viernes, 6 de junio de 2008

EL AISLAMIENTO DEJA PARA LA POSTERIDAD RUINAS, QUE PUEDEN SER HERMOSAS, PERO SON NADA MÁS QUE RUINAS


REFLEXIONES EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
Por Marcos Aguinis para LA NACIÓN, 06Jun08
PETRA, Jordania.-
El osado Johann Ludwig Burckhardt había nacido en Suiza a fines del siglo XVIII, se educó en Alemania y consiguió financiamiento inglés para realizar exploraciones en Africa y Medio Oriente. Era un aventurero que, animado por una curiosidad que podía terminar con su vida, se internaba en regiones desconocidas y peligrosas hasta ese momento. En 1812, atravesó el rocoso desierto que integraba la bíblica y roja tierra de Edom, que ahora pertenece a Jordania. Atendió a una leyenda de los beduinos, que decían saber dónde Moisés había logrado hacer brotar agua de una piedra y dónde había sido enterrada su hermana Miriam. Quedaba al sudeste del mar Muerto, en el lugar más hondo del planeta.

Caminó privado de agua y comida hasta descubrir una estrecha y espectacular quebrada por donde, en los tiempos antiguos, corría un arroyo. La seca penumbra se tornaba ominosa, apretada entre los altísimos muros donde se sucedían colores provistos por minerales, alguna gota de agua que alimentaba a un arbusto raquítico y el vacilante movimiento de la luz. De súbito debió cerrar los párpados. Lo encandiló el espacio enorme que se abría delante, y en cuyo frente lucía la fachada solitaria y bellísima, casi intacta, de un palacio helenístico. Había develado a Petra -la bíblica Rekem, en hebreo- sobre la cual escribieron Flavio Josefo, San Pablo, Eusebio, Plinio, San Jerónimo y hasta es mencionada en los famosos rollos del mar Muerto. Hacía siglos que nadie se refería a ese lugar abandonado. Burckhard informó sobre su hallazgo a Occidente y después se disfrazó de musulmán para convertirse en el primer cristiano que visitaba clandestinamente La Meca. Hizo, además, fructíferas exploraciones en Egipto. Supe de ese sitio hace unas décadas, en mi primer viaje a Israel, antes de la Guerra de los Seis Días. Por ese entonces, era un objetivo alucinante que trataban de alcanzar en forma secreta y deportiva los jóvenes israelíes. Competían románticamente por internarse en territorio enemigo para disfrutar de una estremecedora obra de arte. Cantaban una balada sobre "la tierra roja de Edom" que aún me suena en los oídos. Algunos de esos audaces cayeron bajo los tiros de la Legión Jordana. Sólo en años recientes, el gobierno de Amman tomó conciencia del tesoro que había descubierto Burckhardt en 1812, y no tuvo dificultades en conseguir que fuera convertido en patrimonio cultural de la humanidad. Es un sitio que atrae millares de turistas, informados por folletos y películas sobre sus rasgos sobresalientes. Pero una hermosa producción de la National Geographic, por ejemplo, no conseguiría rodearnos del calor infernal, la sequedad del aire ni las sensaciones intransferibles que brinda el contacto directo con un espacio cargado de historias, mitos y leyendas como ése.

Desde Israel, se puede llegar por dos caminos. Uno es volar hacia Amman -llamada Philadelphia en los tiempos romanos y Ammon en la Biblia-. Luego, hay que seguir más de 200 kilómetros por tierra. Otra alternativa más sencilla consiste en dirigirse a Eilat, el puerto sureño de Israel, que da al mar Rojo. Por allí, el rey Salomón importaba las riquezas de Ophir y en esa misma tierra desembarcó la reina de Saba. Desde Eilat se llega enseguida a la jordana ciudad de Akaba. El cruce es fácil y amistoso desde que Jordania firmó la paz; ya no existen la competencias por llegar a Petra en forma oculta. En Akaba se luce el antiguo fuerte que conquistó Lawrence de Arabia al encabezar el histórico levantamiento de la región contra el imperio otomano. Un camino bien pavimentado y guías jordanos nos condujeron de Akaba a la magnética Petra. Se nos había advertido de vestir ropas livianas y tener a mano botellas de agua. El camino zigzaguea por orgullosas formaciones rocosas. Sólo aparecen algunas mínimas aldeas o tolderías nómadas en torno de las cuales los hocicos de las cabras se esmeran por descubrir una brizna comestible. El viaje termina en Wadi Musa (el arroyo de Moisés), donde los lugareños insisten en que el patriarca hizo brotar agua de las piedras. Hasta hace poco, era un poblado irrelevante; ahora es una ciudad con hoteles, restaurantes, calles pavimentadas y algunos canteros con flores. El turismo motorizó, en pocos años, su crecimiento vertical. Pero reina un calor de órdago. Para proteger en forma debida todo lo que queda de la legendaria Petra, no pueden avanzar los vehículos motorizados. Nadie se salva de cubrir cuatro kilómetros a pie, en burro, camello o calesa. Quienes suponían que la calesa resultaba más cómoda se llevaron el susto de padecer las sacudidas de una coctelera, porque el camino conserva las irregulares piedras de la muerta época de gloria. Petra fue la capital de la extinguida civilización nabatea, que derivaba de tribus nómadas a las que les estaba prohibido sembrar, plantar árboles o construir viviendas para mantener su trashumancia. Hablaban arameo y adoraban dioses y diosas semejantes a los que predominaron luego en la península Arábiga, en los tiempos preislámicos. Se tornaron sedentarios al empezar a labrar grutas en las rocas para sepultar a sus muertos. Impresiona la cantidad de tumbas, porque se extienden por vastas superficies. Algunas responden al período antiguo, con reminiscencias funerarias egipcias, y otras son posteriores, a las que se agregaron frontispicios grecorromanos. Pero el gran aporte de los nabateos fue su inteligencia para aprovechar la escasa agua del lugar. Levantaron pequeños diques, construyeron cisternas, cincelaron canales y ordenaron el curso de arroyos estacionales. Su vida independiente se extendió durante unos siglos antes y algunos después del nacimiento de la era cristiana. La protección que brindaba el mareante círculo de torres naturales, más la dificultad que significaba el ingreso a través de gargantas estrechas y oscuras, convirtieron a Petra en un privilegiado almacén por donde pasaban las caravanas de camellos, mulas, caballos y estrechos carruajes que iban con sus mercaderías del sur arábigo al lejano norte sirio, y del mar Mediterráneo hacia el este babilónico, que ensambló más adelante con la ruta de la seda. Además, los nabateos empezaron a destacarse en las artesanías del cuero, el vidrio y la cerámica, hasta desarrollar un estilo que los arqueólogos distinguen con facilidad. Sus tesoros se tornaron quiméricos y despertaron la codicia de los conquistadores, entre los que figuraron Pompeyo y Trajano. El reino nabateo había tenido que enfrentar de manera sucesiva a los asirios y los griegos; luego, a las interminables legiones romanas. Más adelante trasladaron su capital a Palmira, centenares de kilómetros al norte, ciudad que se convirtió en la más deslumbrante del Medio Oriente, con templos, palacios y monumentos bellísimos, muchos de los cuales conservan grandes porciones intactas. Pero Palmira y Petra estaban condenadas a la declinación. Ni siquiera las conquistas árabes ni el ingreso de los cruzados pudieron devolverles su esplendor. Petra es un dilatado cementerio rojizo que encoge el corazón. Mientras recorría sus innumerables grutas, columnatas, teatro para miles de personas y miraba los frontispicios, los acueductos labrados en la piedra y fachadas que aún no han terminado de pulir los arqueólogos, me estremeció reflexionar sobre las consecuencias del aislamiento. Petra creció y murió por esa razón. En un determinado lapso, el aislamiento funcionó como amparo, pero a la larga llevó a la muerte. Las fronteras rocosas fueron magníficas para impedir el ingreso de invasores, pero luego se convirtieron en su ataúd. Hacía demasiadas centurias que nadie la recordaba; ni siquiera los eruditos en historia lugareña. Había sido tragada por el desierto, disuelta en las nubes de un calor de brasa encendida. Burckhardt, disfrazado de jeque, la devolvió al mundo gracias a su irrefrenable vocación exploradora. Pensaba que cualquier leyenda tenía un grano de verdad y quiso saber si Moisés, su hermana Miriam y su hermano Aarón habían andado por allí. Se internó en el laberinto de montañas calvas que aún siguen produciendo terror. Y caminó el largo y angustiante desfiladero hasta dar de narices con la magnificencia que se despliega a su término, como un escenario onírico. Con exageración, algunos pretenden incluirla entre las siete maravillas del mundo. El oficialista Jordan Times reconoció que hubo un descenso de la afluencia turística por la percepción de inestabilidad política, fanatismo y relativa inseguridad. Es lamentable. Mentes obtusas pretenden negar la bendición que significó firmar la paz con el vecino israelí y la riqueza que brinda el aflujo de curiosos. Prefieren el gesto tanático a los intercambios vitales. La película Indiana Jones, entre otros filmes, contribuyeron a incrementar la popularidad de la bíblica Edom y su espléndida capital. Jordania está llena de sitios que merecen visitarse, empezando por Amman-Philadelphia, Araq el Amir (fortaleza del rey Hircano), Jerash (la ciudad de Artemisa), Pella (que evoca a la homónima de Macedonia). Hay castillos y fortificaciones en el desierto que erigieron desde los jefes de Judea hasta los oficiales de Alejandro el Grande, líderes romanos y órdenes de las Cruzadas. En el camino de retorno, agobiados por el calor, pero enriquecidos por una experiencia inoxidable, tuvimos el regalo de visitar, en Wadi Musa, un establecimiento especializado en diversos tipos de baclavás. Con la hospitalidad que caracteriza a los árabes, nos hicieron gustar los frutos de su arte e imaginación culinarias. No sólo compramos cajas que desbordaban de delicias, sino que llevamos puestos los dulces, así que les dimos un inesperado festín a los jugos gástricos que sólo habían recibido agua durante la árida travesía. El esfuerzo de peregrinar a Petra había valido la pena.
(Nota de la Redacción: llama a la reflexión el fenómeno del AISLAMIENTO. Inicialmente puede resultar beneficioso pero termina asfixiando a quién se desarrolló a su sombra. Creo que es un tema que hay que analizarlo desde concepciones geopolíticas y estratégicas, sobre todo en países que incentivan la ideología de meterse en la cáscara, cubículo que da aposento a quienes sólo une una ideología importada y cuya ineficiencia se ha demostrado a lo largo de los pocos años en que pudo sobrevivir mediante esfuerzos contra natura. Que las ruinas de algunos países actuales no sean las Petra del próximo milenio)

No hay comentarios: