sábado, 30 de junio de 2007

OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)



(Entrega 4)
Esa noche, invocada por los hados de la destrucción y el placer, retornó a mi memoria otra de mis obras maestras, y en mi confusión de tiempos y sucesos se me presentó como actual la forma en que generé, más de diez siglos antes, las condiciones para que el conflicto pudiera desatarse en un tiempo que para mí, en aquel momento, era el futuro... Mi larga experiencia de Señora de la Guerra me había enseñado que las confrontaciones no deben ser libradas a que surjan por generación espontanea, arrastradas por el viento de las circunstancias; deben responder a un plan cuidadoso, leudado en un nido de paciente inteligencia... y para que haya conflicto, ¿qué hace falta?... ¡poderes con intereses contrapuestos!
En aquellos tiempos el Mediterráneo era un bello mar en el que el único peligro eran las tormentas y algunos piratas sin trascendencia histórica, y eso no bastaba... Busqué y busqué, y al fin, donde nadie hubiera sospechado, mi ojo atisbador descubrió la posibilidad.
Mientras así rememoraba, una voz corrió como un huracán interrumpiendo la orgía que había durado varios días: “Los de Mileto serán deportados hacia el interior de Lidia”... Y nuevamente gocé al ver como los recios y viriles persas olvidaron el favor carnal que les habían dispensado las helenas, para agruparlas en majadas que fueron arriadas palacio afuera, semidesnudas y apuradas en su paso por látigos que suplantaron los besos, las tazas de vino, las sabias caricias que mis adoradores habían aprendido de las enseñanzas de mis sacerdotes...
El placer de ver a los vencidos tratados como se merecen por su ineptitud y debilidad confunde nuevamente mi interior, se amalgaman tiempos y sucesos, y debo esforzarme para poner cada cosa en su lugar, cada tiempo en su momento, y cada acontecimiento en su tiempo, y así, esforzándome en ordenar la madeja enredada de mis evocaciones logro retornar (no sé si pensar en pasado, cambiando el “logro” por el “logré”) a mi pensamiento anterior, a los tiempos en que el Mediterráneo era un mar sin peligros, y enhebro las ideas que en esos momentos rondaban por mi cabeza de diosa. Los griegos habían sembrado las costas de Canaán y Siria con innúmeras colonias que al pasar del tiempo fueron llamadas fenicias, y posteriormente filisteas. Aquellos hombres no me merecían inicialmente ninguna simpatía, no eran los guerreros que yo añoraba sino comerciantes y navegantes, y además, pese a adorarme, me habían reducido al papel secundario de fertilizante del mundo, actividad que como ya había pensado antes, no era la que más me entusiasmaba... No bajé los brazos, aticé el fuego bajo la retorta de mi alambique de ideas, y finalmente por su caña, gota a gota, comenzó a surgir el elixir de un plan maestro que daría sus frutos siglos después; eso lo lucubré desde el primer momento, pero el tiempo no es un problema que angustie a los dioses.
El comercio genera riquezas, dije para mi, las riquezas despiertan las ambiciones y cuando las ambiciones chocan, como el hierro y el pedernal, hacen saltar la chispa que inicia el incendio... ¿y qué otra cosa buscaba sino eso?
Agucé mi ingenio divino y, como siempre me sucede, tarde o temprano algo genial se enciende dentro de mí y esta vez atisbé la posibilidad de tornar en ventaja una marcada debilidad... ¿Qué para los fenicios yo solamente era Astarté, la Gran Fecundadora?... bueno, ¡a cumplir con ahínco esa función! Bendije a esas colonias con proles numerosas y absoluta paz interior, hacinando en las pobres tierras costeras una abundante población. ¡Nunca me he felicitado tanto por la forma en que armaba una jugada!... La “amansada” Ishtar, sin reinar sobre la Guerra, estaba sumando leños a la pira en la que se incineraría el Mediterráneo. ¿Qué opción tenían esas colonias de navegantes superpobladas para poder sobrevivir apretadas entre el mar y el desierto?... La solución se la dejé librada a los hombres, pero las posibilidades no eran muchas, y como preveía se lanzaron a la mar emigrando masas de población en la búsqueda de nuevas tierras. Y así, mal que les pesara a los fenicios, yo la diosa de la Guerra, poblé de pacíficas e industriosas colonias de comerciantes el entorno del Mediterráneo: en África floreció Kart-Hadast, la que los bárbaros llamaron Cartago; en Iberia, numerosas en el levante y Gades o Gadir, después Cádiz, más allá del estrecho que se abre a la Gran Mar; Ebessus, la que según me he enterado por comentarios de mis adoradores en mi templo actual, ahora la llaman Ibiza donde creo que mi culto está muy difundido por la forma sabia en que dicen se practica el sexo, pese a la proliferación de bujarrones, “rarezas” que nunca motivaron mi admiración; ... ¡y sólo menciono a las más importantes de esos enclaves!. ¿Qué no creé ningún imperio belicoso?, ¡ya lo sé!, pero si tejí una malla de establecimientos fenicios dedicadas al comercio que no tardaría en chocar con los intereses griegos, y posteriormente romanos.
De mi genio habían surgido el germen de las guerras que luego llamarían médicas y púnicas, y con ellas la historia caminaría sobre las ruinas de persas, griegos y cartagineses para entronizar como amo absoluto al Imperio Romano...
En realidad nunca tuve mucha simpatía por esos bárbaros, pero si eran herramienta de destrucción me serían útiles para continuar empujando a la humanidad por la senda que habíamos previsto. Tampoco quiero ser demasiado dura con los romanos, quizás con el tiempo hasta llegué a apreciarlos por su capacidad para saltarse a la torera las disquisiciones racionales a que tan afectos eran los helenos, por su vocación dominadora, su dedicación obsesiva a las cosas concretas, la prudencia que demostraron al no arrojar por la borda todo el avance que los griegos habían logrado con sus devaneos intelectuales y, sobre todo, por su destreza para gobernar un imperio que cubrió todo el mundo mediterráneo. ¡Cada pieza en su lugar, cada pueblo a cumplir su destino, cada avance en su momento preciso! ¿Si esto no es una obra maestra digna de Ishtar, la Señora de la Guerra, a qué se podría llamar tal?...
Cuando pienso en mi creación no puedo menos que sonreírme en el interior de mi cáscara de piedra, pensando si ese Marte que tanto ronda a Zeus hubiera sido capaz de una obra como la mía... y pienso, pienso, y cada vez me convenzo más de que para generar conflictos nada mejor que una mujer, y si es diosa, tanto mejor...
En mi fárrago de recuerdos retorno al caos de los días que siguieron a la deportación de los jonios de Mileto. ¡Caos!... Contra lo que muchos pueden llegar a pensar cuanto, lo odio; sólo ha servido para desprestigiar la violencia fecunda, la que ha sido mi sueño y a la que he dedicado mis mayores esfuerzos, mis desvelos, toda mi energía de diosa...
Aprovechando el aquelarre alguien una noche me envolvió en ásperas telas, velas de navío me parecieron, y sin ningún respeto fui arrastrada, zamarreada, seguramente trepada a un carruaje porque el traqueteo del tránsito por calles empedradas retorna a mi mente cada vez que caigo en el pozo negro de los recuerdos amargos; marcha lacerante en la que las telas que me cubrían se teñían con el rojo zigzagueante, huidizo, esquivo de los incendios, y en mis oídos anidaba nuevamente el rebumbio del saqueo...
Finalmente fui cargada a bordo de una nave y el vaivén de la mar me hizo retornar a mi vergonzante viaje desde Rodas, pero esta vez aún más vejatorio ya que presentía terminar en una venta de almoneda, con buitres de nariz alfanjada pujando por mi posesión. En realidad siempre supe que formaba parte del botín sacado de Mileto, y que había sido vendida por vaya a saber quien a unos fenicios, porque tal era el idioma que se hablaba en la nave, y me sentí como si yo pagara tributo con mi vejación por la hermosa obra que estaba construyendo para la historia; lamentablemente esta vez no podía gozar del espectáculo de los remeros encadenados y azotados, embozada como estaba en las pestilentes lonas que nunca removieron; sólo el temblor temeroso del león a mis pies me sirvió de compañía en mi segundo viaje marítimo, que lamentablemente no sería el último... (Continuará- Las entregas se harán los jueves y domingos)

Alfonso Sevilla

EL ENCADENAMIENTO DE LOS TIEMPOS PASADOS (IV)



Humilde saga sobre el estudio comparado de las Civilizaciones (continuación)

La aniquilación de las distancias y la Aldea Global
Hemos hablado de las diásporas, de tipo religioso como la judía, y las seculares, como la escocesa.
En ambas podemos observar que, aun en el cambio de la cohesión que permitía la convivencia en sus ciudades nativas, mantuvieron la identidad que los sigue distinguiendo.
Contemplado de un modo más amplio, estos cambios por los que han pasado, tanto los judíos como los escoceses, nos muestran que las sociedades que fueron dispersadas, se reordenaron desde su original organización vertical a otra horizontal, con lo cual pudieron extenderse a toda la superficie habitable del Globo.
A este trajinar de las diásporas, hoy se le ha sumado el violento avance de la tecnología aplicada a las comunicaciones que está llevando a la “aniquilación de distancias”, posibilitando que la Raza Humana, se pueda transformar en una única Sociedad Global.
Extendiendo el concepto, diremos que nuevas diásporas se están formando día y noche, de manera masiva, aunque ya no son producto de la dispersión física de las comunidades originales y que se siguieron manteniendo unidas por principios étnicos o religiosos, sino por la pertenencia a empresas o profesiones comunes o por la tremendamente poderosa, identificación generacional, a través de compartir la misma música, la modalidades de la práctica sexual, etc.
Si miramos el caso de las profesiones y actividades relacionadas con el trabajo y el conocimiento, hace ya mucho tiempo, que los físicos, músicos, médicos, cirujanos y otros, son un ejemplo de diásporas mundiales, y en estos días, y en veloz desarrollo, las nuevas diásporas de los oficios, todo ello, acelerado por el costo tendiendo a cero de las comunicaciones digitales y su inmediatez.
Los habitantes de una gran ciudad, no se hallan relacionados con el vecino de la puerta de al lado, pero sí lo están entre sí, por muchas coincidencias afines desparramadas por toda el área metropolitana que comparten a través de las redes de comunicación.
Las características, casi increíbles poco tiempo atrás, de este cambio, nos permiten imaginar dentro de los próximos 10 años, un escenario donde esté el primer modelo de Aldea Global.
Es oportuno mencionar que esto estará facilitado, por las técnicas de comprensión idiomática instantánea y el voto interactivo local y regional en algunos temas..
Mucho más adelante, inevitablemente, esta sociedad mundial, totalmente horizontal, tecnificada, comunicada, etc., deberá hacerse cargo, de lo que siempre hubo que atender y resolver en todo tipo de sociedades: los conflictos que generan las pasiones humanas. En fin, siempre el Ser Humano.
Ya veremos que haremos cuando aparezca una nueva “especie” de habitantes, actualmente están iniciados los estudios, no del tipo “robot”, sino del tipo biológico-digital, y comiencen a tener actividades entre los humanos “puros”. Seguramente falta un poco y para ese entonces, estaremos en la Aldea Planetaria.(Continuará- Las entregas se hacen los viernes)

Alberto Gatti

miércoles, 27 de junio de 2007

OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)



(Entrega 3)
¡Ah, esos días!, esos días con sus noches estrelladas y con la luna que fundía en plata la mar, para luego hacerse cobre y oro en los amaneceres con resplandores de alquerías incendiadas o destellos de sangrante lucha entre la oscuridad declinante ante el día que se imponía con su afán de dominación... ¡Esos tiempos dejaron huella profunda en mi ser, que se hace imagen de tanto en tanto en mi interior!
Del viaje a Mileto poco recuerdo, o bien algunos jirones del pasado que como prófugos se escabullen ante mis ojos, quizás avergonzados por el tratamiento de “carga” que se me dio. Como tal fui estibada, y digo esta palabreja con toda intención ya que yo, una diosa, me sentí tratada como los cientos de ánforas de vino que eran mis compañeras de viaje. El león a mis pies temblaba, pero sé que no era por la desconsideración con que se nos manipulaba, sino por su aprensión al agua que nos rodeaba.
Desde mi sitial, y así denomino a mi ubicación para no herir demasiado mi dignidad, al pie del mástil donde me habían amarrado, podía contemplar parte de la cubierta y la proa de la nave de cuyos flancos surgían decenas de remos, convirtiéndola en ciempiés de cedro caminando sobre las aguas. Lo único agradable que atesoro de esa navegación es el espectáculo de los remeros encadenados a sus bancos, brillantes sus cuerpo de sudor por el esfuerzo que les imponía el ritmo del tambor y el estímulo del látigo sobre sus espaldas... ¡nada más grato para mí que ese cuadro, representación de la vida, en que el más fuerte impone sin límites su voluntad a los vencidos!
Todo cambió a mi llegada a Mileto en donde se me aguardaba con el boato que por mi majestad correspondía: el puerto engalanado; el pueblo volcado a las calles, música de flautas y cítaras por todas partes; las ovaciones de la multitud entusiasmada por la nueva Señora de la Ciudad que tenía como culto la entrega sexual; jovencitas apenas cubiertas con túnicas vaporosas regando de pétalos el camino que transitaría; y yo, al frente de la comitiva, en un carruaje de brillantes bronces, sobre una alta peana, sobresalía dominando a todos...
Durante el recorrido triunfal mi percepción eterna me hizo pensar que la fuerza que arrastró a esa multitud a mi encuentro estaba menos motivada por mística devoción, que por la posibilidad de encuentros carnales que mis ritos exigían; las sonrisas en los rostros femeninos, el brillo chispeante de sus ojos, los codazos que se daban por lo bajo cuando contemplaban a algún joven sacerdote de mi séquito; las miradas lascivas de los hombres, sobre todo los más viejos, así me lo hicieron columbrar. Ni me molestó, ni me sorprendió; mi culto había funcionado bien en todo el mundo, y hasta había logrado quitarle súbditos a los adoradores de ese dios Yahvé que ataba con su ascetismo a algunas tribus del desierto, miserables esclavas de los babilonios. El hombre es el mismo, esté donde esté, y no podía pretender que en Mileto fuera distinto...
De la nebulosa de mi interior surge vívido el momento en que fui entronizada en el palacio de Aristágoras, en un rincón privilegiado de la galería de esbeltas columnas jónicas que enmarcaba el atrio, patio principal en cuyo centro espejeaba una alberca. La aristocracia de la ciudad, autoridades persas venidas desde Sardes, y un numeroso grupo de sacerdotes y sacerdotisas de mi culto, dio un majestuoso marco al ruego humilde del Tirano implorando mi protección para él y todos sus súbditos; alabó desenfadadamente al imperio persa y a su amo, al que juró lealtad sin límites, jugándome a mí como prenda y testimonio de su sumisión... ¡Ya vería el Señor de Mileto con quién se metía!, a quién pretendía usar, y de lo que era capaz un trozo de piedra caliza en la que él no creía, y a la que consideraba sólo un escalón más en su escalera hacia la gloria.
En aquellos días, desde mi sitial en el lugar más concurrido del palacio, mucho fue lo que escuché y vi, y para mí no todo fue dedicarme a echar leña al fuego que yo había encendido, sino que también tuve oportunidad de solazarme con las conversaciones tan inteligentemente tejidas por los jonios. De entre sus barbas bien cuidadas surgían atinados juicios que siempre me interesaban, aún cuando desde mi sabiduría de diosa supiera que muchas veces estaban equivocados. Disfrutaba la forma inteligente en que jugaban con los argumentos; sin duda su capacidad de razonamiento era superior a la que había percibido en todos los otros pueblos sobre los que yo reinaba.
De los personajes que oí mencionar, y que habían marcado su impronta en Mileto, vienen a mi memoria tres: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. De ellos, yo había seguido los pasos al primero ya que sabía que era un estudioso de los mesopotámicos donde yo había desarrollado gran actividad en el pasado. Sobre él, desde mi sitial de diosa, escuché comentarios laudatorios, mencionándose siempre que con sus cálculos había predicho un eclipse de sol. Aquello no pudo menos que arrancarme una sonrisa irónica, únicamente captada por el león que yacía a mis pies, quien movió como muestra de aprobación la punta de su rabo; yo sabía que eso no era creación del jonio, sino de mis adoradores de Lidia, donde yo había visto a Tales al servicio de su monarca, pero pensándolo bien ese chispazo de ironía que cruzó por mi rostro no era para quitarle mérito al milesio, sino que surgió al comprobar una vez más que el hombre, cualquiera fuera su sabiduría, siempre guarda un resto de vanidad; él nunca había mencionado la fuente de sus conocimientos a los que seguramente mejoró con la profundidad de su razonamiento.
Para algo habíamos puesto los dioses a las colonias griegas en la Anatolia, generando lo que se llamó Jonia; por lo que veía, los hombres que las habitaban no hacían más que cumplir con la finalidad que les habíamos asignado: ser un puente entre los conocimientos de oriente y Egipto, y la capacidad de razonamiento de los griegos que serían los encargados de recibir esas ideas, organizarlas, desarrollarlas, perfeccionarlas y emplearlas como base de sustentación para nuevos desarrollos, dándoles trascendencia histórica... y ahora que pienso en esto, otra idea ronda mis entendederas: ¿no sería esa mueca mía que al principio califiqué de ironía, muestra de satisfacción al comprobar que el plan que habíamos trazado desde la eternidad se cumplía fielmente?...
De los otros personajes nada sabía anteriormente; a través de los comentarios que escuché, ciertamente fragmentados ya que era difícil que se detuvieran a mi lado a sostener una conversación prolongada, me sorprendió el afán que tenían por hallar el principio único que dio origen a todas las cosas y la forma en que exprimían sus cacúmenes tratando de ir un paso más allá en la búsqueda del origen de los orígenes, de las esencias vitales... ¡pobres humanos, tan inteligentes, y en todas sus lucubraciones olvidaban el poder de los dioses que habíamos originado el Universo!, solamente tenían fe en su poder de razonar... No obstante, insisto, me admiró su afán por llegar al fondo de los problemas, a los orígenes, como ese tal Pitágoras del cual escuché que sostenía, entre otras cosas, que la tierra es redonda y gira alrededor del sol. Nadie se lo había dicho, no lo pudo comprobar nunca, todo salió de su raciocinio... ¡Y era verdad!, lo sostengo porque yo he visto al Universo flotar ante mis ojos, en el mar de la eternidad...
No sé porqué ha volado mi pensamiento en una dirección tan distinta a la que llevaba originalmente, quizás porque así funciona la mente, pero deseo retornar a Mileto y al desarrollo de los acontecimientos en ciernes...
Todo sucedió como yo lo había previsto, Aristágoras no me defraudo: en su canallada sugirió a los persas, traicionando a su propia sangre, un ataque a la helena isla de Naxos, la perla de las Cícladas... y como yo lo sabía desde siempre todo terminó en un fracaso. Los persas, siguiendo la idea que yo les había insuflado en su cabeza, creyeron que habían sido traicionados por mi peón, el que acorralado levantó la bandera de unión de los griegos contra el Imperio que ahora lo asediaba... Y finalmente la bendición de la guerra se desató bañando de sangre a las colonias helénicas; Mileto fue cercada, derrotada, y saqueada... y en el palacio en donde estaba entronizada organizaron los vencedores una de las más bellas orgías de sangre y fuego que atesoro como una de mis obras maestras. Las llamas de las hogueras danzaban en el gran patio, y a su luz los vencedores se entregaron a matar, beber y violar... Ante mis ojos reaparece una y otra vez aquella hermosa visión ondulando voluptuosamente al ritmo de las llamas en su danza... En mi excitación dije violar, y quiero aclarar que las violaciones no fueron muchas, ya que las mujeres se entregaban con placer a los brazos de los vencedores impulsadas por el vino, y lo que es más embriagador aún, el halo de atracción que el vencedor genera... Alaridos de dolor y placer, risas brutales, música enloquecida de flautas y cítaras; componían una sinfonía a cuyos sones los cuerpos desnudos reptaban entrelazándose en una masa ondulante, sudorosa, babeante; como si de un foso lleno de víboras se tratara, aquelarre que yo bendecía con la mirada de mis ojos de piedra...
Veía con satisfacción como había logrado hacer parir para la historia un nuevo cataclismo; para mi placer, nacía el hermoso período de luchas, sangre y destrucción que terminaría con la hegemonía persa y haría avanzar los tiempos, como si fueran mariposas atraídas por la luz del candil, hacia el brillo incomparable de la supremacía helénica... No es vanidad, pero creo que merezco mi propia alabanza, ya que nadie ha levantado su voz en mi honor. (Continuará- Las entregas se harán los jueves y domingo)

Alfonso Sevilla

domingo, 24 de junio de 2007

OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)


(Entrega 2)
Pensaba que sólo vibro al son de la sinfonía que componen los mil matices del poder, ese instrumento hipnótico, embriagador, erótico; su evocación hace aparece en mi fantasía el cuerpo atlético de Tammuz, mi hermano, el único ser que me hizo temblar de placer entre sus brazos, hasta la locura... Su recuerdo, los gemidos de goce que juntos exhalamos, retornan para hacerse cálido vaho y estoy segura que me harían ruborizar, si de piedra no fuera.
Y me ruborizaría no por mi entrega a la pasión, sino el pensar que alguien me pudiera haber visto ablandar mi fortaleza, desfallecer, no ser yo la dominadora, para entregarme por entero a la voluntad de aquel que me poseía... Tal vez fueron esos eternos momentos de brutal y sabio apareamiento los que hicieron surgir en mi mente la idea de agregar a mi culto la entrega sexual como un rito más, para lo cual doté a mis santuarios de lujosos lupanares donde jóvenes de ambos sexos, mis sacerdotes y sacerdotisas, bendecían con la entrega de sus cuerpos y la posesión carnal, a los hombres y mujeres que llegaban hasta mí para adorarme...
Pese a ser una diosa me confundo cuando hurgo en la neblina de mi memoria eterna; allí se mezclan en horrible confusión lo que sé desde siempre por mi condición divina, con las vivencias que por mis pétreos sentidos penetraron hasta mi alma de estatua, durante mi larga vida de piedra antropomorfa...
Es tal la maraña en que me debato, que en algunas de mis ensoñaciones atisbo una partición, difusa pero partición al fin, labrada por el escoplo que me liberó de la roca. Antes, absolutamente diosa... después... después, no me atrevo a decirlo, pero es como si algo de mi deidad se hubiera evaporado, como si se hubiera perdido arrastrada por las lascas que caían a mi derredor y por el baño de las aguas del tiempo... Siento como si hubiera dos eras; un antes omnipotente, y un después atisbado por pupilas de piedra... Y en el medio, separando dramáticamente ambas eras, el escoplo del cantero... escoplo que yo misma impulsé cometiendo el gran error en el que antes meditaba. Esa percepción lentamente se hizo lucha en mi interior: ¿por qué mi impulso de llamar liberador al artesano autotitulado artista?... ¿de qué me liberó?... ¿de mi gloria plena, condenándome a mera representación de mi esencia?, no lo sé... ¡y esta duda tampoco la hubiera tenido en mi época de absoluto poder divino!...
No, no lo sé con certeza, dudo y me revelo contra mi propia limitación, si es que una diosa pudiera estar en algo limitada, para establecer la frontera que separa ambos ámbitos; pero me guste o no, satisfaga mi ego omnipotente o tienda un velo de vergüenza sobre mi orgullo, esa es la realidad de mi mundo interior. A cada instante de este viscoso transitar las penumbras del tiempo, pareciera que más me aparto de mi esencia eterna para atarme a la mediatez del tiempo, dentro de mi caparazón de piedra confinada en el templo en que ahora he sido entronizada; hasta me parecería que los cientos de peregrinos que diariamente concurren a él y se agolpan a contemplarme, insignificantes escarabajos sin personalidad, lo hacen con menos devoción que el Gran Señor del Mundo, Assurbanipal, que desde su grandeza se humilló para rendirse ante mi majestad divina...
A medida que medito me reafirmo en mi sospecha, dolorosa por cierto: ¡ya soy más estatua que diosa!, de mi deidad sólo quedó la capacidad de dotar de memoria a una piedra; memoria y capacidad de percibir y razonar... Memoria, madre de los recuerdos... ¡que difícil es traerlos hechos imágenes, sensaciones, cuando el bagaje se remonta a veinticinco siglos de mi vida como estatua, a los que se le suman las nieblas indescifrables de la eternidad en la que viví como diosa! Hoy ya no son tan nítidos como en mis primeros tiempos de piedra; hay veces que caigo en un foso de confusión, como si los efluvios del pasado se mezclaran en una sinfonía ininteligible; otras, los recuerdos surgen pujantes, nítidos, pero en tal cantidad que me sería imposible atender a todos y recrearlos en su frescura original. Ante ese sino me parece como si en un viaje alternara las soleadas crestas de la montaña donde todo es paisaje, luz y color, con los valles umbríos, tenebrosos incluso los más profundos. En los momentos de mayor lucidez debo concentrarme en unas pocas rememoraciones, y es lo que intento hacer ahora; trataré de poner toda mi atención en aquellas que han dejado las huellas más profundas en mi alma de piedra.
Quizás la evocación que más me ha marcado, y a la que suelo volver cuantas veces puedo, es la que originó mi pasaje de diosa absoluta a esfinge pétrea... Muchas veces trato de desentrañar la causa estigmatizante de este recuerdo... ¿será porque ella marcó la transición entre mis dos esencias?... ¿tal vez porque fue la última vez en que pude, en total plenitud, trascender a la distancia, sugerir acciones, injertar ideas en la mente de los elegidos para que obraran en mi nombre como parteros de la historia?... quizás la amalgama de ambas cosas hizo que ese lapso se marcara a fuego en mi inconsciente.
En aquellos tiempos, yo, la diosa del Amor y la Guerra, había entrevisto una hermosa oportunidad para conmocionar al universo apresurando el paso de los cambios; no la podía ignorar, hacerme la distraída y mirar para otro lado. Presentía que las piezas se acomodaban en el tablero y que si obraba con la astucia que eternamente me había caracterizado, podría desatar un sismo sangriento, brutal, que sembrara la tierra de destrucción y terror siempre grato a mi particular sensibilidad... ¡la posibilidad de asegurar la supervivencia de los más aptos y apresurar la eliminación de la escoria, se encontraba a la vista!
Mi percepción de diosa atisbó en el laberinto de la eternidad la personalidad de Aristágoras, el griego caudillo de Mileto, en la Anatolia, embriagado de ambición y temeroso de que su poder se disolviera en la pequeñez de su dominio ahogado en la marea del imperio persa; ¡esa era la clase de hombres que necesitaba!, sólo faltaba regar con incertidumbre la semilla de su ambición, abonarla agregando una pizca de vanidad a su genio altisonante, e insuflar en su mente un plan que asegurara el incendio que yo deseaba; ¡ah que tiempos aquellos!... una oportunidad como esa no se me escapaba... Silenciosamente me introduje en la mente de Aristágoras, exacerbé su temor a perder su majestad nacida de su origen heleno, ahogada en la marea persa y sin dudarlo encendí en el horizonte de sus esperanzas el faro salvador de la traición... ¡Traición, hermosa elegía a cuyo ritmo compuse alguna de mis creaciones magistrales!
En sus noches de insomnio Aristágoras creyó elaborar el plan maestro que yo ya había columbrado con mi experiencia de siglos: él debía aliarse a los poderosos, los persas, y un buen primer paso sería su conversión al culto imperial, es decir a mi adoración, ¡y que mejor que entronizar en Mileto una estatua de esa gran diosa que soy! Todo funcionó con precisión, se encargó al picapedrero de Rodas, la isla de las rosas, que me sacara de la roca, y tan bella me vieron las autoridades que por un tiempo estuve exhibida en la Acrópolis, encaramada en ese peñón fabuloso que tiene la ciudad de Lindos, en donde trabajó el cantero.
Muchos pensarán, en una equivocada interpretación de lo que es la sensibilidad, que la diosa de la Guerra no tiene sentido estético... ¡cuán equivocados están!... Siempre fui amante de la belleza; claro, quizás exista un matiz en el significado que se le puede dar a ese concepto: para mí es bello todo lo que sea armónico; tanto un efebo bien formado, una carga de caballería sableando a los débiles en su huida, una composición musical magistralmente ejecutada, un plan de dominación bien elaborado, o el saqueo de una ciudad... y en esos días descubrí un cuadro armónico desde mi atalaya del espolón de piedra que avanza incrustándose en la mar: la dramática anarquía del monte Attaviros; el infinito de un cielo inmaculado que se abría para dar paso al sol más brillante que haya iluminado la tierra; las aguas con sus intensos azules surcados por las aletas dorsales de algunas velas dibujando tras de si las huellas blancas de sus estelas, o las diseminadas majadas de olas arriadas por la brisa; el contraste de los sepias de la costa sensualmente sinuosa de la bahía, y a mi derredor la Acrópolis con la liviandad de sus piedras esbeltamente sostenidas por columnas de fustes tan gráciles como piernas desnudas de hermosas doncellas bailando al son de la flauta... (Continuará- Las entregas se harán los jueves y domingos)

Alfonso Sevilla

viernes, 22 de junio de 2007

EL ENCADENAMIENTO DE LOS TIEMPOS PASADOS (III)


Humilde saga sobre el estudio comparado de las Civilizaciones (continuación)

Un modelo Judío
Normalmente, el establecimiento de un Estado universal, aun para períodos cortos de tiempo, conlleva la eliminación de las identidades de los Estados locales y de los pueblos que se han incorporado al mismo. Un caso clásico es el de las “Diez Tribus perdidas”. El Reino de Israel fue borrado del mapa por el Imperio Asirio en el año 722 a. de J.C. y está representado in situ, sólo por unos centenares de samaritanos en los alrededores de Nablus en Cisjordania cerca del río Jordán.
Los israelitas fueron completamente absorbidos por la población de los países en que se asentaron. Su pérdida de identidad, no fue la excepción, sino la regla.
Sin embargo, la excepción a esta regla, la constituyó la historia de los parientes de los israelitas, el Pueblo de Judá. Los judíos fueron desarraigados dos veces de su país original por Nabucodonosor y otras dos por los romanos. La capacidad de lucha y comportamiento ante la adversidad, puede entenderse dado que estuvieron sometidos a cinco imperios sucesivos : el neo-babilónico, el aqueménida, el tolemaico, el seléucida y el romano.
Desde el año 135 hasta 1948 de J.C., no hubo nada parecido a un Estado judío ni nada semejante a un “hogar nacional” en el sentido de un territorio que fuera sustancialmente judío en población y regido por judíos. Sin embargo consiguieron mantener su identidad como pueblo desde el año 586 a de J.C hasta la actualidad. La diáspora ha estado viviendo entre mayorías no judías y a miles de kilómetros de su capital histórica Jerusalem. Esta proeza es notable y excepcional, pero no única. Lo mismo hicieron los parsis cuando su imperio fue destruido por los musulmanes. También es el caso de los cristianos monofisistas y los cristianos nestorianos cuando encontraron asilo durante la persecución de los cristianos ortodoxos romanos.
Es interesante ver, que dentro de la diáspora judía, aparecen los elementos de su identidad.
Primero, la diáspora decide conservar su identidad histórica cuando el resto la pierde. Para ello utiliza un severo ritual y estricta ley religiosa. Segundo, la escasa disposición a mezclarse con la mayoría entre la cual le tocó vivir. Tercero, el reconocimiento de una verdad: que sus componentes no conseguirían sobrevivir a menos que se proporcionaran a sí mismos las bases económicas adecuadas, donde el poder económico era la única forma de poder a su alcance.
Esta misma búsqueda de fuente de poder para sobrevivir fuera de sus países, fue lograda por otras diásporas que existen en nuestros días, como la escocesa y la libanesa, que han triunfado en el extranjero, de un modo notable en los negocios. (Continuará)
Alberto Gatti

OSCURIDAD (Novela corta en fascículos)


(Entrega 1)
Oscuridad... ¿oscuridad o ausencia de todo?... ¿pesadez, liviandad, calor, frío, gozo, dolor?... Ninguna sensación... Nada, una nada total, absoluta, perdida en la inexistencia del tiempo en ese universo vacío...
Saliendo de alguna parte, si es que la nada tiene “alguna parte”, vibraciones... vibraciones que, por influjo de algún sortilegio desconocido, variaban en su esencia, se metían dentro mi ser inexistente, taladraban el nirvana que hasta entonces había sido la única realidad, y comenzaba por primera vez ha tener conciencia de que la nada no era tal, que había algo despertando al influjo de esas vibraciones: yo...
Las percepciones cambiaban; las vibraciones, inicialmente indefinidas, se hacían coherentes, se asociaban, dejaban de ser “algo”, para constituirse en “eso” que se introducía en mí sacándome lentamente de mi sopor. Después me enteraría de que esa sensación era el golpetear de un escoplo que trituraba mi continente de oscuridad...
Aquella fue la primera señal que recibí del mundo externo, en mi cuna de silencio e inexistencia; otras se irían sumando lentamente, y digo “lentamente” porque al tomar conciencia elemental de que era, el compás de los rítmicos golpes y de los pausados silencios me hicieron columbrar que si mi inexistencia había permanecido levitando en lo atemporal, ahora percibía que mi ser comenzaba a transitar la senda del tiempo, ese camino que tanto marcaría mi existencia aún no totalmente definida.
Y en medio de la sinfonía construida por cada una de las notas del golpetear y de las silenciosas pausas, una de esas percusiones me laceró profundamente abriendo una nueva faceta en mi sensibilidad naciente: una descarga de intensa energía aventó de mi las últimas telarañas de mi inconsciencia. Sería ridículo decir que me encegueció el primer rayo de luz que hirió mi sensibilidad, mal podía enceguecer quien nunca había visto, pero en realidad, si debo decir la verdad, más ciega quedé con la luz inundando la retina que tallaba el escultor que cuando había permanecido en la hornacina de oscuridad absoluta.
Ese recuerdo me impresiona tanto que hasta el día de hoy su evocación me hace perder el hilo de mi rememoración, espero que si alguien vibra conmigo al compás de los recuerdos sepa disculparme... Pienso que nuevas puertas se abrieron simultáneamente en ese instante, en el mundo de mi sensibilidad: la dimensión del dolor y la conciencia de ver, de poder percibir a la distancia la realidad dibujada por luces y sombras, y a partir de ese momento mi existencia fue un martirio. Después me enteraría que existían los dolores del parto, pero en mi caso los percibía desde otra perspectiva, la del nuevo ser, del hijo que también sufre al ser oprimido, estrujado, tironeado; suplicios que nadie menciona ya que el pobre infeliz deberá transitar un largo camino de olvido hasta poder expresarse.
Cada golpe de escoplo sobre mi piel fue una profunda puñalada lacerante que nadie advertía, y así, tormento tras tormento, el “obrero” me fue sacando del interior de la roca donde me hallaba. Cuando quitó el excedente de caliza que cubría mis orejas supe lo que era oír, y entonces tomé conciencia también de lo que era la indignación, sentimiento que desde entonces me ha acompañado, acentuado por mi imposibilidad de hacer voces mis quejas ante las iniquidades que escuché y escucharía hasta mis días actuales...
-¡Hermosa obra la que está logrando su genio, maestro!- fue una de las primeras frases que hirieron mis oídos, y que vaya a saber porqué designio de los dioses comprendí como si desde la eternidad esa lengua me fuera inteligible, así como por siempre entendería todas los idiomas que llegaran hasta mí.
-Gracias, gracias- dijo el picapedrero, sirio seguramente por el perfil de águila al acecho, mientras me atizaba otro escoplazo en la frente.
-“Vaya cretino”- pensé- “¿Yo obra suya?... si lo único que hace es desbrozar la piedra que sobra y liberarme de su opresión. A mí nadie me hace, yo he estado esperando, desde el fondo de los tiempos, al cantero que me saque de esta cárcel.”
El miserable, quizás para actuar mejor su papel de escultor, tenía ante si una modelo, alguna prostituta barata del puerto, a la que acariciaba con su mirada lasciva y con la que habitualmente se revolcaba ante mis ojos para mi escándalo, no por los actos que desarrollaban, sino por la falta de conocimientos de los más elementales modos, técnicas, refinamientos, que hacen de la cópula una obra de arte y no una simple acción del instinto animal...
Y decía que desde la eternidad esperé que un obrero me sacara de la piedra porque yo siempre fui, existía aún antes de manifestarme físicamente entre los hombres, y desgraciadamente, como son sus actos los que tallan la historia, quise aparecer ante ellos para dejar testimonio de mi ser, para impulsar sus mentes, para dar brío a sus cuerpos, para incentivar el ardor de la libido que asegura la continuidad de esta especie en la que tenía puestas tantas esperanzas, y que a través de los tiempos bastante me ha decepcionado por su imprevisibilidad, a veces rayana en la locura. Ese escape de la roca caliza sería, creo, el único error que cometí en mi existencia eterna...
Por mi gracia, desde siempre se dio el trono a los grandes, se aparearon los hombres y mujeres más aptos para engendrarlos, se marcaron sus sino con la miel de la victoria o con la hiel de la derrota, haciendo que sólo los seres superiores, los triunfadores, tuvieran en sus manos el destino del Universo... Mis predilectos fueron desde el comienzo de los tiempos los que tenían como yo la dureza de la piedra o del bronce; sólo ellos, los inmisericordes, los capaces de dominar, exterminar, esclavizar, fueron mis bendecidos; porque yo fui, soy y casi digo seguiré siendo, aseveración esta última en la que ya no creo con la firmeza de antaño. Hoy entreveo la competencia de otros dioses de estos tiempos encandilados por el resplandor del poder, que se desviven por expulsarme de mi sitial, a mí, la sucesora de mi madre Antu, la que por derecho propio soy diosa de la Guerra, la Procreación y el Amor...
Por eso no me sorprendí el día en que el más poderoso de los hombres se arrodillara para decirme con los ojos de frío acero vidriados por las lágrimas de la ambición y el agradecimiento: “Tu Ishtar, terrible Señora de los dioses, tú me has distinguido con la mirada de tus ojos; tú has querido verme reinar; tú me sacaste del medio de las montañas; tú me has confiado el cetro del mundo”. Así hablaba el Gran Assurbanipal, el Señor de las Cuatro Regiones, el que había llevado al pueblo asirio a la cúspide del mundo, con voz filosa como su lanza, en la ciudad de Dur-Sharrukin, la grandiosa capital, la perla del Imperio y el faro del Universo.
El Gran Rey; rostro cetrino y barbas negras cuidadosamente enruladas, oraba su alabanza frente a una imagen mía, que por cierto no era ésta desde la que ahora pienso, y la que, sepan disculparme por no haberlos advertido antes, fue sacada de la roca en la isla de Rodas, cinco siglos después de que el asirio me rindiera pleitesía ... En aquel tiempo yo lucía en todo mi esplendor, sentada en un trono con el arco en la mano, a mis pies el carcaj de flechas, y a mi vera el león que siempre me acompañaba, y, ¡oh, que épocas!, en el que tantas veces cabalgué...
A lo largo de los cortos milenios que actué entre los hombres, guié al universo... fui Shaushka para los hititas; Astarte para los filisteos; Indrani en los confines de la India; Tanit entre los cartagineses; Danu para los celtas; la Hathor de los egipcios, quienes me afearon con grandes cuernos; Afrodita para los griegos; Artemisa, esa chiquilla helena, se apropió de mi arco y de mis flechas para malgastarlas matando sólo animales; y hasta el Gran Rey Salomón hizo construir un templo para mi adoración en las cercanías de Jerusalén...
No sólo cambió mi nombre; el tiempo y las intrigas entre nosotros los dioses desgarraron mi esencia cercenándome atribuciones para reducirme sólo a Señora del Amor, la Belleza y la Fertilidad, terminando ya en época de los bárbaros romanos, por ponerme Venus; nombre horrible que incluso sirvió para que las enfermedades del sexo, propias de corruptos y no de seres superiores e inmisericordes, fueran bautizadas “venéreas” en honor de la impostora... allá ella, ya eso no me preocupa; lo que sí me duele es que junto con el nombre me cercenaron mi naturaleza; nunca más fui Señora de la Guerra, ese hermoso monstruo al que adoro, partero de los cambios que tallaron la historia de esta insignificante especie humana; esa potestad se la dieron a otro dios, por supuesto masculino, ese tal Marte que luego se pavonearía por toda la historia, sin recordar que las obras de destrucción que abrieron camino a la humanidad salieron de mi ingenio y crueldad sin limitaciones.
“Divide y reinarás”, debe haber pensado el decadente Zeus mientras se distraía jugando con los fusilos, quizás atemorizado porque el Amor y la Guerra estuvieran en manos de una sola persona, y más si era mujer... ¡Cuántas cosas hubiera yo podido continuar haciendo si las riendas de ambos monstruos hubieran permanecido en mis manos! No sé si el Señor del Olimpo hubiera seguido en su trono. No lo sé, y lo dudo... En fin, lo hecho, hecho está; nada ni nadie lo puede modificar y menos una escultura, por más memoriosa que sea... (Continuará- Las entegas se harán los jueves y domingos)

Alfonso Sevilla

martes, 12 de junio de 2007

EL ENCADENAMIENTO DE LOS TIEMPOS PASADOS (II)


Humilde saga sobre el estudio comparado de las Civilizaciones (continuación)

La falta de unidad política y la diferencia de ésta con lo cultural, fue el primer elemento que mencionamos para definir un modelo que nos sirva para analizar el resto de las civilizaciones.
Cuando expresamos “lo cultural” nos referimos, al pensamiento, real o “mágico” de las personas en una comunidad y producto de sus vivencias de todo tipo hasta un momento determinado y que motivan sus deseos.
Cuando este pensamiento (atención….que normalmente no es explicito y está más allá del razonamiento lineal) no encuentra satisfacciones en la unidad de pensamiento político, se genera violencia, desde guerras fratricidas hasta la destrucción del propio sistema.
Así ocurrió con las civilizaciones andinas, centroamericanas, azteca, siríaca, sínica, india, cristiana ortodoxa rusa y extremo oriente en Japón.
En la Argentina, la actual dificultad para generar una representación política acorde con las exigencias de una sociedad en evolución es la forma perniciosa de lo que mencionamos como falta de unidad política en el mundo antiguo y que observada por la clase media, se contrapone a sus aspiraciones.
Por su naturaleza silenciosa, esa “unidad cultural”, entre nosotros, está creciendo muy fuerte, lo que lleva a predecir inevitables tiempos de cambio. Así funciona el Mundo.
El segundo elemento que mencionamos es que las clases políticas dirigentes ante un pronóstico de fracaso, comienzan a depender cada vez más de la fuerza, esto se ha dado en casi todas las sociedades no helénicas y vemos como se ha dado en nuestro pasado y se da en nuestro presente.
El tercer y cuarto elementos están asociados, en el modelo griego, con la influencia externa y la fuerte inspiración extranjera. La influencia externa tiene su base en Iglesia Cristiana, que crece en medio de una civilización que se desintegra y vence con facilidad a una contra-iglesia basada en la política decadente. La Iglesia Cristiana se desarrolla en el mundo helénico pero toma su inspiración de fuente siríaca.
Lo mismo pasó, en la versión mahayana del Budismo que prosperó en el mundo sínico pero recibió su inspiración de una fuente india. Para ver entender la fuerza de estas inspiraciones externas, debemos decir que intentos bizantinos y occidentales de hacer renacer el helenismo basándose en sus orígenes, fueron efímeros. Esto ocurrió porque aun cuando parte de las sociedades occidental y bizantina dejan de ser cristianas, son indudablemente ex-cristianas y les resulta imposible desprenderse de ese pasado cristiano.
Muy destacable son los claros orígenes judeocristianos de la ideología comunista.
Pasando a la civilización china, y para no ir tan atrás, vemos que, en 1911, a partir de la caída del régimen manchú, se vuelve a manifestar, en China, una pronunciada tendencia a la búsqueda y realización del Estado Universal, aun contando la existencia de lapsos de desunión y desorden. Después de 1911, atraviesa uno de esos periodos de desunión, que finaliza en 1949 con el establecimiento del régimen comunista. Sin embargo, lo mismo que en el helénico, la falta de unidad cultural en la clase dirigente del partido comunista chino, es influida por la silenciosa pero fuerte alta burocracia, lo que produce un cambio drástico, el actual.
Este cambio, aunque fue gestado desde adentro, se hizo sobre ideas que llegaron desde afuera y hoy se continúan elaborando adentro sin dejar de tener en cuenta la evolución del mundo exterior.
Sin embargo y más allá de lo enigmático de China, debemos saber o recordar, que en la Historia, la mayoría de los hombres, se han mostrado íntimamente, quiero decir en silencio o reservadamente, como acumuladores incansables de bienes materiales.
Diríamos que en una curva que relacione ingreso personal con consumo personal, el Ser Humano, se comporta asintoticamente, es decir acumula al máximo, si puede, bienes y poder.
Por ello, ¿alguien puede dudar que los chinos son capitalistas acérrimos, aunque exista un Estado contenedor de esa naturaleza?.
Finalmente y para dar una punta de lo que seguirá, es interesante recordar a Confucio, ese filosofo chino tan conservador. Confucio nunca soñó con una efectiva unidad política del mundo chino. Es así hoy. No creamos que está unido por razones misteriosas-filosóficas que no comprendemos como occidentales. Más allá de las apariencias está dividido. Ocurre que Confucio al igual que Platón y Aristóteles, vieron como algo natural la falta de unidad política. (Continuará)
Alberto Gatti

sábado, 9 de junio de 2007

BEATRICE O LA LUCHA POR LA LIBERTAD (III de III)








....la soledad del bosque, visto desde lo alto del molino, tenían embelesada a Beatrice... Nada podía consolarla desde que los labios del joven recorrieron tímidos su cuerpo, estaba paradójicamente sola en compañía del susurro de sus pasos sobre la terraza del molino, rústica construcción de tripas quejosas al empuje del Arno. El rotar de sus piedras moliendo el grano, se hacía crujidos agigantados por el silencio de la noche. Daban vueltas y vueltas las piedras implacables, como vueltas y vueltas daban los pensamientos en la cabeza de la niña hasta hacerla dudar de su cordura... ¿no viviría en medio de una quimera?... ¿habría existido alguna vez Andrea?... ¿las promesas de amor que ella creía salidas de su boca anhelante, no habrían sido acaso producto de su enajenación?... ¡Quizás aquellos hombres que la llamaron bruja no estuvieran tan equivocados!.... Tal vez habría sido poseída por alguno de los sátiros del bosque; quizás un hado lascivo al acariciar su cuerpo la hechizó, reemplazando la triste realidad de molinera, por el sueño de ser amada por un Orsini que le juró liberarla de su cárcel de temor, privaciones, entrega a la seguridad de la humillación protegida por el señor, antes que capaz de afrontar la inseguridad de ser autora de sus días...
Beatrice, en esos momentos de duda, tenía una sola liberación, el canto, la endecha que exhalaba como ruiseñor, y que parecía transportarla hacia Andrea. Melodía teñida de sueños inacabados, sus notas, sin proponérselo, eran un llamado de auxilio, un ruego de respuesta a aquel doncel, del que no sabía ya si era un ser real o solo una ilusión, sin saber que él, en la cumbre del castillo señorial, también era esclavo de las miserias humanas...
Todo se sumía entre nubes de confusión; todo, sin permitirle distinguir lo real de lo imaginario.... Hasta el cielo plagado de estrellas, con la luna señora en esos dominios, le parecía opaco, triste, carente de la magia de días más felices... todo menos aquella línea de luz, aquella estrella fugaz que lo surcaba en medio de alocadas evoluciones, y que parecía acercarse velozmente hacia la terraza donde ella estaba...
Ambos, Halcón y Hombre de Luz se descolgaban en un rápido descenso hacia la noria que chapoteaba el agua, guiados por el canto que como sonoro faro los conducía, en medio de una estela de polvo incandescente.
La caída fue breve. En un instante ambos se posaban, en medio del batir de alas y polvaredas de luz, en las lajas de la terraza, bañando de resplandores la rústica superficie y a la niña, más bella que nunca; apenas sus formar cubiertas por una humilde túnica, su rostro ovalado enmarcando sus ojos color miel brillantes como dos luceros que dejaban de fulgurar para ceder su espacio a la luna....
Sorprendido Andrea miró sus alas, y ya no eran tales sino brazos; el halcón había retornado a ser el doncel que era al partir de las almenas del castillo. Casi temeroso, se volvió interrogante hacia el Hombre de Luz, para encontrar en su lugar sólo las piedras bañadas por la luna... Su guía, su maestro, su cómplice, había desaparecido tragado por las sombras, dejando tras de si el eco de su risa irónica.
Todo era silencio y el respirar agitado de dos seres anhelantes a la luz de la luna, silencio de pronto rasgado por dos palabras:
-“Andrea”- sonó argentina la voz de la niña.
-“Beatrice”- contestó el bronce del joven.
Corrieron unos pocos pasos el desnudo joven, y la bella niña para fundirse en un solo cuerpo tendido en el rústico camastro, cuerpo que acompasaba sus suaves movimientos a la música de caricias, susurros, promesas, risas, y el temblor de los primeros besos, apenas caricias de labios, que se acentuaron al compás del fuego atizado por el fuelle de la pasión....
La luna siguió su rutinario curso, las estrellas comenzaron a apagar sus candiles, y los arreboles tiñeron de rosa y tenues verdes el horizonte, empujando la penumbra hacia el poniente.
Cantó el mirlo, y los amantes voluptuosos apretaron su abrazo para darse el primer beso del amanecer salvajemente interrumpido por el grito lastimero de la madre de Beatrice que subía llevando un jarro de leche para su niña:
-“¡El demonio ha regresado! ¡El demonio ha regresado! ¡Castiguen, por amor de Dios, al Mal que nos ha robado a la niña!”- vociferaba corriendo escaleras abajo.
Ambos jóvenes quedaron paralizados por el murmullo que subía, tenue al comienzo y de pronto transformado en un desordenado y vociferante tropel de rústicos con hoces, horquillas y dagas que trepaban en busca del macho cabrío, de la bestia de grandes cuernos, segura causa de los desvaríos de Beatrice en esos últimos días.
Andrea saltó del camastro y arrastro a Beatrice hasta el borde de la terraza, ambos desnudos, quedando encerrados entre el cielo que decidido entraba en la madrugada, las profundidades desbarrancadas hacia el Arno que sordo a las desgracias humanas continuaba fluyendo allí abajo, y la horda vociferante que repentinamente irrumpió en la terraza, erizada de odio y de aperos de labranza hechos armas.
-“¡Salta conmigo, Beatrice!”- dijo el joven, arrastrando tras de si a su amada.
Y, de la misma forma en que había sucedido en el castillo, ambos flotaron, surcaron los aires, volaron...
Andrea percibió el plumaje que lo cubría y, ya sin sorpresa, vio su cuerpo vuelto a las formas de halcón, y Beatrice al suyo transmutado en nívea paloma. Ambos, en el gozo de sentirse juntos y libres, parecieron no escuchar la carraspera cargada de sorna de Giácomo, que desde algún lugar del espacio los veía satisfecho volar hacia su destino, convirtiendo sus sentimientos en buriles con que cincelarían su vida.
Volaron, y sus siluetas se recortaron sobre la difusa imagen de una luna que se disolvía en las claridades del nuevo día....
Y desde entonces, dice la leyenda, halcón y paloma, aves irreconciliables, vuelan juntos sobre el Arno, sobre Florencia, sobre el mundo, transitando la eternidad en la búsqueda infinita de una libertad que no se termina de alcanzar nunca, sino que se hace día a día con sacrificio, con ilusiones, ideales, perseverancia, y con la valentía de saltar al vacío cada vez que se la sienta acorralada....

S/C FLIT

domingo, 3 de junio de 2007

BEATRICE O LA LUCHA POR LA LIBERTAD (II de III)


Aquella noche, bajo la Vía Láctea opacada por la Luna, el silencio se hacía más denso subrayado por el graznido de algún ave nocturna, el lejano ladrido de lebreles, el susurro del viento y sobre todo la dulce y lastimera endecha traída por la noche, que desde que iniciara su encierro, se clavaba en el alma de Andrea, sufriente silencioso en lo alto de la torre.
Oscuridad, estrellas, perfumes, sonidos de las tinieblas, y la presencia oscura, tétrica y a la vez algo paternal de Giácomo, el fantasma familiar, el lar de los Orsini, silueta esfuminada por el paso de los siglos; si bien calaban profundo en el doncel, no podían competir en el mundo de sus sensaciones con los tizones que echaba bajo el caldero de los sentimientos el lejano y dulce canto, casi gemido de amor plañendo por satisfacción....
-“Se que tu joven sangre hierve inquieta Andrea”- dijo el trasgo con voz deformada por el eco de la caverna de eternidades donde habitaba- “Y es la endecha que desde la villa vuela, la que pone fuego en tus venas”.
-“Si, Giácomo”- contestó con un hilo de voz oprimida por la presencia de ese ser que tantas veces había presentido en los claustros del castillo, en sus salones, en sus mazmorras; el que había intuido volando a su lado cuando cabalgaba, trepando a lo alto de las torres, tañendo la campana de la capilla, o atisbando tras los tapices en las estancias; que por primera vez se corporizaba ante sus ojos haciendo realidad la leyenda que de generación en generación se trasmitía en su familia.
-“¿Qué es ese son, quién su dueña, cuáles los dolores que templan las cuerdas de su voz?, dime protector amigo, no me dejes en este foso de dudas...”- preguntó Andrea sorprendiéndose por el desenfado con que había hablado al fantasma.
-“Es Beatrice, la hija del molinero”- ese nombre, encabrito su sangre en las venas- “Hace días que ha caído en las profundidades de un dolor misterioso, y ya se comenta que es el Maligno quien se ha posesionado de su cuerpo y de su alma... Nadie sabe la verdadera causa de su desesperanza menos yo, Giácomo, dueño de todos los secretos en los dominios de los Orsini”- un extraño sonido, amalgama de risa cascada y toses, salió de la capucha de sombra que ocultaba su cabeza- “Yo fui quien guió tu corcel hasta el río el día que la viste lavando ropa; yo quien los arrulló sobre la manta acogedora de la hierba; yo quien animó las manos en aquellos escarceos exploradores que los encendió a ambos; yo, el que no permitirá que te aten con las cadenas de formalidades y conveniencias a los Sforza, a esa casa hambrienta de poder y a esa pervertida damisela que no te quiere, y que salta de cama en cama, desde los jergones de los trovadores a los colchones mullidos de sus propios tíos..... “
Andrea no cabía en si al descubrir en el extraño ser de las tinieblas y las profundidades de los siglos, a un aliado en su ansias de escapar de los grillos de las obligaciones familiares, de los aberrantes ataques a los sentimientos llevados a cabo por alquimistas que destilaban gota a gota las esencias de un poder espurio, pese a ser él uno de sus seguros beneficiarios....
-“Si es así, mi buen Giácomo, haz con tu magia algo que me permita huir de esta malla de intrigas en la que vivo enredado, algo que me haga dejar atrás estas vetustas piedras...”- la frase quedó inconclusa perdida en el laberinto del enloquecido juego de sus ideas en pugna... Huir, sí, pero ¿a dónde?... Caviló un instante, y de pronto estalló en su mente un relámpago iluminando una nueva idea... ¡no buscaba “huir a”, sino “huir de”!... y ese “de” ahora aparecía claro a la luz de fusilos que estallaron en su mente; a su resplandor las imágenes que danzaban enloquecidas se congelaron en la noche de su imaginación convirtiéndose en instantáneas grotescas, chaplinescas, y entre esas figuras detenidas en el tiempo se vio a si mismo liberado de los nudos que lo ataban....
Pareció como si la pugna de ideas en el cacumen del doncel hubiera abierto el arcón de los encantamientos, oculto en algún sitio del castillo; a su influjo logró calar en la profundidad de sus ensoñaciones y de su destino. No había lucha en esa escena, el ogro gótico no lo devoraba, él se entregaba voluntariamente como ofrenda, acuciado por el imperio de lo que siempre fue; la mole de piedra del castillo cambiaba su imagen para transformarse en un Moloch ardiente que lo aguardaba con sus abiertas fauces de fuego y él, con paso sumiso, se arrojaba a sus entraña como víctima propiciatoria de lo mismo que odiaba...
Le pareció que una energía desconocida hasta entonces, o bien los efluvios que escapaban del arcón de magia, hechizaron al oscuro fantasma que ante su asombro dejaba de ser la representación de lo tétrico para lentamente tornarse incandescente... La luz nacía en el interior de aquel que fuera Señor Tenebroso, tenuemente al principio; a medida que ganaba en intensidad trasponía sus carnes y la tela del sayo, que a su vez se hacía luz. El fantasma de los torvos ojos como brazas chispeantes en la oscuridad de su capuz, ahora brillaba opacando con su fulgor a la luna.... El espíritu, transmutado en enceguecedora figura esculpida en un bloque de resplandor, avanzó con paso ágil hacia Andrea y le dijo:
-“Dame la mano doncel, y sube conmigo a esta almena”.
El embrujo se había posesionado también del joven. Sin saber cómo ni porqué vio sus ropas desgarrarse arrancadas por manos invisibles, como si dedos intangibles quisieran quitar de él todo lo que lo ataba a su pasado ancestral, dejándolo en la hermosura de su juventud desnuda, enhiesto en lo alto de la almena, de la mano del luminiscente ser que guiaba sus pasos temblorosos hacia su borde, última frontera entre la realidad en que había vivido y la oscuridad inquietante, misteriosa, hipnótica que lo atraía hacia el vacío, hacia un mundo desconocido, hacia el lamento de amor de Beatrice...
-“Vuela conmigo Andrea”- susurró el ser hecho antorcha.
Saltando por sobre la inhibición del vértigo se arrojó el joven hacia el vacío... y no cayó, flotó deslizándose tímidamente en el mar calmo de la noche, tras la luminosa figura que lo guiaba.
Andrea había perdido el temor; gozaba de la liviandad con que flotaba en el espacio; gozaba de la brisa que agitaba sus cabellos; gozaba de la majestuosidad del valle intuido más allá de la oscuridad; si antes lo había atemorizado ahora lo embriagaba; gozaba de la libertad, de esa libertad que había dejado para él de ser una palabra más, hueca, sin sentido; a la nunca había comprendido...
Gozaba de la pintura que se tendía ante sus ojos, la percibía pintada por Beatrice con el pincel de su angustia hecha canto: el horizonte, apenas una tenue línea sangrante; las estrellas haciéndose guiños entre si con los mismos tonos verdes y miel de los ojos de la dueña de su corazón; la luna sonriendo voluptuosamente arrebujada entre las gasas de la Vía Láctea; las alamedas convertidas en manchas de azul profundidad; el Arno surcando el valle con sus aguas plateadas por los reflejos lunares; y delante suyo el Hombre de Luz guiándolo en medio de cabriolas que él trataba de imitar, torpe al principio y paulatinamente ágil, como si eternamente hubiera transitado el espacio... Ya no era el doliente de la torre; su cuerpo había abandonado la forma humana para convertirse en un vistoso gerifalte, el atrevido “Júpiter”, que en sus días de cetrería cabalgaba su brazo en busca de presas que ingenuas surcaban las nubes...
El Hombre de Luz describió un rápido giro y se colocó a su lado, mirándolo sin sorprenderse ante la nueva forma de Andrea; la satisfacción, teñida de cierta socarronería, hacía más brillante su faz, daba mayor ímpetu al chisporroteo de su mirada...
-“Al fin lo lograste, Andrea”- dijo el Hombre de Luz.
-“¿Logrado qué?”- preguntó el halcón con la voz del joven.
-“Volar, dejarte llevar por ti mismo, sin las ataduras que te oprimían entre las piedras del castillo...”
-“¿Tu crees que ahora soy libre, querido amigo?”
-“Lo eres “Júpiter””- contestó con sorna el Hombre de Luz, uniendo la seriedad de su afirmación a la chanza que la alada figura le inspiraba.
-“¿No deberé seguir un camino por otros trazado?”- charlando seguían el curso del plateado Arno- “¿Podré acaso delinear mi propia senda?, aunque sea la más difícil, la que más arremete contra las montañas de dificultades?”
El Hombre de Luz asintió con su cabeza, esparciendo un brillante polvo luminoso que quedó atrás, dibujando en el terciopelo de la noche la estela del rizo espontáneo que hacían, jugando con la libertad que bullía en sus cuerpos.
-“¿Podré dar a mi vida sentido por mi mismo?”- preguntó el halcón.
-“Podrás, pero quizás en algunos momentos la incertidumbre clave sus garras en tu cuerpo”- dijo el ser luminoso- “Todo tiene su precio Andrea, deberás optar entre la seguridad de las paredes del castillo, o la incertidumbre de conducir en soledad, el timón de tu propia vida.”
Nada dijo el halcón, pero una serie de cabriolas enloquecidas a las que se entregó, valieron como respuesta al Hombre de Luz.
-“Andrea, vuela a mi lado”- dijo- “No enloquezcas en tu libertad, no la desperdicies, recuerda que debes marcar un rumbo, dar un sentido a tu vida, ¡no es cuestión de revolotear huyendo hacia cualquier lado!.... Cuándo dejamos atrás el castillo, ¿para que lo hicimos?”
-“Para encontrar a Beatrice, Giácomo”- la sola mención de la joven lo sacó al doncel hecho halcón de la embriaguez, sumiéndolo en otra borrachera, esta vez de suave piel, perfume de mujer salvaje, manos que buscaban tímidas el cuerpo del otro; suaves besos, apenas caricias de labios que no se profundizaban; chispear de ojos encendido por el tenue calor que el encuentro reavivaba.”
-“Hacia ella vamos”- dijo el Hombre de Luz, girando sobre la punta de una de sus alas seguido por el halcón, abriendo tras de si un abanico de brillante polvo que flotó en la noche... (Continuará)

S/C FLIT

EL ENCADENAMIENTO DE LOS TIEMPOS PASADOS (I)




Humilde saga sobre el estudio comparado de las Civilizaciones
Digo saga como una narración parecida a una epopeya familiar, la Humanidad, que trataré de extender a varias generaciones
Pongo primera y arranco.
Tengan por seguro que no siempre los tiempos pasados fueron mejores, sólo fueron el resultado repetitivo, dije repetitivo, del comportamiento humano, cuestión que, pretenderé probárselos, pero más adelante.
De todas maneras, estemos prevenidos, porque si damos una repasada al Ecclesiastés, 1, 10, leeremos “Nihil sub sole novum nec valet quisquam dicere ecce hoc recens est iam enim praecessit in saeculis quae fuerunt ante nos”, que en español quiere decir “Nada hay nuevo bajo el sol; y no vale que alguien diga: mira, esto es de ahora, pues ya ha aparecido en los tiempos que han pasado antes de nosotros”
Como siempre me llamó la atención a que se refería esto, hace mucho tiempo me “metí”, totalmente desprevenido e inocentemente, a sondear hacia atrás en el tiempo, hacia los orígenes de nuestra civilización occidental y me tropecé con la grecorromana (o helénica) a la cual está vinculada con la nuestra a través de la Iglesia Cristiana.
Como sabemos, esta civilización fue reemplazada por dos sucesores: la civilización occidental, y su contemporánea y hermana en Oriente, la civilización bizantina.
De la helénica, no sólo sabemos que tuvo sucesores, sino también un predecesor, la civilización minoica o egea.
Como la helénica tiene definido principio y fin, es ideal y posible utilizarla para el análisis de la actividad humana.
Vale una aclaración: no haremos lo usual de los estudios históricos, que subordinan todo al tiempo y lugar del investigador. Un estudio comparativo de lugares y personas diferentes, permite observar semejanzas y diferencias para ver si existe un tipo estándar al que se ajusten más allá de sus peculiaridades individuales.
Para ello tenemos que utilizar “modelos” pero para probar, por ejemplo, que la civilización helénica es un modelo al que nos podemos referir, necesitamos combinarlo con otro. En nuestro caso, el más interesante para esta tarea, es la civilización sínica.
Vamos a prestar atención al consejo que me dieron una vez, que es el observar los hechos que fallan, por estar incluidos en pautas preconcebidas.
Los Helenos y los Chinos
Un primer elemento a considerar dentro de la civilización helénica, es que en sus primeras etapas, existió un fuerte contraste entre la unidad cultural del mundo griego y la falta de unidad política.
Esto generó, mucho más adelante, guerras fraticidas que llevo al desastre, aunque en el momento de la disolución, se produjo un respiro temporal, por la unificación del mundo helénico dentro del imperio romano
Un segundo elemento a ver es la configuración de la civilización helénica después de su “fracaso” donde la minoría dirigente comenzó a depender cada vez más la fuerza para conservar su ascendiente.
Un tercer elemento es la configuración de la historia religiosa helénica.
El proletariado interno crea una elevada religión, la cristiana, que convierte al mundo helénico y también a los invasores bárbaros. La Iglesia Cristiana fue la forma social adoptada por la nueva religión y generó después el cristianismo ortodoxo oriental (bizantino) y el cristianismo occidental.
Un cuarto elemento es el protagonizado por el “proletariado externo” (los bárbaros), que con fuerza y poder, expresan su nacionalismo a través de formas heréticas como el arrianismo o religiones unidas por sus orígenes con el cristianismo, como el Islam.
Sin embargo, la matriz de las nuevas civilizaciones no fueron los Estados Bárbaros sucesores del imperio, sino la Iglesia Cristiana.
Un quinto elemento, lo constituyen los diferentes “renacimientos” de la cultura helénica que se manifiestan en el transcurso de las dos civilizaciones “helenísticas”: la bizantina y la occidental.
En otra parte de la “saga” humana, veremos hasta que punto concuerdan estos diversos elementos del modelo helénico, con las civilizaciones diferentes a la griega. (Continuará)
Alberto Gatti