sábado, 27 de diciembre de 2008

EL BULULÚ


(Cuento.- Entrega III Y ÚLTIMA)
(CLIC PARA IR A ENTREGA II)
La escena había sido tan impactante para esa ingenua gente, que boquiabierta tardó un instante en reaccionar con gritos de aprobación y un nutrido aplauso.
Mi pánico había dejado lugar al asombro, apretando con ambos brazos las rodillas contra el pecho, mientras intrigado me mordía las uñas. Un vistazo en búsqueda del rostro tranquilizador me convenció de que aún estaba allí, riendo, mientras me hacia gestos de tranquilidad con ambas manos.
El silencio que siguió al aplauso, acompañado por la flauta que había acallado sus sones, le indicaron al bululú que su público estaba ansioso por saber como continuaba la historia.
Aguardó un instante más, y luego, pausadamente, recomenzó su actuación a la vez que la niña interpretaba una melopea apenas perceptible en sus comienzos para continuar en un sostenido crescendo.
La forma fantasmal comenzó a moverse perezosamente bajo la capa, como si tras su velo un cuerpo abandonara el ovillo fetal. Brazos y piernas se insinuaban desplegándose lenta y trabajosamente, a la vez que el cuerpo se retorcía convulsionado girando sobre sí mismo, hasta incorporarse de un salto dejando la capa tendida en el suelo.
El cambio de ritmo de la actuación, la nueva máscara de mono del juglar y sus posaderas adornadas por un largo rabo peludo, arrancaron del auditorio un murmullo de sorpresa.
-Enfurecido el Maligno al ver lo mal que le había salido su creación- dijo el bululú, mientras señalaba la nueva estampa que mostraba a un simio en medio de un paisaje similar a los anteriores- quiso vengarse de su fracaso en el inocente mono, y tomándolo por el cuello le atizó tremenda puñada que dio con el animal por el suelo. Avergonzado el Señor de las Tinieblas corrió a esconder su bochorno en su natural refugio, las profundidades del Infierno, donde permanece aguardando la oportunidad de hacer alguna maldad... –mientras esto decía el bululú se arrancó su máscara y quedó a cara limpia, continuando-¡Así querido y sabio público de Manzanares, queda demostrado que Creador hay uno sólo, y que cuando alguien quiere imitar su obra, sólo logra engendros, tristes remedos que en nada se parecen al original!- mientras esto decía y aprovechando una reverencia de saludo, tomó la capa que estaba en el suelo y en el revoleo para echarla sobre su espalda cambió su máscara por la dorada del primer cuadro, diciendo como cierre- ¡El Diablo quiso hacer un hombre y creó al mono que porta cola para recordarles a todos, la maldad de quién lo puso en este mundo!
Aplausos y vítores del auditorio premiaron al bululú y algunas monedas fueron a parar al cestillo que la niña pasaba presurosa entre los asistentes, aprovechando el entusiasmo logrado por el brillante final. Sentí que la moneda me quemaba en la mano y se me presentó una duda... ¿Premiaba al artista con mi tesoro, o compraba la hogaza?... Sin saber bien porqué, mi dinero fue a parar al fondo de la canastilla y alegre me confundí entre la gente en dirección a donde había visto a D. Diego.
-¿Vas a comprar tu pan?- me preguntó el caballero.
-No, D. Diego.
-¿Haz dado tu moneda al bululú?- D. Diego sin duda ya conocía la respuesta.
-Si- sintiéndome en falta, había bajado la vista.
-¿Y porqué lo haz hecho?
-Porque me gustó lo que hizo, D. Diego... me divirtió y divirtió a todo el pueblo.
-No esta mal premiar el esfuerzo de un artista. Ese hombre lo es, y no lo hace mal. ¡Me gustó la historia que contó!
-¿Porqué no escribís algo sobre ella, D. Diego?- me entusiasmé.
-Tal vez... Aquí tienes otra moneda, ve por tu pan. Yo te esperaré en algún lugar de la plaza.

***

Un ruido sordo me sobresaltó. Arrebujado en el sillón volví a paladear con fruición el sabor de carbernet que persistía en mi boca. Me incorporé a medias en el sillón donde me había quedado dormido, buscando la causa del ruido.
Allí, sobre la alfombra, algo despatarrado estaba “Poesía completa” de Don Diego Hurtado de Mendoza, uno de mis predilectos que seguramente había huído de entre mis dedos cuando envuelto en la sutil verba como por una telaraña, y arropado por el cabernet; el silencio de la siesta; y la dulce pesadez de la digestión, las letras fueron perdiendo las formas duras del plomo que las habían parido.
Lentamente, como en un crisol, se habían fundido en una nebulosa que lentamente dio vueltas en un remolino que nunca llegó a cuajar, haciéndose de pronto luces tenues, sonidos, formas en movimiento que me envolvieron introduciéndome en el mundo mágico del cual jamás hubiera querido salir.

Última entrega
Diciembre 2008, a 50 años de constituirse nuestro grupo de amigos.-
Alfonso Sevilla

Nota: 1) Este cuento está inspirado en los versos 125 a 130 (Pag. 356) de la “Epístola en alabanza de la cola” de Don Diego Hurtado de Mendoza, “Poesía completa”, editado por José Ignacio Díez Fernández, Editorial Planeta/Autores Hispánicos.
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