lunes, 27 de julio de 2009

EL PAISAJE INALTERABLE


La Vanguardia, Barcelona, España, 27Jul09
Viaje en autobús a través del territorio luo camino de una Nairobi anclada en el tiempo. Por primera vez veo los tractores de las compañías que explotan la tierra. Cuando iba a Nairobi, el barón mandaba limpiar el territorio de señoras

Ocho horas de autobús entre el lago Victoria y Nairobi.

Es el medio de transporte más usado en un país con escaso tráfico aéreo y con carreteras deterioradas. Es domingo y los poblados lucen un colorido especial por las vestimentas de gentes que acuden a las más variadas iglesias.
Una nota peculiar del viaje son las inmensas hileras de ropa tendida en las laderas que el sol tropical enjuaga en pocas horas. Cuánta ropa lavan las mujeres en África.
Lo hacen a mano, agachadas, con faldas que rozan el suelo y exprimiendo las piezas sobre un cubo de agua que han traído de lejos, habitualmente sobre sus cabezas.
El autobús sale puntualmente de Kisumu y va directo a la capital. Pero se detiene siempre que un pasajero levanta la mano en la carretera y sube silenciosamente para ocupar un asiento mientras que un pillo entra y discute con el conductor el cobro de una pequeña comisión, nada, veinte o treinta céntimos. El autobús sigue, la discusión se mantiene viva hasta que el chófer detiene nuevamente el autobús e invita a bajar al comisionista. Son las pequeñas corruptelas que se desprenden de la corrupción a los más altos niveles.
Se atraviesan grandes extensiones de plantaciones de té y de caña de azúcar. Por primera vez he visto tractores que son propiedad de las grandes compañías que explotan las zonas más fértiles de Kenia.
La pendiente hace renquear a un autocar que lleva más de treinta años trotando por carreteras escasas de asfalto y con respetables socavones. Es territorio luo y el gobierno de Nairobi, siempre en manos de un presidente kikuyo, ha invertido más bien poco en esta parte de Kenia. Las elecciones últimas fueron denunciadas por los luos y se saldaron con más de seiscientos muertos.
Se alcanzó un pacto y ahora hay un presidente kikuyo y un primer ministro luo.
Estas tierras occidentales merecen mayor atención del gobierno.
Se alcanza la cresta del gran valle del Rift, una depresión de casi cinco mil kilómetros que transcurre desde el mar Rojo a Mozambique y que es tierra volcánica y seca. El pronunciado declive es espectacular. En el horizonte se dibujan las montañas que cerrarán la depresión que se prolonga por casi ochenta kilómetros. La piedra y la vegetación de la sabana se extienden por una llanura sin fin hasta la otra cordillera que lleva a las planicies que conducen a Nairobi.
El presidente Obama describe su paso por esta carretera, en su libro Los sueños de mi padre,diciendo que "el árido paisaje estaba salpicado de matorrales, frágiles acacias espinosas y piedras negras de aspecto extraordinariamente duro. Dejamos atrás pequeños rebaños de gacelas. Unas cebras y varias jirafas se adivinan en la lejanía, apenas visibles en la distancia. Por espacio de casi una hora no vimos persona alguna, hasta que, a lo lejos, apareció un pastor masái con un rebaño de bueyes a través de la desértica llanura. Su cuerpo era tan enjuto y recto como su bastón".
Han transcurrido quince años desde que Obama pasó por aquí en busca de sus raíces africanas. Es lo mismo, los mismos animales, las innumerables acacias solitarias que sirven de paraguas para el sol tropical, algún pastor de vacas y el viejo ferrocarril británico, espléndidamente narrado por Winston Churchill cuando era periodista en 1908. A mi lado viaja un respetable señor, maestro de profesión, que me ilustra sobre la riqueza visual del paisaje y me cuenta historias de los colonos británicos que poseían miles de hectáreas que pasaron a manos de los nuevos dirigentes del país tras la independencia en 1963. Su nombre es Andrew Okumu y viene de Mumias, una localidad cercana a la frontera con Uganda.
En la mitad del valle el autobús hace la parada reglamentaria. Mi acompañante y guía desciende para comprar veinte kilos de patatas que le cuestan lo equivalente a cincuenta céntimos de euro. Un vendedor con una gallina viva en cada mano regatea el precio de la pieza. Se ofrece ropa de segunda mano, zapatos gastados y botellas de cerveza de medio litro. Proseguimos hasta la parada oficial de mitad de trayecto y el autobús se detiene en Ukuro, la ciudad principal en el centro del Rift.
Volvemos a empinar la otra vertiente de la depresión geológica. Al llegar a la cúspide se contemplan dos lagos en el valle, y poblados perdidos en la lejanía. El compañero de viaje, persona ilustrada que conoce su historia, me habla de los dos grandes propietarios británicos que adquirieron miles de hectáreas en esta zona de mayoría de masáis.
El tercer barón de Delamere pensaba que África era un país de blancos a pesar de la evidencia de que los negros eran una aplastante mayoría. Adquirió muchas tierras, cultivó maíz, té y azúcar y exportó miles de toneladas de productos a Inglaterra que eran transportados por ferrocarril hasta Mombasa y fletados hacia los puertos de la metrópoli. Ahora sólo queda el nombre.
El otro gran terrateniente ha dejado el nombre y la leyenda. Se trata del cuarto barón Egerton of Tatton, una vieja saga de la nobleza del condado de Cheshire. Era un innovador y un hombre de habilidades técnicas relevantes, un pionero de la aviación, fotógrafo y productor de cine mudo, un motorista y un gran viajero. Se enamoró de una dama cuyo nombre se desconoce, le construyó un castillo que se encuentra a pocos kilómetros de la carretera, no le gustó a la señora, construyó otro tan extravagante que no tenía parangón ni en Inglaterra ni en Francia. La fiesta de inauguración fue la más sonada de la historia de África hasta entonces. Vinieron huéspedes de Zimbabue, de Mali, de Sudán y la aristocracia colonial que le felicitaron por aquel prodigio arquitectónico que todavía se conserva.
Al llegar la pretendida de Europa lo descalificó diciendo que era un museo y un monumento a la vanidad. Lo peor fue que la dama escapó a Sudáfrica con el responsable de la explotación de sus inmensas propiedades y no se supo más de ella. El barón cogió tal berrinche que no quiso ver más a ninguna mujer. Cuando viajaba a Nairobi enviaba a docenas de trabajadores para limpiar el territorio de señoras. Sólo acudía a las recepciones si le aseguraban que no habría señoras. Un excéntrico que hoy estaría en un psiquiátrico. Historias y leyendas de un país que fue dominado y explotado por los colonizadores. El autobús se acerca a la capital. Pasa por los barrios miserables antes de entrar en el caos circulatorio de una ciudad que está casi igual que cuando la visité hace más de treinta años.

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