La Gaceta, Literaria, Tucumán, Argentina, 11Abr10
El hermano del Premio Nobel guió a LA GACETA Literaria por los escenarios de El Amor en los tiempos del cólera.
De la muerte es de lo primero que hablamos con Jaime García Márquez, hermano del autor de Cien años de soledad, a quien encontramos en la sede de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la que es subdirector. La fundación, creada por el premio Nobel colombiano, está en una de las calles del casco histórico de Cartagena de Indias, en la misma cuadra en la que hace algo más de seis décadas funcionaba El Universal, diario que tenía en ese entonces a Gabriel García Márquez entre sus columnistas. Jaime viene del velorio de un amigo, al que ha faltado su célebre hermano, al igual que a todos a los que debía asistir, con excepción de uno. "En unas horas se hará el funeral -le dice a LA GACETA Literaria-, pero tenemos tiempo para recorrer la ciudad con el itinerario de Gabito".
Los comienzos
El amor en los tiempos del cólera, al igual que nuestra charla con Jaime García Márquez, empieza con una muerte. La de Jeremiah de Saint Amour, un fotógrafo antillano que se suicida en una casa que el autor de la novela ubica arriba del Portal de los Escribanos. Allí comienza nuestro recorrido, a metros de una de las paredes de la muralla de 11 kilómetros que rodea la ciudad. "Jeremiah está inspirado en un belga, amigo de mi abuelo, que vivía en Aracataca y que también se suicidó con un sahumerio de oro. En realidad todos los personajes, salvo el doctor Urbino, están basados en personas cercanas a Gabo. La historia de Florentino y Fermina, los protagonistas, deriva de los amores contrariados de mis padres", relata Jaime mientras caminamos por el Portal de los Dulces (el de los Escribanos en la ficción), el lugar al que Fermina Daza iba a comprar dulces, el mismo en el que rechaza a Florentino Ariza y en el que se inicia una espera que durará 51 años, nueve meses y cuatro días.
Poco después de ganar el Nobel, García Márquez planeaba abrir un diario en Bogotá junto con Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Terragno. Cuando el proyecto había avanzado bastante, Gabo les comunicó a sus compañeros argentinos que debía abandonar el barco porque tenía la necesidad irresistible de escribir una novela. Les hizo una serie de entrevistas a sus padres y se encerró en su casa de Cartagena hasta que terminó El amor en los tiempos del cólera. "Mi padre trabajó como telegrafista, al igual que Florentino, y mi abuelo envió a mi madre a La Guajira para que se sacara el amor de la cabeza", dice Jaime y nos invita a seguirlo por la Calle de las Ventanas (la calle del Ladrinal en la realidad). En la novela, allí vive Tránsito Ariza con su hijo Florentino, el joven que se enamora perdidamente de una adolescente el día en que va a llevarle un telegrama a su padre. A esa adolescente le prometerá amor eterno y su padre se encargará de frustrar sus pretensiones para mantener latentes sus posibilidades de ascenso social y económico. El mismo propiciará el casamiento de su hija con el doctor Urbino, cuya muerte aguardará Florentino Ariza, durante casi toda su vida, desde el día en que ve a Fermina embarazada en la Catedral, que está a tres cuadras de su casa, de la calle por la que caminamos con Jaime García Márquez hasta llegar al Parque de los Evangelios. Ahí se sienta Florentino, frente a la casa de Fermina, fingiendo leer un libro de poemas a la sombra de los almendros, para ver a la mujer a la que nunca olvidará, prefigurando las cartas que habrá de escribirle.
"Cuando estaba metido en la novela, Gabito me pidió ayuda para escribir una carta de amor. Es imposible, le dije, yo no conozco de estructuras literarias. Eso no es necesario, me contestó y agregó: Para escribir una carta de amor solamente hay que estar enamorado", narra Jaime y, al mismo tiempo, nos señala la casa en la que su hermano instaló a su protagonista. En la fachada de la casa sobresale una puerta aparentemente inexpugnable, tanto para el turista como para los deseos de Florentino, que solamente parece poder abrirse a la imaginación de quien colocó detrás de ella un patio sevillano y a una adolescente que aprende a borrar de su memoria su primer amor.
Las campanas de una iglesia empiezan a sonar de la misma forma en que lo hacen el día en que comienza la historia de Gabo y la que recrea su hermano Jaime, el día en que mueren Jeremiah y el doctor Urbino, aquella mañana en que Florentino Ariza se presenta en la casa de la viuda en ciernes, Fermina Daza, para decirle que, después de 51 años, la sigue queriendo como siempre.
Cuando estaba terminando El amor en los tiempos del cólera, el libro de Gabo que cosechó más lectores y juicios laudatorios después de Cien años…, murió su padre, con quien acababa de reanudar su relación. A su entierro fue al único al que asistió en toda su vida: la muerte de su padre marcó a fuego la novela que estaba escribiendo.
Tocarle el timbre a Gabo
Llegamos al convento de Santa Clara, escenario principal de la novela Del amor y otros demonios, historia de García Márquez que gira en torno a una niña que es enterrada en una de las criptas del convento y que al ser exhumada, 200 años más tarde, tiene una cabellera de 22 metros y 11 centímetros de largo. "La niña nace sietemesina, con el cordón umbilical enrollado en el cuello y parece un renacuajo. El personaje se basó en mi propia historia. Así nací yo y mi mamá me salvó armando un cajoncito acolchonado, una especie de incubadora, con algodón extraído de un árbol que había frente a mi casa. Yo tendría que haber muerto, fui muy débil hasta los siete años y todo eso lo impactó mucho a Gabito. El tema de su primer cuento, La tercera resignación, es la muerte y también está inspirado en mi historia", cuenta Jaime al salir del convento. Y agrega que Gabo está, en ese momento, en la casa que está enfrente.
Gabriel García Márquez saltó del anonimato a la fama en Buenos Aires, en 1967, a raíz de la publicación de Cien años de soledad y de la difusión periodística que hizo Tomás Eloy Martínez desde la revista Primera Plana. En ese año, Gabo estuvo en nuestro país unos días y nunca más volvió. Muchos lo adjudicaron a sus supersticiones (al temor a regresar al lugar en donde "todo empezó" porque también allí todo podría terminar); otros, a su temor a volar. Pero Jaime ensaya una versión distinta: "Gabito asocia los lugares a las personas. Cuando Tomás Eloy se tuvo que exiliar de la Argentina, Buenos Aires, la ciudad en la que vivía quien era un verdadero hermano, perdió entidad".
Hace cuatro semanas, Gabo hizo su última aparición pública en un homenaje que organizó su fundación para su amigo Tomás Eloy, a quien él solía presentar diciendo: "este cuate es el mejor periodista de América latina". Allí abrazó a Ezequiel Martínez, uno de los hijo de Tomás y uno de los pocos periodistas al que le permitió acercarse con un grabador en los últimos 30 años. Para dejar las cosas en claro, Gabo publicó un artículo titulado Una entrevista, no gracias, en el que justifica su distancia frente a la prensa. De todos modos, estando al lado de su hermano, a metros de su casa y de él mismo, es inevitable hacer una pregunta aunque tome la forma de lance argentino:
- ¿Podemos verlo a Gabo? ¿Qué pasa si le tocamos el timbre?- Esta semana no -nos responde Jaime- pero en el próximo viaje sí. Hay que volver a Cartagena para ver a Gabo.
Y así termina nuestro recorrido por la ciudad de El amor en los tiempos del cólera, sospechando que la espera para ver a Gabo puede ser tan larga como la de Florentino Ariza. Pero también intuyendo que, aunque tengamos que esperar 51 años, nueve meses y cuatro días, un encuentro inverosímil, en Cartagena de Indias, siempre es probable.
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