domingo, 4 de noviembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 13
Pese a lo absorto que me tenía el relato, arrebujado en mi capa, así como en el brasero se escondían las brazas entre las cenizas, y con las velas que comenzaban a agonizar, no pude evitar que un lento sopor lastrara mis párpados haciendo de la lectura un claroscuro donde alternaban las luces del texto con la penumbra de la ensoñación, provocando un bailoteo ridículo de mi cabeza; la narración se tornaba ininteligible y creo que por momentos se amalgamaba la realidad atrapada en el papel, con situaciones que mi imaginación tallaba en las sombras de mi mente adormecida, quizás teniendo por modelo recuerdos de lo por mí vivido. A tal punto llegó la confusión resultante que creo haber entrelazado a mi padre, a quien nunca conocí por ser yo muy pequeño cuando falleció, en la trama de los sucesos, llegando a verlo como capitán al lado de “La Adelantada” fundando la ciudad de San Francisco, en un lugar donde habían encontrado una gran cruz clavada sobre los morros, sin duda para que fueran avistadas por cristianos que llegaran a ese paraje. Sobre el madero había gravado de un lado el nombre del Santo Padre, Papa Alejandro VI; el del Rey de Francia, Luis XII; el del Almirante de Francia, Luis Mallet de Granville, y otros nombres, y del otro lado: en latín, lo que en nuestra lengua quiere decir: "Aqui Binot Paulmier De Gonneville plantó este objeto sagrado." “La Adelantada” relataba en su escrito... ¿o en mi ensoñación?... ¡no, estoy seguro que figura en sus escritos!... que el real fundado por franceses había sido poco tiempo después abandonado y que ella tomaba posesión de esos reinos por mandato del Cesar D. Carlos, y clavaba la picota de la fundación de una nueva ciudad que se llamaría San Francisco y a la que, con el correr del tiempo, los lusitanos nombrarían Sao Francisco do Sul. Diligentemente se construyeron casas de barro y paja y una iglesia de madera en donde se entronizó una imagen de Nuestra Señora de Gracia, y que todo esto acontecía en 1553, suceso que regocijó a la fundadora ya que con él se daba cumplimiento a uno de los mandatos que el Emperador había encomendado a su marido, el difunto adelantado D. Juan de Sanabria. El nombre del fallecido despabiló al duende de la curiosidad (los duendes no duermen totalmente, sólo lo hacen a medias, atentos siempre a los sucesos que hacen a su razón de ser), el geniecillo dio un brinco e irrespetuosamente engarfió sus dedos en mi ropaje y sin miramiento alguno la emprendió a zamarrearme gritando desaforadamente: “¡Ea, señor, las iniciales, las iniciales!” La sugerencia, ¿u orden debería decir?, me sacó sobresaltado del sopor en el que me debatía y, esta vez sin ningún disimulo, busqué el papel correspondiente en donde anoté JS, apresurándome a revolver el desorden de la mesa en procura de la escarcela y los anillos... ¡efectivamente, en uno de ellos campeaban las letras en cuestión, primorosamente enlazadas! El impacto del hallazgo hicieron que los sentidos se adueñaran por completo de mi cuerpo, retornando la lucidez a mi mente; algo indescriptible se apoderó de mí, tierno, nostálgico, por momentos mis ojos se nublaron con el acuoso velo de la nostalgia y, sin saber bien porqué, envolví con unción al anillo en el pañuelo, como si con mi acto pretendiera que los esposos se reencontraran en un tierno abrazo dentro de la intimidad de la escarcela, en donde los dejé reposar. A partir de aquí todo se tornó muy confuso, no tanto por lo destruido del papel, sino por el batiburrillo de mi sesera en donde colijo que cada vez tenían más injerencia las ensoñaciones. Creo que en algún momento destelló en ese mare magnum una boda de gran importancia entre un capitán y María, una de las hijas de Dña. Mencia, suceso feliz opacado por la entrada en escena de un torvo personaje. Un tal Thome de Souza; lusitano de alto porte, tez morena burilada por la viruela, gesto ora irónicamente sonriente que no se privaba de mostrar una dentadura amarillenta y llena de ausencias, ora desdén de labios apretados bajo el acento de una cicatriz que se descolgaba por sobre un ojo; ¡imagen de la ruindad, la del gobernador portugués de San Vicente!
(Continuará- Las entregas se harán los miércoles y domingo)
Alfonso Sevilla

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