viernes, 27 de junio de 2008

PORNOGRAFÍA FRANCESA EN EL SIGLO XVIII. ANATOMÍA DE VIEJOS BEST SELLERS


El País, (Cultural), Montevideo, Uruguay, 27Jun08.- Virginia Martínez
EN UNA RECIENTE entrevista el historiador estadounidense Robert Darnton -profesor y director de la biblioteca de la Universidad de Harvard- reafirmó lo escrito en su libro Edición y subversión (2003): "Entenderíamos mejor los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa si dejáramos la Enciclopedia y descendiéramos a Gubb Street". Así llamaban al distrito de París donde vivían escritores pobres y frustrados, que trabajaban a destajo en la redacción de libelos y panfletos. Esa literatura libertina y prohibida - de "Rousseaus de alcantarilla"- tuvo enorme circulación y contribuyó a minar las ideas dominantes bajo el Antiguo Régimen. De ello se ocupa Darnton en el fascinante libro Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución. Libros malos. Desde el siglo XVII, instituciones del Estado absolutista controlaban la circulación de la letra impresa: censores reales, inspectores de Policía y corporaciones que imprimían las obras. "Un libro tenía que salvar todo tipo de obstáculos en el interior de este sistema para publicarse legalmente y aparecer con el privilegio real bien impreso al frente". Para obtener patente, la obra debía responder a la ortodoxia oficial. El resto, una inmensa cantidad de materiales que la Policía llamaba "libros malos", se imprimía fuera de Francia y entraba al país de contrabando: "Constituían la dieta básica de la literatura ilícita para los hambrientos lectores en todo el reino". Un vendedor preso en La Bastilla por traficar esos materiales, tuvo que explicar a la Policía el significado de una expresión que se repetía en la correspondencia y contabilidad de su negocio: "artículos filosóficos". Tal era la formalidad empleada en el mercado para referirse a todo lo que estaba prohibido. Se trataba de libros filosóficos en sentido estricto y de obras políticas o que preconizaban la tolerancia religiosa y el deísmo. En ese renglón se ubican los grandes del Iluminismo: Rousseau, Helvétius, Voltaire, Diderot. Sin embargo, por célebres que sean sus autores, no fueron ellos quienes dominaron el mercado literario ilegal. Pidansant de Mairobert, Théveneau de Morande, Du Laurens, D`Argens, son algunos de los nombres -olvidados por la historia de la literatura- que escribieron los best sellers de la época. Entre los libros filosóficos, los políticos tenían la preferencia del público y dentro de éstos no destacaban los tratados teóricos sino libros de actualidad que denunciaban las maquinaciones del rey, de la Policía o de personajes notorios: "Popularizaron el mito de una Francia gobernada por medio de las mazmorras, las cadenas y las lettres de cachet". Según Darnton, las Mémoires sur la Bastille, de Linguet y Des Lettres de cachet et des prisons d`État, de Mirabeau se cuentan entre aquellos que lograron volcar contra el gobierno a la opinión pública. En la misma categoría, el historiador sitúa a los libelos (libelles) que en la tradición francesa refieren a la difamación política antes que a la privada. Narraban historias secretas de gente poderosa: "Empezando por el propio rey, y bajando a los ministros y a las amantes de la realeza, hasta llegar al elenco conocido de cortesanos y de las filles d`Opéra". Chismosos y voyeuristas, los libelos hacían entrar al lector en Versailles y en la habitación real. Incluían cartas, informes y diálogos, que hacían pasar por documentos verídicos. Se disfrazaban bajo la apariencia de periodismo, biografía e historia: "Crearon un mundo imaginario de un ilimitado poder arbitrario y lo poblaron con figuras de cajón: ministros malvados, cortesanos intrigantes, prelados pederastas, amantes depravadas e inútiles y aburridos borbones". Según las cartas de libreros analizadas por Darnton, la demanda de estos materiales fue inagotable. Filosofía pornográfica. Sitio especial ocupa la literatura pornográfica, aunque según el autor los franceses del siglo XVIII no la concebían como género aparte, distinto de la literatura política o anticlerical. En la cúspide está Thérèse filósofa o memorias para servir a la historia del padre Dirrag y de mademoiselle Éradice, del marqués D`Argens, libelo que entusiasmó al propio marqués de Sade. Darnton incluye un extenso fragmento de la obra. Es un texto magnífico, en el que las orgías alternan con discusiones filosóficas que los protagonistas acometen entre un acto sexual y el siguiente. Así mientras la joven Thérèse se repone de la fatiga amorosa -"todavía sufro un poco las locuras de ayer"- pide a su preceptor espiritual y carnal que le explique el concepto de Naturaleza o la función de la religión. Darnton analiza otros dos libros. El año 2440, de Louis-Sébastien Mercier, publicado en 1770, best seller por excelencia: tuvo 25 ediciones. La trama de la narración es sencilla: el protagonista queda dormido y despierta en el París del futuro. Vagabundeando por la ciudad descubre nuevos usos y costumbres. Los hombres no llevan sables ni las mujeres corsets que les ahoguen los pechos. La ciudad es limpia, la gente enferma poco y los sacerdotes exaltan las virtudes civiles. Tampoco hay prostitutas, mendigos ni milicia pues los países viven en paz; la población no paga impuestos sino contribuciones voluntarias. El gobierno no es "ni monárquico ni democrático, ni aristocrático: es razonable y hecho para hombres", dice el protagonista del libro de Mercier. Anécdotas sobre madame la condesa Du Barry se publicó en 1775. Su autor es, probablemente, Pidansant de Mairobert. El extenso pasaje elegido por Darnton es más que interesante y entretenido. Cuando concluye el fragmento el lector quisiera seguir con las aventuras de esa mujer de origen pobre e incierto que, de cama en cama, llegó hasta el lecho del rey. Quizá lo más atractivo es que, aunque se trata de una novela, Mairobert se presenta como historiador. Se dice objetivo, no toma partido, ratifica o rectifica, matiza. Defiende a la heroína con argumentos de tan mala fe que su defensa la hunde. La condesa no es mala sino amoral y engaña hasta a Luis XV, hombre de menguada virilidad. Dice Darnton: "Los franceses ya no podían ver a su rey ni como padre ni como dios. Había perdido las últimas trazas de legitimidad". Público y opinión pública. La tercera parte del libro aborda los circuitos de comunicación y difusión, la respuesta del público y la influencia de la literatura prohibida. Llegado a este punto el historiador admite que entra en territorio de especulaciones. Difícil saber cómo leía el público -cómo interpretaba- aunque sepamos qué leía. Del punto de vista de la demanda, la actitud de los lectores fue fuerte. Buscaban los libros prohibidos, por moda, para poder participar en las tertulias, para estar informados, para indignarse o excitarse (Rousseau hablaba de las obras pornográficas como "libros que se leen con una sola mano"). Quizá por su apariencia trivial, esos textos no fueron estudiados con la profundidad que, según el historiador, merecen: como obras políticas que se proponían denunciar la corrupción y el despotismo más que hacer crónicas escandalosas. El presente libro integra una trilogía, cuyo tercer volumen aún no ha sido publicado. Darnton advierte que su investigación, realizada a lo largo de dos décadas, no está guiada por la pasión que mueve al anticuario sino que busca responder a preguntas más amplias: cómo funcionó el mercado ilegal de los libros, de qué manera esa literatura amenazó la estabilidad del régimen, y qué influencia tuvo en la revolución. Aunque las respuestas sean aproximaciones provisorias, su trabajo permite comprender las transformaciones del mundo de la cultura y la política prerrevolucionarias. LOS BEST SELLERS PROHIBIDOS EN FRANCIA ANTES DE LA REVOLUCIÓN, de Robert Darnton. Fundación de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 2008. Distribuye Gussi. 553 págs.

No hay comentarios: