miércoles, 26 de septiembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)



(Entrega 4)
-¡Bah!- aventé en alta voz mis convencionalismos- Veamos de que se trata, y terminemos de jugar a las escondidas.
Mi inclinación natural hacia los documentos hizo que mi mano dudara poco, revoloteó un instante sobre la mesa posándose sobre la carpeta de cuero. Casi instintivamente mis dedos tiraron de la cinta que lo aprisionaba desatando el moño; las tapas, como ijares de un caballo al que se le afloja la cincha, se hincharon con alivio, esponjándose en su interior las hojas que aprisionaban. Recién en ese momento tomé conciencia de lo débil que había quedado el cordobán tras su viaje a lo largo del tiempo y de los roedores, y de la escasa hospitalidad del agujero donde había dormido; los bordes habían dejado de ser rectos, los ángulos no existían, el repujado había perdido definición, y de lo que alguna vez fuera policromada terminación sólo quedaban vestigios indefinidos. Con una punta de mi abrigo intenté quitarle el polvo, pero debí desistir al ver la forma en que el más leve roce desgranaba al cuero. Puse el mayor cuidado al abrir sus tapas, sin poder evitar que el lomo se rasgara derramando sobre la mesa una treintena de folios manuscritos, amarillentos, roídos hasta el punto que algunos trozos faltaban; pese a todo, a primer golpe de vista, me parecieron legibles. ¿Por dónde comenzar?, me pregunté, y luego de pensar unos instantes resolví que lo mejor sería: si es que hubieran folios con distintas caligrafías, agruparlos por autores, para después, grupo por grupo, reunirlos por documentos y finalmente, de ser posible, por fecha.
-Recién después de darles un orden, podremos sacar algún provecho de su lectura- le dije a mi imaginario compañero, dándole participación con el plural de mis palabras, y columbré que aceptaba mi proposición con un guiño entre cómplice y resignado; y así fue como comencé mi tarea. Ya lanzado al trabajo, que no fue nada fácil, me sorprendí al encontrar que los papeles eran más recientes de lo que pensaba: los más viejos apenas tenían poco más de cien años; quizás el estado de decrepitud en que se encontraban se debían más al maltrato que habían sufrido; los cambios de clima, ya que colegí, habían tenido una vida trashumante; la acción directa del agua que había dejada sus huellas inconfundibles en la forma de goterones delimitados por aureolas de tinta diluida, y, sin duda, el diente de los roedores, y tal vez de otras alimañas, no había sido ajeno a la obra de destrucción; mi formación en las sabias enseñanzas de San Francisco se conmovió, y no pude dejar de sonreír al pensar que un momento antes me había regocijado al pensar que la pluma de ganso de la escribanía pudiera haber servido para saciar el hambre de alguno de esos animalillos de Dios.
En mi tarea di idas y vueltas cambiando los folios de lugar según me parecían que correspondían a diversas caligrafías; a cada fallido intento le seguía un nuevo comienzo, siempre contemplado, casi diría acuciado, por mi compañero, el trasgo de la curiosidad, que de tanto en tanto desaparecía para reaparecer en los lugares más inverosímiles: abrazado a una vela, suspendido de un arco del techo, danzando nervioso sobre la mesa, desaprobando con abucheos mis fracasos, o dándome ánimos con sus grititos de alborozo las veces que acertaba; tanto importunó el geniecillo, que colmó mi paciencia sacándome de tal forma de mis casillas que le arrojé un trozo de calicanto, lo que hizo que por un lapso desapareciera de mi imaginación, tranquilizando mi búsqueda que pudo llegar en paz a su fin. Clasificarlos por fecha dentro de los grupos fue algo más fácil ya que algunos estaban datados, sirviendo de mojones en el camino de mi búsqueda, entre los que intercalé al resto siguiendo mi intuición o los indicios que me daban los sucesos relatados. (Continuará- Las entregas se harán los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla

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