viernes, 11 de julio de 2008

LA GUERRA FRÍA CULTURAL


El País, Montevideo, Uruguay, Cultural, 08Jul08
EL CONSERVADOR DE IZQUIERDA

Marzo de 1949. La pluma y la espada se batieron de nuevo. La Segunda Guerra Mundial había ya concluido y la Guerra Fría ordenaba el nuevo panorama geopolítico mundial. En nombre de la libertad de expresión y la democracia liberal, Occidente procuraba frenar el avance del comunismo. Escritores, intelectuales y artistas se enfrentaron en el cuadrilátero de la otra Guerra Fría: la cultural. Como parte de esta guerra, en el hotel Waldorf, enclavado en Nueva York, comenzó una batalla central: la Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial organizada por el Consejo Nacional de las Artes, Ciencias y Profesiones. Amantes de la paz, distinguidos rojos y sus compañeros de ruta se dieron cita allí para deliberar sobre la paz, la distensión y el futuro de la humanidad. Personalidades como Leonard Bernstein, Dashiell Hammett y Lillian Hellman encabezaron la primera línea de fuego. Objetando el evento simultáneamente a su realización, se instaló, en el piso de arriba del mismo hotel, un contracomité internacional, en el que participaban intelectuales de la talla de Karl Jaspers y André Malraux. Los detractores denunciaron la Conferencia como una tapadera de los intereses soviéticos organizada por la Cominform. El ambiente era caldeado y polémico. Uno de los asistentes a la Conferencia, el joven escritor Norman Mailer, sorprendió a ambos bandos al acusar tanto a la Unión Soviética como a Estados Unidos de tener políticas exteriores agresivas que reducían las posibilidades de la coexistencia pacífica. Dijo allí: "Mientras exista el capitalismo, habrá guerra. Hasta que no tengamos un socialismo, honrado y justo, no habrá paz [ ... ] Todo lo que un escritor puede hacer es decir la verdad tal y como la ve, y seguir escribiendo". Apenas un año antes, Mailer había publicado Los desnudos y los muertos, una novela de más de mil páginas sobre la Segunda Guerra Mundial que mereció grandes elogios y lo convirtió en una celebridad literaria. Fue escrita utilizando como materia prima las cartas que desde el frente de guerra al que fue enviado en el Pacífico escribió a Beatrice Silverman, su primera esposa. Escrita en apenas quince meses, la obra fue comparada con Guerra y paz, de Leon Tolstoi. Aquella intervención de Mailer, de escasos veinticinco años de edad, dibujó algunos de los rasgos centrales de su carácter, que lo acompañarían hasta su muerte. Su vocación polémica, su espíritu contestatario, su ímpetu argumentativo, su vitalismo, estaban allí presentes. Meses después, en abril de 1949, la revista Life publicó un artículo a doble página en el que arremetía contra los incautos estadounidenses que coqueteaban con el comunismo. Cincuenta fotografías tamaño pasaporte ilustraban la publicación. Allí estaban, entre otras, las imágenes de Marlon Brando, Charles Chaplin, Arthur Miller y Norman Mailer. Comenzaban a soplar de lleno los vientos de lo que sería el macartismo. Autodefinido con el oxímoron de "conservador de izquierda", durante años marxista a su manera y ateo, distanciado de la izquierda partidaria de su país, descubrió en Carlos Marx, sin compartir su ideología e incapacitado para juzgar su concepción de la economía, un estilo de pensamiento marcado por el rigor y la severidad. Encontró en 1959 en El capital el libro más importante en su vida, además de "la primera de las grandes psicologías que abordaron el misterio de la crueldad social con tanta sencillez y sentido práctico como para decir que somos un cuerpo colectivo de seres humanos cuya energía-vida es derrochada, desplazada y sistemáticamente robada a medida que pasa de uno de nosotros a otro".
Entrevistado años más tarde por el periódico El País de Madrid, recordó que durante su campaña electoral para la alcaldía de Nueva York en 1969 enarboló un lema muy a tono con su carácter: ni la derecha ni la izquierda tienen la razón y el centro es un desastre. El centro -dijo- son las corporaciones, y el corporativismo está cambiando el estilo del mundo, sometiéndonos a todos a un molde único. Es la cultura del mal, de las superautopistas y el plástico. La disyuntiva existencial en la que se ubicó fue la misma que postuló en su ensayo El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster: "Se es hipster o convencional (la alternativa que empieza a sentir cada nueva generación que accede a la vida norteamericana), se es rebelde o se es conformista, se es hombre de frontera en el Salvaje Oeste de la vida nocturna de Estados Unidos o se es una célula convencional más...".
Sin embargo, al final de su vida estableció con la religión una experiencia "interna y personal" y creyó en Dios no todo poderoso y en la existencia del Mal. "Me gusta", declaró a la DPA, "creer en el Diablo, porque así me puedo explicar la existencia del mal". Eso no le impidió ser un detractor implacable de la presidencia imperial de su país. En su libro Why are We at War?, acusó a Estados Unidos de ser una superpotencia arrogante con tendencias fascistas, y tildó a George W. Bush de ex alcohólico teledirigido por conspiradores imperialistas. Para él, el hombre de la Casa Blanca era "un necio sin fisuras" y "el presidente más estúpido que hemos tenido".
EL HOMBRE DE LOS EXCESOS. Norman Mailer nació en 1923 en el seno de una familia de inmigrantes judíos en New Jersey. Creció en Brooklyn. Estaba dotado de una excepcional inteligencia: poseía un IQ de 165. Amante de los aviones, estudió mecánica aeronáutica en Harvard. Trabajó en un hospital psiquiátrico donde recabó material para su primera novela, A Transit to Narcissus. Durante la Segunda Guerra Mundial fue enviado al Pacífico. Fue cocinero del ejército estadounidense en Japón. Allí experimentó lo que en alguna ocasión calificó como la peor experiencia de su existencia y la más valiosa. La guerra fue su obsesión. Pugilista en el pleito por la subsistencia, peleó dentro y fuera del cuadrilátero de la vida, y llevó a la literatura algunos de los más logrados relatos sobre el box. De las primeras peleas forma parte la paliza que un grupo de pandilleros le propinó cuando el escritor se agarró a golpes con ellos porque le dijeron que su french poodle parecía maricón. A las acometidas literarias pertenece El combate, escrita en 1975, crónica del combate entre Muhammad Alí y George Foreman por el título mundial de boxeo. Novelista, poeta, ensayista, reportero, activista político, aspirante a alcalde de Nueva York, guionista y fracasado director de cine, escribió, con una prosa espectacular, treinta y nueve libros. Realizó, sin mucho éxito, películas experimentales. Muchos de sus textos fueron publicados en Village Voice (el semanario neoyorquino que ayudó a fundar), Harper´s, Life, Playboy, y The New Yorker. Odiaba los relojes digitales, el olor a farmacia, la textura de las camisas de poliéster, la arquitectura moderna, el papel de cera de las hamburguesas de McDonald`s, el aire de verano cuando el tráfico se atasca, el sabor de los vasos de plástico llenos de whisky con soda. Aficionado al jazz, bebedor consistente, consumidor de marihuana durante dos décadas, crítico del LSD, opositor a la guerra, vividor exigente de sus propios excesos, practicante de la libertad sexual, prefiguró muchos de los rasgos centrales que años después adquiriría la contracultura. "Creo", afirmó en una de sus últimas entrevistas, "que he ejercido cierta influencia en la conciencia de nuestro tiempo, pero no la he cambiado". Su obra es un exuberante mural de la vida estadunidense de la segunda mitad del siglo pasado. Analizó la sociedad, la política y la mitología de su país natal mucho más certeramente que muchos científicos sociales. Su relación con su patria fue similar a la de un matrimonio. "Amo a este país. Lo odio. Me enfado con él. Me siento próximo a él. Me fascina. Me repele. Y es un matrimonio que ha estado funcionando durante unos cincuenta años de mi vida de escritor, ¿y qué ha sucedido durante este tiempo? Que ha ido a peor. Ya no es lo que era", y añadía: "Estados Unidos es un lugar más zafio, más barato, más burdo, más feo en tono, y creo que se está dando una aceptación más natural del fascismo por parte de una gran parte de la población". Como bien supo y escribió, fue acusado de haber despilfarrado su talento, de entregarse a un exceso de actividades, de empeñarse con demasiada conciencia en convertirse en famoso, de actuar teatralmente en los límites y en el centro de su propia leyenda pública. Tanto es así que en la película satírica El dormilón, del cineasta Woody Allen, aparece un científico diciendo: "Este es un retrato de Norman Mailer. Legó su ego a la Facultad de Medicina de Harvard". Nadie, sin embargo, puede inculparlo de no haber vivido intensamente su vida ni de haber hecho de la literatura el centro de su existencia. Tom Wolfe, su colega y rival en la aventura de forjar el nuevo periodismo, quien aseguraba que el hecho que siempre había limitado seriamente al novelista era que "nunca fue capaz de escribir diálogos convincentes", reconoció, en homenaje póstumo, que "Norman tenía una gran personalidad. Era una fuente de energía tremenda para todo el mundo literario, era un motor, un generador. No le faltaba ego, pero hacía que todo el asunto pareciera encantador".
CLIC PARA NOTA
(Nota de la Redacción: continuamos con nuestra política de publicar opiniones de diferentes tendencias, defendiendo la libre expresión de ideas. El lector deberá formar su propio criterio. Iteramos que las publicaciones no implican que se compartan las ideas o fundamentos que puedan contener las notas. Con este proceder tratamos de diferenciarnos de medios ideologizados que hacen del “monocultivo de ideas” su razón de ser.)

No hay comentarios: