miércoles, 2 de julio de 2008
UMBERTO ECO Y EL PLACER DE LA PALABRA
La Nación, Buenos Aires, Argentina, 02Jul08
Por Silvia Hopenhayn
Para LA NACION
Un libro de Umberto Eco es siempre una noticia literaria refrescante. Tratándose de un intelectual que se zambulle en territorios arduos de la lingüística y la semiótica, su mirada inquisidora tiene algo de juego y provocación. No pierde oportunidad para reírse de ciertos clisés de la cultura, y eso despierta en los lectores una curiosidad que poco a poco va derrumbando las propias dificultades que Eco desliza en la escritura, a la manera de pequeños desafíos. Al mismo tiempo, uno se lo imagina escribiendo, ensimismado en toda su bibliografía medieval, pero sobresaltándose ante sus hallazgos. Hosco y gracioso. Tanto en sus sendos ensayos como en sus cinco novelas, rastrea enigmas como si fueran frutos salvajes. En estos días conviven en las vidrieras de las librerías dos títulos suyos. Por un lado la reedición, en bolsillo, de la novela Baudolino , la increíble y fantástica historia del labriego piamontés, situada en el siglo doce; por el otro, un fructífero ensayo sobre el arte de la traducción: Decir lo mismo . La novela, de 636 páginas, ha sido, de por sí, de muy difícil traducción. Eco no escatima palabras -ni eufemismos-, aprovecha todo lo que la lengua le brinda para mejorar su trama. Eso no significa que se ensalce en regodeos literarios, todo lo contrario: a pesar de la extensión que tiene la novela, la escritura fluye sin percances. Y de lo que se trata es del saber, en contraposición al poder, siendo la lengua el instrumento para infiltrarse en las altas esferas y alcobas. Baudolino es un experto en "erizar el idioma, hablaba rápido y seco, como quien sabe usar esa lengua también para el insulto." Y es a través de la palabra, que contará su historia a Nicetas, historiador y canciller del basileo de Bizancio. Su relato crece como un mar embravecido, y de allí emergen toda clase de criaturas sacadas de los bestiarios medievales: esciápodos, que tiene por sombrilla un pie; blemias, desprovistos de cabeza, con ojos y boca en el torso; unicornios; eunucos, o sátiros con patas de cabra. Así como en El Nombre de la Rosa , Eco abría los callados capítulos de los misteriosos conventos medievales, en Baudolino ofrece un animadísimo gobelino de la vida del pueblo en calles y plazas, caótica, orgiástica, bulliciosa, allá por los mismos tiempos en que sus monjes copiaban los textos sagrados y aristotélicos, para mantener la alta cultura que acunaría el Renacimiento. Todo esto, en un verdadero carnaval lingüístico. El libro sobre la traducción también se relaciona con el placer de la lengua y la experiencia personal, pero desde otro ángulo. Al igual que Baudolino , cuenta con una prolija traducción al castellano de Helena Lozano Miralles. Sortea la pregunta de "¿qué quiere decir traducir?", con una sencilla definición: "decir lo mismo en otra lengua". No sólo se sirve de sus vastos conocimientos humanísticos, literarios y semióticos, sino también de sus propias traducciones: desde los Ejercicios de estilo , de Queneau, hasta Joyce y Nerval, y aun de su estudio más general sobre "La búsqueda de la lengua perfecta". Como él mismo aclara: "No podemos limitarnos a evocar las experiencias con referencia a algún problema teórico que interese a los actuales estudios de traductología, sino que estos problemas teóricos siempre están estimulados por experiencias, en gran parte personales".
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