jueves, 20 de marzo de 2008

UNA BOTELLA AL MAR. (Cuento en cinco entregas)


Entrega 4 y penúltima
Pocos días después iba desde la Casa Rosada por la Av. de Mayo, tan española como siempre, con la intención de pasar por el Pasaje Barolo, a la altura del 1300 para ir hacia Hipólito Yrigoyen. En eso me encontraba, cuando en el centro del pasaje el “espejo” me cerró el paso. En mi barajar ideas ya me había planteado qué sucedería si no aceptaba el mudo convite del “espejo”, y lo evitaba siguiendo mi camino; mi intuición me decía que no pasaría nada nefasto, pero no sé si era por su efecto hipnótico, o porque me había comenzado a gustar esos tours breves cargados de adrenalina por la posibilidad de que no existiera la forma de regresar, o por el dulce sabor de la aventura que suponía entrar a una dimensión sin saber a donde llevaría. A punto estaba de evitar esta vez el “espejo” por el apuro que llevaba, pero más pudo mi gusto por la aventura, pasé por él para aparecer en una avenida ancha y con gran similitud a la de Mayo. Busqué algún indicador de nombre de calles y me enteré que me hallaba en la Calle de Alcalá, Madrid, a la altura de Cibeles. Me distendí ya acostumbrado a estas aventuras y comencé a recorrerla, continuando por la Gran Vía, tan moderna y a su vez tan “belle epoque”, y tan porteña. Después de unos minutos pregunté como hacer para ir a la Puerta del Sol, la que en mi cabeza se agigantaba como el corazón de Madrid. Me indicaron tomar la calle de la Montera y por ella doblé hacia la izquierda, dándome la impresión de que cambiaba de tiempo, de que dejaba la modernidad para introducirme en un camino en el que el tiempo corría al revés, cada paso que daba sentía como que las hojas del calendario no caían de él, sino que subían a pegarse en el bloque. El fenómeno era tan notorio que paso a paso veía como los transeúntes variaban su forma de vestir, vi chulapos y chulaponas, y hasta escuché a las vendedores de nardos y claveles vocear su mercadería, como si me introdujera en una zarzuela viviente que quedó atrás, para encontrar un gentío al llegar a la Puerta del Sol, sobre todo muchas mujeres de cesta de compras al brazo y pañoleta tejida. En ese momento me di cuenta que la gente no me veía como yo a ellos. Era un invisible espectador de algo que iba a suceder, que parecía inminente por la tensión que electrizaba el ambiente. De pronto la gente se arremolinó en un extremo de la plaza empujada por una partida de húsares que abrían paso empujando con sus caballos.
-¡Que vienen los gabachos!- gritó alguien.
-Es el mismo Murat y la madre que lo parió- contestó otro, refiriéndose al mariscal francés jefe militar de las tropas napoleónicas en España.
Una voz comenzó a cantar, y en segundos toda la Puerta del Sol coreaba:

Por pragmática sanción
Se ha mandado publicar
El que al jarro de cagar
Se llame Napoleón.

Estrofas que a medida que la comitiva avanzaron se cambiaron por otras:

Dicen que Monsiú Murat
Está acostumbrado al fuego.
¡Vaya si tendrá costumbre
quien ha sido cocinero.
(Continuará.- La última entrega se hará el domingo 23)
Alfonso Sevilla

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