Clarín, Revista Ñ, Buenos Aires, Argentina, 29Ene10
Hoy definen el carácter de las bienales y suelen ser los legitimadores de determinadas corrientes del arte contemporáneo. La pregunta, y la consiguiente polémica, está instalada también en nuestro medio. Entrevistados por Ñ, artistas, galeristas, curadores y críticos exponen su punto de vista.
Por: Marina Oybin
INSTALACION. Presentada por el artista brasileño Marepe, en la XXVII Bienal de Sao Paulo.
En el vernisagge, la dama dispara sin anestesia: "¿Es necesario curar una muestra?". "Lo confieso –sigue– la palabra me recuerda a un cuerpo enfermo –¿un corpus de obras?– que después de una compleja operación –¿analítica, conceptual?– será sanado. Y, recién ahí, una vez dado de alta, irá sin reparos a las salas". ¿Pura asociación libre? No tanto: la disputa –solapada o no– entre curadores y artistas hoy existe.
Luis Felipe Noé abre el debate: "En medio del vacío, de la crisis –signada por la parálisis y el desconcierto– se inventó la palabra curadores: ellos dicen si los artistas no saben, nosotros sí sabemos: vinieron a llenar ese hueco con palabras". Como una femme fatale que abandona sus prendas con inquietante parsimonia, para Noé la pintura desató su show de strip-tease. Desde el romanticismo fue dejando de lado ciertos mecanismos de la experiencia pictórica anterior: un sistema analítico de despojamiento con fecha de fin a mediados de los sesenta. Crisis de la pintura y de la imagen: un tema que captura a Noé desde hace décadas. Y ahora, sí, en su casa-taller, una tarde de lluvia apocalíptica, dice que está decidido a terminar el libro que viene escribiendo hace años. El título ya lo tiene: El strip-tease de la diosa pintura. Y ahí va.
En medio de esa maraña, que el artista y teórico Noé caracteriza como crisis de "imago mundi", una invasión irrefrenable de imágenes a las que el hombre no es capaz de responder con una propia como lo venía haciendo incluso en el siglo XX, "aparecen una serie de respuestas lamentables". Noé menciona la Bienal de San Pablo de 2006 –donde la palabra intentó desplazar sin éxito a la obra– o la última Bienal de Venecia, donde el artista representó a nuestro país: "Varios pabellones no fueron hechos por artistas sino por curadores: eran más bien chistes, como por ejemplo el envío de los países nórdicos y el de Checoslovaquia". No anda con vueltas: "El curador a veces es la parte más patética: se hace cargo del vacío, lo llena con propuestas, y cree que ésa es la obra de arte".
"Yuyo" Noé quiere que quede bien claro: "Tengo el mayor respeto por los curadores (él también es curador, junto con Eduardo Stupía, en la Línea Piensa en el Centro Cultural Borges). Me parece magnífico que propongan el concepto de exposición que quieran, pero no pueden tomar el lugar del artista ni bajar línea: el problema es que de comentaristas pasaron a protagonistas". Y concluye: "Hoy esa forma de hacer curaduría entró en crisis".
El curador –del latín curator, significa cuidador– era el encargado de conservar, catalogar y exhibir el patrimonio museístico. Al lado del director de museo y el crítico de arte, una figura de bajo perfil. Recién a fines de los setenta y con más fuerza en las dos décadas siguientes, con la explosión de las exposiciones formato bienal y la proliferación de kunsthalles y museos que desataron cientos de muestras itinerantes y temporarias, el curador, con nuevas funciones, devino rey de la fiesta. Un combo de poder y capacidad legitimadora. "Seleccionan quiénes van a valer en el futuro, en quiénes podemos apostar e incluso pueden validar nombres y hasta poner en valor obra olvidada", afirma Delfina Helguera, coordinadora de la carrera de "Curaduría y Gestión de arte" del ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas).
Para Marcelo Pacheco –curador jefe del MALBA, al frente de las inolvidables muestras de Jorge de la Vega, Víctor Grippo y Oscar Bony– el curador y la práctica curatorial producen contenido, narración, ponen en circulación y dan visibilidad. Desde luego, un impacto que se siente en el mercado, el ámbito académico y el institucional.
Sin medias tintas: las galerías, claro, necesitan a los curadores para posicionar y vender sus artistas. Un link fundamental. "Los curadores son los que dicen sí o no en el VIP. Los patovicas de la entrada a la disco", dispara Florencia Braga Menéndez, curadora, galerista y directora general de Museos de la Ciudad. Y agrega: "Es increíble: generan una liturgia que los implica como si fueran desinteresados, y eso es una mentira. La comida se las paga siempre alguien: galería, museo, gobierno, institución global. Cuando un curador se plantea como independiente siempre hay alguien detrás seduciéndolo para venderle sus proyectos".
Curator, comisario, comissaire, curador en nuestras pampas. Devenidos stars, arrebataron el poder que tuvieron críticos como Harold Rosenberg o Clement Greenberg, peso pesado ferviente promotor de Jackson Pollock, Willem de Kooning y Clyfford Still, entre otras luces del expresionismo abstracto. Hoy existe un star system con nombres que pisan fuerte como el nigeriano Okwui Enwezor –sin dudas, curador global siglo XXI–, Robert Storr, Catherine David y Mari Carmen Ramírez. ¿En la Argentina? "No, aquí es demasiado provinciano. Sí, se da la disputa entre curadores y artistas. Y hay curadores más estrella que otros, pero no dejan de ser todos domésticos y hogareños", afirma Pacheco.
Las palabras, las cosas y el vacío
¿Qué opinan los curadores? "Estoy de acuerdo con Noé. Hay muchas operaciones para llenar con palabras rimbombantes obras que no dan para mucho: creo que el buen arte no se explica tanto", sostiene Helguera. Por su parte, Pacheco señala la exaltación de las palabras en bienales y grandes muestras. La metástasis del discurso que bien apuntó Gumier Maier: "En el agujero aparece discurso hasta por debajo de las baldosas". Eso, aclara Pacheco, no tiene nada que ver con la práctica curatorial.
"Adhiero absolutamente a lo que dice Yuyo, incluso creo que los curadores no sólo se cuelan en el hueco, sino que han generado y promovido el hueco traducible. Cualquier mercado se alegra de tener más mercadería en circulación. Tener muchos artistas fue un objetivo de las sociedades vinculadas al universo mercado del arte", sostiene Braga Menéndez y señala que la institución curatorial frigidiza el arte: "Lo vuelve previsible, cómodo y accesible, pero el mundo del arte no está hecho para ser fácil y predigerido. En ese camino, bajo un ejercicio de domesticación, "los curadores suelen matarle la carga de sentido y dejar afuera a muchos artistas que no son fáciles de entender".
Ana María Battistozzi, crítica de arte y curadora, disiente con Noé: "El curador no aparece por el vacío que generó el strip-tease de la pintura, sino cuando los museos y espacios de circulación se multiplicaron, pasaron a formar parte de la industria de la cultura y generaron mayores demandas de programación. La nueva figura surgió cuando instituciones importantes se vieron obligadas a generar varias muestras por año".
Curadores creadores: ¿pretensión justificada?
Y hasta se ha planteado, bajo la idea del curador autor –al estilo del director autor de un filme–, que la exposición se convierte en una nueva obra, cuyo autor es el curador ("¿Los pasteles calientes del funeral sirvieron de fiambres en las mesas de la boda?"). "Eso pasa en las bienales, donde el curador explora una idea, y al final lo individual se pierde en esa especie de maremágnum colectivo: termina siendo el espectáculo del curador", afirma Helguera. "Para mí eso es un disparate mayúsculo: el acto creativo le toca al artista, y nadie se lo arrebata. En la curaduría estamos hablando de la posición discursiva sobre la obra o sobre el artista", dice Pacheco, quien reconoce que, con la idea de la curaduría como creación, el artista vio limitado su campo de acción. "En eso estoy de acuerdo con Noé –dice–, pero hay que poner el foco en que el curador es un producto de la transformación del sistema poscapitalista tardoindustrial: es una figura funcional para el neoliberalismo porque administra lo que el sistema necesita que esté concentrado en una sola persona: legitima, actúa con el coleccionista, con el periodismo, el público, los artistas, los galeristas, las ferias, las bienales y en la academia". Battistozzi reconoce que si bien la curaduría es un trabajo creativo "no la llamo obra para que ningún artista se ofenda: muchos en nuestro país tienen el viejo prejuicio romántico del artista genio, se creen excepcionales por el solo hecho de crear y no pueden ponerse a la altura de otros, como por ejemplo de un investigador".
¿A estudiar curaduría?
Hoy, si bien la mayoría de los curadores salieron de la carrera de Historia del Arte, los especialistas sostienen que también pueden ser punto de partida otras disciplinas, que van de la filosofía hasta el cine. "Para mí –apunta Pacheco– la carrera de curaduría sólo genera buenos operadores culturales capaces de colgar una muestra, pero de ahí a la curaduría hay un largo camino". Es que para Pacheco la curaduría no tiene que ver con la idea de conocimiento como búsqueda de la verdad o con un absoluto, sino como un lugar de preguntas. La curaduría no está relacionada con una sola disciplina, sino que es un cruce de disciplinas, vinculado con un formato narrativo (la exposición) que se produce en el campo de la práctica.
Los especialistas coinciden: en nuestro país se confunde curaduría, montaje y colgada de obras. "Justamente como el curador se transformó en la figura más importante, con más poder, más reconocida y mejor paga, muchos se travistieron en curadores", señala Pacheco, quien confiesa que normalmente en Buenos Aires. se ven malas exposiciones: no hay un desarrollo curatorial interesante. "Cada vez que se inaugura una exposición o se cuelgan dos obras, en la invitación aparece alguien como curador: todo está cada vez más enfermo", sostiene.
¿No es tan válida la mirada, la selección y el criterio del propio artista como lo es la del escritor con sus producciones, por dar un ejemplo? ¿Siempre es necesario un curador? Pacheco afirma que cuando un artista está exponiendo su propia obra no necesita un curador: "Sería absurdo, a lo sumo llamás a un iluminador. Pero artistas y curadores han sido cómplices en generar esta dependencia: los artistas llaman a los curadores porque les viene bien, y éstos hacen clin caja y ponen lo que encontraron en el taller".
Si se trata de la muestra del propio artista, Battistozzi reconoce que no es necesario un curador, aunque considera que siempre es importante que el artista tenga un interlocutor para hacer una buena selección y tomar distancia de su obra. "Hay muestras en las que los artistas han hecho pedazos su propia obra porque no pueden desprenderse de nada", dice.
Curadores y artistas: ¿cabeza a cabeza?
Para los especialistas consultados, la figura del curador no compite con la del artista. Seleccionar obras o artistas, y articularlos en una construcción narrativa, ya sea en muestras históricas, monográficas o retrospectivas, siempre ha sido tarea de los curadores. Requiere, sin duda, un conocimiento profundo para reunir e hilvanar obras impensadas. La curaduría –explican– es una tarea vinculada a la edición y a la narración. Una puesta en circulación de sentido edificada con un ejercicio de preguntas: "Tiene que ver con ir interrogando y generando respuestas, y sobre las propias respuestas volver a preguntar. Siempre yendo en relación con la producción artística que se está curando: eso permite elaborar la hipótesis alrededor del tema que se está trabajando", dice Pacheco, quien busca dejar puntos suspensivos para que el espectador pueda deslizarse a través de las obras, y desatar otras lecturas. "No se trata de colgar cuadros ni de elegir un tema o un artista o de hacer una investigación al estilo universitario". Es una posible interpretación que no obtura otras potenciales lecturas. "Las obras pueden vincularse en una dirección o en otra porque el arte es polisémico", dice Battistozzi, y destaca "la necesidad de que los curadores trabajen en diálogo con los artistas para que la construcción de sentido no sea un invento o una ficción".
Braga Menéndez admira a los curadores con producción propia, y reconoce que, en su caso, piensa la muestra a partir de la obra terminada como un ejercicio de talento sobre el talento ajeno, apuntando a potenciar la subjetividad pura del artista: "Si no hay alguien interesante del otro lado, no me interesa hacer nada. Pero lo cierto es que muchos curadores terminan completando las obras de los artistas, en una dirección que consiste en volver traducible, no a las masas sino a los grandes capitales, un concepto de un protoenunciado filosófico". Además, "la curaduría que generaron las instituciones, desde los años cincuenta hasta hoy es apriorística. Hay muchos curadores que sienten que tienen una excelente idea, pero en general son ideas publicitarias o pretendidamente profundas (nombran lo complejo en una constelación de palabras que no llega a constituir un enunciado). La pretensión de polisemia que implica poner estas palabras sueltas en el espacio, y que el artista las cargue de sentido, crea un universo muy burdo, de esnobismo y perversión: transforma al artista en mero ilustrador".
Pero, ¿qué opinan los artistas? Prácticamente todas las respuestas –excepto en uno de los casos– apuntan contra la pretendida autoridad de los curadores. El genial Rómulo Macció es contundente: "Yo sé dónde pongo mis cosas. Los curadores no me interesan para nada: no los necesito". El artista recuerda que en una de sus muestras en el Centro Cultural Recoleta colgó las obras como quería, "pero como había un curador que tenía que justificar su sueldo, les decía a todos viste cómo colgué los cuadros de Rómulo". Remata: "Por ahí me equivoco, pero no necesito ningún curador, ni enfermero ni operador visual: deciles que se vayan a tomar por baño".
En la vereda opuesta, Eduardo Stupía reconoce que tuvo una experiencia "extraordinaria" en su muestra en Cronopios. "El curador puede pelearse con vos, pero la disputa es estratégica, nunca de sentido. La obra es conceptualmente irreductible: si bien la obra también es aquello que se dice de ella, aun así, lo que se dice de ella no es la obra: esa es la paradoja".
Para el artista Germán Gárgano, existe un discurso del mundo del arte hegemónico que impuso un nuevo canon donde la obra está sostenida por la palabra y la mano del artista no debe estar presente. "La obra es la idea, el proyecto previo: la palabra pintada. Pero la pintura es proceso –y, claro, conflicto–: eso se transmite, pega en el cuerpo, conmociona". Para este canon, afirma Gárgano, pintores como Noé, Gorriarena y él mismo pertenecen al viejo canon. "Curar es hacer de la obra discurso, y si yo no sé o quiero saber cada vez menos de mí mismo ¿por qué poner mis intentos bajo el ala del discurso? No es algo que pertenezca al campo de la pintura, pero el que quiera participar de eso que lo haga: será otra cosa".
Marcos Zimmerman, que en 2009 expuso en el instituto Cervantes de Tokio y, además, deslumbró una vez más con libro y muestra titulados "Desnudos sudamericanos" –un ensayo fotográfico con rasgos etnográficos que le llevó siete años de trabajo–, considera que el curador entró en el mundo de la fotografía, esta vez, por el vacío provocado por el desconocimiento de los galeristas: "Los curadores ocupan un lugar en un universo de fotógrafos que transformó la fotografía en puro artificio: por eso se necesita un curador que explique lo inexplicable". "Yo no necesito a nadie que explique lo que hago: lo explico yo y se explica automáticamente por la misma obra. Si es necesario poner un traductor, el público está en problemas: porque quizás recibe las cosas como son, pero hay alguien que le dice que eso no es cómo lo está viendo. Y entonces nadie se anima a decir el Rey está desnudo".
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