domingo, 4 de abril de 2010

LENGUA, PAÍS Y MEMORIA

Clarín, Revista Ñ, Buenos Aires, Argentina, 04Abr10
"La lengua es un oficio distinto al de la vida", dice la escritora rumana Herta Müller, Premio Nobel 2009, que vive en Berlín y escribe en alemán. En este reportaje exclusivo, respondió por teléfono acerca de su literatura, la economía verbal, el recuerdo de la dictadura y la diferencia entre los campos de exterminio nazis y los del estalinismo. Hija de un hombre que fue de las SS y de una prisionera de los soviéticos, tiene motivos para pensar que nació en un mundo difícil.
Por: Mariana Dimopulos


Foto: HERTA MULLER: "Todo cuanto poseo lo llevo conmigo".
Hija de Alemania y de Rumania hasta que consiguió el exilio, Herta Müller empezó a escribir sentada sobre un pañuelo en el descanso de una escalera. Por entonces trabajaba en una fábrica como traductora de manuales técnicos. El servicio secreto quería obligarla a convertirse en informante, y ella se negaba, a riesgo de muerte. Hija de un hombre que durante la Segunda Guerra se había enrolado en las SS nazis, y de una mujer que había pasado cinco años en un campo de trabajos forzados soviético, Herta Müller pronto supo que había nacido del lado equivocado.

En tierras bajas
, su primer libro, es una vivisección descarnada y fascinante de su pueblo natal, que le valió el repudio de unos y la aclamación de otros: "Cuando aparecieron el primero y el segundo libro, aquí en Alemania, yo todavía vivía en Rumania. Y por el primer libro recibí dos o tres premios. Eso me protegió de las represalias del servicio secreto. Se dieron cuenta de que yo ya no era anónima y que no podían hacer conmigo muchas cosas que antes sí se hubiesen permitido." Para la ganadora del Premio Nobel de Literatura, no hay separación posible entre la política y la literatura. En la larga era de Ceausescu, que gobernó Rumania durante veinticuatro años alejado de la línea soviética y con apoyo de Occidente, las mujeres debían tener cinco hijos a pesar del racionamiento de la comida, y los ajustes se volvieron tantos que, a mediados de los años ochenta, Ceausescu empezó a fomentar la cría de caballos para ahorrar nafta y evitar el uso de los coches. La minoría a la que pertenecía Herta Müller, impregnada del pasado nazi y arrinconada por el nacionalismo rumano, fue vendida (literal) de a poco a la República Federal Alemana. Por cada uno que lograba salir, se pagaban entre 4 mil y 10 mil marcos. Pero no era fácil conseguir el pasaporte al exilio, y los disidentes como ella sufrieron amenazas y persecuciones.
En esta vida doble, intrincada y solitaria, la escritora fue inventando un lenguaje mordaz y minucioso por el que obtuvo un reconocimiento inmediato.
Como en los casos de Franz Kafka y Paul Celan, el alemán fue la lengua de su casa y no del país donde había nacido. Así, su obra viene a confirmar que muchas veces la literatura se escribe en una lengua extranjera, aunque esa lengua sea también la propia.

-A los 15 años, cuando se fue a vivir a la ciudad, aprendió el rumano. Desde entonces usted vive en dos idiomas. ¿Sus libros son un intento de acercarlos?

-Esas dos lenguas ya están cerca, porque están dentro de mi cabeza. Y sólo tengo una cabeza. El rumano es una lengua romance con partes eslavas y el alemán es una lengua germánica. Muchas cosas son distintas. Cuando en rumano se dice "la mesa" en alemán es un sustantivo masculino. Y eso ya se vuelve otro objeto. O las flores. En alemán los lirios son femeninos y en rumano lo contrario, el lirio es un señor. Y yo siempre me hice estas preguntas, tuve que hacérmelas, porque las dos lenguas chocaban entre sí, y cuando pienso en la palabra rumana para lirio la planta se ve distinta. Como escritor, eso uno lo recibe como un regalo. Tenemos dos miradas sobre todas las cosas, y no es porque lo queramos, es simplemente así. Y eso se refleja en todo lo que hacemos, también en la escritura.

-Jorge Semprún dice en un libro que antes de la guerra tenía muy poco para contar, y después de la guerra y del campo de concentración, demasiado. ¿Usted conoce esta sensación?
-Claro, también tengo mucho para contar, pero yo estuve en una dictadura. Gracias a Dios, una dictadura no es un campo de concentración. Probablemente, el campo de concentración sea lo más extremo en métodos de vigilancia y represalias que uno puede experimentar. Supongo que cuanto más uno haya estado en un país donde existen situaciones represivas, tanto más uno tiene que vivir, ¿cómo decirlo?, con precisión. Hay que vivir con precisión para protegerse. Cada día uno ve tantas desgracias. Y las desgracias no les son indiferentes a las personas. En este sentido es que la percepción es distinta en las dictaduras, está como forzada, todo se vuelve intensivo. Y uno tiene daños. Creo que al escribir, los daños juegan un papel importante; quizá sea así para todos los autores. La gente que viene de una dictadura está dañada, y son daños que no se ha buscado. Yo hubiera preferido vivir en un país donde no hubiese tenido esas experiencias y quizás nunca escribir un libro. ¿Por qué escribir? Podría haber hecho cualquier otra cosa.

-Esa precisión en el lenguaje y en la mirada aparece una y otra vez en su obra. ¿Se origina en este tipo de experiencias?
-Creo que cuando era niña también miraba todo con mucha atención, y también estaba forzada a hacerlo. Era hija única, pasaba mucho tiempo sola, en un pueblo pequeño y en una familia de campesinos. Tenía que trabajar en la casa, en el establo con las vacas, eran todas responsabilidades que yo no podía asumir, y las hacía con el miedo de "no puedo, no puedo cumplir con mis tareas".

-¿Es esa la mirada infantil de sus primeras historias?
-Siempre pensé que la soledad aumenta la mirada. Y como uno está todo el tiempo vuelto sobre sí mismo, para vivir, uno tiene que hacer algo con todo eso, lo quiera o no. Además, no es fácil ser niño. Creo que ser niño es difícil porque uno está siempre dependiendo de los otros, y porque uno no puede decidir por sí mismo lo que quiere hacer. Ser niño no es lindo, es un lindo cuento de hadas. Y tampoco la situación material es lo determinante. Claro que el niño pobre la tiene peor, pero pienso que de niños somos demasiado vulnerables.

-Por un lado, para usted la literatura es inseparable de la política. Por el otro, alguna vez dijo que no cree tener ninguna misión. ¿Qué piensa de la "literatura testimonial"?
-Creo que nadie la elige. Una gran parte de la literatura en general, en el mundo, es literatura de testimonio, porque uno ha vivido algo y cuando uno escribe, escribe sobre eso. ¿Qué debería hacer si no? En las dictaduras el tema es la dictadura, y cuando al fin pasaron, en las personas que han sobrevivido dejan muchos traumas. En cada familia hay alguna catástrofe. Y eso es resultado de la realidad. Para hablar sobre algo así no necesitamos ninguna misión. Desconfío de la misión o del encargo. En las dictaduras hubo arte encargado por el Estado, y por supuesto, también una larga serie de escritores que sirvieron a esa ideología. Yo no quiero tener nada que ver con eso; en todo caso lo que tengo es un encargo interior, es más bien una necesidad, tampoco es una misión. Lo misional es peligroso. Los misioneros se salen de tono muy rápido, y eso no aporta nada a la literatura.

-En su última novela, "Atemschaukel" (Vaivén de la respiración), el protagonista dice: "para mí mismo soy un mal testigo".
-Eso es porque la memoria es un terreno muy complicado. ¿Qué significa el recuerdo? ¿Quién se acuerda de qué? Cuando la gente recuerda lo mismo, muchas veces los recuerdos son muy distintos, porque los recuerdos son individuales, son propiedad privada, los construimos en la propia cabeza. Mientras uno experimenta las cosas no tiene tiempo, además, de reflexionar sobre lo que pasa. Y el recuerdo viene de la memoria, pero también de las heridas, los daños que uno arrastra consigo. Y también nos pueden obligar a recordar; es como un estado en el que uno se encuentra. Por eso el recuerdo no es un relato que uno va buscando libremente, el recuerdo también es algo torturante. El protagonista de Atemschaukel está escribiendo con una distancia de sesenta años, se ha convertido en un hombre viejo.

-Pero lo dice antes, como si tuviera esa sensación de ser un mal testigo ya en el campo.
-Sí, ya tenía la sensación de ser un testigo falso en aquel momento porque a veces las cosas estaban tan mal que ni siquiera podía contarlas. No importa cómo uno lo diga, nunca será lo mismo que lo que ha ocurrido. La lengua es un oficio distinto al de la vida. Aun cuando uno no escribe, cuando la gente cuenta algo simplemente, también está dentro de la lengua.

-En "El hombre es un gran faisán en el mundo" y en otros de sus libros posteriores, aparecen canciones tradicionales, supersticiones, elementos mágicos. Esto ha sido comparado con el realismo mágico latinoamericano. ¿Cuál es su relación con esta tradición literaria?
-Estuve muy cerca de esa literatura, y desde muy temprano. Cien años de soledad de García Márquez fue para mí un libro muy importante, o El otoño del patriarca. En Rumania, esta cercanía viene como de un natural parecido, la literatura latinoamericana se ha leído mucho, fue muy traducida. No era capciosa. Allá también había dictadores.

-¿Será la cercanía de las lenguas?
-Sí, en esos idiomas románicos, las imágenes utilizadas por la lengua están muy cerca. Creo que en Rumania hay un muy buen olfato para la literatura latinoamericana. Quizá es una forma de mirar el mundo. Lo mágico, lo surreal juegan un papel mucho más importante en la vida cotidiana rumana de que lo que podría ser, por ejemplo, aquí en Alemania.

-Su último libro está basado en notas que usted tomó de conversaciones con el escritor rumano-alemán Oskar Pastior, que pasó cinco años en un campo de trabajos forzados. ¿Fue un desafío especial utilizar esa otra voz?
-Trabajé mucho tiempo con él, tres años, y después fuimos juntos hasta donde habían estado esos campos de trabajos forzados, en la actual Ucrania. Nos conocíamos muy bien, yo tenía cuatro grandes cuadernos con apuntes de esas conversaciones. Traté de mantener todo lo que pude de nuestro trabajo en conjunto. Por supuesto los hechos, pero también su lenguaje. El fue uno de los grandes autores alemanes, y su lengua es muy precisa y plástica. Eso lo dejé en el libro, era lo que el libro necesitaba. Pero el protagonista, Leopold, no es Oskar Pastior, yo también hablé con otras personas y he puesto varias biografías ahí dentro. Sin embargo, la mayor parte proviene de él. En ese sentido, justamente en la musicalidad de la lengua y al inventar situaciones, fui escribiendo a su par. Y me lo representaba al imaginarme y construir las escenas, acaso porque hicimos ese viaje juntos. Pero no fue más difícil que en otros libros. Trabajar con la lengua es siempre difícil.

-¿Y también trató la propia historia familiar?
-Sí, puse cosas que mi madre vivió allá. Y leí muchos libros sobre deportaciones. En cada campo las cosas eran distintas, quiénes lo dirigían, el personal de vigilancia, si eran sádicos o buenos, si eran correctos y se limitaban a aplicar las penas o si tenían un disfrute sádico al hacerlo. Y la casualidad de con quién le tocaba a uno estar en la barraca. La personas son siempre distintas, también en el campo son distintas. En todas las realidades horribles que se iban acumulando en esos campos participaba especialmente la casualidad. Cuando uno está así, tan a la merced de las circunstancias, algo pequeño puede significar la mayor de las tragedias o la mayor de las fortunas, tan fundamentales se vuelven los detalles.

-Apelando a la idea de la culpa colectiva, en 1944 la ocupación rusa en Rumania envía a aquellos alemanes que no estaban participando de la guerra a los campos de trabajo. ¿Las circunstancias se asemejan un poco al Lager de los nazis?
-Diría que las condiciones no son similares. En el campo de concentración son muy distintas que en el campo de trabajos forzados, ya desde la intención. En el campo de concentración había judíos, pero también homosexuales, enemigos del Estado –lo que los nazis entendían por enemigos del Estado–, o discapacitados. Todos estaban ahí para que los asesinaran. Esa era la meta: la extinción. El objetivo de los otros campos era la reconstrucción de Rusia –así lo llamaban. Por supuesto, eso era el estalinismo más puro, era implacable, horrible, y podía acabar en la muerte, pero esa no era la intención. Que dejaran que la gente se muriese de hambre, que la hayan atormentado así, todo eso venía por añadidura, pero la intención no era el exterminio, mientras que en el campo de concentración sí lo fue.

-¿Cree que podría haber tocado este tema antes en Alemania?
-No lo sé. Recién ahora aparecen en Rumania libros al respecto, esas memorias de la gente sencilla que estuvo ahí. Hasta hace poco, allá en Rumania el tema también era tabú, y los archivos se abrieron con la muerte de Ceaucescu para los historiadores. Antes no hubiéramos podido acceder a esa información. Y la gente tenía miedo porque estaba prohibido hablar del tema. Alguien que ha estado por 5 años en uno de esos campos, y vuelve, va a respetar la prohibición. Porque una persona así está domesticada y queda temerosa para toda la vida. Y no sé qué hubiera pasado si hubiese intentado escribir sobre esto hace 15 años. Quizás el público no hubiera tenido la distancia suficiente, o lo hubieran tomado como si lo estuviera poniendo al mismo nivel que un campo de concentración y entonces hubiera habido problemas, pero no es lo mismo.

-Hace poco publicó un artículo sobre las actividades del servicio secreto rumano, la Securitate, que la persiguió y que motivó su exilio de Rumania. Y según ha experimentado en Bucarest, sigue activo. ¿Qué cree del futuro de Rumania?
-Me gustaría que se convirtiera en un Estado democrático. Pero creo que Rumania ya ha profundizado demasiado la marcha en un rumbo equivocado. Todas las viejas redes y la gente de la Securitate, por ejemplo, los antiguos caciques del partido, han asumido las posiciones decisivas del país. Lo mismo ocurrió con la privatización, son dueños de casi todas las empresas. A ellos les pertenecen las cosas, se sirven los unos a los otros, se conocen de antes y se sirven mutuamente. Por ejemplo, se había abierto una oficina que se ocupaba de los crímenes del comunismo, y ahora la unieron a otra. El jefe de la primera había trabajado muy bien, en el correr de los años fue encontrando muchas tumbas colectivas y anónimas, en los bosques, en los campos adonde llevaban a la gente en ese tiempo. El hizo que sacaran a esa gente de ahí y la enterraran. Entretanto, la política oficial de Rumania empezó a considerarlo como algo molesto. Y todo va ocurriendo de esta forma, ésta es la tendencia. Además, la corrupción es tan grande, y todo eso tiene que ver con los viejos tiempos.

-¿Qué desearía que pasara?
-¿Deseos? Uno siempre puede desear ... que la Unión Europea mire con atención lo que está ocurriendo y que los obligue a cosas que corresponden a un país democrático.
Hay mucha gente que vuelve a ser amenazada. Esto ya no es ideológico, no es el socialismo, lo que hay en marcha es una criminalidad de gánsteres.
Cuando estos dirigentes sienten que los molestan, reaccionan muy claro y brutalmente. Todo es alarmante. Y no mejora, sino que en los últimos años es cada vez peor.

-¿Está descartado que regrese algún día?
-Sí, nunca pensé en volver. No hay por qué vivir en el lugar donde uno ha nacido. En ese país hay muchos que en su tiempo hicieron conmigo lo que quisieron. Están todos en las escuelas, son profesores en las universidades. De mucha gente sé tantas cosas. Y no quisiera volver a vivirlo. Con una vez basta.

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