viernes, 27 de julio de 2007

OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)



(Entrega 11 y penúltima)
Después de un tiempo que no puedo ahora calcular, una noche volví a sentir los brazos del romano que sin muchos miramientos me extrajeron del saco para bajarme a un nicho, a punto estuve de decir sarcófago ya que las paredes del pozo donde me encontraba habían sido recubiertas con lajas, y allí quedé por unos instantes gozando de un cielo profundo plagado de estrellas que me saludaban respetuosas con sus guiños, al reconocer mi calidad divina. De pronto las manos suaves de Frigia comenzaron un ritual de caricias mientras me uncía con fragante óleo y murmuraba alabanzas a la Gran Señora de la Guerra, la Fecundidad y el Amor pronunciadas con voz quebrada por sollozos, y por última vez me sentí envuelta en el vaho que escapaba del diminuto pebetero que Frigia siempre encendía en mi honor. La esclava estaba arrodillada en la tierra, recortando su silueta sobre el tapiz de las estrellas, y mientras sus manos recorrían mi cuerpo de piedra sus trenzas rozaban mi rostro, y sus lágrimas se mezclaban con el aceite sagrado sumándose a aquel rito de adoración, quizás el más sentido que recuerde. Más arriba, proyectando la negra silueta de su cuerpo hacia las estrellas, la recia figura de Julius, cuya rostro nunca conocí, urgía a Frigia a terminar de una vez con la despedida. Una mano del esclavo se posó sobre el hombro de la persa y ella volvió su cabeza para mirar a su amado, retornó sus ojos a mí, apenas dos destellos de devoción en la sombra de su rostro, depositó a un lado de mi cabeza el pebetero y sus manos corrieron sobre mi otra laja, trozo de oscuridad absoluta que cegó la única comunicación con el mundo de los mortales... Las tinieblas se hicieron y el sonido de la tierra que caía sobre la laja se convertía en vibraciones que pesaban sobre mí para sumirme en el fondo de la oscuridad que lentamente se iría convirtiendo en nada, en ausencia de todo, en universo vacío en el que solamente flotaba yo... un yo que lentamente dejaba de tener conciencia de si mismo al sumirse en el sopor total, confundiéndose en la masa silenciosa de la eternidad por la que tantas veces había transitado...
Y así la nada absoluta retornó a ser mi única realidad, así como la eternidad mi medida del tiempo, hasta que en algún momento fui conmocionada por vibraciones que licuaban la extraña solidez de lo infinito... Un escalofrío recorrió mi cuerpo de piedra, como cuando el cantero me liberó de la roca, allí en la lejana y hermosa Rodas, reviviéndome una experiencia que por repetida, fue para mí mucho menos lacerante. Otra vez las vibraciones se hicieron sonido, y nuevamente el tiempo retornó a ser comprensible para mí. Como en tantos otros momentos de mi existencia de piedra volvió la luz a herir mis pupilas pétreas, pero esta vez no fue un mar enceguecedor: la luminosidad, colada por las hendijas entre la laja que hacía de tapa y las paredes de mi rústica hornacina, se hacía finos estiletes que trazaban sus cicatrices en la nube de polvo de mi sarcófago.
En mi esfuerzo por recordar en estos tediosos días de sopor en mi actual y último templo en que estoy entronizada, puedo reconstruir sólo jirones de lo que fue mi existencia después de abandonar mi obligada era de navegar eternidades tenebrosas. Por mi mente fatigada transitan episodios aislados, difíciles de ser puestos en un orden que permita reconstruir la totalidad de lo acontecido; todo queda tras una nebulosa tan cerrada como el misterio del tiempo en que aletargada permanecí en la tumba o escondrijo, nunca lo supe bien, hasta que algo me ayudó a salir del sopor... Era la sensación de ser asida por manos de ásperos dedos que con torpeza se introdujeron bajo mi espalda, intentando sacarme de la hornacina recién abierta y fallaron al primer intento.
-“Vaya, como pesa”- dijo una voz áspera en un idioma que si bien entendía, era la primera vez que escuchaba.
Las manos buscaron un mejor asidero y para mi vergüenza se introdujeran en la cámara que habían labrado en mi espalda.
-“¡Anda!, si tiene un “aujero” en el lomo”- dijo la voz, deformada por el esfuerzo que hacía para retirarme de mi pequeño santuario.
En mi rememoración una oscura silueta se recorta sobre el fondo de un cielo brillante de verano... aparezco fuera del pozo frente a un hombre rústico vestido con una serie de tubos de tela, negros los que cubrían sus piernas y blancos los de su torso y brazos, que se quitaba un gorro muy apretado a su cabeza con el que se secaba el sudor de su frente... No sé de sus facciones, sólo su desparpajo al mirarme se ha grabado en mi ser... ¿sus labios sostenían un tubito amarillento del que chupaba humo, o únicamente esa imagen es producto de la ilusión de mi mente anquilosada por el sueño de siglos?... no lo sé... pero sí estoy segura de que sus ojos eran vivarachos, agazapados bajo negras cejas y que saltaban de mi persona de piedra a mi diminuto sarcófago.
-“Coño, que la niña traía sus petates con ella”- dijo arrodillándose para sacar de la fosa el pebetero totalmente deslucido por el verdín, dejándolo en el suelo sin darle ninguna importancia; ¡así terminaba el piadoso exvoto de Frigia! El hombre permaneció unos instantes contemplándome con los brazos en jarra, desató un mulo atado a una aparejo con una cuchilla enterrada en el suelo y unos maderos que se abrían hacia el cielo como astas de un toro, lo montó y, mientras se alejaba, mirándome dijo:
-“Esto seguro le interesará a D. José.”
Me quedé sola y aturdida por los tremendos cambios que habían pasado en tan poco tiempo, y fue en ese contemplar el paisaje aletargado por el calor, cuyas líneas se hacían lánguidas como si se derritiera bajo ese sol de mediodía... Y en esa contemplación perdí la nitidez del recuerdo, me sumergí en el sopor, las imágenes se hicieron nuevamente trazos aislados y el tiempo dejó momentáneamente de existir...
Dos hombres arrodillados a mi lado, aproximaron a mi rostro imperturbable sus bigotes ridículamente atusados... Quizás uno de ellos se quitó un vidrio que llevaba sobre uno de sus ojos para mirarme con mayor precisión... cuchicheos entre ambos...
-“Sin duda es antigua, ¿no te parece?”
-“¡Y vaya si lo es!, habría que hacerla ver por alguno que sepa...”
-“¿Y tú conoces a alguien?”
-“Yo conozco a Don Pedro, ¡tú sabes a quién me refiero!...”
-“Ya, ya. Hace un tiempo anduvo en algo parecido, ¿no fue él?”
-“... un sobrino político creo...”
-“... guardar esto en secreto... ¡esta misma noche viajo a Valencia!”
-“... la guardamos en el cortijo... ¿Quién sabe de esto, además de nosotros?”
-“... el Anselmo... es de confianza...”
Creo haber sido cargada en un carruaje envuelta en trapos sucios... barquinazos... zangoloteos... frases sueltas, trozos inconexos de algo que me comenzó a parecer una tramoya, pero no de las que a mí me agradan en la que se juegan el destino de naciones e imperios, sino de otra de objetivos tan mezquinos que en distinta circunstancia ni hubiera perdido el tiempo en escuchar.
-“... que ya en una oportunidad vendieron una...”
-“... no, con el gobierno no querrá negocio, que todavía no ha cobrado ni un real...”
-“...Anselmo, escóndela bien en la cava... y quédate con el chisme de bronce que encontraste en el hoyo, eh. Y recuerda, ¡sordo y mudo!, toma estos duros y a callar.”
El bochorno me sacó del dormitar el olvido... Jamás me sentí tan vejada, ni aún en El Pireo, cuando era manoseada por marineros y prostitutas, pero yo ya nada podía hacer, ¡solo aguardar mi destino de estatua!
Fuerzo la memoria y algunas sensaciones reaparecen abriendo camino a otras... acre olor a humedad, oscuridad, barricas de vino... esta vez no eran las ratas mis compañeras, sino las arañas que cansadas de trenzar sus sutiles trampas entre barriles, les debe haber parecido creativo anclar algunos de sus cabos en una diosa... Pasó el tiempo ... ¿algunas semanas?... es posible... En el silencio de la bodega en el que me adormecí, resentida esta vez con la buena de Frigia por haberme sacado de Numancia, ya que estaba segura de que me había privado del espectáculo de la inevitable victoria romana y el escarmiento posterior, seguramente mucho más pródigo en sangre, fuego y orgía que en Mileto, el que tanto me satisfizo; pero en fin, las viejas diosas de piedra nos vamos resignando con el paso de los siglos a ser juguete de los acontecimientos, los que otrora manejáramos a nuestro antojo. (Continuará- Última entrega se hará el miércoles)

Alfonso Sevilla

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