sábado, 29 de septiembre de 2007
CUENTO
OMEGA
Se movían como fantasmas horadando el polvo entre gris y anaranjado que disolvía los objetos en su entorno, el horizonte no existía, el campo visual apenas tenía una veintena de metros.
¿Qué había más allá?... Sólo lo intuían descifrando los mensajes en sus sensores mediante bip... bip... bip en sus auriculares, y los gráficos, símbolos o guarismos que aparecían en las pantallas verdosas de los visores de sus escafandras, parte vital de las ridículas vestimentas, “trajes de oso” les decían, que dificultaban sus movimientos tras el objetivo de protegerlos... ¿Realmente los protegían?, se había preguntado a medida que el tiempo transcurrió; de ese tiempo que devenía inexorablemente en tedio, en angustia, en pérdida del ideal de ser los constructores de un orden más justo para la humanidad. La realidad se había esfumado suplantada por bips, diagramas verdes en las pantalla, ordenes impersonales en los audífonos; había sido substituida por un insulso modelo informático...
Dentro de las escafandras reinaría el silencio, si no fuera esos bips electrónicos y el ¡Toc... Toc...! del corazón apurado por la adrenalina. Parecían no tener prisa; en realidad no deseaban ir a parte alguna, avanzaban con un mínimo de voluntad, tanto como para no parecer remisos ante las indicaciones que los auriculares o pantallas transmitían. ¡Toc!... Ya no sabían si era mejor andar a pie, cargando las livianas Arple (apócope de Arma Múltiple, que tanto permitía dispara munición convencional inteligente, como granadas, descargas eléctricas paralizantes, rayos sónicos o disparos láser), o en los vehículos, “cucarachas” les llamaban, donde, si bien había aire acondicionado y protección contra la radioactividad, eran blanco más fácil para misiles que podían aparecer de cualquier lado tras esa bruma anaranjada. ¡Toc!... ¡Toc!
“¡Valores!”, alguna vez había pensado él,... “¡Valores!, ¿que son los valores?”, se había interrogado confundido, cuando todo se esfumaba tras la niebla de la barbarie que él también habían colaborado a generar. ¡Toc!... Del otro lado del “traje de oso” o fuera de las “cucarachas” siempre esa niebla claustrofóbica ¡Bip!... deformando ruinas arqueológicas de ciudades y pueblos del siglo XXI, alternando con los restos de algunas “cucarachas” incendiadas, despanzurradas, humeantes; ¡Toc!... rostros de mujeres famélicas; hombres de barbas y ojos renegridos chispeantes de odio; niños escuálidos que ya no pedían más una limosna o un bocado de comida... ahora mendigaban un sorbo de agua. ¡Toc! ... Esos entes odiosos ¡Bip!... eran representación de la humanidad a la que le dijeron en la Academia Global de Hacedores de Paz, que había que salvar de la barbarie, de la opresión, de la tiranía; ¡Toc!... que había que ayudar a encaminarlos hacia la justicia, hacia la igualdad, hacia la posibilidad de decidir su propio destino. ¡Toc!... Él había visto más de una vez a esos espectros interponerse sin protección alguna, sin “trajes de oso”; pretendiendo evitar que ellos los condujeran hacia la felicidad; a ese paraíso en el que querían convertir a este mundo, aún cuando fuera necesario meterlos a empujones o tiros en él...¡Toc!
“Será posible, válgame Dios”, se había dicho cuando aún creía en Él, “que se resistan a ser felices; que se opongan obcecadamente a la libertad que nosotros les daremos y por la que hemos dejado atrás trabajo, tranquilidad, placeres, familia, y el privilegio de ser ciudadanos del único Estado indispensable en este maldito mundo”. ¡Toc!... ¡Bip!... Cambiaron los diagramas en la pantalla de la escafandra. “Halcón Azul, preséntese con su fracción a Alfa. Las “cucarachas” lo esperan en Centauro”, la voz sonó tan impersonal como siempre. ¡Toc!... “Recibido “Halcón Dorado”, contestó automáticamente, ¡Bip!... y también automáticamente dio las instrucciones para la nueva misión. ¡Toc!... “Seguramente medirán las cargas de nuestros dosímetros”, pensó, y maldijo la costumbre de que las “lapiceras”, como llamaban a los instrumentos colgados en el pecho, sobre el “traje de oso”, sólo pudieran ser leídas en el comando. Nunca nadie sabía cuantos Gray había acumulado.¡Toc!... “Es lógico”, pensó, “Eso evita el pánico, y el sistema sabe cuando debe retirar a un hombre antes que la dosis sea peligrosa” ¡Toc!... Todo se cumplió como estaba previsto. Llegaron a Alfa, entraron en la serie de contenedores enterrados que formaban un aséptico, luminoso y cómodo puesto de mando. Ya bañados y con una especie de quimonos cubriendo sus cuerpos, se encolumnaron frente a una puerta con un cartel que decía “Lectura de dosímetros”. El sistema dejaba entrar a los hombres uno por vez a una sala pequeña en donde trabajaba personal con “trajes de oso”, pero esta vez blancos. Él entregó la “lapicera”. El “oso polar” (así los llamaban) introdujo el dosímetro en una computadora, lo sacó y se lo devolvió. “Apriete el pulsador”, dijo sin mirarle a la cara. “¡A ver si tenemos suerte!”, pensó el Teniente, sabiendo que aleatoriamente el pulsador hacía sonar un timbre, lo que significaba que su tiempo de servicio había terminado y que había sido sorteado para retornar a la vida civil. Casi se desmaya cuando sonó el timbre y una baliza parpadeó en el pasillo donde esperaban sus hombres. Sus piernas se le aflojaron por la emoción; el “oso polar” se paró y le dio la mano. “Lo felicito. Ya ha cumplido con su deber, Teniente. Pase a la sala de descanso donde esperará no más de una hora para que le entreguen el uniforme de calle y sus pertenencias, y de ahí, al avión que sale dentro de dos horas. Mañana estará en su casa. Es indispensable que beba abundantemente del zumo que encontrará en la sala, para solucionar la deshidratación que tiene. Que no es poca”. “¿Puedo despedirme de mis hombres?”, preguntó con la voz temblorosa por la emoción. “No, de ninguna manera, por la asepsia. Ud. entiende, y ellos ya conocen los procedimientos; son todos veteranos”.
La sala de descanso estaba tan ordenada como el resto del puesto de mando; blanca, con muebles funcionales y pantallas en las paredes que reproducían, unas tras otras, obras de arte, registros digitales que eran en su mayoría lo único que quedaba de lo que fueron museos. El aire acondicionado era muy agradable. Se sentó con un vaso de zumo en la mano en una reposera que lo devoró entre sus mullidos almohadones, a ver el holograma de la TV en la que se proyectaba una película de cine en tres dimensiones. El cansancio y la tranquilidad que había vuelto a su espíritu lo relajaron, haciendo que los párpados comenzaran a pesarle... ¡Toc!... otro sorbo de zumo... ¡Toc!... Volvían los sonidos de los “trajes de oso” en su ensoñación... ¡Bip!... Los tocs se hacían más espaciados y los bips se sucedían con intervalos irregulares... Se vistió con el uniforme nuevo y subió al avión... ¡Toc!... Lo llevaron desde el aeropuerto a su hogar... ¡Toc!... ¡Bip!... La felicidad se hizo completa realidad cuando vio a su mujer y sus dos hijos esperándolo en el parque de su casa... ¡Toc!... Corrió hacia ellos con los brazos abiertos... ¡Bip!... ¡Toc!... ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! El paisaje se disolvió en una intensa luz blanca, tan brillante como tranquilizadora... ¡Toc!...¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip
En el quirófano del puesto de mando los “osos polar”, apagaron los scanner de signos vitales. “Se fue”, dijo uno cubriendo la cabeza del Teniente con la sábana, “¡El sistema funciona!”, contestó otro. “Con la radiación que tenía acumulada le quedaban pocos días. ¡Este invento de la computadora conectada con la alarma de sorteo, y el zumo de frutas "condimentado", hacen las cosas mucho más fáciles”.
Alfonso Sevilla
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