lunes, 28 de mayo de 2007

BEATRICE O LA LUCHA POR LA LIBERTAD (I de III)


La tarde primaveral avanzaba en la vega del Arno, espantando al invierno con el aroma de las flores silvestres que abrían sus pétalos y la sinfonía de las aves que jugaban al galanteo y, de tanto en tanto, igual que los seres humanos, desataban algunas rencillas, tan sólo para sazonar el flirt, con la deseada especia de la reconciliación.
Por la vereda, a la vera del río, galopaba un caballo hacia la silueta de la Florencia renacentista, dejando atrás el castillo gótico de donde venía. Todo era armonía y pacífica belleza; todo menos el espíritu del jinete retorcido por una lucha interna que se desahogaba en la brutalidad con que acicateaba al corcel con sus espuelas.
-“¿Porqué justamente a mí, Andrea Orsini, me tiene que tocar este calvario?”- pensaba el jinete de unos diez y siete años; chaqueta de fino terciopelo lacre bordado en oro, calzones del mismo color y altas botas delicadamente trabajadas.
-“¿Porque se le tiene que ocurrir a mi padre casarme con Inés Sforza, a quien apenas conozco y no amo?”- columbraba, mientras se quitaba el birrete emplumado para secarse el sudor de su frente- “ ¡Lo sabes, Andrea!”- se contestó en voz alta- “Es esa maldita alianza de familias para fortificar el poder de mi casa, y sobre todo el de mi padre”- obnubilados por el drama en que se debatía, sus ojos eran incapaces de gozar del paisaje, y sus oídos de percibir la musicalidad del río, absortos en la contemplación de su interior torturado por el sino que le imponía su alcurnia....
En un recodo del río, una niña de hermosas formas lavaba ropa con la falda arremangada, dejando expuestas la belleza de unas piernas bien torneadas; rescatando con su belleza al joven de su lucha interior .
Andrea contuvo su cabalgadura y echando pie a tierra hizo una amplia reverencia saludando a la niña, acompañada por un elegante abanicar de su birrete, como si de una noble dama se tratara, arrancando un destello de sorpresa de sus ojos de miel.
-“Nunca vi antes ninfa del bosque tan bella como vos, ¿como os llamáis?”- dijo enderezando su reverencia y avanzando hacia la niña que continuaba petrificada con el agua a las rodillas.
-“Beatrice, señor”- respondió, intentando torpemente arreglar sus cabellos castaños que daban hermoso marco a su cara ovalada, sin impedir que un flequillo rebelde insistiera en descolgarse sobre su frente.
Y así se inició un diálogo, en el que la juventud de ambos pudo más que los convencionalismos sociales. Hablaron de mil cosas mientras caminaban por la orilla, no tardando Andrea en tomarla de la mano.
-“¿Quieres Beatrice cabalgar conmigo?- preguntó el doncel, aproximándose al caballo. No esperó respuesta el joven y tomando con manos temblorosas a la niña por la cintura, la izó depositándola en la parte delantera de la montura.
Al subirla los cuerpos se juntaron por un instante, acelerando el pulso de Andrea, y haciendo sonrojar a la niña. Cabalgaron, la espalda de la joven apretada contra el pecho de Andrea; acompasados por el galope se mecían los cuerpos, los senos turgentes de Beatrice rozando los brazos del joven, estableciéndose un mudo lenguaje corporal que echó más leños a la hoguera de la pasión, hasta ese momento sólo pequeña llama que había comenzado a iluminar la relación entre ambos.
Al llegar a una alameda contuvo el joven su caballo y descendiendo volvió a tomar por la cintura a un cuerpo que ya no se inhibió; ambos gozaron de ese instante de tibio intimidad que ninguno se propuso abreviar.
Ya en tierra, muy juntos ambos, él la miró a los ojos y rozó los labios de Beatrice con los suyos, provocando en la joven una nerviosa sonrisita que antes había escuchado, cuando quería disimular una situación que le agradaba, pero sin atreverse a admitirlo.
Y así, entre escarceos, juegos de seducción, corridas entre los árboles, terminaron por tenderse en la hierba donde las caricias se profundizaron sin llegar hasta los extremos que la juventud de Andrea exigía; el tiempo había transcurrido más aprisa de lo que ninguno de los dos suponía y el atardecer se aproximaba a las primeras penumbras.
-“Debo retornar a mi casa, Andrea”- dijo ella, dejándolo sin repuesta en su rápida huida.
El sólo atinó a permanecer sentado largo rato en un tronco, saboreando el calor del cuerpo de Beatrice en su cuerpo; la suavidad de su piel, en su piel; el brillo de sus ojos de miel grabados en sus retinas...
El doncel regresó al castillo y esta vez, más que nunca, le pareció que no trasponía los portones protectores de la fortaleza familiar, sino que se introducía en la boca de un gigantesco ogro de piedra; el mismo que desde siempre lo había devorado...
-“Vuestros padres os aguardan en la sala principal”- dijo el palafrenero al recibir las riendas del caballo, encaminando el joven sus pasos hacia la mole de piedra en la que normalmente el tribunal paterno lo citaba para alguna de sus consabidas reprimendas.
-“Andrea, alégrate, te casas el mes que viene con Inés”- dijo su padre con la voz meliflua que usaba cuando disfrazaba una cruel orden- “Como mayor de mi hijos, tienes el honor de establecer este vínculo tan importante para nuestra casa y para ti; serás el nexo que nos unirá a familia tan poderosa. Ahora puedes retirarte. Te ruego que cambies tus habitaciones por las de lo alto de la torre. Te conozco hijo, y no querría que por imprudencia tuya, frustraras esta hermosa oportunidad generando una enemistad que no estoy dispuesto a sostener con familia tan poderosa. Ve hijo y descansa seguro”- una mueca de ironía torció la boca de su padre- “¡Sabes que estas bien protegido!”
Y así fue como Andrea quedó confinado en la vetusta torre, rumiando el rencor al que lo arrastró su sino. (Continuará)
S/C FLIT

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