viernes, 26 de junio de 2009

BIOGRAFÍA DE HENRI MATISSE (1869-1954): LA ALEGRÍA DE VIVIR


El País, Montevideo, Uruguay, 26Jun09
Carlos Cipriani López
MATISSE nació en 1869 en el norte de Francia
, en el pueblo textil de Le Cateau-Cambrésis, en una casa en ruinas, que contaba con dos habitaciones, tenía pisos de tierra prensada y tejados con múltiples agujeros. Los padres, que trabajaban en París como empleados de tienda, habían llegado al lugar, su pueblo natal, a esperar el Año Nuevo. Era 31 de diciembre y a las 8 de la noche, cuando se supo al fin que el recién nacido y primogénito era un varón, se confirmó que se llamaría Henri. Así lo imponía la tradición familiar.
El bisabuelo del pintor, el primer Henri Matisse, fue un tejedor de lino que sufrió las restricciones que debió autoimponerse la sociedad cortesana desde 1789, ya producida la revolución. El abuelo trabajó como capataz de fábrica en uno de los primeros molinos textiles mecanizados surgidos desde 1850. Y el padre, el tercer Henri Matisse, por 1869 recién casado con Anna Héloise Gérard, comenzaba su aprendizaje como negociante de ropa interior femenina, desde lencería y medias hasta corpiños y blusas.
Con tales antecedentes, el cuarto Henri Matisse no pudo menos que terminar comprometido con el mundo del lino y los colores intensos, y también con las mujeres vestidas con telas y sombreros de lujo, o bien las muchachas cubiertas a medias con leves prendas o del todo desnudas. Este último vínculo ha generado una espinosa tensión entre ensayistas y biógrafos que han sostenido dos conclusiones distintas.



En 1986, en su libro Matisse: The Man and His Art, el historiador J.D. Flann expresó sin tapujos algo que otros investigadores habían asumido con eufemismos: que el pintor Matisse se acostaba con sus modelos. Por otro lado, la biógrafa Hilary Spurling admite haber creído durante años las versiones que difundió Flann, pero comenta que la esposa del pintor, Amélie, en verdad siempre manejó las riendas de las sesiones con modelos, aun de aquellas que tuvieron como protagonista a la italiana Rosa Arpino, musa de todas las figuras femeninas del cuadro La alegría de vivir, una muchacha de "perfil descarado y respingón" que terminó siendo integrada, al igual que otras modelos "como miembro honorario de la familia por los Matisse".
El trabajo de Spurling, Matisse, reconocido con el Whitbread, el premio inglés más prestigioso después del Booker, sintetiza y ordena lo que hasta ahora se había publicado sobre el pintor pero además incorpora un arsenal de cartas cedidas por su familia. En pocas palabras, el despliegue exhibido por la inglesa en dos volúmenes es infernal y muy recomendable, aun cuando deba indicarse que el desarrollo por momentos apabulla con fechas y nombres, sobre todo cuando la prosa corcovea en el tiempo y avanza o retrocede fuera del período fijado en el corte de cada capítulo.



Infancia resbaladiza.
Entre los 10 y los 12 años de edad, Matisse vivió en casa de su abuela materna, ya que lo enviaron al colegio de Le Cateau, un pueblo donde su experiencia más peculiar fue un terrible resbalón auspiciado por la grasa animal que solía impregnar las calles, proveniente de las curtiembres, que eran muchas y suponían la principal industria junto a los molinos textiles, donde hombres, mujeres y niños trabajaban doce horas al día, con un único descanso de 15 minutos.
Curiosamente, las calles de Bohain, donde Matisse pasó su adolescencia, también eran resbaladizas, pero debido a una creciente producción de azúcar de remolacha que bañaba los suelos de pulpa y le daba un carácter acre al aire después de la fermentación de los vegetales.
Cuando la familia de Matisse se radicó en Bohain, lo que había sido sobre todo un pueblo de tejedores daba paso a la integración de un espacio fabril pujante, modernizado con una red de diez mil telares que se distribuían en sus calles y en las de pueblos satélites. Mientras Matisse entraba en la adolescencia, los tejedores de Bohain ya eran reconocidos por sus trabajos ricos en colorido y experimentación. Trabajaban en 42 talleres dedicados a tejer telas de tapicería y cortinaje, así como telas para vestidos destinadas a empresas que suministraban la moda a París, en un circuito refinado que incluía terciopelos tejidos a mano, sedas estampadas, merinos, cachemires livianos, gasas de seda, tules y velos. Los tejedores de Bohain estaban considerados aristócratas de su oficio, herederos de los tejedores del lino, como el bisabuelo de Matisse. El tejido de gasas, en particular, era enseñado en Bohain tal como se enseñaba el latín en Roma. Se trabajaba con hilos tan finos como cabellos y se los enrollaba en pequeñas bobinas, desplegando lanzaderas diminutas que ofrecían, cada una, un matiz de color.
Rodeado de estos tejedores, que se dice llegaban a conseguir las texturas de una acuarela, Matisse terminó defendiendo el carácter decorativo del arte y con eso, el lujo al alcance de todos.
Pinceles adolescentes.
En 1882, cuando Matisse fue enviado al colegio de Saint-Quentin para iniciar su etapa de liceal, esta ciudad tenía una población siete veces mayor que Bohain y empezaba a prosperar con sus negocios basados en una amplia producción de todo tipo de artículos tejidos. Estaba a la cabeza en materia de técnicas para industrializar la fabricación de muselinas, tules, encajes y piqués. El dibujo se enseñaba como una lengua muerta, pero a pesar de eso fue allí que Matisse descubrió una innata habilidad para dibujar y ganó sus primeros premios. La pintura en cambio, aún no significaba nada para él. En realidad, el primer acercamiento al oficio de pintor lo experimentó a los 21 años, durante una convalecencia hospitalaria, mientras en la cama vecina, su compañero de sala pasaba el tiempo copiando al óleo paisajes suizos directamente de cromolitografías o reproducciones en color. Entonces, a manera de catarsis, dio los primeros pasos. A su padre, a esas alturas comerciante de cereales tenaz y exitoso, no le agradó la idea. Pero a su madre, todo lo contrario; ella le compró las primeras cajas de pinturas y las primeras estampas a copiar: un molino de agua y la entrada a una aldea.
Después de un año en la Facultad de Derecho, Matisse se convirtió en escribano, una suerte de bachiller en leyes de hoy.
Por entonces, los empleos en bufetes de abogados suponían para él una inconveniencia menor. No bien estuvo recuperado de su problema de hernia, se inscribió en la escuela de arte gratuita de Saint-Quentin y concurrió a clases antes y después del trabajo. La institución había sido fundada en 1782 para enseñar a tejedores pobres y al final del siglo XIX ya estaba considerada un afluente clave de la escuela de Bellas Artes de París, un bastión de la victoria del arte académico, opuesto a la experimentación. Paradójicamente, la escuela de Saint-Quentin terminó siendo cuna de estudiantes tenderos, municipales, bancarios y escribanos, quienes superaron en número a los dibujantes enviados por los talleres y fábricas de tejido. No se trataba más que de una escuela de imitación. Los modelos vivos eran desconocidos y estaba prohibido dibujar del natural.
En oposición a esto, en 1890 se fundó una academia rival adonde también concurrió Matisse. Allí fue evaluado como el mejor alumno, tan particular que a todas las clases concurría con un violín, demostrando un excelente sentido musical, aunque siempre se mostró espantado ante los excesos de técnica, fuese hablando de música (también tocaba el piano) o de pintura. Dice Spurling: "Matisse se debatía entre la fe en sí mismo y la falta de confianza de su padre". El joven pintor creía no ser capaz de pintar porque no pintaba como "los otros". Justamente en medio de esa crisis, vio pinturas de Goya en el Museo de Bellas Artes de Lille, en concreto la serie "Juventud y vejez". Para Matisse, las obras de Goya ofrecían el "don de la vida", en oposición a la academia ortodoxa, que se alejaba de la vida con sus artimañas.



La era plateada.
En 1895, Matisse, que desde 1891 estaba en París, llegó de vacaciones a Belle-Île-en-Mer, una isla ubicada en la costa atlántica de la Bretaña. Su objeto era un cambio de vida y trabajo radical. Quería decir adiós a las labores notariales y zambullirse en el arte de los pintores. La mayor parte de las telas que allí realizó eran flamencas: paisajes coloreados con un pigmento marrón procedente de madera quemada ("bistre") y bodegones muy sobrios en los que predominaba un gris plateado. Con su obra no provocaba reparos de parte de su maestro Gustave Moreau, un hombre de 70 años que no era ningún tonto a la hora de valorar las "tendencias modernas" pero que tampoco alentaba a sus alumnos hacia las nuevas formas plásticas para no arriesgar su prestigio y cargo en la Escuela de Bellas Artes. Ya estaba claro que Matisse no quería ser un académico, pero pretendía alcanzar un nivel que le concediera derechos para exponer. Entonces existía, por un lado, el Salón Oficial de Bouguereau, que tenía una muy restringida política de admisión, y por otro, el Salón de la Sociedad Nacional, presidida ésta por Puvis de Chavannes, y creada en 1890 por él, Auguste Rodin y Eugène Carrière. El propio Puvis, que rondaba también los 70 de edad, había sido parte del grupo de pintores franceses menospreciados que sin embargo triunfaron. Por ese tiempo, Moreau ya estaba reconociendo que se abría una brecha en París entre la escuela de Bellas Artes que él dirigía, su salón oficial, y el llamado Campo de Marte, salón de la sociedad de Puvis. Los alumnos más distinguidos de Moreau terminaron derivando hacia Puvis, que llegó a ser considerado un nuevo Ingres. Fue Puvis quien dio la bienvenida a los simbolistas e impresionistas y promovió a Matisse como miembro afiliado de la Sociedad Nacional, una distinción más que curiosa o inesperada para un artista que nunca había expuesto sus pinturas. Eso suponía que Matisse tendría garantizado el acceso a presentar sus obras sin consultas al jurado, cosa que se verificó con éxito excepcional en el Campo de Marte en 1896. Sus pinturas comenzaron a ingresar en colecciones privadas. Este tipo de reconocimientos, y la compra del cuadro Mujer leyendo por parte del Estado francés, generaron expectativas crecientes en la familia.
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EL SALON des Indépendants de 1906 tuvo dos consecuencias positivas para Matisse y su carrera. Primero, el artista conoció al magnate textil ruso Sergei Ivanovich Shchukin, que tenía 56 años y hacía ocho que coleccionaba arte moderno. Segundo, vendió La alegría de vivir a Leo Stein, un joven de San Francisco, rentista, con una insólita formación recibida en Italia sobre los pintores de iglesias del siglo XIV. Él y su esposa Sarah fueron quienes presentaron entre sí a Matisse y el joven Picasso, que tenía 25 años y hacía tres que estaba en París, sin un marchante y habitando una pieza fría, sórdida y húmeda del edificio conocido como Bateau Lavoir.
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LA GUERRA, CHAPLIN Y EL JAZZ
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EN 1928, MATISSE asistió al estreno de El circo, el film de Chaplin. Le impresionó su gran sencillez, la fluidez parca que quería para la obra en que estaba trabajando. A punto de cumplir los 60, Matisse esperaba que una obra suya fuese por fin comprada para integrar el acervo del Louvre. Ya había ganado el Primer Premio en la exposición Internacional Carnegie en Pittsburgh y sabía que en su vejez tendría un buen pasar. En ese tiempo había viajado de Niza a París y allí atendió a un periodista de Nueva York interesado en saber si era verdad que abandonaría el arte moderno y volvería a métodos tradicionales. El joven entrevistador, Efstratios Tériade, supo que Matisse estaba harto del ruido y la atmósfera de la Capital y que le cautivaba remar en Niza, aunque fuera solo, por la bahía, en su propio barco. Tériade supo también que para Matisse "la retina se cansa de los mismos viejos métodos; exige sorpresa".
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