sábado, 16 de febrero de 2008

VIDA Y MUERTE, LA RUEDA SIGUE GIRANDO. (Cuento en 4 entregas)


Entrega 2
Su sangre se heló al ver la pasión hecha vaivenes, susurros, gemidos y suspiros pasionales en el lecho de su hermana. Y así como se heló la sangre en el primer instante, de pronto entró en iracunda ebullición. En dos zancadas estuvo a la vera del lecho y de un tirón arrancó la sábana para ver los cuerpos desnudos de Carlos e Isabel anudados en los lazos del deseo. Por un momento quedó paralizado, y ese instante fue aprovechado por el amante para empujarlo con los pies y huir desnudo galería afuera, blandiendo en su mano lo único que había atinado a tomar, su espada desnuda como su dueño. Rafael desenfundó su toledana y corrió tras él, sólo para verlo desaparecer en las tinieblas de la escalera hacia la puerta de calle, en donde la campana del acero en las lajas del piso anunció que su acero había caído de sus manos. Hasta allí llego Rafael, y temblando de irritación recogió la espada del ofensor, juramentándose a hundirla en sus entrañas.
Los días siguientes fueron febriles. Rafael buscó por cielo y tierra a Carlos, previo encerrar a su hermana bajo siete llaves. Lo movía su honor mancillado, y la traición de su amigo, en quién había depositado siempre su confianza. El rencor no le permitía reposo alguno en su búsqueda, y a cada pista falsa que seguía incrementaba su indignación. Algunas semanas después de la noche trágica un funcionario amigo de la Casa de Contratación le dijo que Carlos había embarcado en una nao de la flota que convoyada había zarpado para el Nuevo Mundo. No tardó Rafael en tomar una decisión, se aseguró una plaza para el año próximo en la nueva flota que partiría hacia Santo Domingo, en Indias, y ya con más tiempo vendió algunas propiedades, recogió todo el dinero que tenía en metálico, y se dedicó a organizar la administración de la casa paterna y la encomienda próxima a Sevilla, las que quedarían bajo la responsabilidad de Maese Juan, hombre de su entera confianza y quién aún en vida de su padre la gobernaba, para finalmente llevar a su hermana a un convento de clausura, en donde la dejó enclaustrada.
El tiempo, empujado por la ansiedad y el ímpetu que la venganza imponía a su orgullo, corrió rápido y antes de lo que esperaba se encontró embarcado en el galeón que lo llevaría a lavar su honra. Así inició su viaje en un convoy de barcos mercantes escoltados por navíos de guerra, teniendo una travesía azarosa: después de la tranquila navegación por el Guadalquivir, entraron en la Mar Océano donde fueron presa de una tormenta que durante largos días los tuvo a mal traer, desarbolando algunas naos, y haciendo zozobrar a otra; y como si ese castigo fuera poco sufrieron el ataque de algunos piratas ingleses, carroñeros de los mares, los que fueron dispersados por las naves de guerra que los escoltaban, sin que ninguno de esos avatares hiciera olvidar a Rafael su herida que sangraba indignación y deseos de venganza. Y así fue como transcurrieron los cuatro meses de navegación, destilando gota a gota en el alambique de su odio lo único que le importaba, hallar a Carlos.
Ni bien llegado a Santo Domingo transitó el puerto y cuanto antro del mal encontara, indagando a quién hallara en su paso “por un viejo amigo que buscaba”, sin mezquinar dinero para aflojar las lenguas, mas pese al empeño que puso sólo sacó en limpio que Carlos no había permanecido en la isla, y entonces, caviló, solo había dos probables destinos para aquel truhán, o el Virreinato de Nueva España (México) o los ricos reinos a la vera de la Mar del Sud. Conociendo el espíritu audaz de su ofensor, optó por continuar su búsqueda en las tierras meridionales, más atractivas a su criterio para la aventura. Decidido se embarcó en el primer barco que partía para el Darien. La travesía fue corta, pero duro el cruce del istmo, espantando mosquitos, abriendo brecha en la manigua por donde serpenteaba la caravana de mulos a la que se había unido, subiendo, bajando y faldeando la escarpada topografía. A Rafael ningún obstáculo lo amedrentaba; sólo la sonrisa enigmática de Carlos en la cantina aquella fatídica noche había modelado su ser quedando atrás el joven alegre, dicharachero y juerguista, para ensimismarse en el dolor lacerante que no tan sólo había herido su alma, sino que cargó de años su rostro con arrugas antes insospechadas y que había comenzado a matizar su negra cabellera con prematuros hilos de plata. De su boca desapareció la sonrisa antes permanente, convirtiéndose en un rictus amargo que era espejo de su ánimo. Ese era el Rafael que llegó a la Mar del Sur, donde se embarcó con rumbo al Perú, desde donde lo atraía irremisiblemente el imán obsesionante de Carlos. Al final de esta nueva singladura arribó con felicidad a Tumpez; terminó así una plácida navegación para internarse en las revueltas aguas de la feroz guerra civil del Perú, donde los partidarios de Diego Almagro, también llamados “los de Chile”, se mataban sin piedad con los seguidores de Francisco Pizarro, pese, o quizás debido, a que ambos ya habían sido muertos como resultados de las primeras rencillas. En aguas tan revueltas le pareció imposible sobrevivir sin tomar partido en la contienda y habiendo el Capitán Diego Centeno, almagrista, levantado banderín de enganche para reforzar su tropa que no pasaría de los cuarenta hombres, Rafael sentó plaza de soldado como arcabucero. Pocos días después, su jefe que había llevado a su escuálido ejército a las puertas del Cuzco, leal a los pizarristas, resolvió tomar la ciudad pese que se encontraba guarnecida por cerca de setecientos hombres, y como Centeno tenía más audacia que cerebro ejecutó un golpe de mano nocturno. Ni bien se infiltraron en la ciudad fueron recibidos por una salva cerrada de arcabuces, y un gigante, a la sazón el jefe de la guarnición arremetió decidido contra el jefe almagrista, planteándose un desigual combate entre ambos. En el momento que Centeno caído en el suelo se hallaba bajo el espadón del gigante, Rafael le abrió el pecho con un disparo de su arcabuz, causando con la muerte del jefe el desconcierto y la huída de la guarnición. El Cuzco quedó en manos de los almagristas y D. Diego Centeno mandó llamar a Rafael, a quién debía su vida y en última instancia la victoria.
(Continuará- Las entregas se harán los miércoles y domingo)
Octavio Ochoa

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