viernes, 19 de octubre de 2007

PRESIDENTES Y PRESIDENCIAS. (I de II)


Las elecciones generales están próximas y ante sucesos tan importantes para la vida republicana, resulta oportuno recordar algunos aspectos que hacen a la historia institucional del cargo político más alto del Estado y de quienes lo ejercieron.

La Presidencia
Comenzamos por recordar que nuestro país, nacido a la libertad en 1810, no tuvo una forma de gobierno estable y orgánica hasta 1862. El primer elemento gubernamental fue la Junta, sistema adoptado por los patriotas en forma similar a las juntas que se establecieron en España ante la caída de Carlos IV y Fernando VII. A la Primera Junta y a la Junta Grande, le siguió el Triunvirato y ás tarde el Directorio. Cuando en 1819 la anarquía cubrió nuestro territorio y el encono del interior contra el centralismo de Buenos Aires se hizo guerra civil, cayó el último Director Supremo. A partir de entonces, no hubo un gobierno central y cada caudillo provincial se erigía como gobernador y tenía su propio ejército. La lucha entre federales y unitarios llevaba al abismo de la disolución política a pesar de los tratados y pactos que se firmaban y de igual modo se rompían. En medio de esa inestabilidad, el gobernador de Buenos Aires, general Juan Gregorio de las Heras logró reunir al Congreso General de las Provincias Unidas que comenzó a sesionar en 1824, con el objetivo principal de encontrar alguna solución a la crisis y fue así como este cónclave dictó una ley por la que se creaba la presidencia de la República. El 8 de febrero de 1826 prestó juramento como presidente Don Bernardino Rivadavia, que había sido electo por el congreso. Fue el primer ciudadano argentino que estrenó la más alta magistratura, pero las intransigencias y otros factores que conformaban un difícil cuadro político lo hicieron renunciar en 1827. Le sucedió Vicente López y Planes, su vicepresidente, quien al cabo de un me y días hubo de resignar también el cargo con lo que se disolvió el Poder Ejecutivo Nacional como órgano institucional. En 1829 aparece en el escenario político Juan Manuel de Rosas, máxima expresión del partido federal. Gobernador hasta 1832 demostró que podía manejar a los demás caudillos. En 1835 es nuevamente investido como gobernador de Buenos Aires y logrando poderes ilimitados manejó el país hasta 1852. Durante esa veintena de años no fuimos "república" puesto que el único poder era el de Rosas y la única ley era la que él imponía discrecionalmente. Esta larga dictadura finaliza con el levantamiento del General Justo José de Urquiza que vence a Rosas en la trascendente batalla de Caseros. A partir de entonces comienza una nueva etapa de esa dolorosa pasión que los historiadores llamaron "de la Organización Nacional". Por gestión del ilustre entrerriano se reúne una convención que finalmente sanciona la Constitución Nacional. En esta ley madre se consagra el cargo de presidente de la nación con lo que vuelve a aparecer al cabo de 27 años. Por elección es nombrado Urquiza que es presidente hasta 1854, sucediéndole Santiago Derqui. Cabe notar que ambos fueron magistrados de la Confederación y no de la Nación, puesto que Buenos Aires se manejaba como Estado independiente. Después de muchas tribulaciones y luchas, en 1862 por elección es designado el general Bartolomé Mitre, quién asume con el país unificado, vale decir, como presidente de la Nación. Desde entonces se mantiene la primera magistratura arraigándose en nuestra cultura política el concepto de presidencialismo y persiste la discusión sobre quién fue el primer presidente, dadas las connotaciones mencionadas. En cuanto a la presidencia en si y a quién a su turno la ejerce, hay tres elementos simbólicos privativos y exclusivos que exteriorizan la calidad de la más alta magistratura. Estos son: la banda presidencial, el bastón presidencial y la marcha que acompaña ceremonialmente al ciudadano que ejerce el poder ejecutivo. La banda y el bastón corresponde a una vieja tradición hispánica de raigambre militar que se conjuga con el hecho de ser Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. La música marcial que se ejecuta ante la llegada y retiro del presidente en los actos públicos, también tiene antiguo origen. En una época fue la marcha de San Lorenzo, pero fue reemplazada por la de Ituzaingó que se ejecuta actualmente. Acotamos que esta marcha, o mejor dicho su partitura fue encontrada por las tropas argentinas, entre otros elementos bélicos que abandonaron las tropas brasileñas vencidas por Alvear en la batalla que justamente pasó a la historia como Ituzaingó y que decidió el triunfo de nuestro país en esa guerra contra el imperio del Brasil (20-02-1827).
Además de estos símbolos anotados, es también de orden significativo la sede de la presidencia. Rivadavia tuvo su despacho en el fuerte, Urquiza y Derqui en la casa de

gobierno de Paraná (Prov. de Entre Ríos). Cuando asume Mitre, utiliza uno de los dos edificios que se habían construido sobre el antiguo fuerte. Esa nueva sede superó dos incendios. Sarmiento, reconstrucción mediante, organizó las oficinas del poder ejecutivo utilizando los dos edificios que según la tradición, hizo pintar de rojo punzó por la divisa federal, y con el celeste de los unitarios, como símbolo de concordia. El resultado fue un color rosado, y de allí se comenzó a llamar a la casa de gobierno, Casa Rosada. Cuando Roca fue presidente unió ambos edificios y realizó algunas modificaciones que perduran básicamente en el aspecto actual. Una última acotación acerca de la presidencia. Generalmente se menciona que quién alcanza el máximo cargo político, va a ocupar el “sillón de Rivadavia”. Se trata simplemente de una alusión imaginativa, pues nunca existió ni existe tal sillón como pieza histórica identificada. No obstante podemos recordar como simples ciudadanos, una frase que es un deseo compartido de todos los argentinos en relación al compatriota que ocupa ese sillón ideal. Dijo un presidente ejemplar, Nicolás Avellaneda,: “No hay nada en la Nación superior a la Nación misma".
(Continuará el miércoles)
Hugo Giberti

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