sábado, 12 de julio de 2008

EL FRANCÉS DE LOS BRONCES


(Nota de la Redacción: este artículo, dado su extensión, se publicará en dos entregas, la actual y otra el próximo miércoles 16.)
adn LA NACIÓN, Buenos Aires, Argentina, 12Jul08 (Entrega 1)
La historia del escultor que dio un nuevo rostro al arte del siglo XIX estuvo marcada por éxitos inesperados, fracasos rotundos y una compleja vida sentimental. A propósito de la muestra La era de Rodin, en el Museo Nacional de Arte Decortativo, adn*CULTURA revisa y recuerda su aporte definitivo a la escultura moderna con la humanización del rigor academicista.
Por Ernesto Schoo
Para LA NACION

Donde se cruzan los bulevares Montparnasse y Raspail, en el sexto distrito de París, se alza el monumento a Balzac, obra de René-François-Auguste Rodin.Es una de las encrucijadas más vertiginosas de la ciudad: las muchedumbres apresuradas pasan hoy por ahí sin reparar casi en esa figura de bronce y, mucho menos, en sus detalles. La cabezota con la melena leonina, el belfo de gruesos labios entreabiertos, los ojos hundidos en la maraña de las cejas, el abrigo de traza indefinida que cubre un corpachón informe. De todos modos, aun a cierta distancia y a la mirada indiferente, el personaje impone respeto. Es alguien, o algo, que sale de lo común. Tanto que en su momento, allá por mil ochocientos noventa y pico, la estatua desató escándalo, polémicas sin fin y acciones judiciales. Nada que extrañase demasiado a su creador, habituado desde sus comienzos a pelear con jurados, críticos, detractores de toda laya y, entre éstos, los primeros, sus propios colegas. ¿Por qué tanta animosidad contra Rodin? Sencillamente, por ser un genio, el artista que renovó la escultura occidental, anticipando, en el siglo XIX, los criterios estéticos que marcarían el derrotero de las artes en el XX. De origen humilde, nacido en París el 12 de noviembre de 1840, fue hijo de un modesto funcionario de la policía, Jean-Baptiste Rodin, y de un ama de casa, Marie Cheffer; tres años antes había nacido su hermana Marie. Auguste era un chico común, saludable, travieso y, eso sí, apasionado por el dibujo. No se destacó por la contracción al estudio en la escuela vecinal de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, de la que salió a los diez años para ir a un internado en Beauvais, regido por un tío paterno, quien terminó por devolverlo a casa con la aclaración de que "no tenía remedio". Nadie observó, hasta que Auguste entró en la madurez, que era miope en alto grado. Tampoco se tuvieron en cuenta los dibujos de Rodin ni él mismo les dio más importancia que la de meros apuntes, hasta la gran exposición triunfal de 1900, cuando se los descubrió como obras de arte por derecho propio. Hasta hoy se han hallado unos ocho mil, en su mayoría los de sus últimos años, cuando se apasionó por la danza moderna (Isadora Duncan, Loïe Fuller y Nijinsky bailaron para él) y de los países exóticos, como Camboya y Java. Por fin, cuando su hijo tenía catorce años, Jean-Baptiste fue convencido por su mujer y por la solidaria Marie de que Auguste nunca haría carrera en la policía y lo autorizó a inscribirse en la Escuela de Artes Decorativas, que era gratuita. Apodada " la petite école " para distinguirla de " la grande école " -la de Bellas Artes-, formaba a los artesanos destinados a proveer el exceso de ornamentación característico del siglo XIX. Tenía otras ventajas: no era, como la de Bellas Artes, un altanero y obstinado repositorio de normas supuestamente "clásicas", sino un lugar de aprendizaje y experimentación mucho más libre. Y, lejos de copiar servilmente los modelos del pasado, ofrecía clases de desnudo en vivo. Auguste egresó de la Escuela de Artes Decorativas en 1857 con un primer premio en modelado y un segundo en dibujo. En vano intentaría, en ese mismo año y en los dos siguientes, entrar en las aulas de escultura de la Escuela de Bellas Artes: tan sólo lo admitirían en las de dibujo. Para sobrevivir, el muchacho trabajaba en escultura ornamental con un artesano albañil de apellido Blanche, a cinco francos de salario por día. Cuando su hermana Marie, herida por un desengaño amoroso, entró como novicia en el convento de las Ursulinas, donde se había educado, Auguste fue también invadido por una ola mística e hizo el noviciado en la Orden de los Padres del Santísimo Sacramento, que acababa de fundar el padre Eymard. ...ste advirtió que no era el sacerdocio la verdadera vocación de Rodin, sino la escultura, y le cedió un cobertizo en el jardín de la comunidad para que practicara su arte. Una de sus primeras obras importantes fue, precisamente, un busto del padre Eymard, de notable vigor expresivo. Marie enfermó de peritonitis en el convento y, de vuelta en casa, murió en 1862.
A una sensibilidad alerta como la de Rodin, por escasamente cultivado que fuese (no leyó los grandes textos, Homero, Dante, Shakespeare, Baudelaire, hasta pasados los treinta años), no se le escapaban las grandes transformaciones que conmovían a su época. La fotografía modificaba los criterios visuales, la Revolución Industrial transformaba la sociedad. Ya en 1853, Gustave Courbet había escandalizado a los biempensantes con sus Bañistas . Diez años después, sería Manet el encargado de enfurecer al público con su Almuerzo sobre la hierba , donde una mujer desnuda comparte un picnic con dos señores vestidos mientras otra dama, algo más cubierta, se baña en una laguna. Manet disfrutaría de un nuevo escándalo en 1865, el de Olimpia , un desnudo provocativo basado en las Venus de Ticiano. La adolescencia de Rodin fue también el tiempo de Madame Bovary , de Flaubert, y de Las flores del mal , de Baudelaire, otras tantas ocasiones de santa indignación para los moralistas y de intervención judicial. Se acentuaba el divorcio cultural entre la fotografía y las artes plásticas, el hierro mandaba en la arquitectura: se construían las grandes estaciones de ferrocarril que fascinaron a los impresionistas (Monet, 1840-1926, uno de sus adalides, será íntimo amigo de Rodin toda la vida), Baltard erigió sus pabellones en el mercado de Les Halles, Labrouste firmó la Biblioteca de Sainte-Geneviève, donde el hierro se disfraza de seudogótico. Auguste trabajaba ahora por su cuenta: tenía su primer taller propio, una vieja caballeriza desafectada en la rue LeBrun. Se dedicaba siempre a la escultura ornamental y asistía a las clases de anatomía animal dictadas en el Jardin des Plantes por un especialista, Antoine-Louis Barye. Conoció allí a Albert-Ernest Carrier-Belleuse (nacido en 1824, autor de la estatua ecuestre de Belgrano en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada), quien reclutó a Rodin para su ejército de decoradores, insuficientes siempre para cubrir las exigencias de una arquitectura opulenta, sofocante. Hacia la misma época conoció Rodin, en casa de un proveedor, a la encantadora Rose Beuret, nacida en 1844, casi analfabeta, que sería la compañera de toda su vida (¡pero a qué precio!). En 1866 tuvo con ella un hijo, que desde la infancia presentó serios problemas de conducta. En 1864 sufrió el primer fracaso. Había modelado la cabeza de un tal Bibi, un borrachín que solía posar en distintos talleres, caracterizado por su nariz rota. Y así la tituló, y decidió mandarla a un concurso oficial que buscaba premiar "la cabeza de expresión". Al llevarla al bronce, la parte posterior del cráneo se rompió y quedó tan sólo la máscara. Rodin, audaz, la envió igual al concurso, sin siquiera un pedestal, como era lo habitual. Pero no sólo esto ofendió al jurado: ¿qué hacía ahí una máscara que tampoco respondía a la exigencia de belleza clásica? (Continuará el miércoles 16)

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