domingo, 11 de noviembre de 2007
UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)
Entrega 15
-¡Es un varón!, es un varón!- gritaba corriendo escaleras abajo una mujer; aparecía una de aquellas esporádicas escenas.
-¡Hernando será su nombre!- dijo mi padrastro mientras subía a grandes zancadas hacia la habitación de mi madre.
Esas palabras me laceraron tan hondamente que a punto estuve de emerger a la realidad, mas permanecí deambulando en la estrecha región que separa la vigilia de la ensoñación. “¡Hernando soy yo, no me quitéis también mi nombre!”, me pareció decir mientras me revolvía con la cabeza reposando sobre la mesa. Lentamente la angustia dejaba de clavar sus dientes en mi alma, y el ansiado desaparecer en la nada tendió su manto tibio sobre mi cuerpo; se apagaron las luces en mi interior, y me sumergí nuevamente en la paz absoluta del mero reposo atemporal, hasta que en algún momento algo comenzó a moverse. Era un balanceo, ¡sí! el balanceo del canasto en el que me encontraba me hacía reír, me reía como cuando mi padre me arrojaba por el aire; podía ver mis manitas extendidas hacia lo alto, como si quisiera alcanzar el palo de donde pendía el canasto, y las cabezas de los indios que portaban el madero sobre sus hombros. Aquella noche la escena me pareció más real que nunca... hasta creo haber escuchado el dulce canturreo de los indios, mientras las paredes vegetales del túnel pasaban lentamente a mi lado; antes de diluirse la imagen intuí un rostro recortado sobre el techo verde... era mi madre que se asomaba para mirarme y vi su mano acariciándome la frente con un pañuelo; en la ilusión del sueño me pareció que era el de las iniciales MC, hallado en la cripta... el pañuelo de mi abuela...
El verde que lo envolvía todo lentamente se hacía más profundo, hasta asfixiar la escena en su totalidad, retornando la tranquilidad ausente de imágenes, una y otra vez interrumpida por nuevas escenas inexplicablemente borradas de mi mente en el momento en que me desperté. Ya dueño de mi ser, en la penumbra apenas alumbrada por la agonía de la única vela que aún ardía, me esforcé por revivirlas pero me fue imposible, enardeciendo al duende que había retornado a deambular por la mesa atormentado en el potro de la curiosidad; sólo pude columbrar que en mi interior habían retumbado profundos cánticos en latín que se complementaban con el aroma a incienso que, me pareció, aún persistía en la cripta... algunos flecos de aisladas conversaciones rondaban en mi cabeza...”Eminencia, rogaremos para que la Santísima Trinidad os bendigan en vuestra acción pastoral”, saliendo desde dentro de un pardo hábito, retumbaba la voz hueca del recuerdo en mis oídos. Guardé todo lo que había retirado del muro en su escondrijo, tomé el candil y subí la escalera por la que se asomaba la claridad de un amanecer apenas insinuado en el patio. Fui a mis aposentos, me lavé, y el buen hermano barbero me rasuró como todas las mañanas. Una vez con ropas más dignas que las que me había puesto para descender al sótano me dirigí presuroso a la capilla doméstica donde me aguardaba el discípulo de San Ignacio, padre Diego de Torres, con quién concelebramos la Santa Misa, para dirigirnos luego al refectorio a desayunar.
-No se preocupe Vuestra Paternidad- le dije al despedirnos en el patio- Hoy cierro con el notario lo que habíamos hablado sobre los fondos necesarios; avanzaremos padre, avanzaremos “ad majorem Dei gloriam”, tal como os manda la “Societas Jesu”, que mucho ha hecho para ayudar mi tarea evangelizadora. De regreso en el patio, las campanas de la Córdoba que tanto me atraía comenzaban tímidamente a saludar un despejado día de invierno; el frío cortante que cabalgaba el viento serrano se atenuaba con la tibieza de un sol que tomaba coraje, animado por el crescendo de los bronces llenando el aire.
CONTINUARÁ- LAS ENTREGAS SE HARÁN LOS MIÉRCOLES Y DOMINGO. Si desea leer reunidas todas las entregas busque en la columna de la derecha, en ETIQUETAS y cliquee en NOMEN.
Alfonso Sevilla
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