lunes, 15 de junio de 2009
"LA FAMILIA INDIA ENJAULA A LA MUJER"
La Vanguardia, Barcelona, España, 15Jun09
Escritora antes que novelista, Roy es la más celebrada incorporación a la literatura en India
JORDI JOAN BAÑOS | Nueva Delhi. Corresponsal
El Nobel V.S. Naipaul ha escrito que India no puede construir una literatura a base de sagas familiares, que la condenan a producir autores de una única novela, porque "familia sólo hay una". Por eso le preguntamos a Anuradha Roy si su brillantísimo debut –con ecos de Satyajit Ray– Atlas de una añoranza imposible (Salamandra), será su despedida.
La escritora y editora responde sonriente mientras desayuna una tortilla de verduras en el United Coffee House, un restaurante que algunos de sus personajes de la primera mitad de siglo habrían tenido tiempo de conocer. Por lo menos ellos, ya que se trata de una historia de mujeres encerradas, hombres que huyen, parejas infelices y amores imposibles. Todo en un apartado rompiente de tres culturas –la hindú, la colonial y la tribal– con los ingleses apurando sus últimos cócteles y los indios preparándose para meterse en sus zapatos. "¡También Naipaul ha escrito un montón sobre su familia en Trinidad! Pero tengo más que decir. Mi segunda novela ya está a medias, no es ninguna saga y transcurre en el presente", explica Anuradha Roy.
¿Este Atlas es su cartografía familiar?
El temperamento de Nirmal, el arqueólogo, es el que recuerdo en mi padre, que era geólogo y murió cuando yo tenía 19 años. Yo soy bengalí, pero sólo viví en Calcuta hasta los siete años. Por el trabajo de mi padre residí en Sikkim, Orissa, Hyderabad o Ranchi. El ambiente y la vegetación de Ranchi (la acción arranca con la instalación de una factoría de hierbas medicinales) son la inspiración de Songarh, el pueblo de la novela.
Un lugar donde suegras y nueras enloquecen de hastío.
¡Pero no los niños! Mi hermano y yo nos pasábamos el tiempo en la naturaleza. Ahora, gracias a la tecnología, mi marido y yo llevamos nuestra editorial de ensayo, Permanent Black, desde Raniket, a diez horas de Delhi.
¿Cómo distinguir a Anuradha Roy de Arundhati Roy?
Nos conocemos. Yo intento no ser ornamental con el lenguaje. Pues se acerca a la prosa poética. No es el libro factual o retórico que uno espera de una ex periodista editora de ensayos. Eso me ha dicho alguno de mis autores, catedrático, que no se me ha pegado nada de su lenguaje (ríe).
Pura novela, muy depurada.
Eso se lo debo a los nueve agentes literarios que me rechazaron el mecanoscrito nueve veces, por exceso de personajes, entre otras cosas. Así lo reescribí hasta que el décimo agente lo aceptó. Yo creía que, una vez superada la parte más difícil, la escritura, lo iba a tener fácil por ser editora. Me equivocaba.
¿Qué acogida ha tenido?
En India se han vendido 4.000 ejemplares en tapa dura. Ya ve que el mercado indio es más pequeño de lo que parece. En Noruega u Holanda se vendieron más en la primera tirada. Nuestros ensayos salen en ediciones de quinientos ejemplares.
Hacerse una cultura no parece una prioridad en la India emergente.
Algunas personas tienen inquietudes, pero la cultura es la prioridad número cero para la mayoría, preocupada por la supervivencia. Y la clase media tiende a comprar libros de administración de empresas.
Su India no parece demasiado espiritual.
La visión mística de India en Occidente me deja pasmada. Incluso muchos de nuestros gurús son absolutamente materialistas. En el Mahabharata ya está lo que refleja a India, con profundidad y belleza: el materialismo, las intrigas, la codicia y la violencia.
¿Y su novela?
Es también una historia de lo que está sucediendo en India, de cómo los desfavorecidos en los pueblos prosperan en la gran ciudad, a pesar de su casta, gracias al anonimato y sus oportunidades. Pero en Raniket veo que el 90% de los indios no participa de la historia de éxito que venden los medios en inglés.
¿Cómo ha cambiado el amor en India?
Las emociones no cambian, pero la sociedad sí. El modo de relacionarse de los jóvenes, la educación de la mujer, su acceso al trabajo. Incluso en ciudades pequeñas, donde, como en la novela, sigue en vigor la familia extendida (en la que los hijos varones, y sus esposas, siguen viviendo en casa de los padres). El taxista en mi pueblo sale con una musulmana. Hace unos años, los podrían haber matado, pero ahora la gente mira a otra parte.
Usted se fija en la infelicidad ocasionada por el matrimonio de conveniencia.
Muestro la reclusión doméstica de las mujeres, su enjaulamiento, su impotencia a la hora de tomar cualquier decisión, más allá de poder cocinar un plato de veinte maneras.
¿Si abjura de la familia extendida, por qué la convierte en centro de su obra?
Porque me interesan los cambios sutiles en las relaciones interpersonales. Este es un libro sobre los juegos de poder en el interior de una casa. Y sobre la forma en que las mujeres son anuladas: la viuda, la anciana, etcétera.
El título avisa de que es un libro melancólico.
Pero no deprimente. Aunque muchos lectores me escriben preguntándome por la suerte de ciertos personajes o quejándose de la de otros. Hasta he descubierto que los hombres son más sentimentales que las mujeres. Pero en la India de los años 40 era imposible que una viuda volviera a casarse. El lector indio quiere destinos claros y un final feliz.
Pocos indios están tan orgullosos de su lengua como los bengalíes.
Calcuta sigue siendo un bastión cultural e incluso escritores en inglés, como Amitav Ghosh o Amit Chaudhry, intentan ganarse a la intelectualidad bengalí, escribiendo artículos en esa lengua. Bengala es hostil a los que, como yo, sólo escriben en inglés.
¿Cómo se ve la edición desde el lado del autor?
Muy impersonal. He publicado en muchas lenguas, pero sólo han tratado conmigo mis editores francés y noruego. Me choca, porque soy amiga de la mayoría de mis autores.
¿Qué destaca de su prestigioso catálogo de ensayos?
The decline and fall of the indus civilisation o Finding forgotten cities, ambos de Nayanjoti Lahiri. O el exitoso The ugliness of the Indian male.
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