miércoles, 7 de noviembre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 14
Este siniestro sujeto, celoso de la intromisión española en lo que creía eran sus dominios, convenció a Dña. Mencia para que se trasladara con toda la gente a su real; él se comprometía a tenerlos como huéspedes y hacerlos llegar a Asunción a la brevedad. “¡Comida acabada, amistad terminada!” Después de quince meses de esperar el cumplimiento de la promesa, “La Adelantada” escapó con las doncellas y el resto de su gente de las garras del perdulario portugués y regresó a San Francisco, desde donde partió adentrándose en la selva con rumbo a la Asunción.
Con la imagen del pequeño caserío perdiéndose entre la niebla del tiempo y el verde manto de la selva, caí en las profundidades del sueño; atrás dejaba el mundo de cartas y bitácora para sumergirme en otro más apasionante, el de mi propia inconsciente elaboración, en el que rutilaban las decenas de imágenes de otros tiempos, las más de las veces entremezclando épocas y personajes que pasaban de un escenario a otro provocando un mundo irreal e incoherente.
De pequeño poco supe de mi padre, no tengo recuerdos físicos de él. Cuando lo evoco, una voz grave llena el espacio de la imagen ausente... una voz grave y el sentirme lanzado hacia el aire entre risas; después... después, un gran vacío, el llanto de mi madre siempre asociado a su ausencia, y con el tiempo la eterna duda:
-Madre, ¿y mi padre?- preguntaba de tanto en tanto, hiciera lo que hiciera; esa incertidumbre aparecía siempre en mis primeros recuerdos de Asunción.
-Está en el cielo, hijo- la repuesta corría un velo de soledad en torno a mi personita, velo que se hacía más opresivo cuando llegaba la noche y, al pie de la cama, rezaba junto a mi madre por su descanso en la Gloria de Nuestro Señor. Esas oraciones me recordaban la ausencia a la que era tan sensible, y en la penumbra del candil que permanecía velando mis sueños, ya solo, me aferraba a la almohada y la humedecía con alguna lágrima, como si rogara “al que se fue” que me hablara con su voz ronca y me arrojara por los aires para recibirme en sus brazos entre risas y la entrañable aspereza de la barba tan querida. Pero lo que más me confundía era ese otro señor a quien también llamaba padre, alguien muy respetado. Estas imágenes solían repetirse, iban y venían en el espacio infinito de los sueños, alternando el protagonismo con otra escena que me intrigaba, a la vez que me causaba un profundo sentimiento de intranquilidad: mi madre aparecía con mis dos padres, sobre nubarrones que danzaban dibujando un torturado telón de fondo.
La figura de mi madre bien definida y resplandeciente como siempre, y las de mis dos “padres” apenas delineadas; el ausente avanzaba ganando nitidez al dejar atrás los nubarrones. Con el rostro cubierto por un velo, iba hacia mi madre que lo esperaba con los brazos tendidos, estallando en el silencio del sueño sólo dos palabras: “María”, modulaba la voz grave de mis recuerdos, “Hernado”, cristalina contestaba mi madre; breve diálogo que preludiaba al tierno beso en que se fundían. Lentamente, envuelta por la tormenta, se borraba la imagen de mi padre tan querido, dejando lugar a mi otro “padre” del que sí tengo recuerdos físicos, esbelto, varonil, ligeramente arrogante, aguardaba a mi madre; “Querida Señora”, decía él con acento comedido, “Mi Señor”, contestaba ella, insinuando una muy leve reverencia, suspendida por la mano solícita del caballero. A esas dos escenas centrales, casi siempre presentes de una u otra forma en mis sueños, se sumaron aquella noche otras, que como fusilos aparecían y desaparecían.
Continuará- Las entregas se harán los miércoles y domingo
Alfonso Sevilla

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