martes, 15 de diciembre de 2009
LA PUNTA DEL ICEBERG
La Nación, adnCULTURA, Buenos Aires, Argentina, 15Dic09
Casi 1900 artistas participaron este año del Salón Nacional de Artes Visuales, un concurso que se distingue por sus premios y por las polémicas que despierta. Anteayer terminó de presentar su 98a edición, en el Palais de Glace, y va por más
Ilustración: PABLO PÁEZ RIVA. Perspectiva meteorológica, Gran Premio de Dibujo 2009
Por Elba Pérez
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009
Es usual que cada año se espere el Salón Nacional de Artes Visuales, y también que se polemice antes, durante y después de cumplirse la exposición. Entre los artistas, los ardores se inician con la convocatoria misma y se centran en aspectos reglamentarios o en la elección de los jurados actuantes en las distintas disciplinas. No faltan, claro está, apuestas sobre el otorgamiento de los premios y otras suspicacias condimentadas con cábalas y algún conjuro. Artistas y amateurs de las artes visuales (ex bellas artes, ex artes plásticas) conforman una parcialidad -nunca más preciso el término- que sostiene analogías con las bipolaridades irredimibles del público de ópera (¿Verdi o Wagner?) y con los muchachos -y no tanto- del tablón futbolero. Ha sido así desde el Centenario de la Emancipación, fecha en que se inauguró el primer Salón, y es así en esta edición número 98, en vísperas del Bicentenario.
La organización demanda infinitos requisitos y la concertación multidisciplinaria. Es, en rigor, una construcción cultural muy compleja, donde cada interviniente cumple un rol exclusivo y complementario, a menudo desapercibido por los artistas y el público. Lo hecho y lo omitido será pasible de críticas, y cabe recordar la previsible tribulación de los cantantes e instrumentistas que en la Ópera de Parma son recibidos, en la calle y antes de la función, por un público provisto de silbatos.
La crítica, curiosamente excluida de la conformación de los jurados, sobrelleva y carga con lo suyo. Ejercer esta función es tarea ardua, máxime cuando la masiva presencia de obras y la diversidad de poéticas a ponderar y comparar exige respeto, tiempo y dosis considerables de energía intelectual, sensible y física. Es una labor que no puede hacerse a vuelo de pájaro, por respeto al esfuerzo y las expectativas de los autores de cada trabajo.
Este año participaron 1893 artistas, en las disciplinas Dibujo, Grabado, Pintura, Escultura, Fotografía, Arte Cerámico y Textil, Nuevos Soportes e Instalaciones. Las mujeres representaron el 56% de participantes y se hicieron acreedoras del 46% de los premios. El aporte femenino fue preeminente en las categorías Grabado, Arte Textil y Arte Cerámico, que se presentaron anteayer; los grandes premios, respectivamente, se los llevaron Rodolfo Cavilla, Susana Dragotta y Dora Isdatne.
Las obras aceptadas y expuestas constituyen el ápice de un iceberg, cuyo volumen sumergido es infinitamente mayor. En el Salón, las obras no aceptadas conforman una presencia virtual. Así lo hacía notar Aldo Galli, el inolvidable crítico y excelente músico que por décadas dio cátedra de periodismo en los diarios La Prensa y LA NACION. El señalamiento de Galli apuntaba a la necesidad de argumentar con conocimiento, fundamentar y enunciar sin apartarse del recto criterio. El Salón se realiza anualmente desde 1911, y desde 1932 tiene su sede en el Palais de Glace. En su 98a edición se exhibieron hasta el domingo último las categorías Escultura, en la planta baja, y Dibujo en el primer piso. La arquitectura del edificio representó un desafío para el responsable del montaje, Gustavo Vázquez Ocampo, y su equipo, pero la tarea fue cumplida con mano maestra.
La categoría Escultura presentó un panorama interesante por la variedad de materiales (y las técnicas empleadas).
Maderas talladas, ensambladas, torneadas; mármol tallado y pulido, cemento, chapa de hierro (batida, soldada, esmaltada), cemento, resina, vidrio, cáñamo, yute, tansa, todas las materias y mixturas se pusieron en juego. Son aptas para concitar el espacio, la forma, la masa pesante, rotunda o cribada de la especialidad. Y al aspecto propio de los materiales se sumó la policromía, ya que el color avanza, incontenible, en el lenguaje escultórico.
Las piezas de Oscar Stáffora, Claudia Aranovich, Betina Sor, emplazadas en el anillo central del Palais, fueron reconocidas con los premios mayores del Salón. Formas cerradas o asaetadas, serenidades clásicas (incluidos concretos y derivados), crispaciones expresionistas, regustos arcaicos, resignificación de símbolos, poéticas casi minimalistas se dan cita en la escultura argentina contemporánea.
En dibujo actuaron Ana Eckell, Ernesto Pesce, Armando Sapia, Luis Sacafati y, designado por la Secretaría de Cultura, Alejandro Boim.
Un jurado de lujo para un lenguaje que tiene honrosa tradición en la Argentina. Los participantes, en atención al marco de la exposición, maximizaron las dimensiones del soporte. Esta cuestión de tamaño suma exigencias a las demandas creativas y técnicas.
También en el lenguaje gráfico las definiciones borran fronteras entre dibujo y pintura, trazo cromático y prevalencia del color. El jurado acertó en el equilibrio de las definiciones estéticas en la certeza de que, más allá del todo vale de los desaprensivos, la libertad expresiva tiene límites que aseguran pluralidad sin desnaturalizar la esencia.
Enigmáticas, seductoras, ominosas, irónicas, caligráficas, esgrafiadas o gestuales, las imágenes seleccionadas trazaron un panorama de gran nivel. Pablo Páez Riva, Carlos Fels, Gabriel Mirocznyk, Sebastián Chillemi se hicieron justos acreedores de los primeros premios.
Como en el caso de la escultura, es imposible en el contexto periodístico reseñar y analizar todas y cada una de las obras presentadas. Esta cuestión de límites del soporte crítico no puede -Galli dixit- rebasar el centimetraje acordado a la nota.
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