La Gaceta Literaria, Tucumán, 27Mar11
Repercusiones acerca de ¿Dios ha muerto? (LA GACETA Literaria, 20/04/2011)
ILUSTRACIÓN PANELES. Políptico de Gante, es un conjunto de cuadros pintados al óleo por los hermanos Hubert y Jan van Eyck, para el altar mayor de la Catedral de San Bavón de Gante.
Los artículos de Cristina Bulacio y Jorge Estrella del domingo pasado (¿Dios ha muerto?, LA GACETA Literaria) motivaron en mí reflexiones que me siento obligado a exteriorizar, acerca de Dios, la creación y el cristianismo.
No es fácil concebir la existencia del universo sin un plan preconcebido. En la creencia en un ser superior acompaño a Descartes, Pascal, Leibniz, Bergson, Einstein, Francis Collins, y muchos otros que abrieron su razón y su corazón a una instancia trascendente. Una personalidad incuestionablemente agnóstica como Stephen Hawking (La teoría del todo, 1ª edición, Bs. As. 2008, págs. 92 y ss.) se preguntaba: "¿Por qué el universo empezó tan cerca de la velocidad de expansión crítica para no volver a colapsar? Si la velocidad (...) hubiera sido menor siquiera en una parte en 100.000 billones, el universo habría vuelto a colapsar antes de que hubiese alcanzado su tamaño actual. Por el contrario, si la velocidad de expansión un segundo después hubiera sido mayor en la misma cantidad, el universo se habría expandido tanto que ahora estaría prácticamente vacío"; "…nos sentiríamos más felices si pudiéramos demostrar que un universo como el que hoy observamos podría haber evolucionado a partir de un gran número de diferentes configuraciones iniciales. (…) Si el modelo de big bang caliente fuera correcto hasta el comienzo del tiempo, el estado inicial del universo debería haberse escogido con gran meticulosidad. Sería muy difícil explicar por qué el universo debería haber empezado precisamente de esta manera, salvo como el acto de un Dios que pretendiera crear seres como nosotros".
En otra obra (Historia del Tiempo, pág. 163, Editorial Crítica), dice Hawking: "Las leyes de la ciencia (…) contienen muchas cantidades fundamentales, como la magnitud de la carga eléctrica del electrón (...) el hecho notable es que los valores de esas cantidades parecen haber sido ajustados sutilmente para hacer posible el desarrollo de la vida". Allí destaca que la carga del electrón es tan "precisa", que si hubiera sido ligeramente distinta las estrellas no habrían sido capaces de quemar hidrógeno y helio, o por el contrario, no habrían explotado.
Premisas preestablecidas
Una vez creado el mundo, ¿cómo se produjo la evolución? ¿Por el simple azar? Según Michael Behe (La caja negra de Darwin), la sola evolución natural no puede explicar el surgimiento de mecanismos irreductiblemente complejos, como la coagulación o el sentido de la vista -los ejemplos son más-, pues se trata de sistemas compuestos por varias piezas en los que la eliminación de cualquiera de ellas lleva a que el conjunto no funcione. La maquinaria molecular y los mecanismos de la célula dependen de demasiados elementos interconectados para haberse edificado de manera gradual a lo largo del tiempo. Y las células están llenas de sistemas irreductiblemente complejos.
Aunque -como señala Estrella- en su último libro Stephen Hawking y otro autor prescinden de la idea de Dios, sus explicaciones no provienen de "informaciones recientes surgidas en laboratorios y en teorías sometidas a controles exigentes", sino de la premisa preestablecida de que Dios no existe, y a partir de una creencia a priori antiteísta, elaboran distintas hipótesis acerca de por qué pudo surgir el universo desde el caos:
1) La de la "compensación de energías" -o suma cero de energía- que es semejante a postular la identidad de un vaso entero que hecho trizas, pues la materia no se perdió, y la energía desprendida por el impacto contra el piso se halla en otra parte, bajo la forma de calor. Si bien es verdad, no explica cómo se hizo el vaso.
2) La de los "multiversos" parece, en efecto, un multiverso: "la extrema improbabilidad de nuestro universo llega, sin embargo, a la existencia pues son innumerables los otros universos no conducentes a la vida". Es una presentación más sofisticada del principio antrópico: existe el cosmos tal como lo conocemos, porque si no fuera así, no nos estaríamos formulando el interrogante. Si aparece un reloj en medio del desierto, debe haberse construido espontáneamente, pues en miles de millones de años es posible que, de muchos hechos aleatorios, se haya dado una serie que casualmente condujera a la formación -secuencial- del reloj; si no fuese así, no estaríamos frente a él. Y como no es imposible -aunque sea altamente improbable- la sola posibilidad equivale a una confirmación, para quien quiera ansiosamente creer en el azar como principio explicativo.
Por cierto que se puede admitir la existencia de un Creador y descreer de las religiones. Limitándonos al cristianismo, ¿qué cabe decir de una doctrina que predica el amor al prójimo, incluidos los enemigos, la igualdad esencial de todos los hombres, el perdón, la fraternidad y la humildad? Ante la objeción de que en la historia muchos cristianos concretos hicieron -o hicimos- lo contrario, replico que un credo no puede ser juzgado por el apartamiento de sus propios valores de parte de algunos de sus profesantes. Siempre se habla de la Inquisición, pero no de la miríada de creyentes que fueron devorados por los leones o martirizados por predicar el amor; de los misioneros y misioneras asesinados en tantas partes del mundo.
Un ateo notorio como Bertrand Rusell, quien dedicó largos párrafos a argumentar por qué no creía en Dios, dijo no obstante: "Es la conciencia de infinitud lo que constituye la religión, la abnegación y la vida sin trabas en el todo, que libera a los hombres de la prisión de los deseos apasionados y de los pensamientos mezquinos. (...) El alma del hombre es una extraña mezcla de Dios y bruto, un campo de batalla de dos naturalezas, una de ellas particular, finita, egocéntrica; la otra universal, infinita e imparcial. (...) Hay en el cristianismo tres elementos cuya conservación resulta deseable, si ello es posible: la adoración, la aquiescencia y el amor. (...) Más que ninguna otra cosa, el amor divino libera al alma de su prisión y derriba los muros del Yo" (Escritos Básicos, T. II, págs. 511 y ss., Planeta-Agostini).
© LA GACETA
Julio Rougés (Tucumán)
jueves, 31 de marzo de 2011
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