sábado, 30 de junio de 2007
OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)
(Entrega 4)
Esa noche, invocada por los hados de la destrucción y el placer, retornó a mi memoria otra de mis obras maestras, y en mi confusión de tiempos y sucesos se me presentó como actual la forma en que generé, más de diez siglos antes, las condiciones para que el conflicto pudiera desatarse en un tiempo que para mí, en aquel momento, era el futuro... Mi larga experiencia de Señora de la Guerra me había enseñado que las confrontaciones no deben ser libradas a que surjan por generación espontanea, arrastradas por el viento de las circunstancias; deben responder a un plan cuidadoso, leudado en un nido de paciente inteligencia... y para que haya conflicto, ¿qué hace falta?... ¡poderes con intereses contrapuestos!
En aquellos tiempos el Mediterráneo era un bello mar en el que el único peligro eran las tormentas y algunos piratas sin trascendencia histórica, y eso no bastaba... Busqué y busqué, y al fin, donde nadie hubiera sospechado, mi ojo atisbador descubrió la posibilidad.
Mientras así rememoraba, una voz corrió como un huracán interrumpiendo la orgía que había durado varios días: “Los de Mileto serán deportados hacia el interior de Lidia”... Y nuevamente gocé al ver como los recios y viriles persas olvidaron el favor carnal que les habían dispensado las helenas, para agruparlas en majadas que fueron arriadas palacio afuera, semidesnudas y apuradas en su paso por látigos que suplantaron los besos, las tazas de vino, las sabias caricias que mis adoradores habían aprendido de las enseñanzas de mis sacerdotes...
El placer de ver a los vencidos tratados como se merecen por su ineptitud y debilidad confunde nuevamente mi interior, se amalgaman tiempos y sucesos, y debo esforzarme para poner cada cosa en su lugar, cada tiempo en su momento, y cada acontecimiento en su tiempo, y así, esforzándome en ordenar la madeja enredada de mis evocaciones logro retornar (no sé si pensar en pasado, cambiando el “logro” por el “logré”) a mi pensamiento anterior, a los tiempos en que el Mediterráneo era un mar sin peligros, y enhebro las ideas que en esos momentos rondaban por mi cabeza de diosa. Los griegos habían sembrado las costas de Canaán y Siria con innúmeras colonias que al pasar del tiempo fueron llamadas fenicias, y posteriormente filisteas. Aquellos hombres no me merecían inicialmente ninguna simpatía, no eran los guerreros que yo añoraba sino comerciantes y navegantes, y además, pese a adorarme, me habían reducido al papel secundario de fertilizante del mundo, actividad que como ya había pensado antes, no era la que más me entusiasmaba... No bajé los brazos, aticé el fuego bajo la retorta de mi alambique de ideas, y finalmente por su caña, gota a gota, comenzó a surgir el elixir de un plan maestro que daría sus frutos siglos después; eso lo lucubré desde el primer momento, pero el tiempo no es un problema que angustie a los dioses.
El comercio genera riquezas, dije para mi, las riquezas despiertan las ambiciones y cuando las ambiciones chocan, como el hierro y el pedernal, hacen saltar la chispa que inicia el incendio... ¿y qué otra cosa buscaba sino eso?
Agucé mi ingenio divino y, como siempre me sucede, tarde o temprano algo genial se enciende dentro de mí y esta vez atisbé la posibilidad de tornar en ventaja una marcada debilidad... ¿Qué para los fenicios yo solamente era Astarté, la Gran Fecundadora?... bueno, ¡a cumplir con ahínco esa función! Bendije a esas colonias con proles numerosas y absoluta paz interior, hacinando en las pobres tierras costeras una abundante población. ¡Nunca me he felicitado tanto por la forma en que armaba una jugada!... La “amansada” Ishtar, sin reinar sobre la Guerra, estaba sumando leños a la pira en la que se incineraría el Mediterráneo. ¿Qué opción tenían esas colonias de navegantes superpobladas para poder sobrevivir apretadas entre el mar y el desierto?... La solución se la dejé librada a los hombres, pero las posibilidades no eran muchas, y como preveía se lanzaron a la mar emigrando masas de población en la búsqueda de nuevas tierras. Y así, mal que les pesara a los fenicios, yo la diosa de la Guerra, poblé de pacíficas e industriosas colonias de comerciantes el entorno del Mediterráneo: en África floreció Kart-Hadast, la que los bárbaros llamaron Cartago; en Iberia, numerosas en el levante y Gades o Gadir, después Cádiz, más allá del estrecho que se abre a la Gran Mar; Ebessus, la que según me he enterado por comentarios de mis adoradores en mi templo actual, ahora la llaman Ibiza donde creo que mi culto está muy difundido por la forma sabia en que dicen se practica el sexo, pese a la proliferación de bujarrones, “rarezas” que nunca motivaron mi admiración; ... ¡y sólo menciono a las más importantes de esos enclaves!. ¿Qué no creé ningún imperio belicoso?, ¡ya lo sé!, pero si tejí una malla de establecimientos fenicios dedicadas al comercio que no tardaría en chocar con los intereses griegos, y posteriormente romanos.
De mi genio habían surgido el germen de las guerras que luego llamarían médicas y púnicas, y con ellas la historia caminaría sobre las ruinas de persas, griegos y cartagineses para entronizar como amo absoluto al Imperio Romano...
En realidad nunca tuve mucha simpatía por esos bárbaros, pero si eran herramienta de destrucción me serían útiles para continuar empujando a la humanidad por la senda que habíamos previsto. Tampoco quiero ser demasiado dura con los romanos, quizás con el tiempo hasta llegué a apreciarlos por su capacidad para saltarse a la torera las disquisiciones racionales a que tan afectos eran los helenos, por su vocación dominadora, su dedicación obsesiva a las cosas concretas, la prudencia que demostraron al no arrojar por la borda todo el avance que los griegos habían logrado con sus devaneos intelectuales y, sobre todo, por su destreza para gobernar un imperio que cubrió todo el mundo mediterráneo. ¡Cada pieza en su lugar, cada pueblo a cumplir su destino, cada avance en su momento preciso! ¿Si esto no es una obra maestra digna de Ishtar, la Señora de la Guerra, a qué se podría llamar tal?...
Cuando pienso en mi creación no puedo menos que sonreírme en el interior de mi cáscara de piedra, pensando si ese Marte que tanto ronda a Zeus hubiera sido capaz de una obra como la mía... y pienso, pienso, y cada vez me convenzo más de que para generar conflictos nada mejor que una mujer, y si es diosa, tanto mejor...
En mi fárrago de recuerdos retorno al caos de los días que siguieron a la deportación de los jonios de Mileto. ¡Caos!... Contra lo que muchos pueden llegar a pensar cuanto, lo odio; sólo ha servido para desprestigiar la violencia fecunda, la que ha sido mi sueño y a la que he dedicado mis mayores esfuerzos, mis desvelos, toda mi energía de diosa...
Aprovechando el aquelarre alguien una noche me envolvió en ásperas telas, velas de navío me parecieron, y sin ningún respeto fui arrastrada, zamarreada, seguramente trepada a un carruaje porque el traqueteo del tránsito por calles empedradas retorna a mi mente cada vez que caigo en el pozo negro de los recuerdos amargos; marcha lacerante en la que las telas que me cubrían se teñían con el rojo zigzagueante, huidizo, esquivo de los incendios, y en mis oídos anidaba nuevamente el rebumbio del saqueo...
Finalmente fui cargada a bordo de una nave y el vaivén de la mar me hizo retornar a mi vergonzante viaje desde Rodas, pero esta vez aún más vejatorio ya que presentía terminar en una venta de almoneda, con buitres de nariz alfanjada pujando por mi posesión. En realidad siempre supe que formaba parte del botín sacado de Mileto, y que había sido vendida por vaya a saber quien a unos fenicios, porque tal era el idioma que se hablaba en la nave, y me sentí como si yo pagara tributo con mi vejación por la hermosa obra que estaba construyendo para la historia; lamentablemente esta vez no podía gozar del espectáculo de los remeros encadenados y azotados, embozada como estaba en las pestilentes lonas que nunca removieron; sólo el temblor temeroso del león a mis pies me sirvió de compañía en mi segundo viaje marítimo, que lamentablemente no sería el último... (Continuará- Las entregas se harán los jueves y domingos)
Alfonso Sevilla
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