domingo, 14 de octubre de 2007

UT PORTET NOMEN MEUN (Novela breve en fascículos)


Entrega 9
-“Señor, mañana tenéis mucho que hacer y debéis descansar algo. Vuecencia no debería perder tiempo y entrar de lleno a la faena para dilucidar el misterio de vuestro hallazgo”.
Con gesto de mi mano, casi una bendición, asentí dejándome convencer que lo importante era dar rienda suelta a la curiosidad y no concentrarme en los pensamientos que hacían a la esencia de mi servicio; en fin, que todos encontramos excusas cuando nos justificamos ante otros, o nosotros mismo. Y con la conciencia tranquila a medias, cogí el papel que a mi criterio seguía en orden cronológico. Lamentablemente era una de las cartas más destruida e ilegible de todo el lote, y la había colocado en esa ubicación, más por intuición, que por haber obtenido datos fehacientes en la primera rápida lectura que hice. La fecha no era legible salvo las dos últimas cifras: 48; la carta estaba dirigida a un tal D. Diego; esforzándome pude leer los siguientes párrafos: “... la desgraciada muerte de tu padre, el Adelantado...”; “... por tal... (hay algunas palabras borrajeadas)... recae en tu persona tan dignísimo cargo...”; “... ya sabes que en armar la empresa hemos empeñado la fortuna familiar, y es por lo tanto indispensable que pongas todo... (falta el trozo de papel)... yo ya tengo seleccionadas, por encargo de D. Juan, a quien Dios N... (la tinta está diluida e ilegible)... las mujeres y gente de pro que nos ha de acompañar ... (nuevamente el escrito se torna ilegible)...” “... Recuerda que en ello va el honor de... ”
Poco es lo que pude rescatar, pero con harto contenido, pensé. Bebí unos sorbos de vino acompañados por algo de pan que sobraba, encabrité nuevamente la silla sobre sus patas traseras, y me distendí colocando los pies sobre la mesa y las manos entrelazadas tras la nuca, con la intención de tomarme unos instantes para redondear las ideas. Tuve en ese momento la sensación de que cada vez que avanzaba un paso en el laberinto en el que me había introducido, todo por seguir a un duende, más me alejaba tanto de la entrada como de la salida (al pensar en el trasgo escuche como si en la lejanía el eco jugueteara con una risita sardónica). Lo que inicialmente me pareció un pasatiempo de unas dos horas iba para largo y, además, conociéndome, sabía que no huiría del desafío que por mi imprudencia me había planteado; continuaría hasta el final, aunque tuviera que posponer quehaceres previstos. ¿Puede parecer duro lo que digo? Tal vez, sobre todo por mi investidura, pero es solamente la verdad. Lo hacía sin sentimiento de culpa, nada me reprochaba, ni quedaban en mi alma cicatrices de remordimiento; sabía que transpuesto el charco de frivolidad que era seguir los designios de mi curiosidad, me entregaría en cuerpo y alma a mis obligaciones y ganaría con creces el tiempo... ¿perdido?... quizás para algunos... para mí tan sólo el único remanso que me permitía de tanto en tanto en mi vida ajetreada, de dedicación, de entrega absoluta al deber, de pensamiento frío y acción empecinada. Era como un alto en la posta para cambiar cabalgaduras, ¿acaso en ese tiempo no se deja de marchar? Pues claro, pero sin él no sería posible avanzar con velocidad otra jornada; y sobre eso de tragar jornada tras jornada nadie me podía dar lecciones a mí que había recorrido cientos de leguas a lo largo y lo ancho de estos reinos donde habitaba mi grey, ya fueran cristianos viejos, guaraníes, calchaquíes, comechingones, negros, mulatos o mestizos. Es probable que el duende leyera mis pensamientos, porque nuevamente su ironía pobló el silencio con su consabida risa que esta vez se agigantó hasta la estatura de una carcajada, espantando a los ratones que corretearon nerviosos en las penumbras, lanzando histéricos chillidos.
(Continuará, las entregas se hacen los miércoles y sábados)
Alfonso Sevilla

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