viernes, 4 de septiembre de 2009

REPORTAJE: VIDA&ARTES.- IMPOSIBLE DESCONECTAR


El País, Madrid, España, 05Sep09
Móviles y portátiles favorecen la conciliación, pero también esclavizan al trabajador - La línea entre vida privada y laboral se difumina cada vez más
SILVIA BLANCO
- ¡Hola!, ¿cómo va? Oye, ¿te pillo bien?
-Bueno... estoy...
-No, mira, es un minuto
-Ehm, sí, dime
-Verás, es que hemos tenido un problema con la partida que nos enviasteis (...)
En este diálogo, el sujeto titubeante está a más de 7.000 kilómetros de Madrid, sostiene un mojito en una mano y dibuja círculos con el pie en la blanca arena del Cayo de Santa María, en Cuba. Habrá quien diga que esto no son vacaciones. Y habrá quien diga que trabajar, tampoco. Para muchos, la referencia de la jornada laboral -las ocho horas de la sociedad industrial, uno de los principales logros del movimiento obrero- se ha convertido en un concepto brumoso, en una especie de no pero sí que, gracias al teléfono móvil, los mantiene conectados a la empresa, con diferentes niveles de intensidad, 24 horas todos los días.

Enrique Ramírez, de 30 años e ingeniero de Telecomunicaciones, era el que estaba en Cuba en esa situación recreada de su verano de hace un par de años. En aquel momento, trabajaba para una empresa de telefonía y tenía que estar en contacto con fabricantes y operadores globales. "Te podían llamar de Corea o de otros países asiáticos a cualquier hora o durante el fin de semana si había un problema. Con los compañeros de oficina es diferente, tenía que ser algo grave, porque dejas un mensaje de despedida durante unos días en el correo. Pero los clientes no lo saben, y hay que contestar", explica. Él no hace teletrabajo: acude cada día a la nueva empresa en la que está empleado, hace sus ocho horas o más y, cuando sale, puede recibir llamadas porque tiene un móvil de empresa.
Ahora ha cambiado de compañía y también le han asignado un móvil. "He trabajado así siempre, incluso como becario. Tiene muchas ventajas, pero va cada vez a más, la gente incorpora el correo, el Facebook...". Aunque no puede apagarlo nunca, ha aprendido a gestionar ese tiempo extra que dedica a su empleo.
Su teléfono permanece en modo de vibración y lo mira de vez en cuando. Es la forma de evitar que un politono le marque el ritmo desde las siete de la mañana. "Eso es lo único que me estresa", admite, "que en ese tiempo de despertarte, ducharte y desayunar te llamen o recibas mensajes que anticipan lo que tienes que hacer a partir de las nueve. De momento, no es obligatorio que tenga un teléfono con el correo electrónico, porque eso ya sí que es responder a todo en tiempo real", explica.
Algunas grandes empresas están empezando a valorar la idea de que parte de su plantilla envíe el trabajo desde casa, o al menos, a fomentar una fórmula híbrida, todavía incipiente, que combine la asistencia a reuniones semanales, por ejemplo, con jornadas a distancia. Es la gran esperanza (siempre que sea voluntaria) para que la conciliación entre la vida laboral y la privada deje de ser una conmovedora aspiración. El móvil o la Blackberry facilitarían esta opción, pero la realidad es que muchos empleados a los que se dota de estos aparatos viven una transición que consiste en hacer las dos cosas, con una mano en la globalización y el trasero pegado a las oficinas del siglo XX.
Aquí entra en escena, además, "el invento español", como llama José María Prieto, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense (UCM) a la cultura de permanecer en el puesto de trabajo más horas de las necesarias. "En otros países del entorno, desarrollados y racionales, no hay nadie en la oficina después de las seis de la tarde. Y aquí, mientras esté encendida la luz del jefe, están los empleados. Yo se lo digo a los directivos: más allá de esa hora, está haciendo usted el pánfilo", advierte, para concluir que "la gente no ha aprendido a delimitar su vida laboral, y mucho menos con el móvil".
El hecho de estar localizado todo el tiempo es un viejo conocido para algunos tipos de profesionales, como los médicos, los autónomos, los directivos de empresas o los periodistas. Se suele percibir como algo inherente al tipo de actividad desarrollado. Incluso, como una ventaja. "Lo estresante para mí sería que ocurriera algo y no me pudieran avisar", comenta Antonio García, fotógrafo de un periódico local.
Algo similar opina una profesional de 27 años que prefiere no dar su nombre real. Se dedica a gestionar y organizar los stands de ferias comerciales en Barcelona.
"Aunque no está en el contrato, yo sé que en ciertas épocas del año tengo que estar de guardia entre comillas, que me pueden llamar a cualquier hora por lo que sea. Anoche estaba cenando con mi pareja a las once de la noche y me avisaron de que había una incidencia; a veces vas a comer con la familia el domingo y alguien ha perdido las llaves para entrar al recinto o no funciona el aire acondicionado y tengo que solucionarlo. Lo bueno de la Blackberry es que tengo todos mis contactos ahí, me permite arreglar el problema a distancia la mayor parte de las veces. Es esclavo, pero le veo más ventajas que inconvenientes", agrega.
Aún asumiendo con naturalidad que se pueda recibir una llamada en cualquier momento, ¿son esto horas extra? ¿Cómo se paga esa disponibilidad, no reconocida como tal en ningún papel, de alguien que no tiene cargo, que es un asalariado?
Ésta es la cuestión que plantea la denuncia de un grupo de trabajadores estadounidenses a su compañía, T-Mobile USA, recogida en un reportaje publicado en el diario The Wall Street Journal. El estrés no figura entre sus argumentos: tres empleados han llevado a los tribunales a su compañía, T-Mobile USA, por obligarles a llevar un móvil y responder a llamadas y mensajes de trabajo fuera de su horario sin retribución alguna.
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