sábado, 7 de junio de 2008

FRAGMENTOS DE UNA VIDA INTENSA: GUSTAVE FLAUBERT


AdnLa Nación, Buenos Aires, Argentina, 07Jun08
La correspondencia que el autor de Madame Bovary mantuvo con amigos y personalidades destacadas de su tiempo- entre ellas, los escritores George Sand y Guy de Maupassant- revela aspectos poco conocidos de su intimidad. El sexo, el arte, las intrigas del mundo cultural, el dinero y la política alimentaban una pluma apasionada, no solo en el terreno de la ficción.
Por Julian Barnes
Para LA NACION

La caja de instrumental de Eugène Delamare, funcionario de sanidad de la aldea normanda de Ry en la década de 1840, era sin duda de factura estándar: lo mismo ocurría con el propio Delamare. Hombre inepto aunque concienzudo, fracasó en sus exámenes de medicina y solo alcanzó su modesto estatus profesional gracias a la benévola intervención del cirujano de Ruán con el que se entrenó. Dos cosas, sin embargo, lo distinguían, ambas desafortunadas. La primera era su esposa Delphine. Ella tenía sueños que estaban por encima de su estatus: su variedad de amantes y sus gustos costosos -se comentaron mucho sus cortinas rayadas amarillas y negras- acabaron por conducirla en 1848 a la catástrofe financiera y social; su estrategia para librarse del problema fue el suicidio. El propio Delamare, preso del dolor, se mató el año siguiente. Su segunda desdicha radicaba en el nombre del cirujano que lo había entrenado: Achille-Cléophas Flaubert, padre de un hijo literato. Así, Delphine Delamare se convirtió en Emma Bovary, un fait divers local se convirtió en una gran novela, y por la ley de las consecuencias imprevistas, la caja de instrumental de Delamare (es decir, un objeto concreto cuyo único valor residía en su teórica conexión con un personaje de ficción) fue vendida en noviembre de 2007 por un librero de París en 6500 euros. Una suma que, de haber estado a disposición de madame Delamare, podría haberla salvado de la vergüenza y obligado a Gustave Flaubert a buscar en otra parte el tema de su primera novela. Los caprichos de la historia y la pertinacia de los académicos hacen aparecer extrañas nimiedades póstumas en la vida de un escritor de genio. Por ejemplo: a fines del otoño de 1877, durante la campaña electoral en la que el reaccionario presidente MacMahon procuraba permanecer en el poder, un hombre mayor que viajaba por Normandía compró dos grandes lápices de carpintero. ...l y su compañero de viaje los usaron para garrapatear insidiosos grafitis contra MacMahon sobre muros e incluso asientos de tren. Estos apuntes menores de un novelista importante (que en ese momento se dedicaba a la investigación para Bouvard y Pécuchet ) nunca fueron mencionados en sus cartas ni registrados en ninguna conversación. Esa conducta antisocial -o libertad de expresión- solo se conoció veintisiete años después de su muerte, cuando su compañero de viaje, Edmond Laporte, le mencionó el asunto a un tal Lucien Descaves. Y el secreto incluso podría haber muerto con el habitualmente discreto Laporte, si Flaubert no hubiera terminado rudamente la amistad de ambos dos años después de aquel viaje de investigación. Más que cualquier otro escritor de su época, Flaubert se esforzó por mantener a distancia a los que sentían curiosidad por su vida. "No tengo biografía", respondió magistralmente en una oportunidad en que le pidieron detalles personales. Repelía a los periodistas y no permitió que se publicara ninguna fotografía suya. "Ofrecerle al público detalles sobre uno mismo -le escribió a un amigo seis meses antes de morir- es una tentación burguesa a la que siempre me he resistido." También procuró negarle a la posteridad el libre acceso a sus secretos. Alarmado por la publicación póstuma de dos series de cartas de amor de Mérimée, hizo en 1877 un pacto de quema de cartas con Maxime Du Camp, que borró "nuestra vida entre 1843 y 1857". Dos años más tarde, durante una sesión de ocho horas con su protégé Maupassant, toda una vida de cartas recibidas fue evaluada, ordenada, empaquetada y en algunos casos (con seguridad, en el de Louise Colet y posiblemente, en el de la institutriz inglesa Juliet Herbert), quemada. Sin embargo, no es tan sencillo derrotar a la posteridad. No siempre es posible recuperar las cartas y destruirlas; con frecuencia puede adivinarse el contenido y el propósito de las lagunas en una correspondencia; y el solo hecho de la publicación conjunta de casi todas las cartas conocidas -algo que Flaubert difícilmente podría haber imaginado- sirve para subrayar incoherencias, contradicciones y aquellas pequeñas hipocresías impuestas por la cortesía y los buenos modales. Cuando Flaubert se disculpa, en mayo de 1879, por no haber visitado a la belleza de alta sociedad Jeanne de Loynes porque solo "estaba en París por unas pocas horas", un editor, 130 años más tarde, señala que en realidad estuvo en la ciudad durante casi tres días. Cuando, en marzo del mismo año, le dice a Edna Rogers des Genettes que acaba de terminar de leer todo Spinoza por tercera vez, Jean Bruneau (para quien la Correspondance fue un trabajo de toda la vida) sabe lo suficiente para explicar que ese alarde se aplica solamente a la ...tica , ya que Flaubert no descubrió el Tractatus hasta 1870. Y en cuanto a su vida sexual, es frecuente atrapar al novelista mintiéndoles a sus amigas acerca del lugar adónde va, mientras les pide a sus amigos que lo encubran y les informa más tarde qué era lo que había hecho en realidad.
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