sábado, 7 de mayo de 2011

UNA MIRADA SOBRE LA FERIA DEL LIBRO

LA GACETA, Tucumán, por Irene Benito para LA GACETA - Buenos Aires, 30Abr11
Se siguen anteponiendo las necesidades mercantiles de las -grandes- editoriales a las apetencias de escritores y lectores. Donde mandan las ventas todo lo demás es anecdótico y lo mismo da que suceda o no (que la gente lea realmente, que un autor desconocido consiga firmar algún ejemplar).


Donde hay pantallas hay gente: esta es la paradoja constante de una Feria del Libro, todavía regida por el modelo de negocio del papel. Un acontecimiento masivo e inexpugnable en el que algunos ven síntomas de buena salud en la industria editorial y otros advierten una preocupante lentitud para adaptar el comercio de libros al entorno digital.
Es una Feria con un millón de ofertas previsibles (Yo, la autobiografía con título narcisista de Ricky Martin) y algunas novedades ambiciosas (la justificada reedición de la obra borgeana en cuatro tomos). Una Feria colonizada por éxitos falaces cuyos márgenes garantizan los mejores hallazgos: en el stand de Tucumán, por ejemplo, unas Lecciones preliminares de Filosofía esperan al lector deslumbrado con la versión "fotocopia" de la obra de Manuel García Morente.
Salvo por las editoriales especializadas y sus contadas rarezas, los 45.500 metros cuadrados de muestra ofrecen casi lo mismo que las mesas y anaqueles de las librerías bien provistas de cualquier ciudad del país. Pero es lo que hay: un espacio de exposición especial para volúmenes que ya gozan de un lugar privilegiado en el mercado con peores condiciones de pago que las corrientes (la excusa del supuesto descuento de Feria autoriza a buena parte de las empresas a prescindir de los planes en cuotas sin intereses).
Las ventas mandan pero escasean los vendedores con conocimiento amplio del universo editorial. En general, la política de los sellos es resolver la atención al público con jóvenes -promotores- capaces de aguantar las fatigas feriales aunque no necesariamente cultivados en el oficio de vender libros.

El asesoramiento disponible no ayuda a encontrar títulos escurridizos (Argentina: años de alambradas culturales, de Julio Cortázar, y Neuromante, de William Gibson, por mencionar dos de los buscados) ni orienta en la narrativa foránea menos divulgada, donde la exposición minúscula de la obra de autores extranjeros (incluso de figuras de las letras castellanas como Juan Marsé y Ana María Matute, respectivos ganadores del Premio Cervantes en 2008 y 2010) pone en entredicho el carácter internacional de la muestra.
La Feria es una locura de 20 días de duración. En esa vertiginosa obnubilación, cada cual hace lo que debe o puede mientras pasan inadvertidos la mayoría de los creadores que transitan por allí y se olvida, por ejemplo, de que Ernesto Sabato cumplirá 100 años este 24 de junio; o que el 25 de abril hizo un siglo de la muerte de Emilio Salgari. Y tanto libro apilado, apelotonado y apelmazado convoca cada vez menos a una audiencia dispuesta a hacer cola en los espacios interactivos con el afán de llevarse una somera impresión de las prestaciones de las tabletas electrónicas.
¿Qué quedará de esta Feria si el libro digital desplaza al papel tal y como anuncia la tendencia? El programa de presentaciones de títulos, conferencias y diálogos con creadores sin duda sobrevivirá. Contenido el comercio en los territorios intangibles de la red, habrá más lugar para el encuentro entre autor y lector. Si aquello sucede, las pantallas serán paradójicamente la causa de la recuperación de una cantidad infinita de libros hoy descartados por la lógica cerril del best seller.
© LA GACETA

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