domingo, 30 de marzo de 2008

MARILYN SIEMPRE LLEGABA TARDE


Imagen de la última sesión fotográfica de Marilyn.
Michel Schneider retrata a la actriz a través de la relación con su psicoanalista
Diario El País, Madrid, España, por JESÚS RUIZ MANTILLA - 30/03/08

Marilyn llegaba siempre tarde. Era su defecto más recurrente. Llegaba tarde a los rodajes, a las citas, a las fiestas. Y, al principio, llegaba tarde a las sesiones de terapia con Ralph Greenson, el último confesor de sus desgracias. Era un hombre mayor, sin el poder de atracción del escritor Arthur Miller o del deportista Joe DiMaggio, con quienes estuvo casada. Pero este psicoanalista le marcó tanto que llegó a conseguir que la actriz rompiera esa insana costumbre del retraso y se presentara con antelación a sus citas. No es que esta mujer con cuerpo de diosa y alma de porcelana, que se ganaba la vida como estrella de cine, como modelo y antes de eso de cualquier forma o manera, le hubiese cogido el gusto a retrasarse por falta de previsión o porque anduviera sin mirar el reloj de su vida. Sencillamente le gustaba hacerse esperar. "Eso le hacía sentirse deseada, querida", comenta Michel Schneider. Es una conclusión contundente, sacada por este escritor francés, autor de la brillante Glenn Gould, piano solo, mientras se adentraba en el misterio y el laberinto de un mito al que ha retratado desde un diván literario en Últimas sesiones con Marilyn (Alfaguara). "Me he querido acercar al personaje como ella misma deseaba explicarse: no mediante su imagen, sino mediante el lenguaje, a través de las palabras, que para ella escondían su verdadero yo". Desde ese lugar donde residía la auténtica Norma Jean, aquella chica cuyo color de pelo no estaba muy claro, pero que ansiaba pasar a la posteridad como la rubia, después de aparecer muerta el 4 de agosto de 1962, en Los Ángeles. Schneider ha retratado a Marilyn en lo que él describe como "una novela falsa, una narración en la que todo es verdad y real, pero nada exacto". En ella se mezcla el Hollywood dorado con el infierno. Aquel lugar que parecía un Olimpo de plástico, donde todo el mundo pasaba por el diván. Un mundo de espejismos en el que algunos quedaron atrapados por identidades confusas: las que salían del cinemascope y las reales, que nadie se atrevía a tocar.
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