sábado, 15 de septiembre de 2007

EL CODIGO DANTE ALIGHIERI (II de II)


El código Dante en Buenos Aires.
En el breve espacio de una nota no es posible condensar un tema tan amplio e intrincado, pero si hasta aquí hemos hablado de una obra escrita que se puede categorizar de código, pasaremos a verla en una forma material y evidente. El código de Dante, la Divina Comedia, se expresa en un edificio situado en la Avenida de Mayo 1370, de la ciudad de Buenos Aires. Es el llamado Palacio Barolo o Pasaje Barolo puesto que da acceso a otra calle, Hipólito Irigoyen.
Para explicar esto debemos hacer algunas aclaraciones previas.
Es sabido que la arquitectura a través de los tiempos ha traducido ideas, ideologías, política y expresiones que con piedra, ladrillos y estética han puesto de manera concreta el sentir del hombre. Un arquitecto italiano radicado en Buenos Aires desde 1909, estaba imbuído de esa concepción. Se llamaba Mario Palanti, había obtenido su título en Milán, y vino al nuevo mundo en busca de otros horizontes. Era miembro de la logia “Fede Santa”, que como anotamos, tuvo en Dante Alighieri a uno de sus principales jefes. Palanti se relacionó con su compatriota, Luis Barolo, que desde 1890 vivía en Argentina y había logrado una holgada posición económica en la industria textil. Entre ambos, financista y proyectista, se concretó la idea de construír un edificio que simbolizara a Dante y a su obra, dentro de los cánones que propiciaba la sociedad secreta por esencia de la “Fede Santa”: una arquitectura templaria. En 1919 se iniciaron las obras y en 1923, la ciudad de Buenos Aires, asistía a la inauguración de su edificio más alto, erigido en la Avenida de Mayo, entre San José y Santiago del Estero. Toda la construcción responde al código de la Divina Comedia. No es un estilo exótico o caprichoso sino del todo simbólico. Tiene cien metros de altura como cien son los cantos del libro. Es prácticamente un templo que une la tierra y el cielo como la obra de Dante. Todas las proporciones y medidas responden a fórmulas y números tenidos como sagrados desde que Salomón construyó el Templo en Jerusalén. La división del edificio es ternaria como el poema, infierno en la planta baja, con nueve bóvedas que representan los pasos de “iniciación”. Tiene veintidós pisos, catorce de basamento, siete de torre y un faro. Estos también son números que se relacionan con la circunferencia y su diámetro o con la esfera, que era la forma más perfecta para Dante como lo había sido para los pitagóricos. Hasta el piso catorce, simboliza al purgatorio, del quince al veintidós representa el cielo que remata con la luz del faro, la luz que traduce a Dios. Desde esa cúspide se observa la constelación de la Cruz del Sur, que en la comedia es justamente la entrada al cielo. Esta se ve alineada con el eje del edificio en los primeros días de junio a las 19.15 horas. Recorrer sus ámbitos es descubrir los símbolos esotéricos como dragones y serpientes usados por los alquimistas y todos los detalles arquitectónicos responden al mensaje de Dante. Estos datos por demás incompletos, sirven no obstante para afirmar que en Buenos Aires tenemos un código que en nada puede envidiar a los que han resurgido con la novela de Brown. Y al respecto me permito una disgresión. En el año 1970, ese inminente semiólogo, fantástico novelista y literato, también italiano, Umberto Eco encontró providencialmente en una librería de la calle Corrientes un texto que le ayudó para elaborar esa joya que tituló “El nombre de la rosa”. Me imagino que si hubiera recorrido la Avenida de Mayo y sus viejas librerías, se habría enterado tal vez de la existencia del edificio Barolo y de su significado. Y haciendo un juego de imaginación, de más vuelo, pienso en lo que podría habernos regalado sobre este tema, con su pluma erudita que nunca apeló a la fantasía exagerada sino a darle el valor exacto a los significados. En resumen el Código Dante, puede ser descubierto en Avenida de Mayo 1370, de la ciudad de Buenos Aires, puesto que está a mano, no es una novela o una película para comentar. Honestamente no creo haber revelado nada especial, pero aquel lector de estas líneas que se sienta interesado por el tema, tiene un desafío por delante, investigar. Sin necesidad de viajar hasta Milán para ver “La última cena”, ni a Jerusalén, ni a París, ni recorrer antiguos templos. Puede ser muy vivificante, al menos así me resultó a mí.
Por Hugo Giberti

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