domingo, 14 de diciembre de 2008

EL MISTERIOSO PADRE DEL TERROR


La Nación, adnCULTURA, Buenos Aires, Argentina, 13Dic08
A dos siglos del nacimiento del escritor estadounidense, Páginas de Espuma publica una nueva edición de sus Cuentos completos, en la que cada uno de los 67 relatos es comentado por un escritor iberoamericano. El libro muestra la vigencia de un creador cuya figura, romántica y atormentada, estuvo rodeada hasta la muerte de sombríos enigmas
Sábado 13 de diciembre de 2008 | Publicado en la Edición impresa
Por Eduardo Berti
Para LA NACION
La existencia y la muerte de Edgar Allan Poe estuvieron rodeadas de un misterio comparable al de algunos de sus mejores cuentos, aquellos que muestran "la cara nocturna de la vida", según dijo el mexicano Carlos Fuentes, y que parecen provenir del "tétanos del alma", como afirmaba Artaud.

De su muerte, ocurrida el 7 octubre de 1849, no hay una versión fehaciente. Poe había finalizado una gira por los Estados Unidos con el objeto de reunir dinero para fundar una publicación propia, cuando viajó a la ciudad de Baltimore. A partir de ese momento la crónica queda envuelta en la bruma. Hay quien aseguró haberlo visto el 3 de octubre, delirante y angustiado por las calles de Baltimore. Hay quien tejió la teoría de que fue emborrachado por agentes electorales que deseaban inducirlo a votar varias veces por un mismo candidato. Se han dado las explicaciones más encontradas: Poe fue asesinado, Poe sufrió una hipoglucemia o un ataque de epilepsia, Poe murió de una sobredosis de drogas, Poe tenía sífilis, Poe estaba deprimido y quiso suicidarse. Los últimos años no habían sido especialmente gratos. Tras la muerte de su prima y esposa Virginia Clemm (con quien se había casado en 1836, cuando ella apenas tenía 13 años), había intentado en vano dejar de beber para, de paso, satisfacer así los deseos de Sarah Whitman, una poeta viuda que lo atraía. No lo logró, ni siquiera uniéndose a una sociedad llamada Los Hijos de la Temperancia.
Con respecto a su nacimiento (del que en breve han de cumplirse dos siglos), suele fijarse como fecha el 9 de enero de 1809, pese a que no existe ningún certificado oficial y pese a que varias biografías publicadas en el siglo XIX indicaban 1811, seguramente a raíz de un breve texto que Poe redactó en 1842 para una antología a cargo del editor y crítico Rufus W. Griswold, texto donde también indicaba que su abuelo paterno, David Poe, había sido general e íntimo amigo de Lafayette. Tal parece que, en verdad, había sido carpintero y recibió un título honorífico de general por haber donado dinero al ejército.
Los padres de Poe eran actores de teatro ambulante. Solían representar a Shakespeare. La madre murió cuando Edgar tenía apenas dos años de edad. Con respecto al padre, no queda del todo claro si se marchó o si murió casi al mismo tiempo que su esposa. De cuidar y educar a Edgar se encargó el matrimonio Allan, una acaudalada familia de Richmond, Virginia. A partir de ese momento, el apellido Allan se agregó, como una cuña, en medio de su nombre y la orfandad lo marcó para siempre.
Precoz poeta, a Edgar le gustaba emular a Byron y no hubo muchacha de Richmond que no recibiera uno de sus versos, sin excluir su primer amor imposible, Jane Stanard, la joven madre de un amigo, que murió muy joven (como la madre de Poe, como su madre adoptiva: Frances Allan) y dejó en el enamorado un recuerdo indeleble que reaparece en numerosos personajes femeninos enfermizos o al borde de la tumba.
Con su paso fugaz por la Universidad de Virginia empezaron el alcohol y la vida aventurera. Se alistó también fugazmente en el ejército como soldado raso (dijo llamarse Edgar A. Perry y se agregó 4 años de edad), rompió con los Allan, o mejor dicho, con su padre adoptivo John, y se volcó al periodismo y a la crítica literaria para sobrevivir.
El dinero fue una de las razones por las que, tras sus comienzos poéticos, incursionó en la prosa. Suele decirse que 1831 fue un año clave o de transición: se mudó a Baltimore y empezó a esbozar poemas y relatos donde la muerte y la locura, por no decir el terror a ambas, son el tema principal. Un periódico de Filadelfia publicó en 1832 su primer cuento, "Metzengerstein". Son palpables al principio las influencias de la literatura gótica, del siempre nombrado E. T. A. Hoffmann y del llamado "romanticismo oscuro". Pronto y sin dejar de satisfacer el gusto masivo de su tiempo, que tendía hacia lo lúgubre, fue afinando su sello personal y forjó una poderosa obra cuentística en la que sobresalen textos inolvidables como "Manuscrito hallado en una botella", "El corazón delator" o "El escarabajo de oro".
La influencia de su ficción (así como de su aureola de "autor maldito") fue inmensa en todo el mundo, incluido el Río de la Plata, pero acaso especialmente en Francia, donde cautivó a su traductor Baudelaire, a Mallarmé, a los poetas simbolistas y al exigente Paul Valéry, quien vio en él al "creador de varios géneros literarios" y de "los primeros y más impresionantes ejemplos de la narración científica, de la moderna poesía cosmogónica, de la novela policial pedagógica y de la introducción de situaciones y estados psicológicamente enfermizos en la literatura".
Sin embargo, lejos de haber sido acogida unánimemente, la obra de Poe también contó con sus detractores. Ralph Emerson lo tuvo como un autor sobrevalorado. Para Stevenson, su constante "despliegue de ingenio" era cansador y poco verosímil.
Uno de los reparos que se le hacen a menudo a Horacio Quiroga podría aplicarse tal vez a Poe: acaso ninguno de ellos dos fue un exquisito estilista (en el caso puntual de Poe, Aldous Huxley objetaba casi lo contrario: un exceso de estilo que linda con cierto amaneramiento), pero fueron, en contrapartida, dos maestros a la hora de suscitar un determinado efecto en el lector. Esto es fruto de la autoconciencia (aquí se rompe con el mito romántico de la inspiración: detrás de cada página hay trabajo) y, en consecuencia, no asombra que tanto Poe como su discípulo Quiroga teorizaran decisivamente sobre el género y dejaran en claro que un cuento "empieza por el fin".
En su tantas veces citado ensayo sobre Nathaniel Hawthorne, Poe sostuvo que en un relato breve no debería haber "una sola palabra" que no esté enfocada a obtener un "efecto preconcebido" y que si la primera frase no tiende ya a la producción de dicho efecto "quiere decir que ha fracasado en el primer paso". En los apuntes que conforman Marginalia puede leerse también: "En el cuento propiamente dicho -donde no hay espacio para desarrollar personajes o para una gran profusión y variedad incidental-, la mera construcción se requiere mucho más imperiosamente que en la novela. En esta última, una trama defectuosa puede escapar a la observación, cosa que jamás ocurrirá en un cuento. No obstante, la mayoría de nuestros cuentistas desdeñan esta distinción. Parecen empezar sus relatos sin saber cómo van a terminar".
La obra de Poe, se ha afirmado incontables veces, excede a su propio autor; y aunque algunos textos en sí mismos hayan envejecido, el conjunto perdura en "infiernos ulteriores", según Borges, es decir, en las obras que ha suscitado (difícil pensar en Lovecraft, en Conan Doyle, en Chesterton, en Maupassant, en Saki o en los scapigliati italianos sin Poe), y también en el universo que fundó. Así como hay cosas kafkianas, hay cosas dignas de Poe. Cosas inasibles de los terrores del alma humana que él parece haber visto y presentado antes que nadie, mediante detalles o indicios que otros hubiesen pasado por alto.
"Los personajes de Poe, o más bien el personaje de Poe (el hombre de facultades sobreagudas, el hombre de nervios relajados, el hombre cuya voluntad ardorosa y paciente lanza un reto a las dificultades, aquel cuya mirada se clava con la rigidez de una espada sobre objetos que se agrandan a medida que él los mira) es Poe mismo. Y sus mujeres, todas dolientes y luminosas, muriendo de males extraños y hablando con una voz que se parece a la música, son él también, o, al menos, por sus raras aspiraciones, por su saber y por su melancolía incurable, participan mucho de la naturaleza de su creador", escribió Baudelaire en una biografía que mucho cimentó la idea que aún perdura del estadounidense.
Esta visión de Baudelaire, no obstante, fue casi inocua al lado de la imagen que construyó el ya mencionado Rufus Griswold, quien pese a una rivalidad acérrima con Poe, llegó a convertirse en su albacea literario. No hay pruebas de que Poe nombrara efectivamente a Griswold como albacea, lo más plausible es que éste usurpara el puesto mediante una serie de ardides y engaños. Como sea, Griswold (bajo el alias de "Ludwig") dio a conocer un obituario a poco de morir Poe, y después una biografía completa donde pintaba al escritor como un ser inescrupuloso, depravado y enloquecido por el opio y el alcohol. Aun cuando muchos allegados a Poe lo denunciaron y hasta probaron que había falsificado documentos y supuestas cartas personales, aun cuando el propio Baudelaire lo criticó en su texto biográfico, Griswold logró que su versión fuese ampliamente difundida; ni siquiera las primeras biografías profesionales (John Ingram) ni otras investigaciones de enorme rigor (Thomas Ollive Mabbott) lograron eclipsar del todo esta leyenda, no tanto la de una vida disipada e irregular (paradigma del "malditismo"), como la de un "hombre malo".
La leyenda forjada por Griswold contrasta, sin embargo, con el ser "bromista, afectuoso, ingenioso" descripto por Frances Osgood (reputada amante de Poe, parece que con la venia de Virginia Clemm) o con el caballero reservado y al mismo tiempo comunicativo que evocó la escritora feminista Mary Gove Nichols en un texto de 1863: "La voz de Poe era melodiosa -escribe Nichols-. Siempre hablaba en un voz baja, incluso en una discusión violenta, obligando de este modo a los demás a hacer silencio si es que deseaban oír sus opiniones".
Probablemente fueron las mujeres quienes mejor supieron ver a Poe. Muchas dijeron que era atractivo, muy a pesar de lo que sugieren los daguerrotipos que han sobrevivido (y que lo muestran, como observó Abelardo Castillo, algo parecido a Chaplin). Una amiga de infancia, Sarah Elmira Royster, quien fue también su última amante, lo definió como "poco locuaz y más bien triste". No faltan los que han subrayado su carácter misántropo. Seguramente él no se habría mostrado tan en desacuerdo con esto último. "Todo lo que he amado, lo he amado solo", reza uno de sus primeros poemas.

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