jueves, 4 de febrero de 2010

LA DIFICULTAD DE LATINOAMÉRICA PARA ASIMILAR A SUS ESCRITORES

La Gaceta, Tucumán, Argentina, 31Ene10
Por Silvina Bullrich.


No creo exagerar al afirmar que en nuestros pueblos, por lo general, el gobernante le teme al escritor, salvo honrosas excepciones. Es dable observar que en nuestras supuestas democracias sudamericanas la actitud del gobernante frente al escritor se asemeja mucho a la que nos impresiona al llegar a la Unión Soviética: el arte es aceptado mientras no encierra ideas, porque la idea en sí misma es un peligro, por lo tanto es preferible ayudar al músico, de preferencia al intérprete, a las compañías de ballets, a los circos lujosos y deslumbrantes, a veces a algún pintor, pero hay que ignorar a quien, al ejercer el oficio de escribir, es portador del germen nocivo que es la idea.
De ahí que en la mayoría de los casos el escritor sudamericano sea un resentido. Es admisible y hasta necesario que en algunos terrenos el escritor sea un iconoclasta, si no lo fuera no sería un escritor, pues cualquier otra profesión es menos aleatoria, menos vulnerable y más independiente del juicio de los que ignoran todo de ella. Pero cuidado, no equivoquemos al rebelde con el resentido. El resentido sólo engendra el desorden; del rebelde nace el nuevo orden.
El sudamericano es, en sí mismo, un hombre con interrogantes geográficos que no cruzan por la mente del europeo. Hijos de inmigrantes nostálgicos, de segundones con alma aventurera, de guerreros o de conquistadores, se adapta mal a la burguesía incolora y monótona que él mismo ha creado en su afán de enriquecerse para volver al predio natal. Otros arrastran el orgullo y el rencor de una raza vencida, maltratada por presuntos conquistadores que en su afán de enriquecerse y mandar a Portugal o a España el oro y la plata de América, confundieron desdichadamente la cruz con la espada y dejaron más rastros de la segunda que de la primera. El mensaje de la Cruz llegó a los pueblos de América en forma de duelo y de llanto, de brazos tendidos para matar, no abiertos para abrazar, ni alzados para bendecir. El viejo testamento desteñía sus heroicas crueldades sobre el Nuevo Testamento.
Este drama de ser sudamericano, es decir de llevar en sí la angustia del desterrado o la ira del sojuzgado aflora con más fuerza en sus escritores y no creo equivocarme al descubrirlo en el escritor peruano por ser el Perú un país cuya clase dirigente no se ha inclinado sobre la obra de sus escritores.
La Argentina sufrió hasta hace pocos lustros este desconocimiento, casi diré este desdén del público por el escritor. Pero me atrevo a decir que a menudo el culpable fue el escritor, no el lector, naturalmente poco atraído ante el relato de ambientes y conflictos que no le concernían. Cuando el escritor es a la vez un vocero y una conciencia, su presencia molesta pero atrae la atención aún de aquellos que se sentirían mucho más cómodos sin voceros ni conciencia.
© LA GACETA
(5 de marzo de 1967)

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