martes, 11 de noviembre de 2008

EL ARTE Y LA MODA: VESTIR LOS SUEÑOS (IV y última)


(Nota de Clave 88: la nota se publicó en cuatro entregas diarias por su extensión, esta es la última.)

La Nación, Adncultura.com, Buenos Aires, Argentina, 08Nov08
En esta entrevista, Piero Tosi, uno de los diseñadores teatrales y cinematográficos más importantes del siglo XX, el hombre que creó la imagen de Maria Callas, Sofia Loren y Silvana Mangano, entre otras figuras, cuenta cómo trabajaban Visconti, Fellini y Pasolini, y revela la intimidad de un mundo regido por el afán de perfección y la búsqueda de la belleza
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION

Con Sofia Loren, las cosas eran muy distintas. Siempre había entre ella y Tosi una discusión sobre el peinado. Loren pensaba que su cabeza era chica y que no se correspondía con las proporciones del resto de su cuerpo, entonces se empecinaba en aparecer con arreglos que le dieran más volumen a su pelo. Tosi no estaba de acuerdo con ella y trataba por el contrario de aplastar esa cabellera batida o aumentada por el brushing . Aún hoy, se ríe cuando recuerda las artimañas de Loren: "Fingía que aceptaba mi voluntad. Cuando estábamos a punto de filmar una escena, yo me retiraba detrás de cámara después de darle la última repasada a la ropa, al maquillaje y al pelo de Sofia. Ponían la pizarra delante de la cara de ella para hacer el "chiak" que indicaba el comienzo de la acción y Loren, nunca se sabía cómo, pero usted puede imaginarse que semejante mujer tenía dónde esconder cosas, sacaba un peinecito y con una velocidad y una destreza asombrosas, sin mirarse en ningún espejo, de memoria, se daba tres o cuatro toques en el pelo, se lo inflaba y, al mismo tiempo, me sacaba la lengua para burlarse, en el preciso momento en que las cámaras empezaban a registrarla, según su gusto, con un peinado el doble de grande del que yo había previsto".

La relación profesional con Fellini fue para Tosi una tortura, más allá de la satisfacción artística: "Los dos éramos indecisos. Los dos, cuando se estaba por empezar a filmar, queríamos cambiar algo. Pero Federico era peor que yo. Ya estaba todo planeado, decidido y, de repente, me decía: ?Tengo una idea´. Y Fellini tenía miles de ideas por hora. Con Visconti, una vez que uno terminaba el trabajo del día, no se volvía a hablar del asunto hasta la jornada siguiente. Además, Luchino nunca dudaba. Tratar con él, era como tratar con un condottiero del Renacimiento. En cambio, Fellini te consultaba todo el tiempo y no daba tregua. Había que estar con él desde la mañana hasta la noche hablando siempre de la película. Me llevaba a casa en un coche, se bajaba, entraba, me seguía hasta mi dormitorio. Yo me desvestía, él no paraba de hablar; yo me metía en la cama, él me arropaba como si fuera su hijo, me daba un beso en la frente y se despedía. "Ciao, Pierino" . Me dormía agotado y, a las cinco y media de la mañana, me despertaba la vocecita aguda de Federico desde el jardín, cuando todo estaba todavía oscuro, que preguntaba: "¿Te despierto, Pierino?" La nuestra era como una historia de amor profesional. El me quería, pero no era correspondido. A pesar de toda la admiración y el cariño que le sentía por él, lo evitaba. Vivíamos cerca y cuando Federico estaba por preparar un film, me buscaba por el centro de Roma y yo me le escapaba. ...l me corría detrás y me decía: "Pierino, ¿me hacés un par de zapatitos?" Hasta llegué a circular disfrazado con peluca, anteojos y solapas levantadas, para que no me reconociera. En una ocasión, le dije que sólo iba a trabajar con él, si no lo veía, si nos comunicábamos únicamente por intermediarios. Le pedí un escritorio aislado. Me consiguió una oficina con una hermosa vista, pero detrás del sillón de mi escritorio, el primer día, noté que había una puerta. La puerta se abrió y apareció Federico. Esa vez, aguanté setenta y dos horas, y yo, que me había ido de la casa de mi madre cuando era un chico, volví a ella desesperado, gritando: ?¡Mamá, mamá, ayuda!´ Puede imaginarse..."

En una hora y media, lo que duró nuestra charla, Tosi mencionó los nombres más importantes de la cultura y del cine europeos. Habló del recelo con el que Pasolini lo llamó para que diseñara la ropa de Medea . Temía que Tosi importara en el mundo pasoliniano el espíritu de Visconti. El diseñador le respondió con un alarde de creación y de imágenes asombrosas: basta ver las corazas de cuero revestidas de piedras y de ramas de los soldados de Medea para comprender la originalidad y el sentido plástico ilimitado de Tosi. No hay el menor signo de decadentismo ni de puesta lírica al modo viscontiano en la ropa de ese film.

La serpiente que se muerde la cola podría ser la perfecta ilustración de la charla con Tosi. Hacia el final del encuentro, sonó el timbre. Era uno de los discípulos del diseñador, que lo asiste en su cátedra del Centro Sperimentale de Cinematografia de Roma. "El mismo Centro donde estudió Manuel Puig", dijo Tosi. El discípulo extrajo de una mochila las pruebas de galera de un libro, Ejercicios sobre la belleza . El volumen debía de tener algo más de doscientas páginas en las que podían verse fotografías de hombres y mujeres vestidos, maquillados y peinados por alumnos del Centro para representar un personaje. Habían recibido la consigna de crear imágenes que, por su sola sugestión, contaran una historia. Al hojear esas páginas, uno iba cambiando de países, de épocas, de sentimientos, de géneros, se pasaba del drama a la comedia, al grotesco, a la tragedia. La tradición que Tosi respiró en Florencia, la misma que él trasmite desde su cátedra y que hemos admirado en sus películas, estaba en esos cientos de fotografías concebidas y realizadas por jóvenes para que la vida de los hombres pueda ser contada y soñada con toda gloria y verdad.

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