sábado, 8 de noviembre de 2008

EL ARTE Y LA MODA: VESTIR LOS SUEÑOS (I)


(Nota de Clave 88: la nota se publicará en cuatro entregas por su extensión, esta y luego el lunes, martes y miércoles próximos.)

La Nación, Adncultura.com, Buenos Aires, Argentina, 08Nov08
En esta entrevista, Piero Tosi, uno de los diseñadores teatrales y cinematográficos más importantes del siglo XX, el hombre que creó la imagen de Maria Callas, Sofia Loren y Silvana Mangano, entre otras figuras, cuenta cómo trabajaban Visconti, Fellini y Pasolini, y revela la intimidad de un mundo regido por el afán de perfección y la búsqueda de la belleza
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION

En el saloncito de su pequeño departamento del centro histórico de Roma, Tosi recuerda su vida con la gracia de un hombre que sabe contar y que puede ser implacable o sublime con un adjetivo. De las paredes, cuelgan retratos de actores y de amigos, muchos de ellos famosos, otros desconocidos. Tosi fue el hombre que vistió a Callas en las operas Traviata y Tosca , y en la Medea cinematográfica de Pasolini; el que creó la figura icónica de Tadzio, el efebo de Muerte en Venecia, y el vestuario, hoy de valor histórico, de El Gatopardo . Entre quienes lo conocen, es célebre por su timidez y humildad, también por su ironía. Sin embargo, jamás se recluyó en una torre de marfil. Retomó la tradición de arte y artesanía de Florencia, la ciudad donde nació hace 81 años, y transmitió todo lo que aprendió en contacto con los creadores más importantes del cine y el teatro europeos a discípulos como Gabriella Pescucci, Milena Canonero (las dos ganaron sendos Oscars) y Maurizio Millenotti. Con un suspiro reflexivo, Tosi dice: "En la vida, todo es cuestión de encuentros y de azar. Mi niñez fue triste. Cuando estalló la guerra, apenas había cumplido los doce años. Mi familia era pobre. Pero fuimos aún más pobres porque los alemanes nos hicieron abandonar nuestra casa, que estaba en el camino que llevaba de Florencia a Bolonia, para minar toda la carretera. Siempre teníamos hambre. Era muy difícil conseguir comida. Cuando fui un poco mayor, llegó la felicidad, es decir, la comida. Me mandaron a trabajar en una sala de hospital, donde veía escenas horribles, pero al fin podía comer."

Desde muy chico, Tosi observaba y dibujaba. Salía a la calle y no podía dejar de asimilar la belleza de las obras de arte de Florencia y de sentir fascinación por ciertas caras. "Uno se iba formando casi sin darse cuenta. Miraba las tapas de las revistas en los quioscos. Durante la época de Mussolini, no hacía sino eso. No tenía dinero para comprar nada. Me conformaba con admirar las caras de las divas del fascismo en los afiches. Me acuerdo de una de ellas, Greta Gonda, una actriz hoy olvidada. Yo no tenía mucho sentido crítico en esos años no sólo porque era muy chico sino porque no había tenido oportunidad de ver sino esas revistas. La Gonda me parecía una deidad. Pero el rostro, en realidad, era una especie de mascarón de proa, cubierto quién sabe por cuántas capas de un maquillaje espeso. Hasta que un día, derrotado el fascismo, encontré en el diario comunista L´Unità una fotografía de La terra trema , de Visconti. Fue como si me hubiera fulminado un rayo. Era algo totalmente distinto de lo que había admirado hasta entonces. Sentí que entraba en un mundo nuevo, que contradecía todo lo que yo pensaba que era el arte."

La familia no siempre es una condena ni merece odio, como afirmaba Gide. Tosi tenía una tía fanática del cine. El muchacho se había enterado de que en el Festival de Venecia se iba a proyectar la película de Visconti, la de la foto. Le pidió entonces a su tía que lo llevara al Festival. Los encuentros, como él dice, lo ayudaron. Tosi había cursado el secundario en un colegio donde había sido compañero de Franco Zeffirelli que, ya en 1948, estaba junto a Visconti, como uno de sus discípulos. Tosi cuenta: "El estreno de La terra trema se convirtió en un escándalo. La mitad del público aplaudía, la otra prorrumpió en insultos. Zeffirelli, desde los años de juventud, fue muy generoso conmigo. Trató de que conociera a Luchino. Al año siguiente, en 1949, cuando Visconti puso en escena Troilo y Cresida , de Shakespeare en los jardines de Bobboli, Franco le insistió tanto que él accedió a ver algunos de mis bocetos. Me dijo: ?¿Qué edad tiene? ¡Veinte años! Es muy joven. Debe hacer mucho camino todavía...´ Así me despidió, pero Franco, que era el escenógrafo, volvió a hablarle en mi favor y, por último, me nombraron algo así como quinto o sexto asistente."

En realidad, Tosi no tuvo que esperar demasiado. En 1951, Visconti lo llamó un jueves: le dijo que el lunes siguiente iban a empezar a filmar Bellísima , con Anna Magnani y Walter Chiari, y le encargó el vestuario. Tosi se animó a decirle que no había tiempo para hacer ningún boceto. La respuesta que le dio Visconti le sirvió para explicarse por qué el director lo había llamado a él, un novato, y no a un vestuarista experimentado. El director no quería que se hiciera ningún boceto ni que se recurriera a ninguna sastrería. Neorrealismo puro. Tosi debía leer el libreto, después, caminar por la calle y observar cómo iba vestida la gente. En cuanto pensara que las prendas de un peatón podían corresponder a las de uno de los personajes en tal o cual escena, debía dirigirse a ese hombre o a esa mujer y pedirle que le vendiera la ropa para el film. Visconti enfatizó: "Y me trae todo caliente". Además, Luchino le dijo que no debía lavar la ropa, así parecería usada. Desde ese primer trabajo, Tosi comprendió que la tela, el material, es lo primero que debe decidirse. El resto viene después.

"En una ocasión, vi a una mujer en el centro de la ciudad que llevaba un vestido de lino blanco. Me pareció ideal para caracterizar a la maestra de declamación de Bellísima . Lo compré. Fue como si hubiera leído la mente de Visconti. Al día siguiente, me dijo que había pensado en un tailleur de lino blanco para ese personaje. Con satisfacción, le dije que ya lo tenía. "¡Bravo!", me contestó. Pero nada es perfecto. Había tenido la mala suerte de dar con una mujer muy prolija que tenía el vestido impecable, lavado y planchado, como recién salido de manos de la modista. Cuando fuimos a filmar, Luchino señaló: "Tiene que parecer amarillento, ajado". Me fui a una cocina, calenté varias pavas de agua, hice té. Volqué todo en una pileta y puse el traje adentro. Lo saqué y lo colgué para secarlo. Tenía justo el tono que quería Visconti. Piense usted que estábamos filmando en blanco y negro. La diferencia de matices era algo que sólo él, yo y algún espectador malévolo podíamos notar.
(Continúa mañana)

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