domingo, 3 de junio de 2007
BEATRICE O LA LUCHA POR LA LIBERTAD (II de III)
Aquella noche, bajo la Vía Láctea opacada por la Luna, el silencio se hacía más denso subrayado por el graznido de algún ave nocturna, el lejano ladrido de lebreles, el susurro del viento y sobre todo la dulce y lastimera endecha traída por la noche, que desde que iniciara su encierro, se clavaba en el alma de Andrea, sufriente silencioso en lo alto de la torre.
Oscuridad, estrellas, perfumes, sonidos de las tinieblas, y la presencia oscura, tétrica y a la vez algo paternal de Giácomo, el fantasma familiar, el lar de los Orsini, silueta esfuminada por el paso de los siglos; si bien calaban profundo en el doncel, no podían competir en el mundo de sus sensaciones con los tizones que echaba bajo el caldero de los sentimientos el lejano y dulce canto, casi gemido de amor plañendo por satisfacción....
-“Se que tu joven sangre hierve inquieta Andrea”- dijo el trasgo con voz deformada por el eco de la caverna de eternidades donde habitaba- “Y es la endecha que desde la villa vuela, la que pone fuego en tus venas”.
-“Si, Giácomo”- contestó con un hilo de voz oprimida por la presencia de ese ser que tantas veces había presentido en los claustros del castillo, en sus salones, en sus mazmorras; el que había intuido volando a su lado cuando cabalgaba, trepando a lo alto de las torres, tañendo la campana de la capilla, o atisbando tras los tapices en las estancias; que por primera vez se corporizaba ante sus ojos haciendo realidad la leyenda que de generación en generación se trasmitía en su familia.
-“¿Qué es ese son, quién su dueña, cuáles los dolores que templan las cuerdas de su voz?, dime protector amigo, no me dejes en este foso de dudas...”- preguntó Andrea sorprendiéndose por el desenfado con que había hablado al fantasma.
-“Es Beatrice, la hija del molinero”- ese nombre, encabrito su sangre en las venas- “Hace días que ha caído en las profundidades de un dolor misterioso, y ya se comenta que es el Maligno quien se ha posesionado de su cuerpo y de su alma... Nadie sabe la verdadera causa de su desesperanza menos yo, Giácomo, dueño de todos los secretos en los dominios de los Orsini”- un extraño sonido, amalgama de risa cascada y toses, salió de la capucha de sombra que ocultaba su cabeza- “Yo fui quien guió tu corcel hasta el río el día que la viste lavando ropa; yo quien los arrulló sobre la manta acogedora de la hierba; yo quien animó las manos en aquellos escarceos exploradores que los encendió a ambos; yo, el que no permitirá que te aten con las cadenas de formalidades y conveniencias a los Sforza, a esa casa hambrienta de poder y a esa pervertida damisela que no te quiere, y que salta de cama en cama, desde los jergones de los trovadores a los colchones mullidos de sus propios tíos..... “
Andrea no cabía en si al descubrir en el extraño ser de las tinieblas y las profundidades de los siglos, a un aliado en su ansias de escapar de los grillos de las obligaciones familiares, de los aberrantes ataques a los sentimientos llevados a cabo por alquimistas que destilaban gota a gota las esencias de un poder espurio, pese a ser él uno de sus seguros beneficiarios....
-“Si es así, mi buen Giácomo, haz con tu magia algo que me permita huir de esta malla de intrigas en la que vivo enredado, algo que me haga dejar atrás estas vetustas piedras...”- la frase quedó inconclusa perdida en el laberinto del enloquecido juego de sus ideas en pugna... Huir, sí, pero ¿a dónde?... Caviló un instante, y de pronto estalló en su mente un relámpago iluminando una nueva idea... ¡no buscaba “huir a”, sino “huir de”!... y ese “de” ahora aparecía claro a la luz de fusilos que estallaron en su mente; a su resplandor las imágenes que danzaban enloquecidas se congelaron en la noche de su imaginación convirtiéndose en instantáneas grotescas, chaplinescas, y entre esas figuras detenidas en el tiempo se vio a si mismo liberado de los nudos que lo ataban....
Pareció como si la pugna de ideas en el cacumen del doncel hubiera abierto el arcón de los encantamientos, oculto en algún sitio del castillo; a su influjo logró calar en la profundidad de sus ensoñaciones y de su destino. No había lucha en esa escena, el ogro gótico no lo devoraba, él se entregaba voluntariamente como ofrenda, acuciado por el imperio de lo que siempre fue; la mole de piedra del castillo cambiaba su imagen para transformarse en un Moloch ardiente que lo aguardaba con sus abiertas fauces de fuego y él, con paso sumiso, se arrojaba a sus entraña como víctima propiciatoria de lo mismo que odiaba...
Le pareció que una energía desconocida hasta entonces, o bien los efluvios que escapaban del arcón de magia, hechizaron al oscuro fantasma que ante su asombro dejaba de ser la representación de lo tétrico para lentamente tornarse incandescente... La luz nacía en el interior de aquel que fuera Señor Tenebroso, tenuemente al principio; a medida que ganaba en intensidad trasponía sus carnes y la tela del sayo, que a su vez se hacía luz. El fantasma de los torvos ojos como brazas chispeantes en la oscuridad de su capuz, ahora brillaba opacando con su fulgor a la luna.... El espíritu, transmutado en enceguecedora figura esculpida en un bloque de resplandor, avanzó con paso ágil hacia Andrea y le dijo:
-“Dame la mano doncel, y sube conmigo a esta almena”.
El embrujo se había posesionado también del joven. Sin saber cómo ni porqué vio sus ropas desgarrarse arrancadas por manos invisibles, como si dedos intangibles quisieran quitar de él todo lo que lo ataba a su pasado ancestral, dejándolo en la hermosura de su juventud desnuda, enhiesto en lo alto de la almena, de la mano del luminiscente ser que guiaba sus pasos temblorosos hacia su borde, última frontera entre la realidad en que había vivido y la oscuridad inquietante, misteriosa, hipnótica que lo atraía hacia el vacío, hacia un mundo desconocido, hacia el lamento de amor de Beatrice...
-“Vuela conmigo Andrea”- susurró el ser hecho antorcha.
Saltando por sobre la inhibición del vértigo se arrojó el joven hacia el vacío... y no cayó, flotó deslizándose tímidamente en el mar calmo de la noche, tras la luminosa figura que lo guiaba.
Andrea había perdido el temor; gozaba de la liviandad con que flotaba en el espacio; gozaba de la brisa que agitaba sus cabellos; gozaba de la majestuosidad del valle intuido más allá de la oscuridad; si antes lo había atemorizado ahora lo embriagaba; gozaba de la libertad, de esa libertad que había dejado para él de ser una palabra más, hueca, sin sentido; a la nunca había comprendido...
Gozaba de la pintura que se tendía ante sus ojos, la percibía pintada por Beatrice con el pincel de su angustia hecha canto: el horizonte, apenas una tenue línea sangrante; las estrellas haciéndose guiños entre si con los mismos tonos verdes y miel de los ojos de la dueña de su corazón; la luna sonriendo voluptuosamente arrebujada entre las gasas de la Vía Láctea; las alamedas convertidas en manchas de azul profundidad; el Arno surcando el valle con sus aguas plateadas por los reflejos lunares; y delante suyo el Hombre de Luz guiándolo en medio de cabriolas que él trataba de imitar, torpe al principio y paulatinamente ágil, como si eternamente hubiera transitado el espacio... Ya no era el doliente de la torre; su cuerpo había abandonado la forma humana para convertirse en un vistoso gerifalte, el atrevido “Júpiter”, que en sus días de cetrería cabalgaba su brazo en busca de presas que ingenuas surcaban las nubes...
El Hombre de Luz describió un rápido giro y se colocó a su lado, mirándolo sin sorprenderse ante la nueva forma de Andrea; la satisfacción, teñida de cierta socarronería, hacía más brillante su faz, daba mayor ímpetu al chisporroteo de su mirada...
-“Al fin lo lograste, Andrea”- dijo el Hombre de Luz.
-“¿Logrado qué?”- preguntó el halcón con la voz del joven.
-“Volar, dejarte llevar por ti mismo, sin las ataduras que te oprimían entre las piedras del castillo...”
-“¿Tu crees que ahora soy libre, querido amigo?”
-“Lo eres “Júpiter””- contestó con sorna el Hombre de Luz, uniendo la seriedad de su afirmación a la chanza que la alada figura le inspiraba.
-“¿No deberé seguir un camino por otros trazado?”- charlando seguían el curso del plateado Arno- “¿Podré acaso delinear mi propia senda?, aunque sea la más difícil, la que más arremete contra las montañas de dificultades?”
El Hombre de Luz asintió con su cabeza, esparciendo un brillante polvo luminoso que quedó atrás, dibujando en el terciopelo de la noche la estela del rizo espontáneo que hacían, jugando con la libertad que bullía en sus cuerpos.
-“¿Podré dar a mi vida sentido por mi mismo?”- preguntó el halcón.
-“Podrás, pero quizás en algunos momentos la incertidumbre clave sus garras en tu cuerpo”- dijo el ser luminoso- “Todo tiene su precio Andrea, deberás optar entre la seguridad de las paredes del castillo, o la incertidumbre de conducir en soledad, el timón de tu propia vida.”
Nada dijo el halcón, pero una serie de cabriolas enloquecidas a las que se entregó, valieron como respuesta al Hombre de Luz.
-“Andrea, vuela a mi lado”- dijo- “No enloquezcas en tu libertad, no la desperdicies, recuerda que debes marcar un rumbo, dar un sentido a tu vida, ¡no es cuestión de revolotear huyendo hacia cualquier lado!.... Cuándo dejamos atrás el castillo, ¿para que lo hicimos?”
-“Para encontrar a Beatrice, Giácomo”- la sola mención de la joven lo sacó al doncel hecho halcón de la embriaguez, sumiéndolo en otra borrachera, esta vez de suave piel, perfume de mujer salvaje, manos que buscaban tímidas el cuerpo del otro; suaves besos, apenas caricias de labios que no se profundizaban; chispear de ojos encendido por el tenue calor que el encuentro reavivaba.”
-“Hacia ella vamos”- dijo el Hombre de Luz, girando sobre la punta de una de sus alas seguido por el halcón, abriendo tras de si un abanico de brillante polvo que flotó en la noche... (Continuará)
S/C FLIT
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