domingo, 12 de julio de 2009

SAN FERMÍN, PAMPLONA EN NAVARRA, ESPAÑA, 7 DE JULIO: PRUEBA DE CORAJE. RITO Y MITO DEL ENCIERRO


ABC.es, Madrid, España, 12Jul09
En un encierro no hay que llevar sandalias, ni mochilas, ni botas de vino. Y, por supuesto, no se debe estar borracho. Lo principal —señalan los expertos— es respetar al animal. El toro no distingue el rojo ni ningún otro color. Es daltónico y sólo embiste porque algo se mueve delante.
FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ
Si se eliminara el toro, San Fermín podría quedar reducido a una charanga festivalera en la que la gente baila y bebe hasta caerse. El toro es la pieza clave y lo que da sentido y continuidad a la fiesta más famosa del mundo. Toro y fiesta van unidos en los Sanfermines y son imposibles de separar, aunque hoy se haya perdido el sabor rural de la gente de los pueblos que acudía a festejar en la ciudad. La excesiva masificación y la globalización mediática han cambiado mucho la forma de correr el encierro.

El espectáculo se impone. Ahora es más embarullado, sin dejar espacio de seguridad entre los últimos corredores y la manada, con los toros materialmente envueltos por la gente.
Los encierros de Pamplona están documentados desde la Edad Media, cuando los pastores llevaban las reses de las dehesas a la plaza Mayor, que hacía las veces de coso taurino.
Los toros bravos entraban a la carrera, flanqueados por los mansos y azuzados por los gritos del gentío y las varas de los pastores. Solo a finales del siglo XIX empiezan a producirse los encierros tal como ahora los conocemos, con los mozos corriendo delante de las astas y sin ninguna indumentaria especial. Vestidos al uso diario, con chaqueta, camisa y la boina calada, algunos con alpargatas, como atestiguan las fotografías de época. En la actualidad la ruta del encierro parte de los corrales en el inicio de la cuesta de Santo Domingo, bordea la Casa Consistorial y sigue por las calles de Mercaderes y Estafeta hasta entrar en la plaza de toros, donde los animales quedan encerrados hasta el momento de la corrida.
La distancia que recorren toros y corredores es de unos 847 metros, y cada vez es mayor la participación de extranjeros, en especial de los países anglosajones.
Los toros más difíciles y peligrosos de correr —aseguran los veteranos— son los de Marqués de Domecq, Jandilla y Cebada Gago. Aunque no son muy grandes, son animales nerviosos e imprevistos, que se revuelven rápido. Los mejores son los de Miura, que suelen tener mucho peso, pero mantienen un trote sostenido y no se desvían del recorrido.
«En un encierro no hay que llevar sandalias, ni mochilas ni botas de vino, y por supuesto no se debe estar borracho. Lo principal —señalan los expertos— es respetar al animal, y los propios pastores que conducen a los toros desde los corrales se cabrean mucho cuando alguien se propasa».
El toro no distingue el rojo ni ningún otro color. Es daltónico y solo embiste porque algo se mueve delante. Un periódico enrollado puede ser tan eficaz como un capote, si con él se desvía la atención del cornúpeta cuando se le coloca delante de los ojos. Son reglas que en la práctica, al sentir en la espalda el aliento del toro a la carrera, nunca se cumplen, aunque haya puristas para todo.
Hemingway quedó impactado con los encierros y sentía por el toro y los toreros una pasión casi religiosa. En una de sus primeras crónicas refleja su asombro admirativo al ver que los toros se acercan por la calle «galopando en grupo, negros, brillantes, siniestros, los pitones al aire, sacudiendo las cabezas…» Describe también el lance de las vaquillas «golpeando muchachos con sus astas», y observa con buen ojo de periodista que «cada vez que la vaquilla coge a uno la multitud grita de alegría».
Durante los años que Hemingway estuvo en los Sanfermines hubo dos muertos en los encierros. Uno de ellos, Esteban Domeño, murió el 13 de julio de 1924, y el escritor dejó su nombre para el recuerdo en la novela Fiesta, aunque lo llamara Vicente Gironés. El otro corredor, Santiago Zufía, murió empitonado el 8 de julio de 1927, y Hemingway no lo mencionó.

Fuerza de fecundidad
La verdad incontestable, más allá de cualquier interpretación que el escritor norteamericano hiciera de los encierros de San Fermín, es que la cultura del toro tiene raíces profundas en el tronco hispano. Los toros son rito, mito, símbolo y ceremonia cuyos orígenes se pierden en el tiempo. «Para el hombre primitivo —dice el catedrático alavés Ángel Álvarez de Miranda— el toro es un depósito de energía creadora. Una fuerza de fecundidad que el hombre cree poder utilizar. Un rito sagrado que degenera en juego y espectáculo profano». PERO LAS CORRIDAS DE TOROS, EN SU SENTIDO PROFUNDO, NO SON UN SIMPLE ESPECTÁCULO, NI MUCHO MENOS UN DEPORTE. LAS CORRIDAS —DECÍA ANTONIO MACHADO POR BOCA DE JUAN DE MAIRENA— SON ESENCIALMENTE UN SACRIFICIO. CON EL TORO NO SE JUEGA, PUESTO QUE SE LE MATA SIN UTILIDAD APARENTE, COMO SI DIJÉRAMOS DE UN MODO RELIGIOSO, EN HOLOCAUSTO A UN DIOS DESCONOCIDO.

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