lunes, 17 de septiembre de 2007

CUENTO- Una tarde de río.



Es una tarde húmeda y feliz en los campos. Amaina por fin la lluvia casi sempiterna y entonces sale contento a trotar. Lo hace tras un pájaro y muchas otras cosas. Así corriendo y jugando llega al borde del río. Con una mirada domina el campo que se extiende más allá del otro borde. Enseguida lo tienta la gana de hundirse en esa línea de agua que lo llama y ya está respirando en el aire.
El cielo plomizo, tinto por oscuros nubarrones se mueve lentamente. Bandadas de gorriones se arrojan en vertical hacia el suelo para luego remontarse casi al infinito. Sabe que es en vano pero igual los persigue sin lograr atrapar ningún pájaro. Al enfrentarse con las bandadas se arrima a tientas, se agacha, se abalanza. Confirma otra vez que cuanto hace es inútil. Las pequeñas aves levantan y se alejan raudamente. Piensa que tendría que ser como el aire o como ese viento que le suena amenazante. Sin embargo lo que escucha es el estrépito del agua y su constante fragor. Ese cielo oscuro tan bajo lo hace pensar que está asediado por fantasmas. Casi hunde sus pies en el verde o en el barro. Imprime otra dirección a sus trancos y así se interna en el agua. Comienza a mover brazos y piernas y pronto está nadando.
Tranquilo ve alejarse la costa aunque no olvida las repetidas advertencias paternas. Ya no toca el fondo mientras la corriente veloz lo aleja. Ve pasar el puente viejo, luego el puente nuevo y por último la fábrica militar de pólvora. Trata de salirse, pero un remolino lo atrapa y lo arrastra. Finalmente lo lanza hacia el medio del torbellino líquido que ahora adivina a su enemigo. Aunque está francamente asustado mantiene una esperanzada calma pues aún permanece a flote.
De pronto cree escuchar una voz que se extiende en el campo y queda vibrando en el río. Siente como si lo envolviera un llamado poderoso que lo empuja y domina más que el torbellino líquido mismo. Se pregunta si es la voz del agua que le habla o es el viento. ¿O son las voces de los numerosos muertos por ese caudal traidor? Está en eso y está cada vez más asustado. Suena otra vez la voz y vuelve a preguntarse: ¿quién me llama? Con sobresalto mira para todos lados, y como puede, hacia atrás. Sólo ve ambas márgenes desnudas y las garitas vacías de los centinelas de la fábrica de pólvora que se van desdibujando.
Recuerda a su padre y cree reconocer en aquellos llamados el acento de su firme voz. Lo adivina casi saliendo de entre el follaje costero y ya corriendo en su auxilio. Inconmovible la correntada lo sigue arrastrando más y más rápido. El tiempo corre vertiginosamente y los minutos se le hacen segundos. Todo está mal y comprende que no podrá continuar mucho más. Pero a la vez trata de convencerse de que no es así.
Lo intenta pero ahora no recuerda como pudo llegar a esa situación. Empieza a sentir que su cuerpo es una carga inútil que tampoco logra manejar. Los recuerdos fluyen rápidos al ritmo de sus por momentos manotazos y por otros semibrazadas. Rápidos, caóticos, invertidos, se entrecruzan las imágenes presentes con los recuerdos y las angustias actuales. Todo es un aquelarre de impresiones y sonidos. Y de pronto, finalmente el agua que lo ahoga y lo sofoca. Trata en un último intento sacar la cabeza afuera pero no lo consigue. Luego el fin, la nada, no más pasado, no más presente, no más futuro. Una pantalla en blanco, muda y fría contra la cual se estrella como para toda la eternidad.
Gira el cuerpo con lentitud sobre la cama y se endereza apoyándose en los codos. Escucha pasos que caminan y voces que por momentos se acercan y alejan. Aún no sabe si sueña o está despierto, si logró nadar o si lo salvaron, si está vivo o muerto, si está en el cielo o en el infierno.
Se revuelve en un torbellino de dudas tan sofocante como la masa líquida que antes lo ahogó. Por fin comprende que la sensación del no ser se acabó. Que ya no podrá salir correteando y jugando hacia el río. Que ni siquiera los recuerdos de la niñez tendrán vigencia. Una vez más la voz ausente del coadjutor siempre ordenando, le confirma otro largo y penoso día de cárcel
José Luján

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