calles paradigmáticas como Corrientes, se baila en Turquía y en Marruecos, es como un culto en Jpón. Lo bailaron desde Rodolfo Valentino hasta "James Bond", lo cantaron Louis Armstrong, Sarita Montiel y Plácido Domingo. Esta vigente en todas las latitudes. Ha pasado mucha agua bajo el puente y el tango sigue corriendo. Dijo Pitágoras que la música era el remedio del alma y nosotros podemos decir que el tango, como "todo medicamento de confianza", no se vende, se regala en cada esquina de los "cien barrios porteños" y se exporta para alegrar el alma del mundo .
..... cosas del tango .....•
Hugo Giberti

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 2
Busqué casi a tientas el candelabro que sabía adormilado sobre la mesa donde solía trabajar, y lo encendí espantando algo más las penumbras. Invocados por el nuevo halo de claridad aparecieron otros habitantes de la cripta hermanados por el polvo y las telarañas que cubrían la vieja escribanía de plata burilada por manos de la Tierra Nueva, eterna habitante del algarrobo hecho mesa, de donde, para mi sorpresa, había desaparecido la pluma de ganso.
-Tal vez sirvió de alimentos a los ratones- dije en voz alta que se ahuecó en las concavidades del eco, y mi alma, formada en las sabias enseñanzas de San Francisco, vibró regocijada.
La ausencia de la pluma enhebró lo que quizás fuera la primera cuenta del consabido rosario de disquisiciones que ya comenzaba a tomar cuerpo; conjurados por el túnel aparecieron sus silentes habitantes danzando voluptuosos entretejidos de oscuridades y resplandores de las velas, haciendo del acre olor a encierro y humedad el son que entretejía esa caravana, la eterna y buscada caravana de recuerdos: ideas, imágenes... y esta vez parecía que a las consideraciones teológicas les había tocado ir en punta, quizás evocadas por la mención de mi patrono, San Francisco. Séneca... ¿porqué siempre buscaba inspiración en un pagano, para más tutor de quién fuera el Nerón concupiscente y cruel, yo que por mi posición dentro de la Iglesia no podía permitirme caer en error, como cualquier ignorante labrador?... ¡No lo sé!... quizás porque necesitaba afirmarme en el pensamiento profundo y unívoco de un varón virtuoso, sin importarme la religión que lo cobijara, ni quién hubiera sido su pupilo...
-Nunca lo convenceré al P. Juan Darío- dije en alta voz mientras retiraba folios y más folios del cofre donde buscaba el volumen perdido, al ver aparecer la figura de mi confesor lentamente encendida en mi mundo interior.
-¡No olvide que Séneca, en el momento de su muerte, se encomendó a Júpiter Liberador!- resonó en mis oídos la admonición del religioso que, preocupado por mi afición al gran filósofo y moralista, se había convertido en un exégeta de su obra, buscando cargarse de argumentos para apartarme de la desviación en la que me veía a punto de caer.
No estaba Séneca en ese cofre, y tampoco en los otros tres que pesquisé. Atisbé en diversas direcciones, alcé el candelabro ampliando el globo de claridad en el que me encontraba, y me dirigí hacia una barricada de trastos que dormitaban recostados contra una de las paredes de redondas piedras, y allí, agazapada en la penumbra, divisé una biblioteca abarrotada de libros.
-¡Allá debe estar!- pensé, mientras abría brecha en el desorden que se interponía en mi camino y coloqué el candelabro sobre una saliente de la irregular pared, laja que pese a su aparente solidez escapó de su alvéolo y cayó al suelo con gran estruendo arrastrando tras de si el blandón. Si no hubiera sido por el candil olvidado sobre la mesa me habría quedado en la más absoluta oscuridad y no en la penumbra en la que me hallaba, enturbiada aún más por la carencia de mis gafas venecianas que, aprovechando la confusión, huyeron de mi nariz. Retorné a la mesa guiado por el faro del candil, encontré el candelabro, acomodé las maltrechas velas en sus cunas y las encendí, buscando a tientas mis cristales. Con las velas encendidas y las gafas cabalgando nuevamente frente a mis ojos desapareció el tul que cubría las formas, retornando la nitidez a los anaqueles y yo a mi búsqueda entre sus libros: “La Iliada”; Séneca por fin... pero lamentablemente se trataba de “Tratados filosóficos”; “Los doce Césares”, de Suetonio; “Los anales”, de Tácito; “Los nueve libros de la Historia”, de Herodoto; “Oraciones”, de Demóstenes. ¡Que lástima!- pensé- ¡tan buenos libros desperdiciados aquí abajo! ¿Será posible que no estén las “Epístolas morales”? (Continuará- Las entregas se harán los jueves y domingos)
Alfonso Sevilla

jueves, 20 de septiembre de 2007

ENRIQUE ANDERSON IMBERT, BRILLANTE INTELECTUAL ARGENTINO(1910/2000)


Próximos al aniversario de su fallecimiento, Clave 88 Cultural quiere rendir un merecido homenaje a Don Enrique Anderson Imbert, quién nació en Córdoba (Argentina) el 12 de febrero de 1910. De adolescente residió en La Plata publicando cuentos y ensayos en medios locales y se integró al grupo filosófico de Alejandro Korn. En 1928 se traslada a Buenos Aires y colabora en la revista literaria de La Nación, Claridad, Nosotros, Sur, y dirigió la página literaria de La Vanguardia (1931/9). Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras (1931). Se graduó de profesor (1940) y obtuvo el doctorado (1945). Su novela Vigilia (1934) obtuvo el tercer Premio Municipal de Literatura (1935) y el ensayo La flecha en el aire (1937) lo destaca como intelectual. El mentir de las estrellas (1940) es su primera colección de cuentos. En 1946 publicó tres libros: Ensayos, Ibsen y su tiempo y Las pruebas de caos.
Fue docente en Mendoza y de Tucumán. En 1946 recibe la beca Guggenheim y estudia en la Universidad de Columbia. Dictó cátedra en la Universidad de Michigan y la Universidad de Harvard creó para él la cátedra de Literatura Hipanoamericana. En 1965 obtuvo el Master of Arts, Harvard University, EEUU. Su crítica literaria incluye el controvertido libro Antiborges (junto a Pedro Orgambide y Scalabrini Ortiz) en el que vaticina un futuro poco promisorio para quien lo inspira. Fue secretario de la SADE cuando era presidida por Mallea y el criticado Borges. Su estilo creativo está signado por una marcada lógica. En 1994 fue candidato al Premio Cervantes que finalmente recayó en Vargas Llosa. Entre crítica y ficción ha publicado alrededor de treinta obras que incluyen tres novelas y nueve colecciones de cuentos. Retirado de la docencia en 1980 regresó a Argentina donde recibió el Premio Konex (1984). Fue miembro de la Academia Argentina de Letras, Real Academia Española, American Society of Arts and Sciences, Academia Norteamericana de la Lengua, Academia Chilena de la Lengua, Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico. Ha sido un destacado intelectual reconocido más en medios internacionales que en su patria y ha recibido múltiples galardones por su aporte a las letras. Falleció en Buenos Aires el 6 de diciembre de 2000.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

CUENTO DE ENRIQUE ANDERSON IMBERT


LICANTROPÍA
Me trepé al tren justo cuando arrancaba. Recorrí varios coches. ¡Repletos! ¿Qué pasaba ese día? ¿A todo el mundo se le había ocurrido viajar? Por fin descubrí un lugar desocupado. Con esfuerzo coloqué la valija en la red portaequipaje y dando un suspiro de alivio me dejé caer sobre el asiento. Sólo entonces advertí que tenía al frente, sentado también del lado de la ventanilla, nada menos que al banquero que vive en el departamento contiguo al mío. Me sonrió ("¡qué dientes!", diría Caperucita Roja) y supongo que yo también le sonreí, aunque si lo hice fue sin ganas. A decir verdad, nuestra relación se reducía a saludarnos cuando por casualidad nos encontrábamos en la puerta del edificio o tomábamos juntos el ascensor. Yo no podía ignorar que él se dedicaba a los negocios porque una vez, después de felicitarme por el cuento fantástico que publiqué en el diario, se presentó tendiéndome una tarjeta: Rómulo Genovesi, doctor en ciencias económicas y me ofreció sus servicios en caso de que yo quisiera invertir mis ahorros. —Usted —me dijo— vive en otro mundo; yo vivo en éste, que lo tengo bien medido a palmos; con que ya sabe, si puedo serle útil... En otras ocasiones, mientras el ascensor subía o bajaba dieciocho pisos, Genovesi me habló de las condiciones económicas del país, de empresas, bancos, intereses, pólizas, mercados y mil cosas que no entiendo. Tal era el genio de las finanzas que me estaba sonriendo cuando me dejé caer sobre el asiento. Yo hubiera querido olvidar mi pobreza, pero la sola presencia de ese especulador me la recordaba. Me había dispuesto a descansar durante el resto del viaje y de golpe me veía obligado a ser cortés. Si en la jaula del ascensor yo respetaba el talento práctico de mi vecino, ahora, en el vagón de ferrocarril, temía que ese talento, justamente por adaptarse a la realidad ordinaria —realidad que rechazo cada vez que invento una historia— me resultara fastidioso. Mala suerte. El viaje horizontal en tren más largo que el viaje vertical en ascensor, iba a matarme de aburrimiento. Para peor, el éxito que Genovesi obtenía en sus operaciones económicas no se reflejaba en un rostro satisfecho, feliz. Al contrario, su aspecto era tétrico. Teníamos la misma edad, pero (si el espejo no me engañaba) él parecía más viejo que yo. ¿Más viejo? No, no era eso. Era algo, ¿cómo diré?, algo misterioso. No sé explicarlo. Parecía ¡qué sé yo! que su cuerpo, consumido, desgastado, hubiera sobrevivido a varias vidas. Siempre lo vi flaco, nunca gordo; sin embargo, la suya era la flacura del gordo que ha perdido carnes. Más, más que eso. Era como si la pérdida de carnes le hubiera ocurrido varias veces y de tanto engordar y enflaquecer, de tanto meter carnes bajo la piel para luego sacarlas, su rostro hubiera acabado por deformarse. Todavía mantenía erguidas las orejas, prominente la nariz y firmes los colmillos, pero todo la demás se aflojaba y caía: las mejillas, la mandíbula, las arrugas, los pelos, las bolsas de las ojeras... Desde sus ojos hundidos salía esa mirada fría que uno asocia con la inteligencia, y sin duda Genovesi debía de ser muy inteligente. No había razones para dudarlo, tratándose de un doctor en ciencias económicas. Lo malo era que esa inteligencia, ducha en números, cálculos y resoluciones efectivas, a mí siempre me aburre. ¡Ni que hubiera adivinado mi pensamiento! Abandonó esta vez su tema, la economía, y arrimó la conversación al tema mío: la literatura fantástica. Y del mismo modo que en el ascensor me había dado consejos para ganar dinero, ahora, en el tren, me regaló anécdotas raras para que yo escribiese sobre ellas "y me hiciera famoso..." ¡Como si yo las necesitara! Yo, que con una semillita de locura hacía crecer toda una selva de cuentos sofísticos o que con un suceso callejero construía torres de viento, palacios inhabitables y catedrales ateas; yo, veterano; yo, emotivo, fantasioso, arbitrario, espontáneo, grandílocuo y genial, ¡qué diablos iba a necesitar de ese vulgar agente de bolsa para escribir cuentos! Su fatuidad me sublevó, pero acallé la mía (por suerte, cuando me envanezco oigo en la cabeza el zumbido de una abeja irónica) y lo dejé hablar. Su monólogo tuvo forma de espiral. Genovesi fue apartándose del punto central, exacto, lógico que hasta entonces yo suponía que era la residencia permanente de todas las profesiones técnicas. La primera vuelta de la espiral fue poco imaginativa. Se limitó a proponerme que yo escribiera un cuento sobre el caso "rigurosamente verídico" de dos hermanos siameses, unidos por la espalda, que fueron separados a cuchillo en el quirófano del sanatorio Güemes. Cada uno de ellos, para no sentir dolor durante la operación, había convocado por telepatía a un anestesista diferente. Uno de los siameses llamó a un hindú, que lo hizo dormir, y el otro llamó a un chino, que le clavó alfileres. Desde luego que semejante truculencia a mí no me inspiró ningún cuento. Ni siquiera me asombré demasiado de que un doctor en ciencias económicas recontara en serio la atrocidad que le oyó a la cuñada del primo de la enfermera —después de todo la curación por acupuntura, hipnosis y parapsicología, aunque no ortodoxa, ha sido aceptada por algunos médicos— pero sí me asombré bastante cuando, en una segunda vuelta de la espiral, Genovesi dejó atrás a curanderos y manos santas y se apartó hacia la región de las conjeturas seudocientíficas; una: la de que nuestro planeta ha sido colonizarlo por seres extraterrestres. ¡Nada menos! Y en una tercera vuelta se adhirió a la causa de brujos, chamanes, nigromantes y espiritistas. Por rara coincidencia, a medida que Genovesi incurría en el oscurantismo, la oscuridad del anochecer iba borrándole la cara. Ya casi no se la distinguía cuando, en otra expansión de su fe, la palabra pasó del mito a la quiromancia y de la astrología a la metempsicosis[1]. No paró allí. En las siguientes espiras de su monólogo Genovesi se alejó hacia lo que está oculto en el más allá. Él, que como economista jamás hubiera firmado un cheque en blanco, extendía el crédito a cualquier milagrería. Aprovechándose de las críticas a la razón, que la limitan a conocer meros fenómenos, postulaba que debía de haber facultades irracionales y extrasensoriales capaces de conocer la realidad absoluta, y de su axioma deducía que hay que estar predispuesto a creer que aun lo increíble es posible. Posible era que el hombre pudiera vivir en tiempos cíclicos, paralelos o revertidos; posibles eran las reencarnaciones y las telekinesias[2], la premonición y la levitación, el tabú y el vudú... Genovesi desenterraba los mismos fantasmas que yo he visto, vivido y vestido en mis propios cuentos, con la diferencia de que para él lo sobrenatural no era un capricho de la fantasía. Le faltaba el don de los poetas para convertir los sentimientos irracionales en bellas imágenes. ¿Cómo explicarle a ese crédulo que la única magia que cuenta es la de la imaginación, que impone sus formas a una amorfa realidad sin más propósito ni beneficios que el de divertimos con el arte de mentir? Y aun esa imaginación no es espontánea pues sólo vale cuando se junta con la inteligencia. La razón es una débil, novata, vacilante y regañada sirvientita, recién advenida en la evolución biológica, pero que sin sus servicios no podríamos disfrutar del ocio, la libertad y la alegría. Ah, Genovesi sería muy hábil en sus tejemanejes con los bancos pero, en su comercio de ficciones conmigo, el pobre emergía de pantanosos sueños con el delirio de un neurótico, la inocencia de un niño y el miedo de un salvaje. Aceptaba todo menos la razón. Cuando por ahí, sin saberlo ni quererlo, merodeó por la frase unamuniana "la razón es antivital", tuve que reprimir las ganas de retrucarle con la frase orteguiana: "El hombre salió de la bestia y en cuanto descuida su razón, vuelve a bestializarse". Gracias a que todavía no habían encendido las luces del vagón, la noche del campo, una noche sin Luna y sin estrellas, penetró por las ventanillas y reinó adentro tanto como afuera. De no ser por la voz, yo no habría estado seguro de que ese bulto enfrente de mí seguía siendo Genovesi, hasta que el tren se acercó a aquella ciudad perdida en la pampa y faroles a los lados de las vías empezaron a perforar la obscuridad. Cada destello alumbraba a Genovesi por un instante. Mientras el discurso continuaba desenvolviendo la espiral de supersticiones, su rostro reaparecía y desaparecía, y cuando reaparecía ya no era igual. Genovesi se transfiguraba. Los intermitentes resplandores que desde los costados del tren en marcha alteraban sus facciones coincidían con los saltos que la voz daba de una creencia a otra. Lo que yo veía y lo que yo oía se complementaban como en el cine, y el filme era una pesadilla. En eso entramos en un túnel más tenebroso aun que la noche, y Genovesi fue solamente una voz que me sonó extrañamente ronca. Esa voz se puso a contarme que hay hombres que se convierten en lobos. —Bah, el cuentito del licántropo[3] —le dije—. Lo contó Petronio en el Satiricón. —No, no —y su voz salió de la tiniebla misma—. Déjese de licántropos griegos. En la provincia de Corrientes los llamamos lobisones. Le aseguro que existen. Aúllan en las noches sin Luna, como ésta, y matan. Lo sé. Lo sé por experiencia. Créame. Matan... Entonces sucedió algo espeluznante. Los pelos a mí, o a él, se me pusieron de punta cuando al salir del túnel y entrar en la estación, los focos iluminaron de lleno la cara de Genovesi. Espantado, noté que mientras repetía "créame, lo sé, el lobisón existe", se metamorfoseaba. Y cuando terminó de metamorfosearse vi que allí, acurrucado en su cubil, el genio de las finanzas se había convertido en un grandísimo tonto.
[1] Metempsicosis: Doctrina religiosa y filosófica de varias escuelas orientales, y renovada por otras de Occidente, según la cual las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los merecimientos alcanzados en la existencia anterior (N del E).
[2] Telekinesia o telequinesia: Desplazamiento de objetos sin causa física, motivada por una fuerza psíquica o mental (N del E).
[3] Licántropo : hombre lobo (N del E).

COSAS DEL TANGO... (I de II)


“Es dable apreciar que en estos últimos años se ha producido un verdadero “renacimiento” de la música emblemática de Buenos Aires. Basta para comprobarlo analizar la amplísima agenda que, diariamente, ofrece expresiones musicales y bailables atrayendo a los porteños t significativamente a los turistas”.

AL DECIR RENACIMIENTO
, no debe entenderse que en algún momento el tango murió, pero si tuvo un periodo en el que perdido vigencia masiva debido a diversos factores, entre los cuales uno muy importante fue la gran invasi6n de música foránea que sedujo a nuestra juventud. En la actualidad, la "muchachada" ha sido atraída a los bailongos y disputan la pista con los veteranos saboreando tangos. De esta manera conviven en armonía el estilo de la guardia vieja con el vanguardismo contemporáneo. En este marco resulta oportuno recordar algunos datos que hacen a la historia y evoluci6n de esta música que identifica a Buenos Aires como "la Reina del Plata". El tango ha tenido y tiene estudiosos e investigadores que han buceado en el tiempo y han seguido su desarrollo como fenómeno cultural y social desde el mismo nacimiento. Existe una muy respetable bibliografía que abarca todas las etapas y sus protagonistas. De ella surge que el origen del tango debe ubicarse por el ano 1880 y el lugar de gestaci6n en los llamados corrales viejos, zona que hoy es parque de los Patricios y sus adyacencias.
Allí, los criollos que se dedicaban al arreo y matanza de ganado para abastecer a la todavía Gran Aldea, tenían en las pulperías sus momentos de recreaci6n, entre mate y ginebra, naipes, riña de gallos y taba. Pero también, estaba el condimento de la música que surgía de las cuerdas de una "vigüela", un arpa y el acordeón de algún gringo. Las milongas y vidalas se fueron transformando con influencias de candombe, fandango y habanera, produciendo con el tiempo una mezcla que se empez6 a llamar tango. Y este ritmo mereci6 su danza, que en sus principios era entre hombres, hasta que se dio paso a las mozas. Así las parejas en palpitante abrazo le fueron dando una particular coreografía inventada sobre el piso de tierra apisonada. Desde los mataderos fue avanzando hasta sentar plaza en los arrabales de la ciudad, enriqueciéndose musicalmente, y es, por entonces que se van esbozando las clásicas figuras del compadrito, el guapo, el malevo y las percantas que se inscriben alrededor del tango.


Poco a poco se formaron conjuntos tangueros compuestos de guitarras, arpa, acorde6n, flauta y mandolina que amenizaban los bailes en los "piringundines" de la Boca, Barracas, Palermo y Recoleta antigua. La primera composici6n que cobró popularidad fue el tango titulado "Dame la lata", al que siguieron millares de obras que perduran hasta hoy.
En ese desarrollo, música y baile se fueron abriendo paso hacia el centro, no sin ciertas resistencias, puesto que esa forma de baile era considerada todavía como indecente por parte de la sociedad porteña. No obstante, fueron ganando adhesión los conjuntos que incorporaron más piezas surgidas de la inspiración de tantos compositores y especialmente con la incorporación de un instrumento que se convertiría en la base fundamental del tango: el bandoneón. Este instrumento que fue creado por un señor de apellido Band en Alemania, apareció en Buenos Aires por el año 1870, traído seguramente por algún inmigrante que lo cargó desde Hamburgo. Aquí tuvo una rápida aceptación entre los músicos y según se registra, el primero en ejecutarlo públicamente, en un café de la Boca, fue un tal “Pardo Ramos Mejía”. El llamado “ fueye” en el léxico tanguero, se transformó en un símbolo y sus ejecutantes fueron distinguidos en las distintas épocas y han sido apreciados casi con culto como ocurrió con Arolas, Maglio “Pacho”; Greco; Ciriaco Ortiz; Mafia; Laurenz; Troilo y Piazzolla.
Vale acotar que recién en 1944 se comenzaron a fabricar bandoneones en el país y el primero fue probado por Anibal Troilo “Pichuco” en una ceremonia rodeado de colegas de la talla de Canaro, Discépolo, Razzano y Fresedo, entre otros populares músicos. Volvemos atrás en el tiempo. A principios del siglo XX, el tango ya tenía auditorios en cafés, confiterías, cantinas y boliches por toda la Capital con proliferación de orquestas que, al ya mencionado bandoneón , agregaron el piano (1905) con lo que al compás del dos por cuatro se hizo favorito del gusto porteño. Así “El Choclo” y “La Morocha” abrieron una senda que cruzo el Atlántico y sentó base en Paris casi con tenor de virulencia. En la Ciudad Luz, causo una revolución y la música que venia de la Argentina fue adoptada con todo entusiasmo a tal punto que la moda creo un "vestidotango" para las damas que lo bailaban y una tela que se llamo "color tango". Desde la capital francesa continuo viaje a toda Europa produciendo variadas reacciones. En Italia causo preocupación al Vaticano, a tal punto que la Santa Congregación de la Disciplina de los Sacramentos se reunió para decidir si " podía absolverse a los pecadores que eran acusados de bailar el tango". El Papa Pío X lo considero un pecado. En España el rey Alfonso X lo elogiaba con inocultable entusiasmo. En tanto que el zar Nicolás II se intereso por esa música nueva que bailaban los nobles de su corte. Se cuenta que en una reunión protocolar en 1912 donde recibía a los embajadores de distintos países, cuando se presento nuestro representante, exclamo:
-“Argentina ... jOh, el tango!” (Continuará el sábado)
Hugo Giberti

lunes, 17 de septiembre de 2007

CUENTO- Una tarde de río.



Es una tarde húmeda y feliz en los campos. Amaina por fin la lluvia casi sempiterna y entonces sale contento a trotar. Lo hace tras un pájaro y muchas otras cosas. Así corriendo y jugando llega al borde del río. Con una mirada domina el campo que se extiende más allá del otro borde. Enseguida lo tienta la gana de hundirse en esa línea de agua que lo llama y ya está respirando en el aire.
El cielo plomizo, tinto por oscuros nubarrones se mueve lentamente. Bandadas de gorriones se arrojan en vertical hacia el suelo para luego remontarse casi al infinito. Sabe que es en vano pero igual los persigue sin lograr atrapar ningún pájaro. Al enfrentarse con las bandadas se arrima a tientas, se agacha, se abalanza. Confirma otra vez que cuanto hace es inútil. Las pequeñas aves levantan y se alejan raudamente. Piensa que tendría que ser como el aire o como ese viento que le suena amenazante. Sin embargo lo que escucha es el estrépito del agua y su constante fragor. Ese cielo oscuro tan bajo lo hace pensar que está asediado por fantasmas. Casi hunde sus pies en el verde o en el barro. Imprime otra dirección a sus trancos y así se interna en el agua. Comienza a mover brazos y piernas y pronto está nadando.
Tranquilo ve alejarse la costa aunque no olvida las repetidas advertencias paternas. Ya no toca el fondo mientras la corriente veloz lo aleja. Ve pasar el puente viejo, luego el puente nuevo y por último la fábrica militar de pólvora. Trata de salirse, pero un remolino lo atrapa y lo arrastra. Finalmente lo lanza hacia el medio del torbellino líquido que ahora adivina a su enemigo. Aunque está francamente asustado mantiene una esperanzada calma pues aún permanece a flote.
De pronto cree escuchar una voz que se extiende en el campo y queda vibrando en el río. Siente como si lo envolviera un llamado poderoso que lo empuja y domina más que el torbellino líquido mismo. Se pregunta si es la voz del agua que le habla o es el viento. ¿O son las voces de los numerosos muertos por ese caudal traidor? Está en eso y está cada vez más asustado. Suena otra vez la voz y vuelve a preguntarse: ¿quién me llama? Con sobresalto mira para todos lados, y como puede, hacia atrás. Sólo ve ambas márgenes desnudas y las garitas vacías de los centinelas de la fábrica de pólvora que se van desdibujando.
Recuerda a su padre y cree reconocer en aquellos llamados el acento de su firme voz. Lo adivina casi saliendo de entre el follaje costero y ya corriendo en su auxilio. Inconmovible la correntada lo sigue arrastrando más y más rápido. El tiempo corre vertiginosamente y los minutos se le hacen segundos. Todo está mal y comprende que no podrá continuar mucho más. Pero a la vez trata de convencerse de que no es así.
Lo intenta pero ahora no recuerda como pudo llegar a esa situación. Empieza a sentir que su cuerpo es una carga inútil que tampoco logra manejar. Los recuerdos fluyen rápidos al ritmo de sus por momentos manotazos y por otros semibrazadas. Rápidos, caóticos, invertidos, se entrecruzan las imágenes presentes con los recuerdos y las angustias actuales. Todo es un aquelarre de impresiones y sonidos. Y de pronto, finalmente el agua que lo ahoga y lo sofoca. Trata en un último intento sacar la cabeza afuera pero no lo consigue. Luego el fin, la nada, no más pasado, no más presente, no más futuro. Una pantalla en blanco, muda y fría contra la cual se estrella como para toda la eternidad.
Gira el cuerpo con lentitud sobre la cama y se endereza apoyándose en los codos. Escucha pasos que caminan y voces que por momentos se acercan y alejan. Aún no sabe si sueña o está despierto, si logró nadar o si lo salvaron, si está vivo o muerto, si está en el cielo o en el infierno.
Se revuelve en un torbellino de dudas tan sofocante como la masa líquida que antes lo ahogó. Por fin comprende que la sensación del no ser se acabó. Que ya no podrá salir correteando y jugando hacia el río. Que ni siquiera los recuerdos de la niñez tendrán vigencia. Una vez más la voz ausente del coadjutor siempre ordenando, le confirma otro largo y penoso día de cárcel
José Luján

sábado, 15 de septiembre de 2007

EL CODIGO DANTE ALIGHIERI (II de II)


El código Dante en Buenos Aires.
En el breve espacio de una nota no es posible condensar un tema tan amplio e intrincado, pero si hasta aquí hemos hablado de una obra escrita que se puede categorizar de código, pasaremos a verla en una forma material y evidente. El código de Dante, la Divina Comedia, se expresa en un edificio situado en la Avenida de Mayo 1370, de la ciudad de Buenos Aires. Es el llamado Palacio Barolo o Pasaje Barolo puesto que da acceso a otra calle, Hipólito Irigoyen.
Para explicar esto debemos hacer algunas aclaraciones previas.
Es sabido que la arquitectura a través de los tiempos ha traducido ideas, ideologías, política y expresiones que con piedra, ladrillos y estética han puesto de manera concreta el sentir del hombre. Un arquitecto italiano radicado en Buenos Aires desde 1909, estaba imbuído de esa concepción. Se llamaba Mario Palanti, había obtenido su título en Milán, y vino al nuevo mundo en busca de otros horizontes. Era miembro de la logia “Fede Santa”, que como anotamos, tuvo en Dante Alighieri a uno de sus principales jefes. Palanti se relacionó con su compatriota, Luis Barolo, que desde 1890 vivía en Argentina y había logrado una holgada posición económica en la industria textil. Entre ambos, financista y proyectista, se concretó la idea de construír un edificio que simbolizara a Dante y a su obra, dentro de los cánones que propiciaba la sociedad secreta por esencia de la “Fede Santa”: una arquitectura templaria. En 1919 se iniciaron las obras y en 1923, la ciudad de Buenos Aires, asistía a la inauguración de su edificio más alto, erigido en la Avenida de Mayo, entre San José y Santiago del Estero. Toda la construcción responde al código de la Divina Comedia. No es un estilo exótico o caprichoso sino del todo simbólico. Tiene cien metros de altura como cien son los cantos del libro. Es prácticamente un templo que une la tierra y el cielo como la obra de Dante. Todas las proporciones y medidas responden a fórmulas y números tenidos como sagrados desde que Salomón construyó el Templo en Jerusalén. La división del edificio es ternaria como el poema, infierno en la planta baja, con nueve bóvedas que representan los pasos de “iniciación”. Tiene veintidós pisos, catorce de basamento, siete de torre y un faro. Estos también son números que se relacionan con la circunferencia y su diámetro o con la esfera, que era la forma más perfecta para Dante como lo había sido para los pitagóricos. Hasta el piso catorce, simboliza al purgatorio, del quince al veintidós representa el cielo que remata con la luz del faro, la luz que traduce a Dios. Desde esa cúspide se observa la constelación de la Cruz del Sur, que en la comedia es justamente la entrada al cielo. Esta se ve alineada con el eje del edificio en los primeros días de junio a las 19.15 horas. Recorrer sus ámbitos es descubrir los símbolos esotéricos como dragones y serpientes usados por los alquimistas y todos los detalles arquitectónicos responden al mensaje de Dante. Estos datos por demás incompletos, sirven no obstante para afirmar que en Buenos Aires tenemos un código que en nada puede envidiar a los que han resurgido con la novela de Brown. Y al respecto me permito una disgresión. En el año 1970, ese inminente semiólogo, fantástico novelista y literato, también italiano, Umberto Eco encontró providencialmente en una librería de la calle Corrientes un texto que le ayudó para elaborar esa joya que tituló “El nombre de la rosa”. Me imagino que si hubiera recorrido la Avenida de Mayo y sus viejas librerías, se habría enterado tal vez de la existencia del edificio Barolo y de su significado. Y haciendo un juego de imaginación, de más vuelo, pienso en lo que podría habernos regalado sobre este tema, con su pluma erudita que nunca apeló a la fantasía exagerada sino a darle el valor exacto a los significados. En resumen el Código Dante, puede ser descubierto en Avenida de Mayo 1370, de la ciudad de Buenos Aires, puesto que está a mano, no es una novela o una película para comentar. Honestamente no creo haber revelado nada especial, pero aquel lector de estas líneas que se sienta interesado por el tema, tiene un desafío por delante, investigar. Sin necesidad de viajar hasta Milán para ver “La última cena”, ni a Jerusalén, ni a París, ni recorrer antiguos templos. Puede ser muy vivificante, al menos así me resultó a mí.
Por Hugo Giberti

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


(Entrega 1)
Aquel anochecer de invierno bajé, como tantas otras veces, la escalera de piedra; tirabuzón tenebroso que descendía hacia el sótano. Olor a humedad; telarañas hechas hilos de plata por sortilegio de la vela; ahuecado eco, voz del desparejo calicanto; fresca brisa que parecía huir de la oscuridad en la que me sumergía.
Danzando al compás de mis pasos, la luz cimbreante del candil empujaba las penumbras horadando una caverna de tenues resplandores y huidizas sombras. Mis pies, casi ausentes en la frontera entre lo perceptible y la oscuridad, se volvían cautelosos tentando los peldaños de húmedas piedras desgastadas; mi cuerpo, arqueado por el peso del techo, descendía lentamente, la mano ausente de candil adelantada, ora buscando apoyo en las paredes, ora abriendo brecha en el entramado de telarañas.
Finalmente llegué a mi meta: la escalera se derramó en una estancia de fronteras difusas poblada por un bosque de recias columnas, soporte del techo abovedado. Elevé todo lo que pude el candil, perdiendo la llama su timidez. La cúpula de claridad, en cuyo centro me había convertido, se amplió y, paulatinamente, siempre aprisionados por la red de telarañas, comenzaron a aparecer los habitantes de las penumbras: objetos del culto, utensillos diversos, aperos de labranza, muebles en desuso; restos en desorden abandonados por muchos alguien; caóticos despojos de naufragio en la mar del tiempo, donde, en lugar de peces, curioseaban inquietos ratones de chirriantes cotilleos.
De lo que allí había, nada, o muy poco era mío, aunque la mayoría de los objetos me resultaban conocidos ya fuera porque en alguna oportunidad los había usado para determinadas tareas, o bien por haberlos avistado en otras incursiones a ese reino oscilante entre el pasado y el presente. Siempre que bajaba a ese sótano, otros sótanos venían a mi memoria evocando en mí la dulce nostalgia de tiempos idos; allí me rodeaban los fantasmas queridos de seres o circunstancias rescatados del olvido, invocados como genios de un relato de la Alhambra moruna. Cada objeto desataba un recuerdo que se hacía jalón en el camino de mi vida, o bien traía hasta el presente a seres entrañables ya ausentes. A unos los había conocido personalmente, a otros sólo por relatos; ¿podría haber algunos que sólo existieran modelados por mi imaginación en el alfahar del tiempo?... Muchas veces he pensado que sí; probablemente mi mente los había creado algún día, y de tanto evocarlos se habían abierto paso en el universo de lo vivido, ocupando finalmente un sitial entre mis realidades.
No estoy seguro de lo que acabo de decir, lo que tampoco me preocupa demasiado; sólo me regodeo habitando esta hornacina de penumbra socavada en el tiempo y las tinieblas. Cada vez que, llevado por mis responsabilidades, recalaba en la ciudad, encontraba una excusa para descender a lo que habitualmente llamo “mi sótano”, pero que en realidad no es tal, sino el primer eslabón de una infinita sucesión de criptas amplias y angostos pasadizos separados por rejas de gruesos cerrojos, chillantes goznes y pesadas llaves, primer eslabón de un largo túnel que se desdobla y entrecruza tejiendo la malla que repta bajo la villa; en ese, “mi túnel”, dejo al espíritu revolotear libre en el mundo fantástico donde se amalgama la realidad con los sueños.
Y por eso, cada vez que me zambullo blandón en mano en búsqueda de algo, por acuciado que estuviera por la prisa, siempre demoro horas en hallarlo, deteniéndome la más de las veces en la contemplación de objetos ajenos a aquel cuya necesidad me apremia. Esta vez eran “Las epístolas morales” de Séneca, obra en la que a menudo busco inspiración cuando de escribir algo importante se trata; no la había encontrado en la biblioteca, y algo me decía que otro ejemplar estaba aquí abajo, arrumbado en este reino de la magia, el desorden, la diversidad, y el tiempo ido. (Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábado)
Alfonso Sevilla

viernes, 14 de septiembre de 2007

EL CODIGO DANTE ALIGHIERI (I de II)


“Con la aparición de la novela “El Código da Vinci”, reforzada con eficiente marketing y apoyada masivamente por el cine, la sociedad occidental ha sido sacudida por misterios, secretos y enigmas de vieja data que hacen al concepto del dogma cristiano y a la Iglesia Católica. Pero Dan Brown por medio, lo que pocos saben es que en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires existe un código tanto o más interesante que el de Leonardo: El código Dante”.
Si uno se para frente a la vidriera de cualquier librería en estos tiempos, va a encontrar como centro luminoso esta exitosa novela “El código Da Vinci”, y junto a ella una serie de reediciones o nuevas obras que se relacionan con códigos, sociedades secretas, hermetismo, mitos, leyendas y por sobre todo mucha fantasía. Cristo y su relación con Maria Magdalena, los evangelios apócrifos, el Santo Grial, el Santo Sudario, los Templarios y otros temas concordantes sugieren al lector, que ha sido estimulado por la novela de marras, a informarse más y a buscar respuesta a tantos interrogantes. Pero sin entrar en críticas u observaciones al Código Da Vinci, voy a tratar de presentar en estas líneas un código que no requiere mayores conjeturas, conexiones forzadas ni fórmulas de exagerada ficción, pues está al alcance de todos y es simplemente el que nos dejó ese genio florentino con su obra cumbre: La Divina Comedia. En general todos conocen a Dante Alighieri por haberlo estudiado en la materia literatura en el colegio secundario, por ser un renovador de la poesía y por darle a los italianos su idioma, el “dolce stil novo”, al cual fue puliendo básicamente del toscano hasta enaltecerlo como lengua nacional. Pero sin ánimo de establecer comparaciones por oposición, pues admiro a Leonardo Da Vinci en igual medida, Dante, según sus biógrafos más documentados, fue uno de los intelectuales más excepcionales de su tiempo. Su obra literaria es sobresaliente, pero debemos agregar que fue además teólogo (erudito de la Biblia), filósofo, astrónomo, astrólogo, matemático, filólogo, naturalista, historiador, músico y dibujante. Al margen de estas capacidades fue político y diplomático, ocupó cargos en el gobierno de Florencia, y participó como militar en numerosas luchas y batallas de su época. Lo que poco trasciende de esta multifacética personalidad, porque no existen certeras pruebas documentales, es que fue el más celebre “iniciado” de la Edad Media.
Según varios estudiosos e investigadores como Aroux, Reghini, Hutin y R.Guénon, entre los principales, Alighieri fue miembro de una sociedad secreta denominada “La Fede Santa”, orden tercera de filiación templaria. Con este dato podemos comenzar con el esbozo y el por qué de su código. Durante ese largo período histórico que constituyó la Edad Media, la religión dominó todo el quehacer del hombre. Fue un tiempo teocrático en el que toda actividad manual, artesanal o intelectual estaba regida por la fe. La institución Iglesia junto con el Papado, los obispos y el clero, era la administradora del control social pues no sólo tenía el poder espiritual sino también el temporal, vale decir, el predominio sobre cualquier autoridad laica, sean emperadores, reyes o Estados. El valor de la doctrina impuesta por Roma estaba por encima de toda razón y los eclesiásticos defendían la absolutez de su verdad creando una subcultura que sólo se basaba en Dios. Dante Alighieri nació en esta época, en el año 1265 y como tantos otros hombres que se ilustraban merced a su alto nivel intelectual, a pesar de profesar la fe católica encontraban incomprensibles las barreras que la Iglesia ponía en el progreso de las distintas ciencias. Por eso resulta aceptable que se refugiara y adhiriera al esoterismo, a encontrar en las sociedades secretas el ámbito propicio para desarrollarse en el conocimiento que la autoridad religiosa prohibía por entender que menoscababa la fe. Como evidente opositor a las directrices arbitrarias del Papa Bonifacio VIII, escribió un tratado “Monarquía”, en el que con exégesis bíblica expuso sus ideas sobre las relaciones entre el papado y las autoridades civiles, señalando que el primero no debía entrometerse en asuntos seculares ni debía interferir el desarrollo de la sociedad hacia la libertad y el progreso. Esto le valió ser condenado a la hoguera, de la que se libró merced a la gestión de amigos y de su prestigio, pero no lo salvó de ser desterrado de su patria, la ciudad-estado de Florencia. En su exilio escribió su obra máxima: “La Commedia”, la que años más tarde y luego de su muerte fue rebautizada por Boccacio como “La Divina Comedia”. No vamos aquí a transcribir su temática, pues se sabe que se trata del viaje imaginario del propio Dante, llevado por una exuberante fuerza, que en su género, es una obra única e irrepetible por su perfección literaria. Pero sí y muy sintéticamente vamos a resaltar algunos aspectos o “claves” que en mi personal opinión le dan al mensaje categoría de “código”. Justamente Reghini, nombrado en líneas anteriores, opina que la comedia es “una alegoría metafísica-esotérica que vela y expone al mismo tiempo las fases sucesivas por las cuales pasa la conciencia del “iniciado” para alcanzar la inmortalidad”. Recordemos que el poema tiene estructura ternaria: Infierno, Purgatorio y Cielo o Paraíso. El Infierno representa al mundo profano, el Purgatorio comprende las diversas pruebas iniciativas que debe pasar el miembro de la logia una vez aceptado y el cielo es el Cenit al que se llega, la perfección que a través del amor y la sabiduría da el conocimiento de Dios, la salvación eterna, la inmortalidad. A lo largo de la obra surgen toda clase de elementos que califican el esoterismo, tales como doctrinas paganas, gnósticas, cátaras, árabes y herméticas. Lo mismo ocurre con símbolos, algunos del hermetismo cristiano: la cruz, la rosa, el águila, la escala de las siete artes liberales y el pelícano. A ello se suman el simbolismo de los números y cifras que aparecen. Por ello la obra, más allá del sentido literal que puede ser interpretado como filosófico, teológico y moral tiene su significado más profundo que se oculta a la lectura simple y que el mismo autor explica: “ ¡Oh Dios los que de la mente os sentís sanos mirad bien la doctrina que velada/se encuentra en mi verso en los arcanos”. El mensaje codificado es en síntesis un llamado aleccionador a la humanidad sobre las verdades de la fe y de la forma en que puede comprenderse a Dios, descubriendo una cosmovisión del hombre para alcanzar la virtud y la pureza mediante el conocimiento y la sabiduría. (Continuará, con el apasionante tema de “El Código Alighieri en Buenos Aires)
Hugo Giberti

lunes, 10 de septiembre de 2007

HOMENAJE A PEDRO LUIS RAOTA, FOTÓGRAFO ARGENTINO


PEDRO LUIS RAOTA (1934/1986)nació el 26 de Abril de 1934 en la Provincia de El Chaco.
Sus padres, granjeros, no esperaban otra cosa de él que una continuidad en el trabajo de la tierra. Se muda a la ciudad de Santa Fe de la Veracruz en donde adquiere las primeras nociones de fotografía. Su destino queda echado cuando decide vender su bicicleta para adquirir una cámara fotográfica. Es así como comienza a ganarse la vida: haciendo fotos de carné. Su segunda parada es en la ciudad de Villaguay, Entre Ríos, donde hace el servicio militar. En sus ratos libres acompaña al fotógrafo de la compañía ayudándolo y aprendiendo. Al licenciarse del ejército se queda en la ciudad que finalmente resultó ser la puerta para el éxito, pone un estudio fotográfico y comienza a trabajar intensamente, obteniendo sus primeros premios.
Convencido de su valor, lleva sus fotografías a Buenos Aires donde es invitado a exhibirlas en la apertura de una exposición. Este fue el impulso necesario para enviar sus obras a cuanta exposición nacional e internacional podía.

La lista de sus premios es extensísima y como testimonio mostramos aquí los más importantes:

1967 : coincidiendo con el festival Cinematográfico de Cannes, de entre 2500 participantes de todo el mundo gana el segundo premio.1969 : recibe entre otros muchos el Premio al Mejor Reportero Gráfico del Mundo, otorgado en la Haya (Holanda).


1971 : en el Salón Internacional de Fotografía de Hong Kong gana el Primer Premio que vuelve a repetir en 1972 y 1973. También en esos tres años gana el Primer Premio en el Salón Mundial de la Fotografía en Singapur. Obtiene el Primer Premio en el Salón Internacional de Arte Fotográfico de Londres (Inglaterra).1972 : gana el Trofeo Georges Pompidou en París (Francia).

1974 : gana el Premio PRAVDA-74 en Moscú (U.R.S.S.). Este premio de Periodismo Fotográfico le significó un interesantísimo viaje por la Unión Soviética y diversos países europeos y del Medio Oriente. En Europa conquista el premio más importante del año al lograr la Bienal Mundial de EUROPA-75.1976 : gana Primeros Premios en Maitland (Australia), Rochester (USA.), París, San Francisco y el Primer Premio en el Kleuren festival de Morstel (Bélgica). Sus obras son requeridas para ser incluidas en el Museo de Arte Moderno de New York y en el Lonwieu Museum de Texas (USA.).

1977 : gana el Primer Premio en el Salón Internacional de Fotografía Periodística de Washington (USA.). 1978 : gana en Newcastle (Australia) y en Reims (Francia) donde expone como invitado de honor. La Biblioteca Nacional de París incluye una colección de 60 obras en su galería permanente.

1979 : gana en Argentina el Primer Premio en el Salón Internacional de Rosario y también en el de Buenos Aires. 1981-86: Entusiasmado por la fotografía en color, edita un portfolio sobre los Gauchos con 12 temas que despertó el interés de los coleccionistas. En 1981 comenzó a funcionar en Buenos Aires el Instituto Superior de Arte Fotográfico, dirigido por él y secundado por un selecto cuerpo de profesores. Dirección que ocupó hasta su fallecimiento en 1986

Con el correr de los años Pedro Luis Raota desarrolló un estilo muy propio y personal. En sus fotografías, los fuertes acentos de luz resaltando sobre un fondo oscuro, han llegado a ser prácticamente su marca registrada. Cualquier observador que tenga contacto diario con material fotográfico, y aún los no expertos en la materia, pueden reconocer, al primer golpe de vista, la grafía de este maestro. Fotos que no necesitan comentarios adicionales. Su fuerza de expresión desafía cualquier intento de manifestación verbal. A pesar de su repentina desaparición física, el 4 de marzo de 1986, hoy en día sigue considerado como uno de los diez mejores fotógrafos del mundo y, aún teniendo en su haber incontables premios otorgados por jurados de los cinco continente, su arte y creación continúan sorprendiendo por su amor, realismo o crudeza.

domingo, 2 de septiembre de 2007

SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS


EL DIOS DEL SIGLO XXI
Publicado en adn CULTURA, diario La Nación. Sábado 1 de setiembre de 2007
Desde hace pocos años algunos de los más importantes científicos posdarwinianos están desplegando teorías sólidas sobre la imposibilidad de que exista una fuerza creadora sobrenatural. El debate ha cruzado todos los círculos académicos de Europa y de los Estados Unidos y ha llegado a la portada de los grandes diarios. Imposible cerrar los ojos.

Por Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION


Casi todos los seres humanos han nacido y crecido dentro de una comunidad regida por la idea de un Ser Supremo, todopoderoso e infinitamente justo. Quien escribe estas líneas no es una excepción. Los agnósticos y los ateos que conocí en la adolescencia me parecían rarezas que se situaban al margen del mundo. A mitad del camino de la vida, las luces de la razón introdujeron en mí una suma de preguntas para las que no tenía respuesta: ¿debía aceptar a Dios -el Dios de los católicos en mi caso- solo por un acto de fe, sin entender su misterio? O, yendo más allá: ¿Dios existe? Y también: ¿cómo se sabe que Dios existe?
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