LA VANGUARDIA, CULTURA.- ANTONIO MARÍ, 30NOV11
Goethe fue de los primeros en reconocer a Grecia como modelo para una Alemania utópica. Los alemanes no buscan la imitación de esculturas y templos griegos, sino el espíritu que los hizo posibles | La asimilación griega incidió de forma decisiva en todos los aspectos de la nación germana | En 1953, veintidós países, Grecia incluida, perdonaron la mitad de una deuda insostenible para Alemania.
La presión a Grecia es hoy una renuncia a los valores helénicos que hicieron de Alemania un país moderno.
Grecia aparece últimamente como responsable de los males de Europa, y el dedo acusador se levanta a menudo desde Alemania. Pero Europa y la moderna Alemania se forjaron sobre los valores helénicos. ¡Quién sabe si Goethe no pediría hoy el perdón de la deuda griega, como los griegos perdonaron, tras la guerra, la deuda alemana!
En la pintura mural Weimar 1803 Otto Knille retrató a la sociedad literaria más conspicua de la ciudad. En el centro de la imagen un busto de Homero de considerables dimensiones con el consejero áulico Goethe que apoya su brazo derecho sobre la escultura. La derecha del mural –que tiene gran peso compositivo– está ocupada por Schiller, que lo observa todo desde la distancia; alrededor, los hermanos Humboldt, Wieland, Schleiermacher, Herder, Gauss, Wilhelm Schlegel, Klinger, Tieck, Jean- Paul, Pestalozzi… acompañados por Terpsícore, musa de la danza y el canto coral.
Weimar 1803 fue realizado en 1884 como una idealización de los representantes de la aristocracia del espíritu de la ciudad más ilustre del territorio germano. Aunque no estaban instalados en ella, hubieran podido pasar por allí Hegel, Hölderlin, Schelling, Fichte, el menor de los hermanos Schlegel y Kant, aunque era mayor –moriría al año siguiente– y no estaría dispuesto para el paseo.
Puede parecer extravagante que la figura de Homero recoja bajo su presencia autoritaria a tantos de los mejores alemanes, pero no lo es. Goethe, que está junto a él, fue de los primeros en reconocer a Grecia como el modelo para una Alemania utópica que habría de esperar más de setenta años para ver su unificación. Ya en Werther (1774) Homero canta canciones de cuna al melancólico muchacho y esos lieder son el único consuelo para sus penas. Años más tarde, Schiller identificaría a Goethe con Homero por su elegancia ingenua y su realismo.
Goethe descubrió Grecia en los libros de J.J. Winckelmann Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura (1755) y la Historia del arte en la antigüedad (1764), y aunque el historiador nunca llegó a Grecia, pudo deducir de las copias romanas todas las cualidades estéticas, físicas y ontológicas de los griegos; cualidades que podrían resumirse en “una noble simplicidad y una serena belleza”.
Winckelmann describía las esculturas –la del Apolo de Belvedere, el Laocoonte, las tres Vestales, etcétera– con imágenes minuciosas y sensuales y las exponía como ejemplo de un ideal en que la materia y el espíritu se identifican en la belleza del cuerpo humano.
Esta declaración de principios tuvo unas consecuencias imprevisibles en un país donde la sensualidad era una perversión del alma bella que debía renunciar a los sentidos para llegar a la transparencia de la pureza: la mística y el pietismo protestante renegaban de la carne. La reivindicación de la estética griega era la reivindicación del hombre, de su cuerpo, de sus sentidos y del placer, del gozo íntimo y propio con uno mismo.
Para Winckelmann este gozo lo provoca la experiencia estética que reconoce que estas obras son el fruto de la civilización y la expresión de un sistema político que sólo es posible gracias a la libertad. Es muy explícito: “Desde el punto de vista de la constitución y del gobierno de Grecia, es la libertad la principal causa del lugar eminente del arte (...). La manera de pensar de los griegos ha sido muy diferente de la que tienen los pueblos dominados. Herodoto muestra cómo la libertad ha sido la razón de la potencia y la grandeza sobre las que reposa Atenas (...). Es gracias a la libertad que el espíritu del pueblo entero se eleva como una noble rama que brota de un tronco robusto.”
Es perfectamente imaginable el efecto detonante que debió ejercer entre la aristocracia espiritual alemana la idea que el arte surge de la libertad, y que la libertad sólo puede brotar de un pueblo y de un gobierno libres. La supuesta imitación de los griegos no debía ser una copia ruda y servil de las esculturas y los templos; lo que se debía imitar era el espíritu que los hizo posibles. Eran la emulación y el estímulo griegos los que harían que surgiera y se consolidara en Alemania un arte propio y se descubrieran los principios del arte, que sólo puede practicar un hombre libre en un pueblo libre.
Belleza y libertad es lo que ofrece Grecia. Sin embargo Alemania se siente inválida y anacrónica, sin una tradición sobre la que construir los preceptos griegos y sin una idea común que los ponga en práctica. Tal responsabilidad no la pueden arrogar ni políticos ni administradores, sólo pueden proponerlo y realizarlo los humanistas, los que asimilaron de un modo íntimo y propio el espíritu griego, el único capaz de armonizar la cultura con la naturaleza.
La paideia griega –la educación que ilustra los valores humanos y enseña a ser ciudadanos– es el gran proyecto alemán para que el país adquiera los principios fundamentales del hombre y que se adquieren con la formación. La educación y la enseñanza empiezan por el conocimiento y el dominio de la lengua, la alemana y la griega; después, la expresión oral, que responde a la necesidad de discutir, persuadir y dirimir cualquier cuestión; finalmente, las ciencias puras –la matemática y la filosofía–, disciplinas que preparan para la objetividad crítica, necesaria para cualquier legislador de sí mismo y de los demás.
El ámbito cultural alemán, desde los últimos años del siglo XVIII, tuvo como referente nada más que lo griego. Los términos lyceum, gymnasium, athenäum, elysium sustituyeron a los originales germanos. Las revistas Die Propyläen. Die Horen y Thalia proponían una renovación germana desde presupuestos helenos. Goethe, publicaba los dramas Sócrates yPrometeo, Ifigenia, Pandora, Aquiles, el poema Ganímedes y tantos otros eran testimonios de una nostalgia ontológica que había que recuperar. Los estudios de griego y latín fueron obligatorios en todos los liceos, una exigencia que se mantuvo casi hasta ahora mismo.
Goethe y Schiller, con dos temperamentos distintos, dos concepciones de la vida y del arte radicalmente opuestas, tenían en común la confianza en que Alemania aprendería de la sabiduría griega y llegaría a ser una nación. Ellos fueron los primeros helenos germánicos que practicaron con el ejemplo: Schiller con la gracia y la dignidad, Goethe con la sensualidad y el pragmatismo. Críticos con la sociedad cultural, se dedicaron a escribir dísticos irónicos, rabiosamente sarcásticos, contra las autoridades y las instituciones, con epigramas a la manera de Marcial; fueron publicados en el Almanaque de las Musas que trastornó a la sociedad cultural y a todos los que habían caído bajo el dardo sardónico y humorístico de la crítica.
El auténtico heleno, sin embargo, es Schiller; Goethe prefiere Roma, sobre todo después de su viaje a Italia donde reconoce sus tendencias científica y hedonista. Schiller, en cambio, se mantiene fiel al espíritu didáctico de la paideia griega y en 1795 publica Cartas sobre la educación estética del hombre, donde propone el valor educativo de la belleza que proporciona armonía y equilibro y orienta al hombre sensual hacia el pensamiento y al intelectual hacia el mundo de los sentidos. El dominio de lo político queda incluido en la educación estética puesto que de la armonía de la belleza se deduce la ley de la comunidad política y ha de equilibrar los instintos opuestos: “Lo que consigue la cultura estética es que el hombre, por naturaleza, pueda hacer por sí mismo lo que quiera, devolviéndole así por completo la libertad de ser lo que ha de ser.” En los Poemas filosóficos afirma que en el acto creador se sintetizan el corazón y el entendimiento, el sentir y el pensar y que crear supone obedecer la propia ley interior, la más alta dignidad del hombre.
Emulado por su maestro Schiller, que le publicó en la revista Thalia un fragmento de Hiperión, Friedrich Hölderlin recogió el testimonio de Grecia y en ella vio una humanidad que por su pureza, eficacia, belleza y alegría estaba próxima a lo divino y se encarnaba en la tierra. Con dolorida nostalgia se absorbe y se identifica con la tradición griega que vivió en unión con las potencias divinas pero que el hombre moderno ha olvidado al separar el mundo entre naturaleza y espíritu, objeto y sujeto, sensibilidad y conciencia. El hen kai pan griego (la unidad de todo) se ha perdido para siempre. Hiperión es el fracaso de la voluntad por levantar al pueblo griego oprimido y esclavo: en el fragor y el torbellino de la lucha, el ideal de humanidad se esfuma, no es el momento todavía de transformar la vida.
En el fragmentario drama La muerte de Empédocles, Hölderlin toma al filósofo que se arrojó al cráter del Etna como símbolo de la misión imposible del poeta moderno y de su fracaso. Empédocles, filósofo, sacerdote, poeta y guerrero, purga su ambición por el saber y su soberbia en un acto de expiación que debe salvar a todos los hombres. Tradujo Edipo rey yAntígona de Sófocles y no pudo cumplir su voluntad de traducir las odas de Pindaro, vivió cuarenta años enajenado. También confiaba en que el ejemplo de Grecia se cumpliría en una Alemania ideal, pero posible.
Íntimo amigo de Hölderlin, estudiantes en el seminario de Tubinga, Hegel compartió la fascinación griega en su juventud y afirmó que le mantenía “el deseo ardiente y doloroso de reencontrar el genio original del pueblo griego” y lo buscó comparando la poesía alemana con la griega. Sin embargo no se limita a comparar dos formas literarias, sino a analizar la esencia del mundo griego y del alemán. Para Hegel, la helenidad se desarrolla en el reino de la presencia, la modernidad en el de la representación. Cuando el poeta griego habla es el mundo luminoso y oscuro el que habla a través de él y su palabra es la palabra de todos, fiel a la presencia de la naturaleza en los actos y decisiones de los hombres. El poeta moderno elabora una imagen, la analiza y vuelve claro y brillante lo que parecía oscuro, su lenguaje no es el de las cosas mismas sino su representación: es una operación de la conciencia que se representa un mundo y considera esencial esta representación.
En su madurez, Hegel renunció al helenismo a pesar de que informa su pensamiento posterior: imaginar la historia universal como manifestación de la razón divina y el proceso de realización de la idea como un proceso dialéctico de la conciencia de la libertad. Al afirmar que todo lo real es racional afirmaba que las tareas primarias de la vida eran el cuidado de los intereses políticos, económicos y científicos, frente a la literatura y la religión, y con ello instauraba el estado moderno. Nietzsche, a su vez, con argumentos griegos, arremetía contra el estado moderno.
La asimilación griega de Alemania incidió de manera decisiva en todos los aspectos de la nación germana, desde la estructura de la lengua, la administración, la política, la enseñanza, la formación, la universidad, los hábitos sociales y la cultura. Y Grecia, a su vez, reconoció el esfuerzo de un país para integrarse en la modernidad: de pasar de un sistema agrario a una sociedad industrial. Ese tránsito abrupto conmocionó el país, puesto que mientras los modos de producción eran industriales y modernos, la estructura de la sociedad seguía siendo medieval. Esta grave situación dio lugar a las dos guerras mundiales que ella misma provocó y sus derrotas tuvieron la dimensión de las razones que las suscitaron.
Al final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, Alemania fue obligada en el Tratado de Versalles a indemnizar a sus enemigos. En Weimar había perdido la guerra y la deuda era de 20.000 millones de marcos oro. Esta cifra creció hasta 296.000 millones, que debía de pagar en 42 años. La humillación de la derrota y las consecuencias económicas de la guerra, y de la deuda llevaron al país a una situación límite que, en parte, explica la ascensión del nazismo. Adolf Hitler dejó de pagar la deuda y se enfrascó en la Segunda Guerra Mundial, que perdió otra vez con consecuencias desastrosas.
La situación de la deuda era tan insostenible que en 1953 Alemania pidió a sus acreedores que le perdonaran los pagos. Veintidós países, incluida Grecia, firmaron el Tratado de Londres. Les perdonaron la mitad de los 50.000 millones que debían de la Primera Guerra Mundial y accedieron a que los intereses generados se pagaran cuando Alemania volviera a estar unida. “Para la joven Alemania, aquel gesto supuso una ayuda enorme”, dice Jürgen Kaiser –coordinador de la iniciativa Año para la Condonación de Deuda (Erlassjahr). “El interés de la deuda de aquel entonces es comparable con el que hoy tiene que pagar la propia Grecia.”
La reunificación alemana se materializó el 3 de octubre de 1990. Pero las autoridades alemanas tardaron veintiún años en pagar la deuda. En el 2010 se pagaron 25.000 millones generados por la Primera Guerra Mundial.
Alemania es el país de la comunidad europea que más presiona para que Grecia ajuste sus finanzas, pero algunas voces han recordado a los alemanes que están en deuda con Grecia, por otras muchas razones más que por su condonación. El profesor de historia económica Albrecht Ritschl ha pedido a Berlín que no olvide su pasado, así como el responsable de Erlassjahr, Jürgen Kaiser. Estas iniciativas alemanas piden que se cree la figura de la insolvencia internacional. Erlassjahr reivindica que se tome el Acuerdo de Londres en 1953 como ejemplo. Entonces los griegos permitieron descargar de deuda a Alemania y contribuyeron parcialmente al milagro económico alemán. Hoy, Grecia tiene sobreendeudamiento, pero podría recibir ayuda mediante la condonación parcial de su deuda por parte de Alemania y de otros países como se hizo en 1953. ¿Tanto le urge a Alemania el cobro de Grecia?
Es una paradoja, una falta de memoria, un olvido voluntario, una renuncia a los valores helénicos que transformaron Alemania en un país moderno y en una nación; no únicamente por la decisión de Grecia a condonar la deuda germana, si no por los mismos humanistas alemanes que recogieron el testimonio griego, europeizaron Alemania y procuraron el ejemplo de la democracia de Grecia.
Ese menosprecio de los alemanes es el menosprecio al humanismo de Weimar de 1803.
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