sábado, 30 de agosto de 2008
HAY QUE PERDER LA PACIENCIA
La Nación, adnCULTURA, Buenos Aires, Argentina, 30Ago08
Polémico, incisivo, el escritor portugués analiza las actuales democracias, detrás de las cuales ve la sombra inmensa del poder económico trasnacional. En un contexto en el que las ideologías se han devaluado, critica a la izquierda y reflexiona acerca de las actitudes que los ciudadanos pueden adoptar para ir más allá del mero acto de votar
Sábado 30 de agosto de 2008 | Publicado en la Edición impresa
Fragmento de la intervención de José Saramago en la I» Cita internacional de la literatura iberoaméricana, organizada por la Fundación Santillana y realizada en España en junio del año pasado
Por José Saramago
Es curioso cómo nosotros vivimos en una época, afortunadamente para todos, en que todo se puede debatir. Llegamos a la felicidad del ágora donde la gente va y discute todo lo que hay para discutir en la vida personal y en la vida comunitaria y humana. Parece que es así y no lo es, porque hay un tema que no se toca y es precisamente el fundamental -o debería de serlo-, porque constituye las bases, los cimientos, la sustancia misma de la relación humana. El tema que no se toca es la democracia. Podemos tener la seguridad de que ahora mismo se está discutiendo de todo en congresos y seminarios, pero apuesto, con una convicción que viene de lejos, que en ningún lugar se está planteando esta sencilla pregunta: ¿es esto una democracia?; ¿por qué no lo es?, si la conclusión es esa, que a mi juicio es la más sensata. Esto que llaman democracia no lo es. Todos sabemos que vivimos bajo una plutocracia. Son los ricos los que gobiernan. Aristóteles, el discípulo de Platón, en su Política , escribió algo muy interesante: en una democracia bien entendida, el gobierno de la polis debería ser un gobierno en el que la mayoría de sus componentes fueran los pobres, porque ellos son la mayoría de la población. Eso, añadía Aristóteles, no significa que los ricos no deban estar representados, por supuesto que sí, pero en proporción. Las cosas que se pueden enunciar desde la ingenuidad porque Aristóteles era un ingenuo, ni siquiera en su tiempo esto se podía poner en práctica. O sea, que llamar democracia a algo que no lo es, parece una vergüenza, yo por lo menos me siento avergonzado de ver el desplante, el descaro con que la palabra democracia pasa por todas las columnas de los periódicos, por las ondas de la radio, por las bocas de los políticos, por nosotros todos.
Nadie se importuna deteniéndose un minuto para preguntarse si lo que está diciendo es verdad. Con esa palabra, democracia, se nos están ocultando cosas que no tienen nada que ver con lo que significa y propone. ¿Para qué sirve un ciudadano en una situación como esta? Para votar. Y cuando vota se nos dice, bueno, hasta la vista, dentro de cuatro años vuelve. El ciudadano ha votado a un partido, no importa cuál, no se le pide nada más durante esos cuatro años, al cabo de los cuales vuelve a sonar la campana -la campaña- y a votar. Luego, como borregos y carneros nos ponemos todos en fila para introducir un papel en la urna, (vaya palabra, urna) que en principio expresa nuestra voluntad política y nuestro mandato para que se cumpla un programa, pero deberíamos saber que de ese papel se hará el uso que entienda aquel o aquellos que van a gobernar ante nuestra indiferencia. ¿Cómo se resuelve esto? Por un lado, toda la parafernalia de la democracia -los himnos, las banderas, los cargos públicos- se nos presenta como una pirámide muy bien compuesta, de acuerdo siempre con el resultado de la expresión de la voluntad popular, cuando en realidad esa pirámide lo que hace es aplastar a la sociedad, condicionarla -si les parece muy fuerte lo de aplastar- y reorientarla según los intereses del que manda. El problema es muy sencillo, voy a usar una expresión de cuyo significado histórico todos estamos aquí informados: hoy se puede decir sin calumniar a nadie que los gobiernos son los comisarios políticos del poder económico. Esto es un poco duro, sobre todo si conocemos las connotaciones que la expresión "comisario político" conllevaba en los años treinta o cuarenta del siglo pasado en la Unión Soviética. Pero bueno, eso es lo que me parece que hacen los gobiernos, preparar el terreno para las decisiones económicas a gran escala, multinacionales, pluricontinentales. O nacionales, si así se aconseja. En este escenario ¿qué hacemos? No lo sé, pero quedarnos mirando, como el poeta, que decía que "sabio es quien se contenta con el espectáculo del mundo", eso sí que no. En mi novela Ensayo sobre la lucidez , cuando pongo una ciudad en pánico, por la afirmación de conciencia cívica de los ciudadanos el 83 % vota en blanco, y el sistema se tambalea. Recuerdo que en la presentación de ese libro en Lisboa, el ex presidente Mario Soares, a quien invité para presentarlo y debatir el contenido, me suelta a boca de jarro, "pero vamos a ver ¿usted no entiende que un 15 % de votos en blanco sería un fracaso de la democracia?". Y yo le contesté "¿y usted no entiende que el 50 % de abstención es el fracaso de la democracia?". Porque eso es lo que está ocurriendo, que la abstención cada vez es mayor, aunque claro, para la abstención todo el mundo tiene explicaciones: llovía, no llovía, estaban en la playa Y no pasa por la cabeza de los señores que nos gobiernan que esa desidia puede significar algo más La presencia de un voto en blanco podría decir otra cosa: yo soy elector, he venido aquí a votar, pero como no me gusta nada de lo que estos señores me proponen y hacen, vengo a decirlo de la única manera que puedo decirlo, votando en blanco. Porque si no tomamos medidas de responsabilidad cívica, la democracia se transforma en caricatura de sí misma. ¿Hasta dónde llegamos? Cambiaremos, sí, de gobiernos, pero ¿cambiarán las políticas?, ¿la democracia política será también económica y cultural? ¿Qué cambiamos cuando cambiamos de gobierno? ¿Los índices macroeconómicos se transforman? ¿En beneficio de quién? ¿Para qué? En fin, aunque sepamos que nada decisivo va a cambiar, sigamos la rutina, cumplamos nuestro deber cívico, pero seamos conscientes de lo que estamos haciendo y de lo que están haciendo con nosotros. Porque, amigos, ya lo sabemos, el mundo democrático está dirigido por organismos que no son democráticos, que algunos, en un alarde de corrección política, dicen que son "ademocráticos": el Fondo Monetario Internacional no es democrático, la Organización Mundial del Comercio no es democrática y el Banco Mundial no es democrático, no votamos a nadie para estas instituciones, por lo tanto las democracias son gestionadas por poderes no democráticos. Y mientras esto no quede claro en nuestras cabezas, vamos a seguir igual. El otro día tuve una idea que si puedo voy a tratar de poner en marcha para la próxima reunión del llamado G-8: que en la misma ciudad o en una ciudad cercana a la que sirva de sede para la reunión de los ocho países más ricos del planeta, se reúnan, en los mismos días, los ocho países más pobres del planeta, exigiendo de los medios de comunicación una cobertura igual. Desde ya lanzo la idea, por si quieren sumarse. Es que hay unas cuantas cosas que tenemos que hacer. La primera es perder la paciencia. Y manifestarlo en cualquier circunstancia. En el epígrafe que pongo en uno de mis libros, que por otra parte es inexistente, llamado el Libro de las voces , hay cuatro palabras que no me parecen baladíes: "aullemos, dijo el perro". Pues bien, ya hemos hablado demasiado, es hora de aullar. Si no queremos ser los corderos que ni siquiera pueden balar, si nos dejamos llevar, si incluso sabemos que nos llevan y no hacemos nada para contrariar a quien nos lleva, entonces se puede decir que merecemos lo que tenemos. ¿Salvaremos el mundo con estas reflexiones u otras semejantes? A lo mejor no, creo que estamos llegando al final de una civilización, los valores cambian a una velocidad increíble. Y se presentan tiempos de oscuridad. El fascismo puede regresar y podemos llegar a la paradoja, que debía de haber sido prevista, de tener, por ejemplo, una Unión Europea con un país donde el pueblo decida elegir un gobierno fascista. ¿Qué haremos después?, ¿pedir por favor que no sea fascista? [...]
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