domingo, 11 de mayo de 2008

DESENTERRANDO A SIMÓN BOLÍVAR


Entrega 2
Por Rodolfo Terragno
Para LA NACION

El venezolano sufriría parecidos desdenes en su patria.
Sin embargo, héroe o villano, Bolívar tenía una dimensión universal de la que siempre careció San Martín. Descendía de un vizcaíno que llegó a Caracas en 1589 para velar por la Real Hacienda de Felipe II, y cuya descendencia veló por sus haciendas propias, hasta ser parte de los "amos del valle". El padre de Simón tenía plantaciones de cacao, café y añil, incontables cabezas de ganado, un ingenio azucarero con mil esclavos; minas de cobre y una docena de casas. Simón recibió, además, el legado de un primo cura, que le dejó -bajo condición de no atentar jamás contra Dios o el Rey- más casas en Caracas y el litoral, tres haciendas de cacao y esclavos en cantidad. Huérfano temprano, Bolívar tuvo por tutor a Simón Rodríguez, "el Sócrates de Caracas", y por maestro al deslumbrante Andrés Bello.
Con 13 años entró como cadete a las Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, antiguo batallón de su padre. Poco después, Carlos IV firmaba su promoción a subteniente. Partió entonces para España, donde vivió en casa del marqués Jerónimo de Ustáriz, natural de Caracas y secretario del Consejo de Estado: un cuerpo, presidido por el mismo Rey e integrado por nobles y clérigos. En casa del marqués, Bolívar intimó (en la biblioteca) con filósofos griegos y (en la sala) con María Teresa Rodríguez del Toro. Dos años mayor que él, María Teresa era una prima distante. Dispuesto a desposarla, Simón debió pagar arras al futuro suegro. El "distinguido origen" de la novia, "su virginidad" y su "disposición a dejar España con su marido" le salieron 100.000 reales. Como era menor de 25 (apenas 19), también necesitaba, y obtuvo, que el Rey le diera licencia de matrimonio. Apenas casado, se fue con su esposa a Venezuela; pero, a los ocho meses, las "fiebres malignas" mataron a María Teresa. Simón volvió, viudo, a Europa. En París mantuvo un idilio con otra prima lejana: Fanny, esposa del conde Dervieu du Villars, quien le permitió intimar con los amos de Europa. Conoció, ante todo, al príncipe Eugène de Beauharnais, un general napoleónico a quien el Emperador adoptaría como hijo y nombraría virrey de Italia. Eugène, que había estado en Egipto, participado en 18 Brumario y peleado en Marengo, era amante de Fanny, con quien tenía un hijo de dos años. En los salones de su desenvuelta prima, Bolívar tuvo oportunidad, también, de conocer al canciller de Napoleón: Talleyrand, un genio de la adaptación, que antes de servir al Emperador, había sido revolucionario y canciller del Directorio. Alexander von Humboldt azuzó a Bolívar: "América es un continente listo para ser liberado, pero falta el hombre capaz de liderar la revolución", dijo apenas llegado del Nuevo Mundo. Poco antes, viendo la autocoronación de Napoléon, Bolívar se había conmovido ante la "efusión general de los corazones". Años más tarde confesaría que los vítores de "más de un millón de personas" le hicieron pensar en la esclavitud de su país y "la gloria que esperaba a quien lo liberase de ella". Pidió entonces a Simón Rodríguez, a la sazón en Francia, que lo acompañara a Roma. En el Monte Sacro -la colina donde, cinco siglos antes de Cristo, un piquete plebeyo hizo que los patricios resignaran privilegios- el futuro Libertador pronunció un ampuloso juramento, dirigiéndose a Rodríguez:
“Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.” Días después, dejó que el embajador del "poder español" ante la Santa Sede lo llevara a recibir la bendición del Sumo Pontífice, aliado de los españoles. Sin embargo, no se arrodilló a besar la cruz que Pío VII lucía en sus sandalias. "El Papa no ha de respetar mucho la cruz para usarla en sus pies", comentó al salir del Vaticano. En 1806, tras algunas semanas en compañía de su prima, decidió ir a cumplir lo prometido en el Monte Olimpo. Desoyendo las súplicas de Fanny, abandonó París, y dejó a Simón Briffard, "ahijado" de ambos primos, sobre quien ella diría en una carta: "Espero que sea el único ahijado que tú tengas en Europa". (Continuará. Las entregas se harán los miércoles y domingos)

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