jueves, 24 de marzo de 2011

EL JOVEN QUE CLONA CABALLOS

BRANDO, Buenos Aires
Andrés Gambini tiene 26 años y acaba de crear vida en un laboratorio. Pero no cualquier vida: un caballo de carrera que cotiza hasta US$ 25 millones. ¿El negocio del siglo?

Por Gonzalo Figueroa
Veinticinco millones de dólares. Veinticinco millones de dólares es lo que cuesta el caché de Julia Roberts; lo que se habría ofrecido para matar a Hugo Chávez. Veinticinco millones de dólares es quince veces el costo del auto más caro del mundo. Ochocientas noventa y tres noches en la suite real del único hotel siete estrellas del planeta. Veinticinco millones de dólares es un 50 por ciento más de lo que factura Messi en un año. Dos veces y media lo que el Banco Mundial donará a Haití en su lucha contra el cólera. Veinticinco millones de dólares es quinientas treinta y cinco veces el ingreso anual de un estadounidense promedio. Veinticinco millones de dólares son 100 millones de pesos. Un millón de billetes de cien. Si se apilaran, tendrían una altura de 120 metros. Un edificio de cuarenta pisos. Eso -todo eso- es lo que cuesta un caballo de carrera. El más caro del mundo. Veinticinco millones de dólares. Si alguien pudiera clonar ese caballo -crear otro genéticamente igual a partir de una célula-, quizás duplicaría su capital. Y, eso, con suerte, algún día podrá realizarse tantas veces como uno quiera.


Andrés Gambini, cordobés, de 26 años, trabaja para que sea posible.
Telegráficamente, de Andrés podría decirse que nació el 15 de mayo de 1984 en Córdoba Capital, tiene tres hermanos y una hermana, un sobrino y dos perros. Tiene pelo corto y una trenza fina en la nuca. Estudió veterinaria en la Universidad Nacional de Río Cuarto y se recibió con el mejor promedio. Empezó a investigar en tercer año de la facultad. Trabajó en San Luis en un haras. Le ofrecieron clonar cerdos y dijo que no. Se mudó a Buenos Aires en 2008 para trabajar en clonación equina. Está becado por el Conicet para hacer un doctorado. Da clases de fisiología animal en la facultad de Agronomía de la UBA. Está a favor del matrimonio entre homosexuales, pero votaría a Macri. Le gusta el pop. Le gustaría trabajar con caballos y dar clases toda su vida. El laboratorio lo aburre, prefiere el campo.

Agronomia
Es el primer día de julio y Andrés me recibe en la entrada de la facultad de Agronomía de la UBA, y casi lo primero que hace es mostrarme que le está saliendo un herpes en la boca por el estrés. Tuvo una semana complicada: le quisieron robar el auto que hacía unos días se había comprado, una de las yeguas preñadas abortó el clon, y una de las mujeres que trabaja en el laboratorio mató -accidentalmente, al confundir formol con agua- todos los embriones que hacía dos meses estaban creando para un hombre que trabaja con Adolfito Cambiaso.


La facultad de Agronomía está en una zona de Villa Urquiza a la que los vecinos llaman "Agronomía". Está rodeada de un cerco y tiene calles internas. Calles con autos que avanzan sigilosos, a paso de hombre. Calles con estudiantes y docentes. Los pocos edificios que se desprenden a los costados están camuflados entre árboles. Hay un sendero, más árboles, plantas, hay verde y silencio. Al fondo, asoma un edificio donde está el laboratorio. Atrás quedaron las bocinas, la gente apurada, el caos del tránsito.



-Mirá qué lindo es esto. Estás en la ciudad pero también en el medio del campo -dice Andrés.
Su casa
Martes 13 de julio, su casa. Mesa de un metro cuadrado, mantel marrón, un sillón, dos sillas de madera y una plegable, un aparador con fotocopias y una notebook. Arriba, en fila, como soldados etílicos: botellas de vodka, fernet, vinos y licor de melón.
Andrés -buzo negro, bombacha beige de gaucho y pulsera de metal en la muñeca izquierda- cuenta que siempre quiso ser veterinario, pero que el test de orientación vocacional le dijo que tenía que hacer algo relacionado con la computación; también cuenta que quiere presentar un proyecto en Innovar, un concurso nacional de
investigaciones; que en Estados Unidos y Europa se clonaron muchos caballos; que a su trabajo lo paga Bio Sidus, que es una rama de Sidus, un grupo de empresas
http://www.sidus.com.ar/web/gef.nsf/?Open
farmacéuticas que clonó a la primera vaca en 2002; que el dueño se llama Marcelo Argüelles (hoy ex dueño: el grupo acaba de anunciar la división societaria y Bio Sidus quedó a cargo de las primas de Marcelo, Estela Argüelles de García Belmonte e Irma Argüelles); que estuvieron un año trabajando sin ver resultados, y que ahí pensó en mandar todo a la mierda.

-Hacíamos lo mismo que en Estados Unidos y no salía, hasta que dimos en la tecla. Ese día cambiamos todo. Le dije a mi jefe que no quería trabajar si no estaba todo lo que necesitábamos, pero como estamos en la Argentina siempre faltaba algo. O faltaba una droga o un reactivo o una estufa. Eso sigue pasando ahora.

Lo novedoso -además de la clonación- es la agregación embrionaria. Un proceso por el cual se ponen dos o tres embriones en "un pozo", que luego de unos días se fusionan y generan un súper embrión de mejor calidad que duplica o triplica la tasa de preñez. Este proceso ya se aplica en clonación vacuna, pero es la primera vez que se intenta con caballos. Este es el proyecto que va a presentarse a Innovar.


Además, cuenta que el trabajo con caballos es más complicado que con otros animales; que no es fácil conseguir los ovocitos porque hay pocos frigoríficos equinos; que la idea del clon no es tener un caballo de carreras o de polo igual al progenitor, sino que es dar hijos, porque a los potros se los castra para las competencias deportivas, y los caballos se venden por ser hijos de tal; que cuando el laboratorio y el campo anduvieron bien, fueron tres meses de clímax, viajaba al campo tres veces por semana y los martes dormía en el laboratorio; que ahí, entre agosto y diciembre, lograron siete preñeces. Una yegua abortó hace poco, sólo dos preñeces se mantienen, y una de ellas tiene que finalizar en julio, ahora. Está por nacer el primer caballo clonado de América latina, y se encuentra en el útero de Perdida Puestera, una rosilla criolla que, salvo su vientre pelado para que le hagan ecografías, está cubierta de pelo rosa, blanco, negro. La yegua está en un hospital equino llamado Kawell.

El laboratorio
El laboratorio es bastante parecido a lo que uno se imagina. Techos altos, pisos viejos, muchas máquinas que se adivinan caras, afiches sobre clonación, microscopios, tubos, líquidos, y un calor denso. Además,en este laboratorio hay un microondas, heladera, mate sobre una mesa, tuppers, un dispenser de agua, una bandeja con ovarios de vaca y una chica que mira células a través de un microscopio.Me invita a mirar, y miro. Me habla con palabras que no entiendo, pero le respondo que sí, que lo veo, ajá. Después Andrés le cuenta que soy periodista, no veterinario.

-¿Hay alcohol en gel? -pregunta Andrés.

-Sí, en el primer mundo -responde la chica.

Me muestra todo lo que hay mientras lo nombra: lupas estereoscópicas, pipetas, tips, placas. La máquina centrífuga, el agitador, el tanque de nitrógeno líquido, los recipientes donde debería haber alcohol en gel y no hay. La incubadora.

-Acá es donde crecen los babies.

Andrés abre el tanque de nitrógeno líquido y sale un humo blanco, como si fuera una película. Con una pinza saca un tubo de ensayo congelado, y lo pone en agua tibia.
El nitrógeno líquido tiene una temperatura de -196 °C, me cuenta, y me pide que sostenga el embrión que está en agua tibia mientras él cierra el tanque.

-No hay forma de estar cerca del cordobés y que no te haga trabajar -comenta una rubia tratando de hacerme creer que mal de muchos es consuelo.

Le preguntan si va a tomarse las vacaciones ahora, y dice que no, que prefiere estar con la yegua que va a parir y con el clon cuando nazca. Le avisan que si no las toma ahora, las pierde. Entonces pide la última semana de julio.

El campo
Martes 13 de julio. De la casa de Andrés vamos a la vecina facultad de Agronomía, por donde nos busca Adrián, chofer de Bio Sidus, para llevarnos al campo. Por la ruta que va a Baradero, Adrián comenta que a él le pagan el almuerzo, y Andrés protesta y empieza a calcular: hace veinte años que el chofer trabaja para la misma empresa, veintidós días hábiles por mes, diez pesos cada almuerzo.

-Te podés comprar un auto con lo que ahorraste -le dice.

-Me pagan el almuerzo porque soy empleado de ellos -se defiende Adrián.

-Yo soy empleado de la facultad de Agronomía y no me pagan los almuerzos - retruca Andrés. Después cuenta que el fin de semana estuvo con ataques de ansiedad, que le costaba respirar porque parecía que la yegua iba a parir en esos días.

Tranquera blanca, camino de piedras y avena sembrada a ambos márgenes. Si no fuera por el guardia que tiene una camioneta a su disposición y que nos autoriza a pasar, diría que es un campo como cualquier otro. El campo: cuatro establos casi iguales, techo verde, uno con oficina, una casa colonial al fondo, una antena de DirecTV, una laguna artificial, varios perros, un tanque de agua, eucaliptos, pinos y plantas. Y viento. Mucho viento y olor a campo.
Yancamil Caita -alias Caita- es la yegua preñada que tiene fecha para noviembre. Más tarde será el turno de visitar a la estrella, la que va a parir en julio, ahora. Caita tuvo una inflamación en la placenta, pero está mejor. Ahora, dos peones la encierran en una manga para que Andrés la revise. Se pone un delantal celeste y un guante de látex (recubierto por un gel lubricante) que le cubre todo el brazo. Se lamenta por Caita porque el gel está frío. Le toma la temperatura con un termómetro rectal: 37,5 °C.

-Los caballos tienen temperatura un poco más alta que las personas -me explica.

Mete el brazo todo lo que puede por el ano de la yegua, saca bosta y la tira a un tacho. Yo retrocedo un paso. Le pone un guante y gel al ecógrafo y se mete de nuevo en Caita. Mira el monitor y, con la mano libre, estirando el brazo, maneja el teclado. Parece crucificado; el ecógrafo está casi a un metro. Revisa la ubre. Está bien, y Andrés sonríe.
Los peones agarran a Caita mientras le saca sangre.

-Tá más linda -dice Andrés. Antes de guardar el ecógrafo, le saca una foto con su celular a la pantalla. Parece padre primerizo.

Me da el frasco con sangre para que lo sostenga; está tibio. No se puede estar cerca del cordobés y que no te haga trabajar, pienso. Les cuenta a los peones que tuvo ataques de ansiedad el fin de semana, que le costaba respirar, que pensaba que la yegua estaba por parir.

Adrián, el chofer, aparece de nuevo y vamos al Kawell, el hospital equino. Perdida Puestera, la yegua que va a parir ahora, en julio, está internada. Nos reciben dos veterinarios y Andrés les cuenta que tuvo ataques de ansiedad cuando pensó que el clon estaba por nacer, y les pregunta si la yegua estuvo tranquila estos días. Le dicen que sí.

A cien metros, en un corral individual, como si fuera una habitación privada de hospital, la yegua espera. Andrés se acerca a Puestera, la acaricia, la mira. Camina a su alrededor y le habla. Puestera tiene el número 790 en la pata izquierda, y en su vientre pelado, al que está por ser el primer caballo clonado de América latina.



Epilogo
El 4 de agosto, después de doce meses de gestación -el promedio es entre once y doce- nació el primer caballo clonado de América latina. Recibió el desmesurado nombre de Bs Ñandubay Bicentenario. (Bs es por Bio Sidus, la empresa que financió la investigación; Ñandubay, por el caballo del que se sacó la célula para lograr la clonación; y Bicentenario, en honor a los doscientos años desde el primer gobierno patrio.)


-Yo me quedaba a dormir ahí, en el Kawell. Me quedé como veinte noches, fácil. Dormía sobre un colchón, en un establo al lado del box de la yegua. Era mucho estrés, pasaba frío porque era invierno, me agarró fiebre, dolor de garganta, placas, y me salió un absceso porque me habían bajado las defensas -cuenta Andrés, cuatro meses después. Se volvió a su casa en Capital Federal para hacer reposo unos días, mientras Puestera seguía sin parir. Cuando Andrés comenzó a sentirse mejor, quiso volver a dormir en el establo, pero eligió quedarse un día más en su casa para recuperarse bien.

-Esa noche nació el clon.

El mundo, sin embargo, tuvo que esperar hasta el 19 de octubre para saberlo, porque era necesario esperar los resultados del laboratorio de Genética Veterinaria de la Universidad de California en Estados Unidos, que garantizó que los genes de ambos caballos eran idénticos. Ese día, la noticia salió en medios digitales de todo el país y algunos del extranjero. Andrés estuvo toda la tarde googleando, buscando noticas del clon, de su trabajo, de su hijo. Las encontraba y las subía a facebook. Al día siguiente, Bs Ñandubay Bicentenario, Andrés y el resto del equipo que trabajó estaban en los diarios.

-Al otro día, me despertaron las radios. Como había salido en la tapa de La Voz del Interior, me llamaban de todas las radios, de todos los programas de televisión. Es muy gratificante. Se hizo visible el trabajo por algo lindo y que vendía: un potrillo clonado corriendo.

Se conoció, también, que en noviembre Adolfito Cambiaso subastó un clon de su mejor yegua. Ese clon nació el 3 de agosto, un día antes que Bs Ñandubay Bicentenario, pero el trabajo se realizó en un laboratorio de Estados Unidos. Allá estuvo el potrillo hasta cumplir tres meses, y ser repatriado. El clon -la clon- es una yegua llamada Cuartetera, y fue comprada en 800 mil dólares por el tenista David Nalbandian y Ernesto Gutiérrez, que es íntimo amigo de Cambiaso.

Andrés, por su parte, sigue con el doctorado, evaluando los efectos de la agregación embrionaria. Ese trabajo, llamado "Súper clones equinos", ganó el concurso de Innovar 2010 en el rubro "Investigación aplicada". El premio (aún no sabe cuál ni cuánto) se reparte entre los cuatro integrantes del equipo: Andrés Gambini, Javier Jarazo, Ramiro Olivera y Florencia Karlanian.

Y sigue generando embriones. Los estudia, les mira las células madre, ve si están bien conformados. A algunos -pocos- los transfiere a las yeguas, hay otros a los que deja crecer en el laboratorio para probar cuánto se desarrollan.

-La idea es seguir transfiriendo embriones para evaluar estadísticamente si hay diferencias o no entre los grupos de uno, dos o tres embriones, y tratar de ver la eficiencia de la agregación embrionaria y el impacto que tiene.
Pero siempre se puede ir un poco más lejos. El alambrado que delimita lo posible se puede mover.

-Ahora estoy clonando equinos con ovocitos de vaca -dice Andrés desde el otro lado del teléfono, unos días antes de que termine 2010.


Ante la lógica e inmediata pregunta de cómo es eso posible, explica que, siempre que se clona, al ovocito (el óvulo) se le saca la información genética para que sólo queden los datos del animal que se quiere clonar. Entonces, como es más fácil conseguir ovocitos de vaca, se les saca la información genética y se agrega la célula de un caballo. Y tendría que nacer un caballo, porque ése es el ADN que tiene. Pero como generalmente se mueren cuando llegan al estadio de ser cuatro u ocho células, Andrés le dio una vuelta de tuerca: usando la agregación embrionaria, mezcla en un pozo un embrión de yegua-caballo, y dos o tres de vaca-caballo. Quizás, los embriones vaca-caballo solos no funcionen, pero al mezclarlos con uno yegua-caballo, sí, y puedan ayudar a la formación del embrión, ahorrando ovocitos equinos.
Así va a seguir: creando vidas desde una célula, buscando la forma más eficiente de clonar. Esto es: jugando a ser Dios.
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