martes, 18 de marzo de 2008

UNA BOTELLA AL MAR. (Cuento en cinco entregas)


Entrega 3
Continué mi quehacer y mientras caminaba de casa en casa saqué tres conclusiones; la primera, que en el suceso el tiempo no contaba: pese a la distancia que “recorrí”, la hora del día en Génova era aproximadamente la misma que en Buenos Aires, lo que quería decir que no es que hubiera hecho mi viaje en un instante, ya que de ser así tendría que haber “llegado” a mi destino a una hora local posterior a la de mi partida, por la diferencia horaria entre Argentina e Italia. La segunda conclusión era que todo el acontecimiento pasaba desapercibido para el resto de la gente que se encontraba en las inmediaciones, nadie lo percibía; y la tercera, que parecía que existía una relación de circunstancias que vinculaban mi “punto de partida” con el de “llegada”. Rumiando esas ideas, vinculé en mi primera vivencia al frío y la extraña nevada en Buenos Aires con la Patagonia, y en la segunda, mis pensamientos sobre la inmigración genovesa asentada en La Boca, y en cierta medida la similitud entre las “carugi” italianas con las callejas de mi “punto de partida”. Pasado un mes, más o menos, un domingo, mientras remaba en el lago del parque de Palermo, en Buenos Aires, dentro del mismo bote se produjo el episodio. Traspuse el “espejo” y me encontré en una góndola en el Gran Canal de Venecia, con gondolero cantando cansonetas incluido... Pese a mi tragedia actual, no puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando recuerdo el problema con el remero a quién no le pude pagar ya que no tenía euros, montándose una escena de película de Sordi, entre los gritos y maldiciones del italiano y los cientos de turistas, muchos japoneses, mirando desde lo alto del Puente Rialto, riéndose y haciendo estallar los flashes de sus cámaras de fotos. Liberado de ese embrollo, recorrí algunas callejas entre canales hasta que en la Plaza de San Marco me atrapó el “espejo”, trayéndome de regreso al bote del lago de Palermo, en Buenos Aires.
En otra oportunidad, yendo por la Avenida Alvear, en el coqueto barrio de La Recoleta, caminaba distraído entre mansiones neoclásicas de estilo francés; importantes boutiques de marcas del mundo en indumentaria, joyería, hotelería y galerías de arte; deteniendome al llegar a la esquina con la calle Arroyo. Siempre me gustó el paisaje urbano que rodea la plaza Carlos Pellegrini cercada por el Palacio Ortiz Basualdo, actual embajada de Francia; el Palacio Pereda, embajada de Brasil; la Residencia Atucha, y el Palacio Unzué, sede del aristocrático Jockey Club. Me crucé a la plaza para observar de cerca el monumento al Dr. Carlos Pellegrini, y allí se me apareció el “espejo” que me transportó a una estación del Metro de París, Argentine se llama, desde donde pude recorrer el barrio de Trocadero, la Plaza Charles Degaulle, Torre Eiffel incluida, para retornar sin problemas.
Después de rumiar mis experiencias, como es mi costumbre, llegué a dos nuevas conclusiones: pareciera que los lapsos entre “viaje” y “viaje” se iban acortando y además, que ningún viaje duraba más de tres horas. (Continuará.- Las entregas se harán los miércoles y domingo)
Alfonso Sevilla

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