sábado, 22 de marzo de 2008

UNA BOTELLA AL MAR. (Cuento en cinco entregas)


Entrega 5 y última
Algún hombre del pueblo sacó una navaja de dos palmos de su faja y desjarretó al caballo de un coracero francés, cayendo ambos al suelo, donde el soldado recibió toda clase de golpes tanto de hombres como de mujeres, no tardando más que segundos en ser degollado.
El piquete de húsares inició una carga y en un santiamén toda la Puerta del Sol era una gran batahola comenzando a sonar disparos de tercerolas francesas, y algunos trabucazos españoles.
-¡No os olvidareis nunca como reacciona el pueblo de España, gabachos! Este día 2 de mayo se va a grabar con sangre en vuestra memoria!- se escucho un alarido desde la muchedumbre.
Como no deseaba probar si era también invisible para las balas y los sables, huí por la calle menos concurrida que encontré, y luego de correr unas cuadras tomé el paso para tranquilizarme, vi un puerta de un patio abierta e intenté entrar, pero mejor que ese refugio, ante mi se encontraba el “espejo” por el que me lancé sin dudarlo para aparecer nuevamente en el Pasaje Barolo. De esa experiencia, debidamente rumiada, saqué algunas otras conclusiones: la primeramente era que evidentemente el tiempo entre sucesos se acortaba; la segunda que pareciera que el “sistema”, si es que existía, se iba perfeccionando ya que en Madrid me di cuenta que el “viajero” tenía la posibilidad de moverse hacia el pasado; la tercera, y esto no era una certeza, sino una presunción, que el “espejo” de regreso se presentaba en el momento y lugar justo para asegurar un rescate exitoso; y como cuarta idea, que no era una conclusión sino una duda interrelacionada con la segunda conclusión, si el portento respondía a un “sistema”, tendría que haber un creador y administración de todo el montaje, Y a este pensamiento se unía necesariamente otra duda, quizás la que más me interesaba develar, ¿porqué yo había sido elegido como “pasajero”? ¿quién era yo, un ignoto ciudadano gris para haber sido seleccionado? ¿mi soledad y vida introvertida habría influido en mi selección, si tal hubiera existido? ¿era meramente un conejillo de india, un simple objeto de experimentación? Esta última elucubración me aterraba, ya que una vez terminado el experimento, siendo ya yo inútil y teniendo en mi mente cuando menos el conocimiento que tal sistema existía, debería ser inexorablemente eliminado por simple seguridad. No soy paranoico, al contrario me gusta, como lo he demostrado, jugar con la aventura, aceptar riesgos, saborear la adrenalina del desafío; no obstante la línea de pensamiento que expresé me puso en alerta, no obstante, concluí, ya sabía demasiado como para pretender minimizar mi riesgo simplemente rehuyendo de ahora en más la invitación del “espejo”, y para mi valía lo que alguna vez leí: “basto lago de sangre me rodea y ya de sus orillas tan distante, tanto me da volver como seguir avante”. No necesité “rumiar” mis posibilidades, ¡seguiría avante!
Una semana después iba a mi nueva zona de trabajo, barrio de Barracas, en el autobús 95, bajándome en la calle Dr. Ramón Castillo al 300. Caminé algunos metros y como siempre apareció el “espejo” cortándome el paso. Tampoco ahora dudé, traspuse la primera luna y cuando pretendí traspasar la de salida, me fue imposible, era tan dura como una plancha metálica. Incluso recién ahí, en la semipenumbra, me percaté que el piso no eran las baldosas de la vereda, sino de un material similar a los espejos, las cuatro paredes el techo y el piso eran todos del mismo material. El pánico se apoderó de mi, intenté usar mi teléfono celular pero no tenía señal, , grité, pedí auxilio, patee las paredes, todo sin resultado alguno. Al fin, pensé, me han atrapado. Lo mejor es recobrar la calma, dije en voz alta, y me senté en el suelo tratando de respirar suave y profundamente. En esa actitud estuve me parece cerca de media hora, y ya más tranquilo saqué una moneda de mi bolsillo y comencé a inventar juegos de azar tanto como terminar de llevar calma a mi espíritu: ver cuantas veces salía cara cuando la revoleaba al aire, ver si la altura a la que la tiraba influía en esa primitiva estadística que estaba haciendo, etc, hasta que ya harto de esa estupidez la arrojé contra la pared de salida, y sorpresivamente la moneda si la traspasó; probé arrojando unos anteojos para sol y también salieron sin problemas, me paré y loco de alegría golpee la pared con la mano rígida como si fuera un objeto arrojado pero lo único que logré fue torcerme un dedo con el golpe. No había caso, ¡para mí estaba vedada la salida!
Bueno, dije para mis adentros, si no puedo desde adentro probaré buscando ayuda en el exterior. Me volví a sentar en el piso, tomé mi agenda y la lapicera y comencé a escribir esto que espero que alguien lea y busque la forma de ayudarme. Este escrito es mi único SOS posible. Por favor, estoy atrapado en una “cabina de teléfono” de espejos en la calle Dr. Ramón Castillo al 300, no es una broma. AUXILIO, AYÚDENME ¡¡¡ESTA LIBRETA ES MI BOTELLA AL MAR!!!

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Caminaba hacia mi trabajo y me llamó la atención la agenda nueva tirada en la vereda. La recogí, la hojee y me sorprendió su contenido. Miré para todos lados buscando la “cabina de teléfono” y nada; paso todos los días por aquí y nunca hubo algo así frente a la entrada del “Hospital Neuropsiquiátrico Borda”.

Alfonso Sevilla

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