miércoles, 24 de diciembre de 2008

EL BULULÚ


(Cuento.- Entrega II de III)
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-El Mal sentía como sus tripas se anudaban al ver el fruto de la creación divina correr libre por el bosque, reír al sentir su perfección y adorar a Nuestro Señor en agradecimiento por haberle regalado la vida y con ella su condición de Rey de toda la creación- hubo una mirada picaresca del juglar y una breve pausa en el relato- ¡Esta creación que fue hecha para todos los hombres, y no para que sólo algunos disfrutaran de ella!- Lucifer cambió entonces su actitud de amenazadora a meditante; agachó su cabeza y su gesto se tornó pausado y sobrio.
Un estudiado movimiento embozando la capa, subrayó el compás de espera. Sorpresivamente- a mí me pareció que enviado por la Divina Providencia- un perro flaco de andar perezoso ingresó distraído al centro del improvisado escenario, y se sentó a contemplar con desparpajo y aire aburrido las evoluciones del bululú, mientras su boca se abría en un ruidoso bostezo. Un murmullo de la gente y algunas risas contenidas estuvieron a punto de disipar la magia del ambiente, creado con oficio y esfuerzo. ¡El éxito de la actuación se encontraba a punto de naufragar por obra y gracia del vagabundo can, que se rascaba con desenfado el flaco costillar! En ese momento en mí renacía la alegría con mi atención más fija en el podenco, que en la obra del artista.
-Quiera Dios nuestro Señor, que le atice un mordisco- pensé balanceándome nerviosamente sobre mis posaderas.
-¡Atento Lucifer, que Yavé te ha enviado un ángel para castigar tu maldad!- se escuchó una voz desde el público, coreada por estruendosas de carcajadas.
El juglar, ante la adversidad de las circunstancias, reaccionó con oficio y rapidez. Un certero garrotazo con el tridente, arrancó un aullido al inoportuno chucho, haciéndole desaparecer de escena. Dio un fuerte golpe a la caja, y con un par de saltos de volatinero quedó junto a las pintarrajeadas telas, arrancando el lienzo del primer plano al tiempo que la niña atacaba con vehemencia una música alegre y pegajosa.
Ahora en el bastidor una nueva lámina mostraba al demonio haciendo un muñeco de barro. El bululú no esperó un segundo. Había retomado la atención de su público y no estaba dispuesto a perderla nuevamente...
-¿Porqué no puedo yo, señor de las tinieblas, hacer una criatura tan prodigiosa como la de Yahvé?- El gesto del bululú, con una mano levantada hacia los cielos y la otra señalando con la horquilla el suelo hacia donde su máscara de diablo miraba, causaron entre los rústicos la ilusión de que realmente se hallaban ante un hombre de barro tendido a sus pies, escapando del auditorio un murmullo de admiración y respetuoso temor.
Me aferré a la anónima pierna a mi lado... No, no podía creer que el Demonio, allí, frente a todos, hubiera logrado igualar la obra del Creador... Algo pasaría... ¡Algo tenía que pasar!... ¿Porqué Dios no había hecho que ese perro arruinara todo, antes de que el Demonio terminara su obra?
Ya el bululú se había adueñado totalmente del auditorio, al que percibía presa de pánico y admirado por el prodigio que su arte había generado. La horquilla apuntó hacia el supuesto cuerpo yacente, diciendo:
-Satisfecho Satanás con su obra, alzó ambos brazos al cielo- el juglar seguía con sus gestos la actitud que describía- Ya todo él era soberbia en su desafío al Poder Divino- vociferaba- ¡Ese era el momento para hablarle a Dios de igual a igual!... ¡Ya lo había igualado en su obra máxima!... ¡Oh Yahvé, ved aquí a una creatura tan perfecta como la que tú hiciste! ¡Reconoce en mí a tu igual y entrambos repartamos el poder de manejar al Universo en sus destinos!
El silencio de la gente era absoluto, la tensión de sus espíritus pendía de un hilo, ante un desenlace que pondría en juego incluso lo más profundo de sus creencias.
Estaba aterrado y me aferré a las enseñanzas del buen Padre Juan y a fuerza de fe soporté la última escena sin perder la confianza de que finalmente el Bien triunfaría sobre el Mal. Busqué con mis ojos temerosos algo en que aferrar mis inseguros conocimientos viendo sólo caras angustiadas o nerviosas sonrisas. De pronto, tras el grupo de gente, encontró un rostro moreno que sobresalía por sobre el resto. Su aspecto era divertido, con una amplia sonrisa endulzando sus facciones, mientras su mirada se paseaba escrutadora, más atentos a las expresiones del público que a la actuación del bululú. En su recorrida, su mirada encontró la mía, y me saludó alegremente con la mano.
El alma volvió a mi cuerpo... ¡Si D. Diego estaba tranquilo, todo iba bien!... ¡A disfrutar del espectáculo!...
El artista mientras tanto había continuado su relato:
-Sólo haz hecho lo más fácil, Satanás, un muñeco de barro. ¡No haz sido capaz de darle vida!... ¿Te atreves?- decía, mientras agazapaba su cuerpo, cubriéndose con un trozo de capa, representando la consternación de Satanás ante la voz tonante del Creador.
Hubo un corto silencio... El Demonio de un salto se puso de pié exultante de soberbia. Miró desafiante a los cielos y con voz de trueno respondió:
-¡Si que le daré vida, Yahvé! ¡Y veras un ser tan perfecto como el que tú hiciste!- el bululú se arrodilló como si se encontrara al lado de un cuerpo yacente al que miraba con fijeza, y con los brazos en alto, desplegando la capa en toda su amplitud, sopló aparatosamente... Permaneció un instante inmóvil saboreando el silencio del auditorio y como castigado por un rayo dio una serie de volteretas en el aire golpeando acompasadamente el pandero, repitiéndose la explosión de colores y el sonar de cascabeles. En el frenesí de sus cabriolas había descubierto otro lienzo cayendo por fin a tierra convertido en un informe bulto íntegramente cubierto por la capa.
(Última entrega el domingo 28)
Diciembre 2008, a 50 años de constituirse nuestro grupo de amigos.-
Alfonso Sevilla

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