sábado, 9 de junio de 2007

BEATRICE O LA LUCHA POR LA LIBERTAD (III de III)








....la soledad del bosque, visto desde lo alto del molino, tenían embelesada a Beatrice... Nada podía consolarla desde que los labios del joven recorrieron tímidos su cuerpo, estaba paradójicamente sola en compañía del susurro de sus pasos sobre la terraza del molino, rústica construcción de tripas quejosas al empuje del Arno. El rotar de sus piedras moliendo el grano, se hacía crujidos agigantados por el silencio de la noche. Daban vueltas y vueltas las piedras implacables, como vueltas y vueltas daban los pensamientos en la cabeza de la niña hasta hacerla dudar de su cordura... ¿no viviría en medio de una quimera?... ¿habría existido alguna vez Andrea?... ¿las promesas de amor que ella creía salidas de su boca anhelante, no habrían sido acaso producto de su enajenación?... ¡Quizás aquellos hombres que la llamaron bruja no estuvieran tan equivocados!.... Tal vez habría sido poseída por alguno de los sátiros del bosque; quizás un hado lascivo al acariciar su cuerpo la hechizó, reemplazando la triste realidad de molinera, por el sueño de ser amada por un Orsini que le juró liberarla de su cárcel de temor, privaciones, entrega a la seguridad de la humillación protegida por el señor, antes que capaz de afrontar la inseguridad de ser autora de sus días...
Beatrice, en esos momentos de duda, tenía una sola liberación, el canto, la endecha que exhalaba como ruiseñor, y que parecía transportarla hacia Andrea. Melodía teñida de sueños inacabados, sus notas, sin proponérselo, eran un llamado de auxilio, un ruego de respuesta a aquel doncel, del que no sabía ya si era un ser real o solo una ilusión, sin saber que él, en la cumbre del castillo señorial, también era esclavo de las miserias humanas...
Todo se sumía entre nubes de confusión; todo, sin permitirle distinguir lo real de lo imaginario.... Hasta el cielo plagado de estrellas, con la luna señora en esos dominios, le parecía opaco, triste, carente de la magia de días más felices... todo menos aquella línea de luz, aquella estrella fugaz que lo surcaba en medio de alocadas evoluciones, y que parecía acercarse velozmente hacia la terraza donde ella estaba...
Ambos, Halcón y Hombre de Luz se descolgaban en un rápido descenso hacia la noria que chapoteaba el agua, guiados por el canto que como sonoro faro los conducía, en medio de una estela de polvo incandescente.
La caída fue breve. En un instante ambos se posaban, en medio del batir de alas y polvaredas de luz, en las lajas de la terraza, bañando de resplandores la rústica superficie y a la niña, más bella que nunca; apenas sus formar cubiertas por una humilde túnica, su rostro ovalado enmarcando sus ojos color miel brillantes como dos luceros que dejaban de fulgurar para ceder su espacio a la luna....
Sorprendido Andrea miró sus alas, y ya no eran tales sino brazos; el halcón había retornado a ser el doncel que era al partir de las almenas del castillo. Casi temeroso, se volvió interrogante hacia el Hombre de Luz, para encontrar en su lugar sólo las piedras bañadas por la luna... Su guía, su maestro, su cómplice, había desaparecido tragado por las sombras, dejando tras de si el eco de su risa irónica.
Todo era silencio y el respirar agitado de dos seres anhelantes a la luz de la luna, silencio de pronto rasgado por dos palabras:
-“Andrea”- sonó argentina la voz de la niña.
-“Beatrice”- contestó el bronce del joven.
Corrieron unos pocos pasos el desnudo joven, y la bella niña para fundirse en un solo cuerpo tendido en el rústico camastro, cuerpo que acompasaba sus suaves movimientos a la música de caricias, susurros, promesas, risas, y el temblor de los primeros besos, apenas caricias de labios, que se acentuaron al compás del fuego atizado por el fuelle de la pasión....
La luna siguió su rutinario curso, las estrellas comenzaron a apagar sus candiles, y los arreboles tiñeron de rosa y tenues verdes el horizonte, empujando la penumbra hacia el poniente.
Cantó el mirlo, y los amantes voluptuosos apretaron su abrazo para darse el primer beso del amanecer salvajemente interrumpido por el grito lastimero de la madre de Beatrice que subía llevando un jarro de leche para su niña:
-“¡El demonio ha regresado! ¡El demonio ha regresado! ¡Castiguen, por amor de Dios, al Mal que nos ha robado a la niña!”- vociferaba corriendo escaleras abajo.
Ambos jóvenes quedaron paralizados por el murmullo que subía, tenue al comienzo y de pronto transformado en un desordenado y vociferante tropel de rústicos con hoces, horquillas y dagas que trepaban en busca del macho cabrío, de la bestia de grandes cuernos, segura causa de los desvaríos de Beatrice en esos últimos días.
Andrea saltó del camastro y arrastro a Beatrice hasta el borde de la terraza, ambos desnudos, quedando encerrados entre el cielo que decidido entraba en la madrugada, las profundidades desbarrancadas hacia el Arno que sordo a las desgracias humanas continuaba fluyendo allí abajo, y la horda vociferante que repentinamente irrumpió en la terraza, erizada de odio y de aperos de labranza hechos armas.
-“¡Salta conmigo, Beatrice!”- dijo el joven, arrastrando tras de si a su amada.
Y, de la misma forma en que había sucedido en el castillo, ambos flotaron, surcaron los aires, volaron...
Andrea percibió el plumaje que lo cubría y, ya sin sorpresa, vio su cuerpo vuelto a las formas de halcón, y Beatrice al suyo transmutado en nívea paloma. Ambos, en el gozo de sentirse juntos y libres, parecieron no escuchar la carraspera cargada de sorna de Giácomo, que desde algún lugar del espacio los veía satisfecho volar hacia su destino, convirtiendo sus sentimientos en buriles con que cincelarían su vida.
Volaron, y sus siluetas se recortaron sobre la difusa imagen de una luna que se disolvía en las claridades del nuevo día....
Y desde entonces, dice la leyenda, halcón y paloma, aves irreconciliables, vuelan juntos sobre el Arno, sobre Florencia, sobre el mundo, transitando la eternidad en la búsqueda infinita de una libertad que no se termina de alcanzar nunca, sino que se hace día a día con sacrificio, con ilusiones, ideales, perseverancia, y con la valentía de saltar al vacío cada vez que se la sienta acorralada....

S/C FLIT

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