domingo, 23 de septiembre de 2007
UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)
(Entrega 3)
-Ya haré que los pongan en lugar más útil- dije en voz alta, poblando el silencio con mi voz multiplicada por el eco, mientras seguía pasando uno tras otro los volúmenes latinos. Decepcionado encaminé mi búsqueda hacia nuevos rumbos, para tropezar con el trozo de calicanto caído del muro e instintivamente busqué en la pared el lugar de donde había salido, encontrando en su sitio la mancha negra de un agujero. Rápida como siempre se despertó en mi la curiosidad, ese vigilante geniecillo oculto entre los pliegues de mi alma; el duende me miró en mi interior con sus irresistibles ojos pícaros, tentadores, irresistibles; casi podría asegurar que tras hacerme un guiño dio un respingo y corrió a introducirse en el boquete. Las “Epístolas morales” pasaron a segundo plano y aproximé el bizarrón al agujero. Empinándome en la punta de mis pies atisbé hacia su interior descubriendo un pequeño recinto que se ampliaba dentro del muro; no estaba vacío, en su interior vislumbré algunos objetos tras los cuales se deslizó mi mano.
Palpé algo que me pareció un envoltorio de terciopelo; retirado de su escondrijo resultó ser una escarcela que no tardó en pender de mis dientes, volviendo la mano a explorar en el agujero. Esta vez acaricié lo que me pareció era una bolsa de cuero rústico que salió también del cubículo sorprendiéndome con su peso, yendo ambas a parar sobre la mesa. Algo excitado por el hallazgo retorné rápidamente a la búsqueda, para engrosar el tesoro con una daga y un cartapacio de cuero conteniendo numerosos folios. De algún lado bajo el polvo reconquisté una silla, la aproximé a la mesa, y me senté al amor del candelabro para investigar mi descubrimiento. Como siempre que me enfrentaba a una situación en que la incertidumbre llevaba la voz cantante, me tomé unos instantes para contemplar el conjunto, sin pretender analizar cada una de sus partes. Efectivamente, la bolsita era una escarcela de terciopelo y la mayor, la pesada, una bolsa de cuero crudo; la daga, antigua, bastante oxidada y de gavilán cincelado; y el cartapacio, de cordobán, ceñido por una cinta carmesí y con folios en su interior, ostentaba numerosas cicatrices de lo que me imaginé podrían ser destrozos causados por roedores. En esas observaciones estaba, cuando una risita, entre nerviosa e intrigante, tintineó en mi interior; imaginariamente me volví para encontrar sobre mi hombro, sentado con los brazos oprimiendo sus rodillas, al geniecillo que con su cuerpo temblando de curiosidad incontenible clavaba en mí las brasas nerviosas de sus ojos. Lo imaginé rogándome que terminara con ese suplicio de Tántalo, que quitara de una vez por todas el velo de intriga que cubría los hallazgos, que explorara el contenido de la escarcela, que averiguara porqué pesaba tanto la bolsa de cuero, que leyera hasta la última de las letras que seguramente campeaban sobre los folios... Me reí en mi fuero íntimo, ¿no sería que mi imaginación me ofrecía una coartada para disimular la infantil ansia que me embargaba, y que me parecía impropia de mi condición? (Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario